Invasión del espacio público
Violencia machista
Marx
Como decía, la elaboración económica de Marx, pese a ser esencial para dar valor o apariencia científica a su sistema filosófico materialista, es decir, económico en lo que respecta a la explicación de la historia y del ser humano mismo, no ha tenido tanta influencia como su concepción derivada de las clases y la lucha de clases. Su elaboración económica concreta sobre el capitalismo resulta autocontradictoria y por lo demás no ha sido comprendida por la mayoría de sus seguidores, que ni siquiera se han interesado mayormente en ella. En cambio la división social en clases se presenta como una evidencia, así como su injusticia: ¿no somos todos seres humanos? ¿Por qué tiene que haber diferencias económicas, máxime cuando estas implican la explotación del trabajo de unos por otros que lo parasitan? He aquí un argumento aparente capaz de mover el ánimo de mucha gente. El marxismo proporciona además la esperanza, o más propiamente la seguridad “científica”, de que esa injusticia se va a acabar, y no por inquietudes o indignaciones subjetivas, sino por la propia lógica económica, esto es, humana, pues economía y humanidad vienen a ser sinónimos: es la economía la que da sentido a la acción y la propia vida humana.
Tenemos, pues, dos hechos: la impresión de que la historia es una tremenda, aunque inevitable injusticia, y la esperanza-seguridad científica de que está próxima la igualdad soñada en vano durante milenios.
Es cierto que Marx no habla de injusticia histórica en sentido moral, no parte de concepciones morales, pues considera que estas varían históricamente y en diversas sociedades, sirviendo en general a los intereses de las clases dominantes. Simplemente expone el hecho, si no científico al menos evidente, de que todas las sociedades humanas se dividen en clases, excluyendo la imaginaria comuna primitiva. Sin embargo, esta visión resulta más aterradora por su presunción científica que por su concepción moral: la vida de la humanidad a lo largo de milenios habría sido una pesadilla, una suma de horrores, la inmensa mayoría por estar sujeta al yugo de la explotación, y las ínfimas minorías a sus propios autoengaños ideológicos y vidas parasitarias. Y ello no habría provenido de errores o pecados, sino de una férrea necesidad. Todas las ideas sobre libertad, bondad, belleza, justicia, etc., serían sueños nacidos de la desesperación, o elaboraciones interesadas de los explotadores.
Puede observarse la diferencia con las concepciones anarquistas, cuya base interpretativa de la historia es moralista más que economicista. En ella tiene más importancia la idea de una comuna primitiva destruida a fuerza de innumerables crímenes y violencias por los explotadores arropados por las religiones. Obviamente es una visión más fácilmente rebatible: el individuo es bueno, pero la sociedad (de clases) es mala. Dado que la sociedad se compone de individuos, es difícil entender por qué cada uno es bueno y el conjunto es malo. A pesar de ello, su visión no resulta tan radicalmente desconsoladora o desesperada como la “científica” de Marx.
La visión moralista ácrata deja un enorme, aunque arbitrario, margen a la libertad, concebida como ejercicio de la voluntad frente a la injusticia social, algo que el marxismo declara de entrada inútil. Para el marxismo, la libertad no es otra cosa que la conciencia de la necesidad. De la necesidad dictada por la economía, en definitiva. Aunque el concepto de libertad es de los más evanescentes, podemos acercarnos a él como, precisamente, la tensión entre la voluntad personal y la presión social. La presión social se ejerce de muchas maneras, sin excluir la pura y simple fuerza (policía, jueces…), y en general trata de ser uniforme para evitar la arbitrariedad. Sin embargo la voluntad personal es todo lo contrario de uniforme: no solo cada persona tiene la suya, a menudo en conflicto con la del prójimo, sino que dentro de la misma persona suele haber voluntades que chocan entre sí. El anarquismo sugiere que la voluntad de las personas es uniforme, aspira a librarse de la opresión social. El marxismo opina lo contrario, que la presión social expresa una necesidad ineluctable frente a las ilusiones voluntaristas, tanto en los regímenes de clase como, por lo menos, en el tránsito dictatorial a la sociedad igualitaria.