El proyecto golpista
Para entender el golpe en curso “a lo nazi” (usar formas legales para destruir el contenido de la democracia) debemos remontarnos un poco en la historia. Porque no se trata, como creen tantos parleros, de mera afición desmedida al poder por el doctor y su cuadrilla. Se trata de un proyecto en el PSOE, que data de su XI Congreso en 1918, celebrado en plena euforia sovietizante. En él se aprobó, entre otras cosas, convertir a España en una “confederación republicana de nacionalidades”. Es decir, España no sería una nación, según predicaban también los separatistas, sino un estado compuesto de distintas naciones, al modo del Imperio austrohúngaro o el ruso, naciones que podían unirse en confederación o no, según se “autodeterminaran” Era un concepto golpista contra la historia, la unidad y la cultura de España construidas desde los Reyes Católicos sobre un modelo muy anterior; historia, unidad y cultura que desacreditaban sistemáticamente el PSOE, los separatistas, los republicanos y otros, siguiendo la leyenda negra.
Ese golpismo causó la destrucción del régimen liberal de la Restauración, luego trajo una república caótica, y en ella el PSOE y los separatistas, en especial los catalanes, se aliaron para destruir la democracia republicana en dos nuevos golpes, el de octubre de 1934 y el de la falsificación de las elecciones en 1936, de la que salió el gobierno terrorista del Frente Popular, que no fue sino, nuevamente, una alianza de facto de socialistas y separatistas. Y finalmente la guerra civil, en la que, como reconocía el socialista moderado Besteiro, fue afortunadamente vencido el programa de sovietización y disgregación del país.
Como ni el PSOE ni los separatistas hicieron oposición real a Franco, salvo la ETA en sus últimos años, el problema parecía olvidado y superado, pero no fue del todo así. Al llegar la transición democrática desde el franquismo, es decir, por la que podríamos llamar vía franquista, el PSOE, los separatistas y los comunistas trataron de oponerle una vía contraria, que enlazara con una imaginaria legitimidad del Frente Popular. La vía antifranquista, que de ningún modo podría haber conducido a una democracia y sí a un caos, fue abrumadoramente derrotada en el referéndum de 1976, pero su proyecto no desapareció, sino que se mantuvo recurriendo a tácticas más en subterráneas o en segundo plano. Y consiguió ganar una primera batalla al introducir en la Constitución el término “nacionalidades”, que en sí mismo negaba la unidad nacional proclamada en el mismo documento
El paso del proyecto golpista a primer plano ya se dio con la llamada “ley de memoria histórica”, luego “democrática”orquestada una vez más por socialistas y separatistas la cual, al deslegitimar al franquismo deslegitimaba implícitamente todo lo que venía de él, es decir, la democracia, la transición y la monarquía. Impuesto ese principio, las consecuencias irían llegando por sus pasos. Por no extendernos, una clara consecuencia fue el butifarréndum de 2017, un golpismo regional, que ahora se ha convertido en golpismo gubernamental, después de décadas de corrupción progresiva de las instituciones, desde el poder judicial a la universidad. Lo nuevo históricamente en este proceso es que el PP, la derecha, ha colaborado en él, haciéndolo más dañino y peligroso. Feijóo también cree que España se cierne como estado opresor sobre diversas “naciones sin estado”, y ha obrado en consecuencia en Galicia. VOX es hoy la única oposición real.
El contenido esencial de este golpe, bien claro para quien quiera abrir los ojos, es el proyecto socialista-separatista de 1918, que de modo más o menos consciente, más o menos explícito, trata de invertir la historia y la cultura nacional española, y ha dado lugar ya a la destrucción de dos regímenes de libertades, la Restauración y la República, ha provocado una guerra civil y amenaza hoy muy gravemente a la actual democracia y a la propia nación.
El golpismo reduce la política a una cuestión de fuerza. Ante él, lo único que hay que proponerse es resistirlo y desactivarlo mediante una verdadera rebelión cívica, hasta llevar a sus responsables ante los jueces. Abascal lo ha expresado perfectamente: o el doctor y su cuadrilla van al banquillo, o los demócratas iremos a la cárcel. Como en Venezuela, por ejemplo.
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PSOE, el gran desconocido
El PSOE es el partido que más ha influido, incluso de modo determinante, en dos etapas históricas: la II República y la democracia desde su llegada al poder en 1982 hasta hoy. Y sin embargo su trayectoria e ideologías son los grandes desconocidos no solo para la población en general, incluidos sus votantes, sino también para la mayoría de sus propios afiliados. Y ello pese a estudios historiográficos como los de Santos Juliá, Enrique Domínguez Martínez-Campos, Roberto Villa, etc., que han pasado casi inadvertidos para la inmensa mayoría.
En 1979 el PSOE celebró su centenario. Como el año coincidió con las primeras elecciones después de la Constitución, se presentó con el lema Cien años de honradez y firmeza. La invención suscitó alguna gracieta de los comunistas, que le afeaban no haber hecho oposición relevante al franquismo, pero no pasaron de pullas sin efecto. Millones de personas aceptaron la versión propagandística, y aunque el PSOE no ganó aquellas elecciones, la idea preparó su triunfo apabullante en las siguientes, de 1982. Era el partido de la honradez, la firmeza y los trabajadores, e iba a regenerar una España “casposa”, atrasada e ineficaz, llena de resabios dictatoriales: la iba a “ meter en Europa” y “dejarla que no la reconocerá ni la madre que la parió”, en palabras de Alfonso Guerra, el ideólogo del partido y el político socialista más influyente detrás de su líder Felipe González.
No obstante, para esas fechas el PSOE había ido olvidando, silenciosamente, las radicalidades con que se había presentado al comenzar la transición, cuando, en contraste con los comunistas, rechazaba la bandera con la que Franco había ganado la guerra civil y la economía de mercado del franquismo en favor de una economía “autogestionaria”; y, definiéndose marxista y republicano, ponía en cuestión la monarquía, traída por Franco, así como la unidad nacional al exigir “autodeterminación” para varias regiones. El tácito cambio de postura iba a condensarse, ese mismo 1979, en el abandono oficial del marxismo, renuncia que, al menos en apariencia, suponía una ruptura total con la ideología que, abierta o implícitamente, le había dado carácter desde su fundación. Con todo, mantenía como seña de identidad determinante un antifranquismo radical, aun no demasiado intenso al principio. En su propaganda, el régimen anterior se presentaba como una dictadura tiránica, que había destruido una república democrática, modélica incluso para el resto de Europa, mediante una represión sanguinaria, genocida, en la guerra civil y después. Una tiranía extremadamente corrupta (González prometía “auditorías de infarto” en las empresas vinculadas al régimen anterior). Ese antifranquismo inexistente en la práctica cuando existía el franquismo, y que se exacerbaba cuando ya no existía, iría acentuándose hasta la promulgación, por los gobiernos de Zapatero y de Sánchez, de leyes contra el estudio independiente de la historia y su expresión libre, tratando de imponer, desde la escuela, las versiones elaboradas por el propio PSOE, los comunistas y los separatistas sobre la república, la guerra civil y el gobierno de Franco.
Quien, como ocurre con la mayoría de la población, también en la derecha, acepte en mayor o menor grado los rasgos de honradez, firmeza, obrerismo, democracia y antifranquismo con que saltaba a la palestra política el PSOE, creerá conocer lo esencial de este partido. Sin embargo, es preciso plantearse qué hay de verdad en ello, pues ya de entrada choca esa persistente propaganda contra un Franco muerto en 1975 y un régimen desaparecido por completo desde la Constitución de 1978, y la promulgación de leyes incompatibles con las libertades políticas. Una propaganda que ha ido haciéndose más radical e insistente conforme pasaban los años y los decenios, en lugar de la tendencia normal a atenuarse con el tiempo. Este extraño fenómeno revela a su vez el contenido de la honradez, firmeza y democracia exhibidas de palabra.
¿Cómo ha tenido, pese a dudas y críticas, tanto éxito la autoalabanza del PSOE? A mi juicio, por varios factores confluyentes en la transición . Ante todo, la historia real del partido estaba casi por completo olvidada, y su irrelevante oposición a Franco resultó serle una ventaja, pues el franquismo también la había olvidado al centrar su propaganda y acción contra el Partido Comunista, su verdadera oposición. Así, millones de personas suponían al PSOE una historia moderada por contraste con el PCE, y nadie tomaba en serio su radicalismo inicial en la transición. Pues otra imagen cultivada por el PSOE es el pacifismo y la defensa de los derechos ciudadanos contra cualquier dictadura.
De modo que el PSOE emprendía su carrera en democracia como casi un perfecto desconocido para una opinión pública atenta más bien a las superficiales promesas y dichos del momento. Desconocido asimismo para el aluvión de afiliados y militantes que de pronto recibía, mientras el partido de derecha, UCD (Unión de Centro Democrático) se descomponía tras haber dirigido el paso a la democracia. Por extraño que suene, hasta hoy, la historia del PSOE ha permanecido ignorada para la inmensa mayoría, lo que ha hecho que sus actuaciones políticas solo se entiendan a medias.Algo que debe corregirse, si se quiere que la unidad nacional y las libertades sobrevivan.
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