Baroja-Koestler (IV) El malestar de la vida
Cuenta Baroja esta conversación: –¿Pero es que usted cree que una obra de teatro no es una obra de arte? –¿Y a mí qué me importa el arte ( le contesté). Eso y la carabina de Ambrosio para mí es igual. –¿Pues qué es lo que le importa a usted? –A mí me importría que la vida fuera agradable, que se ganara con facilidad, que la gente no fuera tan bestia… –Y eso ¿cómo se consigue? –Pues yo creo que de ninguna manera. –Y entonces ¿qué hay que hacer? –Nada… Resignarse. –Eso de ninguna manera”
La conversación era con Joaquín Dicenta, que pasaba por ser mujeriego, peleón, bebedor y de ideas avanzadas, es decir, todo lo contrario de Baroja. Desde luego, Baroja no es sincero, pero su impresión de que la gente es muy bruta y la vida dura y desagradable, está presente a lo largo de sus memorias.
Koestler se describe: “A los veinticinco años ya había acumulado experiencia bastante para ser un prudente anciano. Había cantado “Dios bendiga al magiar” y había visto la derrota de mi país; había vitoreado la República Democrática de Karolyi y la había visto derrumbarse; me había identificado con la Comuna de los cien días y la había visto arrasada. Había vivido en una colonia colectiva, y vendido limonada, y dirigido una agencia de informaciones; había sido un vagabundo y casi me había muerto de hambre. Había visto cómo mi padre era víctima de una injusticia espectacular, y a mi familia en la ruina. Me había escapado para construir la Nueva Jerusalén y había vuelto decepcionado. Había pasado incontables noches en compañía de prostitutas y había llegado a vislumbrar suficientemente entre bastidores la política francesa para desilusionarme definitivamente de toda política. Sin embargo, al parecer, nada de esto me había acercado una sola pulgada a la madurez Había crecido en experiencia, pero no en prudencia. Emocionalmente seguía siendo tan desequilibrado, inocente, inseguro, dispuesto a alejarme por la tangente como cuando tenía dieciséis años”. De toda su vida, el único tiempo feliz fueron los tres años, que ya le parecen bastantes, de bulliciosa camaradería estudiantil de bebida, canciones y duelos.
Desde luego, difícilmente pueden encontrarse dos trayectorias tan distintas como la de estos dos escritores. A los veinticinco años, la vida de Baroja, según él la cuenta, era ya un tanto insípida, anticipo de la escasa excitación y tedio soportado que parece haberla presidido. Pero en los dos aflora un malestar por la vida, si bien con una diferencia esencial. Koestler achaca su insatisfacción a un fuerte sentimiento de culpa y de insuficiencia ya desde la infancia. No está claro qué entiende por “madurez”, pero la siente como algo que no consigue a pesar de su amplia experiencia vital; no se siente a la altura de las exigencias sociales normales. En Baroja no aparece nada semejante: tiene muy claro que la culpa, si la hay, se encuentra en la sociedad, demasiado tosca, absurda y decepcionante para su sensibilidad.
Según Freud, el “malestar en la cultura”, fuente de neurosis, se halla en la sexualidad, necesariamente reprimida para evitar algo peor. No parece haber sido el caso de ninguno es estos dos escritores.
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Amistades hispanófobas de PP y PSOE
**Patrimonio ha cortado el agua y la luz al Valle de los Caídos. Demostrándose una vez más que Patrimonio está en manos de una banda de maleantes. Inspirados en los que durante la guerra civil y la república se dedicaron a destruir y saquear el patrimonio histórico artístico nacional. Ahora lo hace con el apoyo de la fraudulenta Ayuso, a quien “el valle que le importa es Silicon Valley”. Esa declaración la define como internamente dividida entre miserable y estúpida.
**Dice Fernández Barbadillo: “Los cortesanos, los peperos y sus columnistas aseguran que la Corona y el Senado no pueden parar la amnistía. ¿Se dan cuenta de que al subrayar la inutilidad de estas instituciones están legitimando su supresión?”. La monarquía ya se suicidó en 1931, o la suicidaron sus cortesanos. Memoria histórica real.
**Leo a alguien afirmando que el doctor es un genio de la política, porque siempre se sale con la suya. Eso tiene algo de cierto sin entendemos la política como picaresca, que es lo que ocurre desde hace mucho tiempo en España. El doctor tiene talento como timador de esquina, y tiene éxito porque Feijóo es otro como él, solo que algo más torpe.
**PP y PSOE sienten una amistad especial por Marruecos, que se ha apoderado del Sahara exespañol, amenaza a Ceuta y Melilla, no ha cesado de perjudicar a las islas Canarias, y nos está invadiendo con inmigración ilegal. También sienten una admirada amistad con Londres, es decir, con Gibraltar. Y están muy dispuestos a enviar españoles como carne de cañón a guerras de interés ajeno, bajo mando ajeno y en lengua ajena. ¿Cómo se llama esto?
**Gibraltar revela la verdadera posición internacional de España como país satélite, con ejército cipayo, por obra de sus gobiernos de PP y PSOE. Nada puede haber más demostrativo ni, consecuentemente, más ocultado por los partidos.
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Aquilino Duque “Una novela dantesca”: Una novela dantesca (vinamarina.blogspot.com)
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El PSOE y la Constitución (I).
Así como 1976 había sido el año de las reformas de Fraga, fallida, y de Torcuato, exitosa, el 77 lo había sido de las primeras elecciones democráticas, de los Pactos de la Moncloa, las preautonomías y la agitación separatista, 1978 iba a ser el de Constitución, también de otras cosas.
Fraga había tratado de evitar un proceso constituyente, y las elecciones tampoco se habían convocado formalmente a tal fin, pero ese fue el papel que adoptaron, y ya antes de cuplirlo Suárez le estaba imponiendo hechos consumados, por tanto ilegales, como hemos visto. España podría llamarse el país de las constituciones, pues desde la de Cádiz de 1812 se habían elaborado otras siete, además de la franquista de las Leyes fundamentales del Movimiento, más proyectos y otra no promulgada. Todas mal cumplidas y efímeras salvo la de la Restauración y la franquista. La nueva quería hacerse más firme y duradera, buscando el acuerdo entre las fuerzas políticas y el refrendo popular, cosas ambas que habian faltado en la republicana. Problema complicado para una ley española cuando los separatistas neoemergentes detestaban la idea misma de España, el PSOE tenía una visión negativa de ella, y todos denigraban abierta o disimuladamente al franquismo, que había salvado la unidad nacional y la libertad en lo que era posible después del Frente Popular. No obstante, el ambiente inicial entre los consituyente era, diría Fraga, “amable”, “de buenos amigos que somos”. Parecían haberse aprendido algunas lecciones de la historia.
La UCD pensó elaborarla entre ella y el PSOE, pero AP se opuso, y al final se constituyó una ponencia con tres diputados de UCD y uno por cada partido PSOE, PCE, AP y semiseparatismo catalán. Los siete “padres de la Constitución”, como serían llamados con ligero abuso, empezaron sus trabajos en agosto del año anterior. El PNV rehusó participar, aunque uno de UCD, Herrero de Miñón, servía sus intereses. Fraga preconizaba un texto breve y flexible según el modelo useño, “de grandes decisiones sobre la estructura del estado y reglas de juego”, evitando normativas a la portuguesa o la griega, que pretendían detallarlo todo. Pero se impuso la decisióndel PSOE, representada por Gregorio Peces-Barba, de un documento más burocrático, extenso y detallista.
Entre UCD y AP componían una mayoría absoluta, “mecánica” según el PSOE, que maniobró contra ella. Y el 7 de marzo Peces-Barba abandonó espectacularmente la ponencia, con el escándalo consiguiente. No obstante, los demás continuaron sus tareas. Peces-Barba venía a ser buen representante de la oposición zascandil, con notable carrera en la universidad bajo el régimen anterior. De ideología inicial democristiana, cofundador de la revista Cuadernos para el diálogo (diálogo con los marxistas, según acuerdo del Vaticano II), abogado defensor de la ETA en el célebre Proceso de Burgos, de 1970, entró en el PSOE en 1972. El problema por el que dejó la ponencia fue la libertad de enseñanza. Por la ideología de su partido, Peces-Barba rechazaba la enseñanza privada y la religiosa, en pro de una enseñanza estatal única, “laica”, en pro de “la dignidad humana” y los “principios democráticos de convivencia”. Todo ello según lo entendía el PSOE, es decir, para adoctrinar “ciudadanos”, al modo socialista. La República ya había proporcionado amplia experiencia de tales principios democráticos. Y si bien entonces no consiguió su objetivo, el PSOE aprovecharía sus años de poder para avanzar en su proyecto. La enseñanza sería también un punto clave para los separatistas.
Conocido el anteproyecto constitucional, mucha polémica generaron también las cuestiones de la religión, tradicional y todavía muy mayoritariamente católica en el país, aun si en declive desde el Vaticano II, el derecho a la vida (a la conservación de ella, propiamente), el carácter de las autonomías y la inclusión del término “nacionalidades”. Un sector de la Iglesia criticaba la ausencia de mención a Dios en el texto.
El punto de las nacionalidades incomodaba especialmente a AP. El comunista Solé Tura (osteriormente socialista) y el semiseparatista Roca Junyent ejercían un verdadero chantaje amenazando con retirarse y profetizando catástrofes si no se atendía a sus exigencias. Fraga se quejaba: “Los ponentes de UCD siguen haciendo concesiones injustifcadas e innecesarias a los nacionalismos, que aprovechan bien el chantaje socialista”, porque para Suárez, falto de verdaderas convicciones constitucionales, “todo es negociable”. Y el 16 de marzo se aceptaba el término “nacionalidades, abanderado por Solé, Roca y el ucedeísta próximo al PNV Herrero de Miñón.
Para entender el alcance del término y el acuerdo en él de separatistas, comunistas y socialistas, debe recordarse, una vez más, su origen a finales del siglo XIX y al terminar la I Guerra Mundial. O se reconocía a España como nación con diferencias regionales, como ocurría en todas, o se la suponía un mero estado impuesto (obviamente por la fuerza) sobre diversas naciones o nacionalidades. Estas “naciones” estarían oprimidas por carecer de estado propio según el principio de la autodeterminación con el que los vencedores de la I Guerra Mundial, en particular Usa, pensaban, con supuesta ingenuidad, extirpar las guerras de Europa. Los comunistas defendían la autodeterminación trasladando a España la realidad de los imperios ruso y austrohúngaro. Todos ellos admitían una “confederación republicana de naciones”, laxa y abierta a la secesión, así el XI Congreso del PSOE, de 1918, ya mencionado. El proyecto chocaba con realidades históricas y culturales muy asentados, por lo que tomaba fuerza o se debilitaba según las crisis políticas. La coyuntura en 1978 no favorecía la idea, pero fue sin duda un logro de los autodeterminantes asentar en la Constitución un principio que podría desarrollarse si las circunstancias lo permitían. Lo nuevo históricamente consistía en que la derecha predominante, la UCD, también abanderaba el concepto sin prever las consecuencias.
Fraga, impotente en sus quejas, expresaba también un típico europeísmo mendicante: “Para España, la integración europea es algo más que un problema de política exterior o una cuestión económica; es la liquidación de una polémica histórica y una condición básica de la consolidación de un sistema político”. Una polémica histórica, por lo demás inexistente, ya que España, país europeo, se había librado de las dos catastróficas guerra mundiales sin dejar de estar en Europa. Fraga recogía la sandez de Ortega de España como problema y Europa como solución. Pero no era esa la idea que tenían en la CEE, la cual siguió rechazando aquella integración a la que Fraga y otros atribuían efectos milagrosos. La influencia política de Ortega, explícita o implícita y a diestra y siniestra, ha sido más fuerte de lo que suele suponerse.
El 17 de abril se publicaba el proyecto de Constitución, que pasó a discutirse en Comisión parlamentaria. En la dinámica parlamentaria, las izquierdas y separatistas podían discutir los textos pero debían aceptar la decisión mayoritaria. Eso no ocurrió . Aprovechando una prouesta de UCD sobre estados de excepción y posible suspensión de libertades públicas en casos excepcionales de lucha contra el terrorismo, el PSOE amenazó, el 18 de mayo, con abandonar la Comisión como había hecho Peces-Barba con la ponencia, y pregonó, por boca de Guerra, que UCD y AP estaban haciendo “la Constitución más reaccionaria de Europa”. El terrorismo etarra seguía encontrando complacencias en las nuevas fuerzas políticas que, después de todo, compartía su odio al franquismo, su izquierdismo y de un modo u otro su aversión a España. Suárez podía aplicar la regla democrática de la mayoría en la comisión, y calmar las ínfulas del PSOE advirtiéndole con el referéndum final previsto. Pero volvió a claudicar. Guerra había tomado la medida a Suárez, y percibía la fragilidad de una UCD políticamente inconsistente, atenazada por la necesidad autoimpuesta de “vender imagen” progresista.
Para arreglar el entuerto, Suárez encargó a su ministro de máxima confianza, Abril Martorell, entenderse con Alfonso Guerra por encima de la Comisión, para llevar a esta los artículos a votar ya listos y acordados, e imponerlos por disciplina de partido. Así, la elaboración constitucional pasó a una fase solo a medias parlamentaria, pues los asuntos clave se acordaban en almuerzos y cenas entre Abril y Guerra. El arreglo fue aceptado por comunistas y separatistas, para evitarse la enojosa dialéctica de Fraga, y se produjo de hecho un reagrupamiento de la UCD con los socialistas, separatistas y comunistas, aislando a la derecha conservadora. Guerra se burlaría de Abril : “En cuanto a formación jurídica, Abril Martorell es un patán”. Un par de camaradas, pues la formación jurídica de Guerra, que había estudiado peritaje industrial, estaba al mismo nivel.
Estas maniobras indignaban a AP, que el 24 de mayo se retiró de la Comisión. Esta retirada preocupó a los demás mucho menos que la del PSOE y a los cinco días, AP volvió a la Comisión, condicionándola a una discusión parlamentaria “con luz y taquígrafos”; exigencia que no se cumpliría, pues siguió su marcha el “consejo gastronómico” de Abril y Guerra. AP propuso facilitar los referéndum y otras formas de democracia más directa, pero la mayoría echó abajo aquellas iniciativas, capaces de perturbar los acuerdos entre partidos, que se iban imponiendo como funcionamiento presuntamente democrático.