En el otoño de 1940 morían, en circunstancias muy diversas, cuatro representantes emblemáticos de la república y el Frente Popular: Besteiro, Companys, Zugazagoitia y Azaña. En ellos se encerraba gran parte de la historia del país entre 1931 y 1940. 180 – La muerte de Azaña, Besteiro y Companys | Memoriadores y república – YouTube
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Las elecciones del Frente Popular
He dicho a menudo que el problema de los “memoriadores” no es que vivan en el error, es que viven DEL error, es decir, de la mentira. Una especie de picaresca, de larga tradición por otra parte. Por esa razón tienen que refugiarse en una ley totalitaria de memoria “histórica”, que ponga a salvo sus embustes contra el debate exigido por la honradez intelectual y por la democracia.
Uno de los temas básicos en que han querido asentar los políticos y memoriadores su legitimidad como herederos del Frente Popular, consiste en afirmar que este ganó unas elecciones democráticas en febrero de 1936. Hace muchos años demostré –y para ello solo hacía falta citar a Azaña y a Alcalá-Zamora, aparte de muchas otras evidencias– que las elecciones no fueron normales, es decir, democráticas. Más recientemente los historiadores Tardío y Villa demostraron que hubo fraudes concretos en dichas elecciones (lo han hecho casi pidiendo excusas por su atrevimiento y poniéndose arrogantes conmigo por haberme adelantado en la cuestión decisiva). Lo he explicado de este modo: las elecciones no fueron democráticas, por lo que probablemente fueron también fraudulentas. Villa y Tardío han demostrado los fraudes, o parte de ellos, lo cual es muy importante, aunque no lo más importante. Por eso algunos memoriadores como Moradiellos, Santos Juliá, Calleja y otros, han querido rebatir a Tardío y Villa en ese punto secundario para insistir en que, aun con fraudes o distorsiones menores, el Frente Popular había ganado las elecciones, con lo que los villanos de la historia serían quienes se rebelaron contra él.
Para entender la cuestión: es como si alguien intenta violar a una mujer. Contra lo que piensan los simplones o malintencionados, el delito permanece aunque la víctima logre deshacerse del delincuente y escapar a tiempo. Tardío y Villa han demostrado que los violadores consiguieron su propósito, pero lo primero y esencial es entender que se trataba de violadores.
Resumiré lo que he explicado ya en El derrumbe de la República (2001, Ed. Encuentro) y en mis últimos dos libros sobre el carácter no democrático de aquellas elecciones
a) Las elecciones fueron convocada de forma ilegítima por el dúo (derechista o centrista, como se prefiera) Alcalá-Zamora- Portela. Portela había prorrogado ilegalmente los presupuestos, por lo que iba a ser enjuiciado por la Diputación Permanente de unas Cortes que ellos habían suspendido arbitrariamente, y para escapar a la acusación tuvieron que disolver las Cortes y convocar elecciones. He expuesto el proceso que desde la insurrección del 34 llevó a esta salida, pero aquí basta con señalar el dato.
b) A las elecciones se presentaron una izquierda unida en el Frente Popular, más, de hecho, los separatistas catalanes. Estos partidos se habían sublevado contra la república en octubre de 1934, con un programa de guerra civil. El Frente popular se proponía “republicanizar” el estado, es decir, depurarlo y transformarlo de modo que la derecha no pudiera gobernar ya más. En su lenguaje pervertido, “republicanizar” consistía en abolir la democracia o lo que quedaba de democracia en la república del 31.
c ) La propaganda del Frente popular fue desde el primer momento de una virulencia calumniadora y un odio realmente feroz, acompañada de violencias físicas, que, junto con el precedente de 1934, presentado como hazaña progresista, no podía presagiar más que lo que efectivamente vino después.
d) La decisión de fraude y violencia quedó bien explícita en las palabras de Largo Caballero y del “moderado” Azaña advirtiendo que de ningún modo admitirían una victoria de la derecha en las urnas. Estos propósitos fueron públicos, demostrando que estaban dispuestos a intentar el golpe y la guerra civil como en 1934.
d) Sobre el transcurso de las elecciones, Azaña confiesa la verdad en carta a su cuñado Rivas-Cherif: “Los gobernadores de Portela huyeron casi todos. Nadie mandaba en ninguna parte y empezaron los motines”. Los gobernadores eran los encargados de velar por el escrutinio, y los motines y algaradas callejera empezaron, efectivamente, apenas se hicieron públicos unos primeros resultados favorables a las izquierdas.
e) El propio Portela huyó literalmente, en un ambiente de inseguridad de los recuentos y de preguerra civil, después de traspasar apresuradamente el poder a Azaña. Las, llamémoslas, irregularidades (violencias e imposiciones) no hicieron más que aumentar en una segunda vuelta, en una “revisión de actas” consistente en el robo de diputados a la derecha y en la repetición de dos elecciones provinciales. El propio Azaña aclaró enseguida que el poder no saldría ya más del Frente Popular.
f) El fraude generalizado concluyó en abril con la expulsión de la presidencia de Alcalá-Zamora, un suceso esperpéntico muy descriptivo de todo el proceso demente del Frente Popular. La izquierda estaba en el poder gracias a que Alcalá-Zamora había disuelto las Cortes unos meses antes, ¡y los mismos beneficiarios de la disolución declaraban que dicha disolución había sido improcedente! Por lo tanto estaban en el poder de modo improcedente. Había en ello cierta justicia poética, pues el derechista Alcalá-Zamora, destituido por sus beneficiarios, había sido el gran destructor del centro derecha y causante de aquellas elecciones nefastas. Las causas las he analizado en mis dos últimos libros.
g) Desde el mismo proceso electoral no cesaron de aumentar las violencia, asesinatos, incendios y arbitrariedades, la independencia judicial quedó abolida y los cuerpos de seguridad fueron infiltrados por delincuentes de izquierda. El asesinato final de Calvo Sotelo por una mezcla de guardias de asalto y milicianos socialistas capitaneados por un guardia civil muestra hasta qué punto la propia policía se había convertido en una terrorista. Pero este es ya otro proceso, aunque paralelo al electoral.
h) Está clara, entonces, la voluntad y manejos del Frente Popular para violar la legalidad republicana y la democracia. Y asimismo que esa voluntad y manejos se vieron coronados por el éxito, y no solo por los fraudes concretos demostrados por Villa y Tardío. Aunque estos, por una rarísima circunstancia, no se hubieran producido, y hubieran ganado sin fraude preciso, el delito era brutal y flagrante.
i) Hay dos equívocos que deben disiparse al analizar estas cuestiones. La izquierda y los separatistas nunca basaron su supuesta legitimidad en aquellas elecciones ni en ningunas otras. La han basado siempre en su presunción de representar “al pueblo” (aunque la mayoría del pueblo no les votara), “a los trabajadores” (aunque les trajeran desempleo, miseria y tiranía, como ocurrió inmediatamente), al “progreso” (aunque fuera hacia el abismo), a la “raza vasca” o “catalana” (aunque solo aportaran violencia y opresión a vascos y catalanes) etc. Esa “legitimidad” farsante y fanática con un fondo de “estupidez y canallería” denunciado por Gregorio Marañón, les hacía sentirse autorizados para sublevarse en guerra civil si ganaba la derecha, o para falsear las elecciones e impulsar el terror una vez ganadas de ese modo.
j) Un segundo equívoco no menos importante: cuando los memoriadores y políticos por el estilo hablan de “democracia”, entienden por ella precisamente lo que aquí he resumido: el liberticidio y el fraude. Se trata de la perversión del lenguaje, que bautiza con palabras biensonantes las peores tropelías. Técnica en que es experto el gobierno actual. Si tenemos esto en cuenta nos evitaremos muchas trampas dialécticas y discusiones inútiles, y la repetición de una historia lúgubre.
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Abrirse a la vida
A) El tema del despertar a la vida o de abrirse a ella en la adolescencia, es de los más sugestivos literariamente O sea, Cuatro perros verdes podrías haberla titulado también como una que recuerdo, La vida sale al encuentro. Nunca la leí, pero se leía mucho cuando yo era joven, sospecho que era algo gazmoña, pero tuvo mucho éxito.
Me suena, sí, hay mucha de esa literatura juvenil, pero no tiene nada que ver con mi novela. Casi toda la literatura juvenil que conozco es un poco tipo Peter Pan, no trata el enfrentamiento con la vida sino que la da por estancada en esa edad, aunque la describa mejor o peor. Sí, es un tema muy sugestivo. Ya os dije que había cometido una ligereza al recomendarla a aquellas chicas como juvenil y optimista. Es juvenil porque trata de esa edad en que se abre la vida, ya dije, pero no es optimista ni pesimista, al menos en mi intención.
C) Ahí está la cosa: ni esa ni la de gritos y golpes la he visto como pesimista. No puede decirse que sean optimistas, tampoco. Realistas, quizá. Es la lucha por una vida que acucia a los chavales pero que no la comprenden.
A) Ni la comprenden, ni la comprendíamos entonces ni la comprendemos luego. Lo que pasa es que nos vamos amoldando a las circunstancias, guardando siempre una insatisfacción con ellas, con la realidad, y nos queda una imagen encantada por aquellas ilusiones. A todos nos pasa algo de eso. La vida es poco comprensible, pero nos empuja. En tus novelas encuentro eso, un impulso vital, creo que la idea es de Bergson, pero no estoy seguro de que se refiera a lo que digo. Sí, impulso vital. Son personajes que aunque quieran dárselas de estar de vuelta de todo, o hastiados, en realidad están llenos de vida, de esa vida que tal vez sea incomprensible, pero que nos acucia, nadie lo puede negar, y que tratamos de entender lo mejor posible, con religión, con comunismo, con existencialismo… Eso es lo que quiero decir. Tú mismo has hablado algo de eso, si no te he entendido mal.
“La victoria final de España le aseguró la posesión de Nápoles, Sicilia y Milán hasta principios del siglo XVIII, y para Italia la seguridad frente al Imperio otomano y el período de paz quizá más largo de su historia desde la caída del Imperio romano hasta nuestros días”.
Esto parece fundamental retenerlo; una Italia segura y en paz, bajo hegemonía española nada tiránica, todo lo contrario, que permitía el desarrollo y esplendor cultural en todas direcciones, durante un siglo y medio largo. España ha dejado en Italia magníficas fortalezas, obras cumbres del Renacimiento financiadas (San Pietro in Montorio), espíritu y acción de la Contrarreforma, influencia literaria de siglos (caballerías, I promessi sposi, El Gatopardo…), pintura, pues también España deslumbró a Italia (el retrato de Inocencio X de Velázquez). Y al revés, una enorme influencia italiana en la cultura española, bien visible en Cervantes o Velázquez, pero que jamás agostó la creatividad española.
Nada que ver, pues, con esa estúpida y fanática visión negrolegendaria que afirma que la mafia o los problemas del meridión italiano son deriva española.
No he leído “I promessi sposi”. Creo que el malo es un español. Pero también es cierto que se considera en la propia Italia un tostón insufrible. Vaya una cosa por la otra.
Si no es por España, a Italia se la comen los turcos o se la reparten con los franceses.
En un episodio de de “El comisario Montalbano”, alguien comenta que en la escuela le obligaron a leer I promessi sposi, como un pestiño. Es antiespañola, pero queda como una gran obra literaria italiana,.. oficialmente.
Las elecciones fueron planteadas en clave de revancha brutal. De ajustar cuentas con los que habían osado defender la legalidad republicana del golpe de 1934. Así planteó las elecciones el Frente Popular. Las elecciones fueron numéricamente empate. En su momento, cuando salió el libro, valoré el hallazgo del voto más a la derecha, como “un descubrimiento colosal.” Hoy me río de la percepción que yo tenía entonces. Sí, como dato curioso, tiene cierto mérito, pero no es ni mucho menos trascendental sobre la visión global, ni siquiera definitivo sobre el hecho curioso particular. Los propios autores vienen a decir que, voto arriba o voto abajo, con el sistema de coaliciones, el Frente Popular habría logrado que ese voto arriba o voto abajo, pesase mucho más que un voto arriba o un voto abajo. Y que tal vez, lo que habría variado si ese voto arriba hubiera sido un voto abajo, habría sido la magnitud de la victoria del Frente Popular, de cara a tener el número de escaños para una reforma constitucional antidemocrática, que iban a hacer de todas formas sí o sí o por las más bravas o por las menos bravas.
Es como demostrar que la violada, no llevaba las bragas verdes, sino moradas. Pero verde o morada, el caso es que fue violada.
Y voto arriba o voto abajo, la legalidad les importaba un carajo.
Es irritante escuchar opiniones de que el estudio de la república debe quedar como una cuestión erudita sin relevancia actual, o que un libro más sobre la república no añade nada a lo ya sabido. Sobre lo primero, hay que estar tan ciego ante la realidad actual como ignorante del pasado. En cuanto a lo segundo, y por asombroso que suene, la inmensa mayoría del material historiográfico sobre la república es de muy poco nivel, aunque aclare tales o cuales detalles. Dada la cantidad de hechos o datos que entran en la historia, es muy fácil que los árboles no dejen ver el bosque, o, en otras palabras, que los detalles nos impidan captar el conjunto y la lógica de los hechos. Son muchos los historiadores, no digamos memoriadores, que llaman “complejidad” a sus propios embrollos interpretativos.
Un ejemplo de cómo se ha perdido a menudo lo esencial al analizar la república. En realidad, la república la trajeron las derechas y la destruyeron las izquierdas y los separatistas. La trajeron Miguel Maura, Alcalá-Zamora y Sanjurjo, para ser precisos, más numerosos intelectuales algo ebrios de retórica, en particular Ortega, Marañón y Pérez de Ayala a quienes no se podría clasificar como izquierdistas, y todo ello con la complicidad pasiva o no tan pasiva de gran parte de los monárquicos, empezando por Romanones. Eso no queda claro casi nunca. Aquella gente no conocía el país en que vivía.
Las izquierdas, desorganizadas y mal avenidas hasta poco antes, incluso colaboradoras de la dictadura de Primo de Rivera, se apropiaron enseguida del régimen por el método de quemar iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza. Porque el gran problema de aquellos atentados terroristas no son tanto los hechos en sí como el que las izquierdas en pleno las atribuyeran, no a bandas de delincuentes, sino “al pueblo”, identificándose así con él. En estos sucesos iniciales se encierra toda la clave y el secreto de lo que fue la república. A partir de ahí las cosas se desarrollaron como ya sabemos. En mi libro he querido destacarlo, porque en casi ninguna historia se explica, ni siquiera se expone, con claridad.
Ello nos lleva a otro problema: el de las desdichadas características generales de las izquierdas y las derechas españolas.
En el otoño de 1940 morían, en circunstancias muy diversas, cuatro representantes emblemáticos de la república y el Frente Popular: Besteiro, Companys, Zugazagoitia y Azaña. En ellos se encerraba gran parte de la historia del país entre 1931 y 1940. 180 – La muerte de Azaña, Besteiro y Companys | Memoriadores y república – YouTube
“I promessi sposi” = “Los novios”.
En Italia está considerada como una de las obras supremas de la literatura y se utilizan frases de ella en diferentes situaciones.
No puedo juzgar “Los novios” porque no la he leído.
A veces me parece que Felipe VI tiene todas las de acabar como Nicolás II. Está la monarquía como presa de pánico y de parálisis y España en medio de todos los fregados del globalismo, como buscando guerras en las que no se nos ha perdido nada.
En una obra artística hallamos al menos tres planos: el estético-moral, el social-histórico y el técnico. Los dos últimos, más concretables, suelen servir al análisis: la técnica artística, en este caso el género (La Celestina tiene algo de novela y de obra teatral, sin ser una ni otra), los recursos literarios, las influencias, etc. El social-histórico la relaciona con la sociedad del momento, con sus conflictos y particularidades, enfoque muy en boga a partir del marxismo; pero el valor real de una obra no depende ante todo de sus habilidades expresivas, pues quedaría en puro artificio, ni de su relación con la sociedad del momento, pues entonces apenas podría ser apreciada o entendida en otra sociedad o época. La valoración esencial de una obra radica en el plano estético-moral, que la sitúa por encima de sus relaciones sociales, de su tiempo y de las habilidades técnicas en su ejecución.
El valor de La Celestina radica en los caracteres, tan individualizados y tratados con aguda penetración; en episodios como las últimas palabras de Melibea a su padre y la desesperación de este, en términos tan conmovedores, aun si para el gusto actual puedan sonar algo retóricos; en la alternancia constante de lo trágico y lo cómico, lo poético y lo vulgar, la parodia y la reflexión moral, el cinismo y la hipocresía; la mezcla de pasión física y nobleza de espíritu lleva a Melibea a apreciar en Calisto cualidades ilusorias, pero no por ello queda la joven por necia. Calisto parece más bien un apuesto zascandil encaprichado y de cierta bajeza (su recurso a Celestina lo define): su muerte, accidental y debida a un error de percepción o quizá a un hastío momentáneo tras satisfacer su deseo con Melibea, carece de tono heroico o romántico, en contraste con el final de su amiga. El propio lenguaje elevado y el soez, que a veces roza la pornografía, sin llegar a chabacano, todo funciona de tal modo que ningún elemento destruye al otro, manteniendo un equilibrio característico.
Salvo Melibea y su familia, los personajes reducen el amor a un ansia egoísta de goce. “Todas las cosas son creadas a manera de contienda o batalla”, explica Rojas en el prólogo, siguiendo a Heráclito; y el amor también es contienda, en la que son comunes las pendencias y engaños, ansias de posesión y abuso de las ilusiones. Celestina lo entiende bien, y sabe defender su causa y supuesta dignidad invocando incluso la religión, como no solo hace ella. Así invierten los valores en una constante ironía grotesca y cómica que construye un mundo al revés, y su farsa y argucia no les librará de una existencia sórdida y una muerte ruin. Se asemeja a la tragedia griega, cuyos héroes explican y justifican racionalmente sus motivos que, sin embargo, les llevan al desastre. Aquí el desastre procede, excepto en Melibea, de la insinceridad esencial de sus discursos. Como llorará Pleberio ante el cadáver de su hija, el mundo se presenta como “un laberinto de errores”.
La literatura extrae de los extremos implicaciones psicológicas y morales en que todos pueden reconocerse, aun si llevan una vida real más calma. Precisamente en este punto resalta la mayor falla de verosimilitud de la Tragicomedia –hasta las obras de ficción más cuidadosas contienen elementos inverosímiles–: Calisto y Melibea pertenecían a la misma clase social, sus familias se conocían y no aparecen obstáculos a que sus amores se encauzasen al matrimonio, como normalmente ocurría, evitándose así la tragedia. Que ella afirme preferir ser “buena amiga que mala casada” no cambia nada en aquel contexto. La interpretación más adecuada seguramente la expone Enrique Baltanás: para Calisto se trata de una conquista parecida a un trofeo de caza, y ella termina dejándose llevar, yaciendo ahí la lógica de toda la historia. O quizá sirva aquí el enigmático, acaso burlón, comentario de Helena en Troya: “Zeus nos dio mala suerte, a fin de que sirvamos a los hombres venideros de tema para sus relatos”.
Rojas presenta su obra en tono convencional, con “muchas sentencias filosofales” para edificación de mancebos, mostrándoles “los engaños que están encerrados en sirvientes y alcahuetas”, o como “reprehensión de los locos enamorados que, vencidos de su desordenado apetito, a sus amigas llaman y dicen ser su dios”. De ahí pudo salir una colección de ejemplos moralistas más o menos tópicos o entretenidos. Pero el libro profundiza mucho más, desde luego. E inaugura con brillantez el que será llamado Siglo de Oro de la cultura hispana, en realidad dos siglos entre finales del XV y finales del XVII.
El éxito de La Celestina fue inmediato y sin igual en la literatura española de esos siglos. Hasta mediados del siglo XVII hubo al menos 109 ediciones en español, 24 en francés, 19 en italiano, cinco en flamenco, dos en alemán, y otras. ¿Cómo pudo ocurrir tal cosa en una sociedad descrita a menudo como rígida y estrecha, máxime estando el libro expuesto a interpretaciones contradictorias? Pues bastantes clérigos y laicos lo tacharon de inmoral, y esa impresión persiste en la crítica de hoy: el texto sería nihilista, materialista o ateoide, ajeno al cristianismo y a la noción de pecado. Todo lo cual, deducen, revelaría una cristianización social muy deficiente o inexistente en amplios ámbitos; o bien los expresaría los verdaderos sentimientos de Rojas. Pero entonces la Inquisición habría incluido la obra en algún índice de libros prohibidos, lo que solo ocurrió a finales del siglo XVIII. Es obvio que la mayoría de sus lectores, aun si sorprendidos o algo escandalizados por la crudeza moral y los agudos discursos justificativos de los personajes, quizá la entendieran como Cervantes: “libro divino si encubriera más lo humano”.
Se ha visto también en la obra un pesimismo moral que caracterizaría la época, pero los hechos de Granada, América o Italia hablan más bien de un sólido optimismo y autoconfianza. Tampoco cabe entenderlo como retrato del autor, que volcaría literariamente un pesimismo y desazón propios, pues, por lo poco que sabemos de su vida, gozó de una existencia bastante plácida y de prestigio social. Lo que no excluye conocimiento del mundo celestinesco –existente en todas las sociedades—, por lo demás de trato habitual en la vida estudiantil. Nacido en Puebla de Montalbán hacia 1474, su posición social era de hidalgo acomodado. Con quince años fue a estudiar a Salamanca, donde recibiría el título de bachiller (licenciado) tras nueve años de duros estudios. Poco más tarde se instaló hasta su muerte en Talavera de la Reina, donde llegó a alcalde. Manifestó fuertes sentimientos religiosos y devoción a la Virgen.
Esta vida tranquila, previsible y próspera, contrasta ciertamente con un nihilismo fácil de encontrar en su obra, contradicción que se ha querido atribuir a su supuesta condición de converso. Solo que no era converso, sino cristiano bastante viejo, de al menos tres generaciones, y, como observe el crítico Peter E. Russell, parecía gozar de prestigio ante la Inquisición.
Como fuere, La Celestina inaugura con singular brillantez el que será llamado Siglo de Oro de la cultura hispana, en realidad dos siglos entre finales del XV y finales del XVII.
Lo escuchaba de pasada y no sé hasta qué punto sea verdad y no me voy a poner a investigar, pero veo que un científico español, o un grupo de científicos españoles, se fueron a China para hacer unos embriones de mono y humano. Eso no se puede hacer en España porque, bueno, en Occidente el rollo de la bioética, que en realidad posee vestigios cristianos, no permite, apoyándose de leyes, andar haciendo tal clase de experimentos de tufo medio nazi. En China, como ya decía, no hay muchos impedimentos morales, y es posible llevar la técnica al límite aquel de “si la técnica lo permite, hay que hacerlo”.
No entiendo cómo funcionen las leyes. No sé si cuando tales científicos regresen a España, que algún día lo harán, acabarían recibiendo el princesa de Asturias o una buena temporada en la cárcel.
Idealmente, se supone que la movida va de hacer posible la recreación de órganos humanos.
La expropiación de los cuerpos ha servido para que mucha gente reciba los órganos que el natural egoísmo humano les negaría, pero tiene mucho de salvajada ante la posibilidad de hacer órganos con una alta compatibilidad con la genética del solicitante. Una desventaja de los órganos expropiados es que obligan a consumir inmunosupresores. Tal vez suceda lo mismo con los órganos de mono-hombre, pero más moderado el rollo de la medicación perpetua.
Tengo entendido que va ganando fuerza la hipótesis de que La Celestina fue atribuida a Rojas pero que en realidad no la escribió este señor. Se supone que la obra, que alguno se sacó del culo, se la iban pasando entre estudiantes de Salamanca y que era considerada una obra muy divertida. Considerando que se imprimía mucho seguro que sí. Considerando el remate, lo mismo. De haber sido una obra divertida sucede que el nihilismo se lo ha puesto el hombre moderno. Como con el Quijote, que los románticos le dieron una interpretación que quizás a Cervantes dejaría pasmado.
En esa obra ya se menciona lo que se supone es una idea muy original de Maquiavelo, aquello de que en la vida se da una mezcla de talento y suerte (virtùs y fortuna). Tal vez se le da más mérito a Maquiavelo, habiendo escrito unas dos décadas después, porque más o menos lo vemos como un filósofo, mientras que La Celestina, bueno, va de cosa literaria, y pesa más un pensador que una especie de novela, muy para gente tirando a erudita, al menos si nos ponemos a recordar que los lectores del señor italiano superan en cientos de veces a los lectores de la obra española.
Le hacía ver esto a un señor en alguna ocasión etílica, lo de la suerte y el talento, pero como es de esos santos varones que consideran que España sólo produce gentes con malos sentimientos, indómitos enemigos del arte de pensar, se limitaba a decir que tal pensamiento ni sería de Maquiavelo ni sería de Rojas, sino que sería un tópico más de la época, no precisamente del renacimiento, sino de esos años que van del fines del siglo XV a principios del siglo XVI (que no por compartir tiempo y espacio con el renacimiento son renacentistas), algo así como cuando hace años ganaban premios películas como Mi pie izquierdo, Perfume de mujer o Forrest Gump. Así pues, La Celestina sólo recoge tópicos de la de época, regados por toda Europa, según los esfuerzos mentales del hombre aquel.
Se supone que La Celestina iba de obra divertida pero medio exclusiva, pues más bien iba dirigida a bachilleres, de ahí que salga la referencia a Heráclito y tal, que seguro aparecía por andar leyendo a Aristóteles, cuando en la Física, o en la Metafísica, no recuerdo ya, se pone a resumir algunas ideas de filósofos anteriores.
Puede pensarse, por ejemplo, que Maquiavelo saca su supuesta idea por haber leído La Celestina, lo cual tiene cierto sentido si consideramos que el señor escribió una obra como La Mandrágora. Y bueno, eso de escribir cosas literarias, bien hechas, depende de haberse leído muchas otras, tantas como sea posible, tan buenas como sea posible.
En fin. La Wikipedia:
La mandrágora es la obra dramática que cuenta la historia de Calímaco, un joven florentino residente en la ciudad de París, quien termina obsesionado de una mujer florentina de cuya belleza ha escuchado pero nunca ha visto en su vida (Lucrezia). La mujer resulta estar casada con un veterano doctor al que todos tomaban por tonto (Nicia) con el que parecía no poder tener hijos. Para lograr su objetivo, el de poder estar con ella, Calímaco se hace con la ayuda de un pícaro charlatán (Ligurio), un criado de su casa muy fiel (Siro), y un fraile que de forma sutil disfraza su hipocresía con su investidura (Fray Timoteo); juntos planean una estratagema que termina involucrando de forma inconsciente al mismo doctor y a la madre de Lucrezia (Sóstrata) para convencer a la muchacha de acceder a un tratamiento exótico, a partir de una pócima hecha de mandrágora, propuesto por un médico recién aparecido que supuestamente venía de París, quien no es otro que Calímaco fingiendo ser un médico.
https://www.youtube.com/watch?v=IrRiVoH3sGQ
La lectura de la Celestina no deja una impresión de pesimismo ni nihilismo, no almenos en mi caso, pese a que todos mueran de mala manera y pese a las palabras finales de Pleberio. Quizás sea justo decir que todos merecen la muerte, y todos la tienen: la Celestina por codiciosa y malvada; Sempronio y Pármeno por asesinos; Calisto por torpe e inútil y Melibea por ciega ante el amor.
Moa apunta las razones que disuelven el pesimismo: el optimismo por los triunfos y conquistas, (“ganada es Granada”, como dice Sempronio), la propia vida universitaria, alegre, jovial, pedante; los goces del sexo y de la juventud (Pármeno tiene la punta de la barriga “como cola de alacrán”); la vida bulliciosa de las prósperas ciudades castellanas de la época, Salamanca, Toledo, Sevilla… Nada de todo esto deja una impresión de pesimismo, sino de exultación. Las palabras finales de Pleberio, el laberino de errores y el valle de lágrimas, no cancelan el resto.
“Como con el Quijote, que los románticos le dieron una interpretación que quizás a Cervantes dejaría pasmado.”
O al revés. Cervantes se quedó pasmado con la interpretación que le dieron al Quijote sus propios contemporáneos, como de obra “divertida”, y hubiera preferido la interpretación romántica, que es a mi juicio la más ajustada, la que ve en Don Quijote a un soñador. Decía Borges que no hay lector sensible que no vea que Cervantes está con el mundo de la fantasía, de los ideales, no de la cruda realidad. Eso no significa que no haya escenas bufas, (o crueles, como decía Nabokov, ¿no era así?) y que uno no pueda reírse.
“Se supone que La Celestina iba de obra divertida pero medio exclusiva, pues más bien iba dirigida a bachilleres”
En esa época había mucha gente que sabía leer y escribir; había colegios y universidades, algunas muy buenas, un intenso patriotismo español y ganas de aprender. En la Celestina hasta los criados hablan como universitarios, a veces pedantes y a veces en un estilo sublime (y sería cierto, por ejemplo, que los criados imitasen a los amos que estudiaban en Salamanca). El público fue amplio, de ahí las muchas ediciones, traducciones y éxito en el tiempo.
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