Masonería (XI) Del Trienio liberal a la I República.
También en contraste con los siglos anteriores, la propia España entró, como Hispanoamérica, en un largo período de convulsiones, con tres guerras civiles (aunque solo la primera de gran intensidad) y decenas de pronunciamientos militares, en los cuales volvemos a encontrar a menudo a los hijos de la luz. Fernando VII, llamado El Deseado aunque muy poco deseable, prohibió y persiguió a la masonería, sin lograr erradicarla. Por el contrario, no hay duda de que la infiltración en el ejército aumentó, y en 1820 el pronunciamiento del masón Riego logró impedir la marcha del ejército preparado para sofocar las rebeliones en América. El golpe fue fruto de una amplia conspiración, centrada en Cádiz. En ella tomaron parte decisiva políticos masones, como el muy activo Istúriz, así como un muy probable agente de Londres, Mendizábal, suministrador del ejército y autor más tarde de una Desamortización que no fue expropiación sino expolio de bienes religiosos. Las guerras de independencia en América no se entienden sin el interés de Inglaterra, que ejercía su influencia a través sobre todo de las logias. Probablemente muchos de los conjurados no deseaban la separación de la América hispana, sino que creían ilusamente que con un golpe liberal los jefes independentistas se someterían, ya que también se proclamaban liberales. El pronunciamiento de Riego no tuvo éxito inmediato, pero al sumarse las guarniciones de Galicia, Barcelona y Madrid, el rey hubo de claudicar y aceptar la Constitución liberal de 1812, dando paso al Trienio liberal.
El Trienio, comenzado lastimosamente con una traición al país, presenció una verdadera eclosión de círculos masónicos que Galdós caracteriza en El Grande Oriente como cuadrillas de una “hermandad utilitaria que miraba los destinos como una especie de religión y no se ocupaba más que de política a la menuda (…) de impulsar la desgobernación del reino (…) Un centro colosal de intrigas”. Como ocurría por lo demás en Hispanoamérica, desesperando al mismo Bolívar. Los liberales, parte de ellos hijos de la Viuda, empezaron a dividirse entre los moderados, defensores de una evolución tranquila y respetuosa con la Iglesia, y los exaltados, que tomaban la Revolución francesa por modelo y mostraban odio abierto a la Iglesia. Había masones en las dos ramas liberales. Los exaltados se escindieron a su vez en dos en tan corto período. El resultado recuerda al de América: alborotos y desórdenes, acabados a los tres años por la intervención de los llamados Cien mil hijos de San Luis, entre quienes no debían de faltar masones a su vez, y reclutados por las potencias europeas para poner fin al caos español. Ricardo de la Cierva considera el Trienio como el primer apogeo de la Masonería en España, siendo los otros dos el Sexenio Revolucionario desde 1868 y finalmente la II República de 1931 al 36. Se trata de una apreciación bien fundada, a mi juicio. En todos esos momentos la Masonería gozó de la máxima libertad para actuar y desarrollar sus planes, y se aplicó a ellos concienzudamente.
No hace falta extenderse aquí sobre los decenios posteriores a la muerte de Fernando VII en 1833 hasta la Restauración en 1875. Fue una época inestable, en la que la masonería, teóricamente prohibida pero no perseguida, desempeñó un papel relevante. Volvieron los numerosos políticos y militares masones exiliados por la persecución de Fernando VII después del Trienio, y engrosaron las filas liberales. Se produjo en el país una triple división: entre los tradicionalistas y los liberales por una parte, y dentro de los liberales entre los moderados y los exaltados. Una vez vencido el carlismo, habría otras dos guerras de ese tipo, pero mucho menores, por lo que serían las discordias entre unos liberales y otros las causantes de la convulsión y el estancamiento del país. En las direcciones de las dos ramas liberales operaban masones, más destacadamente entre los exaltados, más tarde llamados progresistas, demócratas o republicanos. Las dos facciones liberales se turnaron, pero no pacíficamente, sino mediante pronunciamientos que, si bien fallidos en su mayor parte, desestabilizaban el sistema. Fue el tiempo de los espadones, el primero de ellos Espartero, también muy probable masón y ligado a Inglaterra, ante la extraordinaria ineptitud y demagogia de los políticos de entonces. Los cuales no diferían demasiado de aquellos republicanos del siglo XX, tan duramente caracterizados por Azaña, ni de otros más recientes. El liberalismo exaltado se apoyaba en las numerosas logias del ejército, de las cuales salieron muchas intentonas de golpe militar. De modo que, como ha estudiado el general Alonso Baquer en El método español del pronunciamiento, y contra una impresión muy popularizada, la gran mayoría de los pronunciamientos no tuvo carácter derechista sino extremista de izquierda.
El período desembocó en la Revolución de 1868, que se autodenominó Gloriosa a imitación de la inglesa de 1688, y acabó con el reinado de Isabel II. En realidad se trató del enésimo pronunciamiento posterior a una conspiración aún más amplia que la que llevó al Trienio. El director del complot fue Juan Prim, masón y uno de los políticos y militares más dotados de la época; y el coordinador Sagasta, asimismo hijo de la Viuda, que tendría un gran porvenir político. Como en el Trienio de cuarenta y ocho años antes, esta revolución, que duraría seis años, tomó un tinte fuertemente anticatólico. Los masones se dividieron en unos cuantos grandes orientes y grandes logias que reñían entre sí por dominar el poder, originando una verdadera epilepsia política. Para ponerle fin, Prim buscó un nuevo rey, lo que provocó indirectamente la guerra francoprusiana de 1870, al desear cada potencia un monarca favorable a ella en España. La elección recayó en el italiano Amadeo de Saboya, también masón, y poco después Prim fue asesinado en una conjura en la que participaron otros masones de espíritu fraternal debilitado. Amadeo sufrió a su turno un atentado, sin consecuencias graves y, rodeado de Hermanos, se desesperaba por las intrigas y odios: “Yo no entiendo nada. Estamos en una jaula de locos”, lamentaba. Y salió del país poco menos que a escape. La situación desembocó en 1873 en la I República, que elevó el caos al delirio en medio de tres guerras civiles, una carlista, otra provocada por los cantones que querían independizarse y disolver al país en unas nuevas taifas, y otra en Cuba; y nadie gobernaba propiamente hablando. Uno de los presidentes, Figueras, huyó a París sin avisar a nadie, después de advertir, en catalán, que estaba “hasta los cojones de todos nosotros”. En menos de un año hubo cuatro presidentes, según Ricardo de la Cieva todos masones menos Castelar (no está claro el caso de este último). Finalmente el general Pavía terminó con la alucinada farsa disolviendo las Cortes con un destacamento de guardias civiles.
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Millennial Couple Bikes Through ISIS Territory to Prove ‘Humans Are Kind’ and Gets Killed
Casi está en español, por eso no lo traduzco.
Yo conforme voy aprendiendo de usted Don Pío, cada vez me vuelvo más franquista, por una cuestión básica. Para mí, lo importante es España, con enorme diferencia sobre cualquier otra circunstancia…
Tu eres una víctima de la ‘matrix’, y de haber visto demasiada televisión en tu vida. Además de la visión tan corta que tienes de las cosas, no se si lo tuyo es por comodidad o por torpeza.
Yo no veo la televisión, y cuando tu llegues a leer la mitad de lo que yo leo un día malo, amigo negacionista, hablamos, camarada.
LAS MIL Y UNA NOCHES
https://es.wikipedia.org/wiki/Las_mil_y_una_noches
Pues no se de que te vale tanto leer, amigo, estás en las antipodas de todo lo que tenga sentido comun. Yo francamente no me fío de todos esos autores a los que tú has leído. O sera qué solo lees con un ojo y tienes el otro atrofiado. Ha, adivina con que ojo?
A mi modo de ver, no pudieron contra el imperio español, ni por tierra ni por mar, y más tarde, que bien les saldria la movida, en unas cuantas décadas no solo desestabilizaron al imperio más grande de la época, sino que lo dividieron en poderes confrontados y regidos por lacayos, controlados y dominados por ellos. Franco era muy consciente de la situacion, por eso casi llego a recuperar Gibraltar, a base de estrategia y no de cañonazos, y a base de hacer desaparecer la quinta columna masona servil a sus mandamases británicos y elitistas.
Yo creo que el peor enemigo de España hemos sido nosotros mismos, sin ninguna duda…
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