Visto lo anterior, y aun teniendo en cuenta la avidez política de la masonería, me parece exagerada la tesis de Franco de que ella constituye un superestado capaz de dirigir a los demás. En cambio parece cierto que desempeñó un papel patriótico y proimperialista en Inglaterra, Usa y Francia.
Así, varios de los más destacados políticos y militares anglosajones y franceses han sido masones. Su peso en la independencia de Usa es innegable. Fueron “hijos de la luz” Franklin, Washington, principal líder independentista, y otros hombres poderosos del momento, y de ahí que a menudo se haya caracterizado como masónica aquella revolución. Sin embargo su influjo se ha exagerado, y quienes mantienen esa tesis suelen adjudicar el título de masón, sin ninguna prueba fehaciente, a gran número de personajes históricos. Según César Vidal, Washington apenas tuvo actividad en las logias y la fuerza de estas en la revolución useña fue poco decisiva: entre los 55 firmantes de la Declaración de Independencia, solo había 9 masones, y entre los 39 firmantes de la Constitución hubo 13, pero varios entrarían en la orden más tarde. No obstante, su presencia posterior en altos cargos, incluida la presidencia de la nación, sería muy relevante hasta hoy. Procede señalar aquí también que la cultura política e intelectual useña ha dado gran relieve a la utopía tecnológica de Francis Bacon arriba mencionada, que guarda similitudes con el mito masónico. Seguramente ello tiene relación con el enorme impulso tomado por la tecnología y la ciencia en ese país, sin que ello signifique que quienes se dediquen a la ciencia y a la técnica sean masones. Así, es indudable el componente prometeico en la cultura useña, si bien muy contrapesado o reorientado por la mayoritaria religiosidad cristiana.
De Inglaterra cabe decir algo similar y, por supuesto, de Francia. La impronta masónica salta a la vista en la Revolución francesa. Pertenecieron a la Fraternidad precursores de ella como Rousseau o Voltaire (este poco antes de morir), varios de sus impulsores iniciales, como Sièyes, Lafayette o Mirabeau, y luego Danton, Marat y bastantes más. La guillotina es también invento de un masón, y en medio del terror salvaje en que desembocó al proceso revolucionario, unos masones guillotinaron poco fraternalmente a otros. Con mayor fundamento que en el caso de la Revolución useña, se ha sostenido que la francesa fue producto de la masonería, pero, nuevamente, la tesis resulta excesiva. Se trató más bien de un producto de la Ilustración gala, más radical y ateoide que la alemana o la inglesa, en la que intervinieron tanto masones como, en mayor proporción, otros que no lo eran, por más que compartieran ideas afines. Asimismo abundarían en la historia posterior de Francia los “hijos de la luz”. La influencia de estos en las revoluciones europeas del siglo XIX es también un hecho generalmente admitido, siempre que no hagamos equivaler influencia a dirección y planificación. Encontramos a numerosos masones entre los constructores de los imperios de Francia e Inglaterra.
Estas cosas son conocidas en líneas generales, aunque, debido al secretismo habitual, siempre queda un espacio entre quienes achacan a la Fraternidad la autoría oculta de las revoluciones y quienes la creen una filantropía inocua. Con frecuencia hay dudas de si un personaje era masón o no, o si obedecía realmente a las logias o actuaba al margen de ellas, si permaneció en la orden mucho o poco tiempo. Etc. Y, como hemos visto y veremos, no han faltado masones con opiniones y conductas políticas opuestas entre sí. O de fervor masónico muy tibio. Hemos observado algo de lo último en Azaña, posiblemente en Washington.
El caso de Azaña ayuda a situar la cuestión. Sostener que fue masón no es falso, pero tampoco lo es señalar que su iniciación distó de hacer de él un cofrade ferviente. Otra faceta del asunto debe considerarse: él se inició mucho después de haber comenzado su vida política e incluso de haber llegado a jefe del gobierno republicano. A su racionalismo debió de parecerle poco serio el ritual y los misticismos de la orden, y no hay pruebas de que asistiese a más tenidas. Es más, fustiga a los republicanos, tantos de ellos masones, por “zafios”, “torpes”, “de ruines intenciones”, “loquinarios”, por su “política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. Pese a lo cual, su acción política tuvo desde muchos años antes fuerte afinidad con los puntos de vista de la masonería: así su aversión a la historia real de España, que él tachaba de miserable, su pretensión de desarraigar el catolicismo mediante un “programa de demoliciones”, o su simpatía por las izquierdas extremas. A estas las entendía mal, por lo que concibió el plan disparatado de dirigirlas mediante una “inteligencia republicana” inexistente, como él mismo reconoció pronto, sin sacar consecuencias de ello. Pero esas ideas estaban muy difundidas entre los intelectuales, ajenos a la Fraternidad en su inmensa mayoría. También cabe mencionar el caso de Lerroux, masón activo por un tiempo, luego durmiente, es decir, alejado de la actividad de las logias, enfrentado a otros políticos masones y partidario abierto del general Franco durante la guerra.
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El fortalecimiento de la ETA. Publicado en 2006, dos años después de la victoria de ZP:
En la última etapa de Aznar, la ETA se hallaba acosada, fracasando una y otra vez en sus atentados, con su financiación semidestrozada y proscrito su aparato político. La hazaña se había logrado partiendo de un principio muy simple: la aplicación de la ley a los criminales: aunque parezca mentira, fue la primera vez que se hacía desde la Transición. Antes se perseguía a la banda bajo el supuesto de que no existía “solución policial”, sino “política”, y, por consiguiente, la vía policial –la legal en un estado de derecho– se supeditaba a la busca de acuerdos con los jefes terroristas. Ello significaba la quiebra de la ley y la legalización del asesinato como modo de hacer política. Era la vía preconizada desde el principio por el grupo Prisa y seguida vergonzantemente por todos los gobiernos, de derecha o de izquierda. Vergonzantemente, porque mentían a los ciudadanos negando sus tratos fraudulentos con la ETA, para ser desenmascarados de vez en cuando por los ufanos terroristas. La “vía política” consistió, en todos sus puntos, en una estafa a la democracia. Por el contrario, los gobiernos de Aznar demostraron que sólo la vía legal daba resultados y acercaba el fin de la pesadilla.
En tales circunstancias, la llegada del gobierno actual ha sido la mejor noticia que haya tenido la ETA en su historia: tras verse al borde del abismo, ha podido recomponer sus aparatos y sus finanzas, se ha rearmado, ha probado que podía golpear donde y cuando quería, y ha logrado una parte muy sustancial de sus proclamados objetivos: liquidar la Constitución y abrir un proceso constituyente, o más bien desconstituyente, hacia la desintegración de España y de la democracia, que destruya todo lo construido desde la Transición. No es probable que se conforme con lo ya obtenido, pero ya ha adelantado un enorme trecho.
Los terroristas y los separatistas jamás habrían logrado acercarse tanto a sus objetivos con sus solas fuerzas. Precisaban la colaboración de una fuerza nacional, y en los penúltimos tiempos de Aznar eso parecía imposible. El PSOE había optado por una política rara en él, renunciando a la mezcla de claudicación y terrorismo (GAL), para adherirse a la línea legalista de Aznar, en el Pacto Antiterrorista y por las Libertades. Ello cegaba las salidas a los pistoleros y a los demás separatistas, y establecía la base obvia de cualquier estado que aspire a sostenerse: una plataforma de principios inatacables (democracia y unidad nacional), sobre los que hacer política, e impidiendo hacer política contra ellos. Sin embargo, esa actitud socialista duró muy poco, y las mismas fuerzas que presionaban por la “solución política”, provocaron un cambio radical de postura: determinaron como enemigo fundamental al PP, no a los asesinos y secesionistas, y buscaron la alianza o complicidad de estos últimos para atacar directamente la Constitución. Una inversión completa del anterior pacto. Todos juntos organizaron grandes campañas desestabilizadoras.
La maniobra, no sé si elaborada con detalle, se ha producido del siguiente modo. En primer lugar, el Plan Ibarreche-Ternera, plan separatista aunque conservase una ficción de unidad, útil para mantener a las Vascongadas en la Unión Europea. El plan fracasó aparentemente en el Parlamento, aunque sólo llevarlo a él ya pisoteaba la Constitución. Entonces entró el juego el plan B, de los separatistas catalanes, equivalente al anterior. La aprobación del estatuto secesionista catalán traería consigo, inevitablemente, la del plan Ibarreche-Ternera y un proceso de disgregación del país. Así, por una vía ligeramente indirecta, la alianza del PSOE con los secesionistas y los terroristas está destruyendo aceleradamente la Constitución.
No es casual que la ETA declare su tregua cuando unas Cortes envilecidas, a impulsos de un gobierno anticonstitucional, aprueban la disgregación de España en pseudonaciones. La tregua anterior se dio en una situación de debilidad de la banda, y como un modo de ganar tiempo para rehacerse. La actual es toda una declaración de triunfo: la ETA se siente muy próxima a ganar la partida. Durante dos años ha advertido al gobierno de Zapatero: “tienes que ir hasta el final, o atente a las consecuencias”. Y Zapatero y los suyos van cumpliendo, como hicieron después del 14-M con los islámicos. La ETA se siente más cerca que nunca de sus objetivos. Sus largos años de crímenes parecen tener por fin recompensa, y ésta sólo podía dárselo un gobierno enemigo y conculcador de la Constitución, es decir, de las libertades y de la unidad de España; es decir, un gobierno ilegal, porque lo es todo aquel que no guarda y hace guardar la ley, aunque haya salido de unas elecciones.
Algunos ingenuos se preguntan cómo es posible esta colaboración. Muy simple: el “rojo” Zapatero y la ETA tienen la misma concepción de base: la idea de que las democracias –identificadas con “la derecha” o “el imperialismo”– crean un “océano de injusticia y de pobreza”. Discrepan en los métodos para combatir la “injusticia”, pero se trata de una diferencia menor. En lo fundamental, en atacar a los causantes, según su trastornado juicio, de ese “océano”, están de acuerdo.
Y el pobre Rajoy diciendo que apoyará al gobierno para que no pague un precio político a los terroristas. Y luego llama bobo a Zapatero… El precio político está ya pagado en gran parte, señor lince, a costa de la ley; otra cosa es que la ETA quiera más todavía. Siga usted “mirando al futuro”, a ver si nos aclara algún día qué es lo que ve.
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Cada vez estoy más convencido de lo nefasto que fue Azaña.
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