Miseria del separatismo catalán / Jayam

El artículo de Linde sobre Gaziel es muy interesante en cuanto expone  ciertas opiniones del sujeto sobre Churchill y la guerra mundial, no muy compartidas hoy, y más aún por sus opiniones sobre España en general y Cataluña en particular, actualmente muy divulgadas, con más o menos matices entre las élites o antiélites culturales y políticas españolas.  En cuanto a  Churchill,  no solo habría sido el gran traidor responsable de la supervivencia del régimen de Franco  (como Varela Ortega y compañía, cree que la actitud y actividad de Franco fue un dato irrelevante al efecto),  sino también de la II Guerra Mundial al “encender toda Europa y todo el mundo a sangre y fuego porque Hitler estaba haciéndole, con violencia, un pequeño recorte a Polonia en 1939″. No deja de ser una interpretación de lo más llamativa, que aquí basta con exponer.

Y Gaziel lo era, si bien moderado exclusivamente por la impresión de que la secesión era imposible: «Según el sentido que Castilla le ha dado a España y ha impuesto a todos los pueblos peninsulares, con la sola excepción de Portugal, los catalanes no son españoles». Estamos aquí ante el mito de la España castellana, expuesto a su vez por Ortega en una de sus frases vacuas: “Castilla hizo a España y la deshizo”. Empeorada si cabe por Sánchez Albornoz: “Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla”. Como salta a la vista de quien quiera alejarse de tales fraseomaquias, ni Castilla hizo a España ni la deshizo,  ni fue a su vez deshecha. Basta echar un vistazo  desprejuiciado a la Reconquista y su precedente el reino de Toledo. Solo en una fase bastante avanzada de la Reconquista, Castilla, después de obstaculizar la unidad,  se convirtió en hegemónica política, económica  y culturalmente, amplió su ámbito hacia el sur  y se hizo común su lengua (también en Cataluña cuya cultura expresada en el español común es más importante que la expresada en la lengua regional), a la que han contribuido todas las regiones y posteriormente América. En cambio perdió importancia económica en el siglo XVIII.

Pero es muy importante entender la rupestre mitología en que se basa el separatismo catalán, fundamentalmente construido sobre dos mitos en los que coincide totalmente con Ortega y los regeneracionistas: España no es Europa, tiene una historia y cultura “anormales”, “enfermas”. Solo difiere en una cosa: Cataluña, sin embargo, sí es “europea”. Estas ideas están implícitas o explícitas  no solo en los separatismos, sino  también en las élites culturales y políticas españolas (Varela Ortega, al que venimos tratando, es otro ejemplo)  y explican las derivas sufridas por el país desde la transición. Ni la idea de España ni la idea de Europa tienen en estas corrientes otro valor que el de mitos imaginativos y singularmente toscos. Y revelan de paso también uno de los fenómenos más demostrativos de la decadencia cultural de España –a pesar de la “edad de plata”– es la escasez, cuando no nulidad para afrontar intelectualmente fenómenos del calado de  los separatismos.

La guerra civil de España en 1936, la provocaron, de un lado, la ineptitud gubernamental de las izquierdas españolas, mediatizadas progresivamente por el anarquismo social y el filosovietismo político; y, de otro lado, la obtusa cerrazón de las derechas, ceñudamente reaccionarias ante el régimen republicano, que prefirieron el riesgo de destruirlo al esfuerzo de atemperarlo [...]. La primera de estas inepcias inyectó en España un fermento convulsivo y catastrófico; y la segunda proyectó sobre el país la sombra maligna de Hitler y de Mussolini. Y, una vez estallada la lucha civil –más por iniciativa de la reacción que por ganas de la revolución [la cursiva es mía]»9, acusa a «las derechas» de haber iniciado el camino hacia el desastre por su ceguera antirrepublicana, que empezó a ser patente cuando la República tenía sólo semanas de vida, con el pretexto, dice, de «unas pocas quemas de conventos [la cursiva es mía]»

«Sólo quedan las terribles castas ancestrales: la milicia y la clerecía, institucionalmente hermanadas (incluso cuando parecen reñidas), forman una piña fortísima, con una mentalidad cuartelaría y seminarista, refinada por toda clase de “rasgos” autoritarios, negocios fabulosos e intereses creados [...] son todavía las castas medievales hispánicas, nunca muertas del todo, revigorizadas ahora, en pleno siglo xx, gracias a los vientos totalitarios [...] que hace algunos años surgieron en Italia y Alemania. Lo curioso del caso, sin embargo, es que, vencidos y aniquilados en toda Europa, la copia grosera que hicieron las castas españolas sigue perdurando en España. Para ellas no ha habido justicia, ni tribunal de Núremberg. Y así continúan, más soberbias que nunca, convencidas de que tiene que estallar universalmente un nuevo y todavía más grande cataclismo bélico [...] que barrerá el Renacimiento, la Reforma, la Revolución Francesa, todo lo que ha hecho Europa que ellas no pueden soportar. Con la esperanza de dejar encima de sus ruinas un nuevo imperio teocrático y militar hispánico, como el de Felipe II [la cursiva es mía] [...]. El pueblo español vive condenado a escuchar exclusivamente a los oráculos oficiales que son la voz de su amo, igual que pasaba en Italia y Alemania en tiempos de Mussolini y Hitler, igual que sigue pasando en la Rusia de Stalin»18.

Que el actual régimen español se aferra como a una tabla de salvación a la necesidad de emprender una tercera guerra mundial contra el comunismo se entiende perfectamente. Nacido de la guerra y de la antidemocracia, es un régimen que si se mantiene la paz y la democracia estará perdido más pronto o más tarde»20.

la España de Franco es la mayor y más fuerte reacción, jamás vista, contra las bases o fundamentos de la Europa moderna –contra la Reforma religiosa, contra la Revolución francesa, contra todo liberalismo, contra el sufragio popular, contra la libertad individual y la soberanía colectiva, contra todas las abominaciones que ellos dicen anticristianas– no son pamplinas [...] sino realidades enormes, tan anacrónicas y tan monstruosas como se quiera, pero pétreas»22.

España es esencialmente antieuropea, hablando políticamente. Europa es un concepto [...] que, arrancando de Grecia y de Roma, comenzó a plasmarse en su forma actual con el Renacimiento, se expandió con la Reforma y acabó de concretarse con las revoluciones democráticas y liberalizadoras de Inglaterra y Francia. España –que ya durante lo que llamamos Edad Media estuvo un poco separada, fue una rueda excéntrica del engranaje de la cristiandad– siempre ha combatido en los tiempos modernos contra los principios fundamentales de Europa: racionalismo, ciencia, técnica, libertad de pensamiento, libertad política [...] si Europa sigue existiendo y prosperando, tarde o temprano la España tradicional –la misma hoy que en tiempos de Recaredo [la cursiva es mía]– volverá a quedarse al margen de lo que continuará siendo esencialmente europeo»23.

La Historia de España podría resumirse diciendo que es la historia de una familia pobre, numerosa y malavenida, con más carácter primario en sus diversos componentes que espíritu colectivo. Y que esta familia, sumergida durante largos siglos en ásperas luchas intestinas, encerrada en su redil y aislada prácticamente del resto del mundo, recibió de repente el Gordo de Navidad (descubrimiento fortuito de América), y poco después un casamiento no planeado, también fruto del azar (el de Juana la Loca y Felipe el Hermoso), la llevaron a verse comprometida en los más grandes problemas e intereses de la tierra [la cursiva es mía] [...]. Naturalmente, falta de preparación, España sólo, pudo hacer frente a tan enormes, no deseadas y desproporcionadas empresas con el impulso primario de sus hijos, una fuerza vital puramente biológica, sostenida por los tesoros del Eldorado. De aquí que la inmerecida y rápida grandeza de España comenzase a declinar fatalmente inmediatamente después de haber eclosionado [...]. Menos de un siglo después de constituido aquel inmenso imperio ya estaba hecho jirones por todas partes [...]. Pero el sueño imperial [...] dejó en el alma española un complejo morboso, del cual todavía no ha podido curarse, ni es probable que se cure. Desde Felipe II a nuestros días, cuando no dormita [...] o no vuelve a destrozarse en luchas fratricidas, España vive soñando que va a volver a tocarle el Gordo»24.

España, tal y como Castilla la ha hecho y la ha orientado a lo largo de varios siglos, es «radicalmente incompatible» con una República democrática, tan incompatibles como lo son la Monarquía absoluta española y una Cataluña libre. Por eso –pensaba Gaziel en 1936– España no pararía hasta hacer caer a la República, es decir, al régimen democrático. Los caminos de España y Cataluña tienen que separarse, porque sus intereses y objetivos son distintos y, en algunos sentidos, opuestos. Después, sorprendentemente, Gaziel acreditaba la implantación de la Segunda República y su supervivencia después del 18 de julio a los catalanes, a «Cataluña». Escribe a Companys: «Lo dramático de nuestros días para nosotros, los catalanes, es esto: ¿durará la República lo suficiente en España para permitirnos hacer frente a su inevitable caída? ¿Tendremos tiempo de reforzarnos y organizarnos antes de que se hunda, y de hacerlo suficientemente para que, cuando venga el inevitable derrumbamiento, no se derrumben también nuestras libertades? [...] Lo único que detiene el golpe de Estado y la reacción antidemocrática y anticatalana es la incógnita de Cataluña, el miedo a su actitud [...]. Ahora que Cataluña tiene un gobierno propio, produce espanto un alzamiento en nuestra tierra, una rebelión cruenta, una vuelta a una posible –pero apenas probable– guerra de sucesión»27.

«Cataluña podría sentirse plenamente española en una España que se pareciese a Suiza: trabajadora, menestral, burguesa, ordenada, pacífica, casera y de composición política federativa. Pero una España semejante, que no ha existido nunca, sería para los verdaderos españoles –los castellanos y los castellanizados– todavía más absurda y más incompatible con ellos de lo que la España actual lo es para los catalanes. Y como Cataluña no ha tenido, ni es probable que tenga nunca, fuerza suficiente para darle la vuelta a este estado de cosas, a esta realidad granítica, de ahí viene la tragedia

 

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