La versión que defiende Carr y, todavía, la mayor parte de los historiadores, es, con algunas variaciones, la elaborada por la propaganda staliniana, cuya enorme resistencia a los hechos y capacidad para deformarlos nadie ignora. |
No extrañará, por tanto, que las revelaciones de España traicionada —en realidad no revelaciones, sino confirmaciones de cosas bien sabidas, aunque voluntariamente ignoradas por muchos— reboten contra el muro del prejuicio. De acuerdo con esa propaganda, Carr concluye: “Los españoles estaban envueltos en (…) la lucha contra Franco y los militares y clérigos. En ese conflicto, con independencia del recelo que sus intenciones hayan despertado (…) los comunistas fueron las tropas de primera línea”. La primera parte es difícilmente mejorable: no hubo propiamente guerra civil, sino un enfrentamiento entre “los españoles” y Franco más los curas y militares. En la propaganda stalinista tampoco hubo guerra civil, sino de independencia frente a la intervención alemana e italiana apoyada por sus peones españoles, pero en ambas variantes los comunistas fueron los grandes adalides de “los españoles” y su democracia, las “tropas de primera línea”. Chirriante contrasentido que, asombrosamente, no provoca en Carr ninguna vacilación.
El historiador británico no puede hoy, claro, mantener la tesis de la guerra de independencia, porque salta a la vista que ocurrió exactamente al revés: ni Hitler ni Mussolini influyeron ni se inmiscuyeron en los asuntos españoles de modo ni remotamente comparable a como lo hizo Stalin. Éste obtuvo —le fue entregado por el PSOE— el control del grueso de los recursos financieros españoles, convirtiéndose en el amo de los suministros, y por tanto del destino del Frente Popular. También dispuso de completo dominio, como es generalmente reconocido, sobre el partido que pronto se hizo el más poderoso de las izquierdas, el PCE. Además, los asesores soviéticos tuvieron sobre las decisiones y operaciones militares una influencia que jamás lograron en el otro bando los alemanes e italianos; y el ejército izquierdista rompió con el modelo de Azaña para inspirarse en el soviético, desde las insignias y saludos hasta la politización extrema asegurada por los comisarios políticos, pasando por un código disciplinario casi terrorista. En cuanto a la policía secreta staliniana, operó en España al margen del gobierno español, como en una colonia. Los políticos opuestos a la hegemonía comunista, en especial Largo Caballero y Prieto, fueron expulsados del poder (Negrín, en cambio, nunca planteó problemas serios a Stalin). Estos y otros hechos permiten afirmar que el Frente Popular perdió realmente su independencia, cosa no ocurrida en ningún momento al bando nacional. Teniendo en cuenta este dato definitorio, que Carr omite graciosamente, ¿puede sostenerse que los comunistas defendieron la democracia de un pueblo al que empezaron por satelizar?
A ello responde Carr con aparente ingenuidad: “Para Stalin, España fue siempre un peón en el juego diplomático de atraer a Francia y Gran Bretaña hacia un bloque antifascista y antialemán. ¿Realmente quería asumir la responsabilidad de apoyar a un satélite soviético en la otra punta de Europa, dados los peligros que tenía más cerca de casa?” Los esfuerzos —y logros— de Stalin por satelizar a España no admiten la menor duda, pero el prejuicio tiene tal fuerza que no parte de los hechos para poner en cuestión una teoría, sino de la teoría para poner en cuestión los hechos. El planteamiento correcto de la cuestión tendría que ser el contrario: puesto que Stalin satelizó realmente al Frente Popular, ¿puede sostenerse que se limitaba a utilizar a España de peón para atraerse a Francia y Alemania? El mismo Carr admite los hechos, aunque de forma reluctante y parcial, cuando señala: “Para controlar el ejército, los comunistas decidieron destruir a Caballero”. Pero no saca la consecuencia obvia, es decir, que los comunistas —Stalin— estaban en posición de deshacerse nada menos que del jefe del gobierno español, por obstaculizar éste sus designios.
A Stalin, desde luego, la democracia española le importaba tan poco como la francesa o la británica, y sus movimientos tácticos (primero entendimiento con Londres y París, y después con Berlín) no se entienden sin tener en cuenta una concepción estratégica básica: convencido de la inevitabilidad de una próxima “guerra imperialista”, su objetivo era evitar que la misma estallara entre Alemania y la URSS, desviándola hacia una contienda entre Alemania y las potencias occidentales. Pues si ocurría lo primero, el sistema soviético se vendría abajo probablemente; pero en el caso opuesto, Europa quedaría arrasada y abonada para la revolución. La guerra de España le ofrecía la posibilidad de agravar las “contradicciones” entre las democracias y Hitler, y al mismo tiempo la de conseguir un peón en un punto estratégico de occidente. Eran opciones en alguna medida contradictorias, pero la política soviética trató de armonizarlas: dominar al régimen español, por un lado, e incitar a las democracias a intervenir contra los fascismos, por otro. Las democracias también tuvieron en cuenta, seguramente, el mismo problema que Stalin: una guerra en occidente podía dejar a Europa madura para el comunismo. Eso ayuda a explicar su actitud de entonces.
Otro obstáculo al afán comunista de dominio fue el poder anarquista. Los documentos de España traicionada revelan, entre otras cosas, el odio de los comunistas hacia los ácratas, odio cuyo fundamento encuentra Carr en la versión stalinista, seguida acríticamente: “La CNT, en opinión de los comunistas, hacía imposible la creación de una industria de guerra eficaz (…) Además, en los primeros días, elementos incontrolados de la CNT habían ejecutado sumariamente a presuntos fascistas (…) Habían asesinado en masa a sacerdotes (…) y quemado iglesias. Habían matado monjas. Si los anarquistas seguían con su “pillaje y sus quemas” quedarían como una “mancha negra” en el movimiento antifascista”. Podía haber indicado Carr que una industria de guerra eficaz no consiguieron crearla ni los anarquistas ni los comunistas, pese a disponer de una infraestructura más que regular, y debido no sólo a las querellas entre unos y otros, sino también al desinterés de los obreros, a quienes todos decían representar. Más grave es la atribución de todos los desmanes a los ácratas, o la supuesta preocupación por la “mancha” en la pureza moral del movimiento antifascista. En el exterminio de la Iglesia, como de los fascistas, intervinieron con parecido ardor ácratas, comunistas, socialistas y republicanos, y no sólo en los primeros días, como está sobradamente documentado. Pasma que un historiador en otros aspectos solvente, repita a estas alturas los tópicos de la más inconsistente propaganda comunista.
En la senda de dicha propaganda, Carr insiste: “Los republicanos, disgustados por los paseos anarquistas de julio, estaban decididos a recuperar los poderes del gobierno legítimo para controlar a los “incontrolables”. Odiaban el resurgimiento del anticlericalismo tradicional. Al carecer de amplio apoyo popular, eran por tanto aliados de los comunistas en tanto que hombres de orden”. El disgusto de los republicanos, salvo excepciones, no pudo ser por los paseos, en los cuales también intervinieron, así como en la formación de checas. Y esos crímenes no se limitaron, ni mucho menos, al mes de julio. El disgusto provenía más bien de que aquellos comités incontrolables privaban a los republicanos del poder, y de que el terror, del que informaba la prensa internacional, llegó a perjudicar seriamente los esfuerzos de los sucesivos gobiernos por aparecer a los ojos del mundo como demócratas. Y, contra lo que dice el aquí muy mal informado Carr, los republicanos no odiaban el anticlericalismo tradicional, pues habían sido ellos quienes más lo habían fomentado a lo largo de decenios, y era, en rigor, el único rasgo que unía a todas las izquierdas.
Y tampoco, finalmente, estaban los republicanos “decididos a recuperar el poder” después de la revolución de julio del 36, porque su insignificante organización y apoyo popular no les permitía soñar con tal cosa, ni podían tener garantía, a la altura de septiembre del 36, de que los comunistas fuesen “hombres de orden”. En realidad el gobierno republicano de Giral se hundió en la impotencia tan pronto repartió armas a las masas, el 19 de julio, y en el gobierno compuesto un mes y medio después de la revolución de julio, los republicanos tenían un papel decorativo, mantenido con vistas a presentar una fachada de legalidad que le valiese el favor de Londres y París. El nuevo gobierno lo encabezaba el Lenin español, Largo Caballero, el principal enemigo de la república burguesa; y sus fuerzas reales eran los socialistas y comunistas. En noviembre entraron también otros republicanos ejemplares: los anarquistas. La historia subsiguiente del Frente Popular fue en gran medida la de las querellas, a menudo sangrientas, entre las tendencias revolucionarias principales, la socialista, la comunista y la anarquista.
http://elblogdekufisto.blogspot.com/2019/07/un-buen-tipo.html
“Rafael García Serrano (por poner sólo un ejemplo) no tiene nada que envidiarle a Cela como escritor”. Muy bien, ahora explíquelo un poco.
Una de las cosas que definen la gran literatura es la potencia de los personajes. Como dice I. Gibson, Cela no ha creado personajes memorables, si exceptuamos a Pascual Duarte. Tampoco García Serrano, que yo sepa. Sin embargo hay otros criterios aparte de la fuerza de los personajes.
Creo que Criseida ni siquiera es un nombre. Sólo sirve la raíz para señalar que se habla de la hija de Crises.
Es como si creyéramos que Pelida o Atrida valen por nombres, cuando más bien son un poquito como apellidos. Que el hijo de Peles y que el hijo de Atreo.
Que la potencial esclava sexual sea hija de un sacerdote bien puede prestarse a toda clase de interpretaciones, inválidas.
Había más poemas épicos, pero apenas quedan frases.
A ver si no la estoy cagando, pero la Odisea, por ejemplo, pertenecía a un conjunto de obras sobre los retornos de los héroes.
Como en las tragedias, los antiguos hicieron lo posible por mantener lo mejor y los bizantinos llevan buena parte del mérito.
Ahora pueden preguntarse: ¿por qué los bizantinos, que tenían mejor catálogo que los propios renacentistas, no pudieron llevar adelante un despliegue espiritual potente?
¿Sería la pasta?
Los bizantinos ya no tenían acceso a los poemas épicos más antiguos.
Los alejandrinos tal vez sí.
Estos heredaron casi todo y no hicieron mucho.
Tienen al tipo que era como un Voltaire.
Pero también hicieron los primeros intentos de álgebra y así.
Cipriano Mera, el militante intachable
Los anarquistas no produjeron muchos militares “del pueblo”, en gran medida por su antimilitarismo de principio y su aversión a la disciplina si no era “autoimpuesta”. Luego, las derrotas hicieron mirar a muchos como absurdas o caprichosas tales posturas,, al menos en casos como el de entonces. Uno de los que antes lo vio así fue Cipriano Mera, que supo imponer en su columna primero y luego en su división y en el IV cuerpo de ejército una disciplina suficiente, aunque no tan férrea como en las unidades comunistas, y logró una eficiencia militar considerable.
El caso de Mera tiene especial interés. Salido de los ambientes más míseros de Madrid, empezó a trabajar de albañil siendo prácticamente un niño, aprendió a leer y escribir a los 23 años y reveló notables dotes líder junto con una moralidad austera y consecuente con su la ideología anarcosindicalista. Luchando, como los suyos, contra la república, participó en la insurrección de diciembre de 1933 con la que la CNT saludó la victoria electoral de la derecha. Pasó un tiempo en prisión y tras las elecciones “del frente popular”, fue uno de los dirigentes de la gran huelga de la construcción que paralizó gran parte de la vida económica de Madrid, y en la cual se produjeron incidentes violentos y asesinatos entre la CNT y la UGT socialista.
Cuando el golpe de Mola en julio del 36, Mera se hallaba en la cárcel por ssu actividad huelguística, pero salió enseguida y participó en el aplastamiento de los sublevados en la capital, parece que en el asalto al Cuartel de la Montaña, donde los revolucionarios hicieron una matanza de prisioneros. Luego dirigió una de las columnas que contuvieron a los rebeldes en la sierra y ocuparon Alcalá de Henares, Guadalajara y Cuenca. No sabemos qué opinaría de la inclusión de la CNT en el gobierno de Largo Caballero en noviembre del 36, pero en aquel mes se produjo la primera batalla de Madrid y la columna de Mera fue de las que luchó con más eficacia contra las tropas de Franco, y posteriormente en la batalla de Guadalajara. Su innata destreza táctica le dio gran prestigio, y tras algunos cursos de adaptación sería nombrado teniente coronel y encargado del IV cuerpo de ejército acantonado en el noreste de Madrid. Ya no tuvo ocasión de participar en acciones bélicas de importancia, dado que el frente de Madrid permaneció poco activo hasta casi el final de la guerra.
Y fue entonces cuando Mera volvió a descollar, esta vez para dar fin a una contienda de hecho perdida hacía mucho tiempo. Madrid estaba protegida por cuatro cuerpos de ejército, tres de ellos en manos de los comunistas, por lo que el intento encabezado por el coronel Casado contra Negrín no podría lógicamente imponerse. Pero se impuso porque sorprendentemente, solo una fracción de los comunistas se movilizó (su “mayor error”, dirían más tarde sus jefes) , y porque Mera, en cambio, bajó a Madrid resolviendo el conflicto, que ensangrentó la capital por unos días.
Terminada la lucha, Mera marchó a Argelia, donde hubo de soportar pésimas condiciones en un campo de trabajo forzado. Mediante el SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados (o de Republicanos) Españoles) Negrín ayudaba a los jefes de los exiliados con dinero que Mera consideraba robado, y respondió a una oferta de ayuda: “Rechazo por adelantado cualquier privilegio personal, pues no me lo admite mi dignidad (…) Estáis manejando un tesoro que no os pertenece y del que tendréis que rendir cuentas (…) ¡No lo olvidéis” Pero el aviso quedó olvidado para siempre. Otro que se negó a recibir tales ayudas, prefiriendo la pobreza, fue el ex presidente de la república Niceto Alcalá-Zamora, por otra parte responsable principal de las elecciones de 1936 que precipitaron la guerra.
Entregado a España en 1942, respondió a un comisario le preguntó cómo siendo albañil había llegado a teniente coronel: “Un hombre puede nacer con cualidades innatas para ser militar o artista, pero las exigencias sociales le obligan a ser albañil o zapatero (…) Además, los albañiles solemos tener una rara intuición, tal vez estimulada por la índole de nuestro trabajo, que puede servir para ejercer con destreza otras profesiones”. Condenado a muerte, “los camaradas comunistas” lo celebraron “organizando una chocolatada en la prisión de Porlier. Por lo visto ansiaban mi ejecución con el mismo ahínco que los franquistas del Tribunal Militar”. Para decepción de sus camaradas, la sentencia le fue conmutada a prisión perpetua, pese a haberse negado él a pedirlo. Y a los cuatro años quedó libre, en 1946. Luego marchó a Francia donde vivió de su trabajo como albañil hasta su muerte en 1975, poco antes de la de Franco, con 78 años Había tenido dos hijos con su compañera Teresa Gómez. Ha quedado como un gran referente moral para los anarquistas y un traidor para los comunistas y partidarios de Negrín en general
Por los días de la batalla de Madrid, noviembre-diciembre de 1936, hubo un momento en que las tropas franquistas estuvieron a punto de infiltrarse hacia el centro de la ciudad por el paseo de Rosales. Cundió un movimiento de pánico, pero el ataque fue rápidamente contenido, y en realidad la ofensiva tomó rumbo a la cercana Ciudad Universitaria, que tan famosa había de hacerse en aquella pugna. Para calmar los rumores hablaron por la radio Margarita Nelken y Federica Montseny. La primera declaró: “Hace un rato la ministra de Sanidad, camarada Federica Montseny, os decía que había recorrido los parapetos de todos los frentes cercanos, y cuál era el espíritu magnífico de los combatientes. Yo he tenido la satisfacción de acompañarla y vengo a daros mi palabra de militante socialistas de que Madrid está magníficamente defendida. Si hubiera moros tan cerca, ¿cómo íbamos nosotras a estar hablando desde aquí? Podéis estar tranquilos, antifascistas del mundo entero…”. Federica clamó: “Se ha dicho que algunos grupos de regulares habían conseguido llegar hasta el paseo de Rosales. Esto es tan monstruoso y de una responsabilidad tan manifiesta que el Gobierno de la República y la Junta de Defensa de Madrid tomarán las medidas pertinentes para evitar que un caso así se repita, pasando inmediatamente por las armas a quien haga correr esas noticias”.
Ese día faltó la Pasionaria. Montseny, con un poco de mala intención, señala en sus memorias haber estado con la Nelken en Madrid en aquellos días cruciales, mientras que “a la Pasionaria, que tanto se distinguió en los primeros días de la guerra con su famoso No pasarán y sus desfiles al frente de manifestaciones de mujeres, no la vimos en los días de noviembre y diciembre. Sin duda el partido la necesitaba para otros menesteres en otros lugares”. Y así parece haber sido, pues la líder comunista habla de la batalla de Madrid, en sus memorias, de forma muy incorrecta en general.
Las tres mujeres fueron, con mucho, las más destacadas en las izquierdas, muy revolucionarias las tres, las tres muy beligerantes, las tres objeto de una intensa exaltación y a veces veneración propagandística, siéndoles conferidos sus nombres a diversas columnas milicianas y batallones. Su aura perdura hasta hoy, cuando han sido bautizados con sus nombres centros de enseñanza, calles y los más diversos locales e instituciones.
No obstante, la extraordinaria potencia y habilidad de la propaganda comunista hizo de La Pasionaria la número uno, a considerable distancia de las demás, tanto en España como fuera. García Oliver, que, como veremos, habla con verdadero resentimiento de Montseny, trata a esta de falsa anarquista y la acusa de haber orillado a otras militantes mejores que ella: “Se consideraba ya la mujer de más renombre de España. La diputada Victoria Kent no le causaba ninguna inquietud porque se la tragó su puesto de directora de Prisiones. Otra cosa era la diputada Margarita Nelken. Entre ella y Federica había una competencia entre dos mujeres de la clase media. Fueron los comunistas los que les dieron el golpe mortal. Ellos acabaron con el endeble prestigio revolucionario de estas dos genuinas representantes de la clase media burguesa. Después del octubre asturiano, surgió una mujer y un nombre. La mujer, de familia de mineros, joven aún, vestida casi siempre de negro, sin ostentación y con ropas de corte sencillo, de facciones casi helénicas, el pelo negro recogido sobre la nuca y de cutis de blancura marmórea. Belleza y sencillez. Y un apodo de melodrama barato, La Pasionaria. Aupada por el aparato comunista de propaganda, pronto fue famosa en todo el mundo. Los anarcosindicalistas sufrimos un fuerte quebranto con la aparición de La Pasionaria. Este era el secreto del maniobreo de Federica Montseny con la columna “Tierra y Libertad”. Federica había perdido la gran oportunidad de acabar con el prestigio artificial de La Pasionaria. Su oportunidad la tuvo los días 18, 19 y 20 de julio. Si Federica hubiese estado con el grupo “Nosotros” en el corte del Paralelo, hubiese desfilado fusil en mano por la ronda de San Pablo, hubiese sido única. Durante esos días no se supo de Federica Montseny. No apareció por la Organización. No habló por la radio como lo estuvo haciendo La Pasionaria…”
Ibárruti vivía por entonces en la cumbre de su popularidad. Dueña de una voz potente y bien timbrada, se distinguió por sus discursos y acción agitativa: “Nos dice el heroico pueblo soviético y nos dicen sus mujeres: ¡Hermanos españoles, estamos con vosotros! Gracias a esa solidaridad nos sentimos más seguros y podemos decirle al enemigo que ¡no pasará!”. Una solidaridad bien pagada, pues para entonces lo principal de las reservas españolas de oro se hallaba ya en Moscú. O “El hecho de que haya tantas mujeres en este mitin nos permite, sin temor a equivocarnos, proclamar con orgullo que no se ha extinguido la tradición heroica de las mujeres españoles. Y por ello nos sentimos profundamente orgullosos y seguros de la victoria. Porque una causa que defienden las mujeres y las madres será siempre una lucha victoriosa”. O arengaba a los defensores de Madrid: “Arrojad al enemigo, haciendo que sus cuerpos sirvan de estiércol que abone las tierras de nuestros campesinos”.
Pero su discurso más célebres fue su fogosa proclama de radio al comenzar el levantamiento derechista, llamando a defender la libertad, la democracia, etc., y poniendo en boga la famosa consigna “No pasarán”, versión española de otra francesa durante la Primera Guerra Mundial, y que la izquierda venía repitiendo en España desde la victoria electoral derechista de noviembre de 1933; consigna que, en definitiva, no iba a resultar de buen agüero.
Otro de sus discursos que iba a defenderse por todo el mundo fue el pronunciado el 8 de noviembre en el Velódromo de París, para pedir ayuda internacional. Allí dio curso a la sugestiva frase “más vale morir de pie que vivir de rodillas”, al parecer original del líder mejicano Emiliano Zapata, o a un viejo refrán castellano, en otras versiones.
Hizo entonces, además, una serie de afirmaciones que se han convertido en tópicos en diversos medios, y que mucha gente, incluso historiadores, han llegado a tomar por hechos: “La sublevación del Ejército ha dejado al Gobierno republicano sin los más elementales medios de defensa”. “Sin ninguna vacilación, unidos en el mismo sentimiento y con la misma decisión de cerrar el paso al fascismo y defender la República y la democracia, comunistas, socialistas, republicanos, anarcosindicalistas y nacionalistas vascos nos lanzamos a la lucha dispuestos a toda clase de sacrificios”.”Defendemos la causa de la libertad y de la paz”.
La realidad era que no se había sublevado “el ejército”, sino una parte de él, y que al lado del Frente Popular había quedado la abrumadora mayoría de la aviación y la armada, casi la mitad del ejército de tierra, la mayor parte de las fuerzas de seguridad, todas las reservas financieras y casi toda la industria. Y que si, pese a todo ello, los rebeldes de derecha habían logrado superar una situación inicial de práctico fracaso, se debía en buena medida a que “comunistas, socialistas, republicanos, anarcosindicalistas y nacionalistas vascos” distaban de actuar “con el mismo sentimiento y la misma decisión”, y terminarían matándose entre ellos. En cuanto a la libertad y la paz, casi todos ellos habían sido autores de diversas y sangrientas rebeliones contra la legalidad republicana a la que de repente se mostraban tan adeptos. Por lo demás, pretender que la libertad y la democracia eran defendidas por comunistas, etc., ayudados por la solidaridad de Stalin, es tan absurdo y estúpido que no merece otro comentario que el de asombro ante la eficacia de la propaganda comunista para negar la realidad más evidente y convencer a millones de personas, sin duda con el sentido crítico algo atrofiado.
Por los días de la batalla de Madrid, noviembre-diciembre de 1936, hubo un momento en que las tropas franquistas estuvieron a punto de infiltrarse hacia el centro de la ciudad por el paseo de Rosales. Cundió un movimiento de pánico, pero el ataque fue rápidamente contenido, y en realidad la ofensiva tomó rumbo a la cercana Ciudad Universitaria, que tan famosa había de hacerse en aquella pugna. Para calmar los rumores hablaron por la radio Margarita Nelken y Federica Montseny. La primera declaró: “Hace un rato la ministra de Sanidad, camarada Federica Montseny, os decía que había recorrido los parapetos de todos los frentes cercanos, y cuál era el espíritu magnífico de los combatientes. Yo he tenido la satisfacción de acompañarla y vengo a daros mi palabra de militante socialistas de que Madrid está magníficamente defendida. Si hubiera moros tan cerca, ¿cómo íbamos nosotras a estar hablando desde aquí? Podéis estar tranquilos, antifascistas del mundo entero…”. Federica clamó: “Se ha dicho que algunos grupos de regulares habían conseguido llegar hasta el paseo de Rosales. Esto es tan monstruoso y de una responsabilidad tan manifiesta que el Gobierno de la República y la Junta de Defensa de Madrid tomarán las medidas pertinentes para evitar que un caso así se repita, pasando inmediatamente por las armas a quien haga correr esas noticias”.
Ese día faltó la Pasionaria. Montseny, con un poco de mala intención, señala en sus memorias haber estado con la Nelken en Madrid en aquellos días cruciales, mientras que “a la Pasionaria, que tanto se distinguió en los primeros días de la guerra con su famoso No pasarán y sus desfiles al frente de manifestaciones de mujeres, no la vimos en los días de noviembre y diciembre. Sin duda el partido la necesitaba para otros menesteres en otros lugares”. Y así parece haber sido, pues la líder comunista habla de la batalla de Madrid, en sus memorias, de forma muy incorrecta en general.
Las tres mujeres fueron, con mucho, las más destacadas en las izquierdas, muy revolucionarias las tres, las tres muy beligerantes, las tres objeto de una intensa exaltación y a veces veneración propagandística, siéndoles conferidos sus nombres a diversas columnas milicianas y batallones. Su aura perdura hasta hoy, cuando han sido bautizados con sus nombres centros de enseñanza, calles y los más diversos locales e instituciones.
No obstante, la extraordinaria potencia y habilidad de la propaganda comunista hizo de La Pasionaria la número uno, a considerable distancia de las demás, tanto en España como fuera. García Oliver, que, como veremos, habla con verdadero resentimiento de Montseny, trata a esta de falsa anarquista y la acusa de haber orillado a otras militantes mejores que ella: “Se consideraba ya la mujer de más renombre de España. La diputada Victoria Kent no le causaba ninguna inquietud porque se la tragó su puesto de directora de Prisiones. Otra cosa era la diputada Margarita Nelken. Entre ella y Federica había una competencia entre dos mujeres de la clase media. Fueron los comunistas los que les dieron el golpe mortal. Ellos acabaron con el endeble prestigio revolucionario de estas dos genuinas representantes de la clase media burguesa. Después del octubre asturiano, surgió una mujer y un nombre. La mujer, de familia de mineros, joven aún, vestida casi siempre de negro, sin ostentación y con ropas de corte sencillo, de facciones casi helénicas, el pelo negro recogido sobre la nuca y de cutis de blancura marmórea. Belleza y sencillez. Y un apodo de melodrama barato, La Pasionaria. Aupada por el aparato comunista de propaganda, pronto fue famosa en todo el mundo. Los anarcosindicalistas sufrimos un fuerte quebranto con la aparición de La Pasionaria. Este era el secreto del maniobreo de Federica Montseny con la columna “Tierra y Libertad”. Federica había perdido la gran oportunidad de acabar con el prestigio artificial de La Pasionaria. Su oportunidad la tuvo los días 18, 19 y 20 de julio. Si Federica hubiese estado con el grupo “Nosotros” en el corte del Paralelo, hubiese desfilado fusil en mano por la ronda de San Pablo, hubiese sido única. Durante esos días no se supo de Federica Montseny. No apareció por la Organización. No habló por la radio como lo estuvo haciendo La Pasionaria…”
Ibárruti vivía por entonces en la cumbre de su popularidad. Dueña de una voz potente y bien timbrada, se distinguió por sus discursos y acción agitativa: “Nos dice el heroico pueblo soviético y nos dicen sus mujeres: ¡Hermanos españoles, estamos con vosotros! Gracias a esa solidaridad nos sentimos más seguros y podemos decirle al enemigo que ¡no pasará!”. Una solidaridad bien pagada, pues para entonces lo principal de las reservas españolas de oro se hallaba ya en Moscú. O “El hecho de que haya tantas mujeres en este mitin nos permite, sin temor a equivocarnos, proclamar con orgullo que no se ha extinguido la tradición heroica de las mujeres españoles. Y por ello nos sentimos profundamente orgullosos y seguros de la victoria. Porque una causa que defienden las mujeres y las madres será siempre una lucha victoriosa”. O arengaba a los defensores de Madrid: “Arrojad al enemigo, haciendo que sus cuerpos sirvan de estiércol que abone las tierras de nuestros campesinos”.
Pero su discurso más célebres fue su fogosa proclama de radio al comenzar el levantamiento derechista, llamando a defender la libertad, la democracia, etc., y poniendo en boga la famosa consigna “No pasarán”, versión española de otra francesa durante la Primera Guerra Mundial, y que la izquierda venía repitiendo en España desde la victoria electoral derechista de noviembre de 1933; consigna que, en definitiva, no iba a resultar de buen agüero.
Otro de sus discursos que iba a defenderse por todo el mundo fue el pronunciado el 8 de noviembre en el Velódromo de París, para pedir ayuda internacional. Allí dio curso a la sugestiva frase “más vale morir de pie que vivir de rodillas”, al parecer original del líder mejicano Emiliano Zapata, o a un viejo refrán castellano, en otras versiones.
Hizo entonces, además, una serie de afirmaciones que se han convertido en tópicos en diversos medios, y que mucha gente, incluso historiadores, han llegado a tomar por hechos: “La sublevación del Ejército ha dejado al Gobierno republicano sin los más elementales medios de defensa”. “Sin ninguna vacilación, unidos en el mismo sentimiento y con la misma decisión de cerrar el paso al fascismo y defender la República y la democracia, comunistas, socialistas, republicanos, anarcosindicalistas y nacionalistas vascos nos lanzamos a la lucha dispuestos a toda clase de sacrificios”.”Defendemos la causa de la libertad y de la paz”.
La realidad era que no se había sublevado “el ejército”, sino una parte de él, y que al lado del Frente Popular había quedado la abrumadora mayoría de la aviación y la armada, casi la mitad del ejército de tierra, la mayor parte de las fuerzas de seguridad, todas las reservas financieras y casi toda la industria. Y que si, pese a todo ello, los rebeldes de derecha habían logrado superar una situación inicial de práctico fracaso, se debía en buena medida a que “comunistas, socialistas, republicanos, anarcosindicalistas y nacionalistas vascos” distaban de actuar “con el mismo sentimiento y la misma decisión”, y terminarían matándose entre ellos. En cuanto a la libertad y la paz, casi todos ellos habían sido autores de diversas y sangrientas rebeliones contra la legalidad republicana a la que de repente se mostraban tan adeptos. Por lo demás, pretender que la libertad y la democracia eran defendidas por comunistas, etc., ayudados por la solidaridad de Stalin, es tan absurdo y estúpido que no merece otro comentario que el de asombro ante la eficacia de la propaganda comunista para negar la realidad más evidente y convencer a millones de personas, sin duda con el sentido crítico algo atrofiado.
La estrategia de Negrín, desde la pérdida del norte cantábrico, se fundó en la esperanza de la guerra europea entre Alemania y las democracias. Así lo esperó hasta el último momento, sin percatarse de que ya la situación había cambiado radicalmente: Stalin había dado por perdida la baza española buscaba el acuerdo con Hitler. En aquellas circunstancias un régimen español inevitablemente revolucionario y ligado a la URSS, no solo habría encontrado escasa comprensión de Londres y París, sino que se habría descompuesto violentamente.
El planteamiento correcto de la cuestión tendría que ser el contrario: puesto que Stalin satelizó realmente al Frente Popular, ¿puede sostenerse que se limitaba a utilizar a España de peón para atraerse a Francia y Alemania?
No sé si al final comete Moa un lapsus, mencionando a Alemania en vez de a Gran Bretaña.
Yo creo que Stalin buscaba utilizar la guerra de España como cebo para que Alemania e Italia por un lado, e Inglaterra y Francia por el otro, terminaran enfrentándose. Para él era vital, porque si la prevista nueva guerra imperialista se desarrollaba así, él quedaría como árbitro y máximo beneficiario, y la revolución podría extenderse por toda Europa. Pero si empezaba entre Alemania y la URSS, el sistema soviético podría quedar destruido o en todo caso las beneficiarias serían las democracias. Al no conseguir la intervención de las democracias en España, abandonó esa estrategia, después de la derrota del Ebro, para entenderse directamente con Hitler, y la guerra empezó como él deseaba. Lo ideal para él sería que los alemanes y los anglofranceses se desangrasen como en la I Guerra Mundial, pero la rapidez con que fue vencida Francia y reducida a la impotencia –con respecto al continente– Inglaterra, terminó permitiendo a Alemania atacar a Rusia, que era su objetivo principal en la guerra. De modo que el pacto Hitler Stalin se convirtió en la alianza Stalin-Churchill-Roosevelt.
Nuevo hilo
No hace falta explicar por qué García Serrano fue (es) un gran escritor. Basta con leerle.
No se debe poner la palabra “etcétera” después de un solo elemento. Tiene que haber por lo menos dos. No es correcto decir “comunistas, etc.”, sino “comunistas, socialistas, etc.”.