**Actuar contra el golpismo: Girauta ha expresado la situación con máxima claridad: estamos ante un golpe de estado, y la respuesta debe ser la de Perú: que el presidente vaya a la cárcel. Claro que la cobardía o complicidad de quienes supuestamente tienen que defender la Constitución y la unidad de España se lleva exhibiendo desde hace decenios, y hace que el cumplimiento de la ley parezca imposible. Pero no lo es.
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El Baroja germanófilo y los intelectuales.
Ante la I Guerra Mundial, Baroja fue de los pocos intelectuales que se declararon germanófilos. Lo hizo por la admiración que le producía el hecho de que Alemania, en pocos decenios, hubiera alcanzado la cumbre de Europa en ciencia, técnica y pensamiento, y por el orden interno, con un principio de seguridad social ignorado por entonces en el resto. Pero creo que nunca se le ocurrió que España debiera participar en aquella conflagración al lado de Alemania. En cambio, lo más florido de la intelectualidad de entonces no solo se proclamó francófila y anglófila, sino que expresó sus deseos de que España enviara masas de carne de cañón al servicio de Francia e Inglaterra, como se sabe grandes aliadas y amigas de España.
Casi nunca se recuerda esa actitud de la mayoría de los intelectuales de entonces, actitud que cabe calificar de criminal (desde luego, ellos no tenían la menor intención de ir al frente), y que solo se entiende por dos razones: el sistemático desdén de casi todos ellos por la historia de España (Ortega y Azaña quizá se distinguieron en esa especialidad, pero se había hecho un lugar común la leyenda negra); y una admiración beata e ignara por lo que llamaban Europa, y que jamás les había inducido a un estudio histórico o cultural mínimamente serio del objeto de su veneración simplona.
Baroja tampoco tenía una idea medianamente clara o benévola de la historia y antigua influencia mundial de España. Aquello no le importó gran cosa, ni tampoco la retórica patriotera que tampoco la dejaba muy bien. Pero prestó atención al siglo XIX, en particular a las peripecias de Aviraneta, acaso pensando en rivalizar con los Episodios Nacionales de Galdós, a quien no estimaba gran cosa. A pesar de ello, tenía bastante más sentido común e intuición política que aquellos intelectuales aliadófilos, exaltados con el deseo de sacrificar a miles de compatriotas por una causa en la que a España no se le perdía nada. La historiografía española, muy mayoritariamente provinciana y roma, nunca, que yo sepa, ha prestado atención a tan reveladoras actitudes, que van más allá de lo meramente político y de ocasión.
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Adiós a un tiempo
Acabo de publicar una serie de recuerdos bajo el título Adiós a un tiempo. No se trata de una autobiografía, aunque sean autobiográficos, porque yo no creo en las autobiografías. Estas pueden estar falseadas en mayor o menor medida según la sinceridad o la memoria del autor, y tienden inevitablemente a presentar la vida del autor como si tuviese un sentido general, una trama parecida a las que dan forma a las novelas. Pero la vida no es así. Los sucesos de la vida no forman un mosaico o una trama coherente, sino que son dispares, unidos laxamente por una mezcla de azar e intención o designio. Son en gran parte inconexos o contradictorios, con azares que tuercen los designios y les dan direcciones o sentidos inesperados. Además, el autor autobiográfico cree o quiere hacer creer, que se conoce bien a sí mismo y su propia trayectoria, lo cual está fuera de su alcance, a pesar del consejo griego. El “yo” escapa en buena medida a su autopercepción. Por eso en este libro he expuesto simplemente sucesos y episodios de juventud, infancia o madurez, procurando hacerlo lo más objetivamente posible, sin sensiblería ni nostalgia, aunque con algunas reflexiones sobre la incertidumbre de la vida
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