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Ucrania define
**Abascal define al gobierno del Doctor como una partida de delincuentes, y lo explica muy bien. Es una situación dramática, de golpismo al estilo nazi, tras acceder al poder bajo formas democráticas. Feijóo considera al PSOE un partido democrático con el que seguir “dialogando”; como siempre, a costa de cualquer principio.
**Feijóo entiende que el enemigo real no es el Doctor, sino VOX. Pero para destruir a VOX debe fingir que se opone al Doctor. Fingir que su voto apenas difiere del de VOX, pero es mucho más “útil”. Los del “voto útil” es un invento del episcopado español, siempre tan utilitario. Y también los medios de los obispos tratan de hundir a VOX.
**El peligro político más grave hoy es que demasiada gente crea a Feijóo alternativa al Doctor. Los dos comparten las políticas más fundamentales: “memoria”, “género”, 2030, invasión inmigratoria, entrega de soberanía, amistad con potencias de intereses contrarios a España, apoyo a los separatismos de “naciones sin estado”, etc. Lo demás son peleíllas por el poder y el dinero.
**La posición ante la guerra de Ucrania define a los partidos entre partidarios de la paz y la neutralidad de España y los que quieren arrastrar al país a una gran guerra europea, al servicio de potencias que no son nuestras amigas.
**Propiamente, hoy ningún partido preconiza la paz y neutralidad de España, pero eso debe cambiar. Se trata de intereses esenciales, no coyunturales. Es falsa la oposición a esa guerra por parte de comunistas y asimilados, enemigos naturales de los intereses españoles. Darles crédito es tan peligroso como dárselo a la oposición del PP al Doctor.
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¿Pasa el pasado?
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La guerra del 98, presente siempre
Mi amigo José Mª Manrique, junto con José Mª Balmisa y Enrique Rovira acaban de publicar un libro importante: Luz sobre la guerra de 1898. Manuscrito inédito y proscrito por Ramón Auñón, ministro de Marina, en SND Editores. Podría creerse que se trata de un tema viejo y ya superado, pero no es así. Aquella guerra causó en España una profunda crisis moral cuyos ecos persisten con verdadera fuerza: el descrédito hacia España y su historia cultivado sistemáticamente por políticos e intelectuales, los “gárrulos sofistas” de que hablaba Menéndez Pelayo. Sofistas que decretaron el pasado hispano como “enfermo”, “anormal” y cosas peores, e intentaron hacer que España enviara carne de cañón al servicio de Francia e Inglaterra en la I Guerra Mundial. Fue a raíz de aquella crisis cuando cobraron fuerza real los separatismos, el terrorismo ácrata y el PSOE, verdugos del sistema liberal de la Restauración y luego de la II República y que, fenecido el anarquismo, vuelven a atacar la democracia actual. Nada, pues, de un hecho sin la menor relevancia actual, como muchos creerían.
Manrique ya tiene otros estudios interesantes sobre aquella guerra, cuya conducción por el gobierno, por Montojo y sobre todo por Cervera, siempre generó fuertes sospechas. Lo que puede decirse de Cervera es que fue a la lucha con ánimo plenamente derrotista, y que sus medidas fueron, una tras otra, muy favorables al enemigo. Sin embargo salieron exonerados en el consejo de guerra que se les siguió. La imagen que quedó para la historia “popular”, fue la de una absoluta inferioridad de la escuadra española, hasta de “barcos de madera”, por deficiencias nacidas de la ineptitud de los gobiernos, pero que habría luchado con heroísmo contra fuerzas aplastantemente superiores. Desde el primer momento, Cervera exhibió un radical derrotismo, lo que hace pensar en la responsabilidad del gobierno de Sagasta (masón): ¿Cómo obligar a la lucha a un almirante sin ánimo alguno? Posteriormente, Cervera fue paseado por sus vencedores casi como un trofeo, dando conferencias por ciudades de Usa. El historiador naval Agustín R. Rodríguez ya analizó en profundidad la extraña conducta de Cervera, que por mi parte recogí en Una historia chocante.
En resumen, los autores señalan cómo el manuscrito del ministro de Marina muestra sus denodados esfuerzos por apoyar a los dos almirantes, esfuerzo saboteados por los ingleses en relación con Filipinas; y desmonta, uno por uno, los argumentos de Cervera: la supuesta imposibilidad de su escuadra para ir a Puerto Rico y para salir de la bahía de Santiago por estar bloqueado, pues por bastantes días no estuvo bloqueado y pudo haber salido hacia Cienfuegos, plaza próxima, bien defendida y con conexión directa por ferrocarril con La Habana, desde donde podían haber haber acudido algunas unidades de los más de 200.000 soldados que había en la isla. Auñón también desmonta el argumento de Cervera de la falta de carbón, señalando la entrada en Santiago de varios carboneros, teniendo carbón de sobra para salir con éxito de Santiago y dirigirse a otro puerto de la isla. Lo mismo hace con el argumento de la falta de víveres, demostrando con datos que había más que de sobra, como lo demuestra que tras la caída de la plaza se vendieran en gran cantidad.
El informe de Auñón desmiente el relato oficial del sacrificio heroico de las dos escuadras (Cavite y Santiago) en aras de salvaguardar vidas humanas y al mismo tiempo cumplir las órdenes de un gobierno derrotista. Muchos, en España, pensaron que el gobierno había buscado deliberadamente entregarlo todo a Usa, librándose de la carga que representaba la guerra de Cuba. Actitud que tuvo las consecuencias políticas y morales más nefastas para el siglo XX español.
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D´un temps que será el nostre, clamaba insensatamente Raimon
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Ansón miente
Cuarenta y tres años después del 23-f, el periodista L. M. Ansón, que tuvo parte en aquel episodio, da su versión, desde luego muy poco creíble, del asunto. En resumen, había un grave problema de terrorismo que estaba a punto de provocar un golpe militar franquista, por lo que, para impedirlo, se concibió en medios políticos, de Juan Carlos abajo, la idea de dar “un golpe de timón” mediante un gobierno de salvación nacional, que incluiría desde democristianos a comunistas pasando desde luego por el PSOE, más algunos independientes, como el propio Ansón. La idea era en principio constitucional, aunque arriesgada. Pero el general Armada, que iba a encabezar ese gobierno engaño a Juan Carlos ocultándole que iba a haber un intento golpista a cargo de Tejero y Milans del Bosch.
Es fácil observar que el problema no era el terrorismo, sino la ineptitud total del gobierno de Suárez para combatirlo. Y para combatir otros problemas muy graves, como la actitud cada vez más insolente y provocadora de los separatismos, los permanentes ataques a la unidad nacional, un paro que ya alcanzaba los dos millones, cifra que entonces parecía catastrófica, aunque se superaría más tarde; junto con una salud social cada vez más degradada, expansión de la droga, etc. Todo ello causaba una fuerte malestar social, no solo en los cuarteles. Suárez había recibido una excelente herencia social y política y la había dilapidado por su carácter de político maniobrero sin principios de estadista. Indirectamente, Suárez provocó el 23-f
Ahora bien, ¿engañó Armada al rey? Esto es harto improbable. ¿Cómo podía creer el rey que el gobierno de UCD fuera sustituido más por otro de concentración sin más problema? Para que aquel gobierno bajo un militar (especialmente afecto a Juan Carlos) saliese legalmente de las Cortes, era preciso forzar la situación con una grave amenaza golpista, al modo como De Gaulle fue elegido presidente en 1958, que tal fue el modelo elegido para la operación. El instrumento inconsciente que provocaría el “supuesto inconstitucional máximo” fue Tejero, que cumplió solo la primera parte de su misión. Y que, al no avenirse a un gobierno con comunistas y socialistas, frustró toda la operación. Lo explica, creo que lo bastante bien, Jesús Palacios.
Así, según la versión oficial, Juan Carlos, en el último momento, habría hecho fracasar un golpe “franquista”, que nunca existió con ese carácter, y restablecido la normalidad constitucional, aunque distinta de la planeada. De todas maneras, el susto hizo que los partidos y parte de la misma ETA, moderasen las demagogias desatadas que habían creado aquella situación.
El problema político de fondo planteado por aquellos sucesos es: ¿pueden las formas democráticas, en manos de ineptos o de golpistas, destruir la convivencia cívica y arrastrar incluso a una guerra civil o imponer un “despotismo democrático”? Pueden, en efecto, y ese fue el mal de la II República, una experiencia histórica de la que tantos políticos rehúsan aprender.
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