Los regeneracionistas abordaron el “problema” de España, aunque probaablemente el problema eran ellos: 309 – Ortega y el ser de España | Ucrania cambia el mundo (youtube.com)
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Chulería, mangoneo y chovinismo
**Prácticamente todos los políticos y analistas de la situación en Europa a partir de Ucrania “olvidan” la posición y los intereses de España. Dan por hecho que somos un país satélite que solo puede actuar a las órdenes de Washington y Londres. Vamos, de Gibraltar. Es imprescindible desengañarlos.
**Los gerifaltes de la UE están preparando una tercera gran matanza en Europa. ¡No permitamos que nos lleven al matadero! ¡¡¡NEUTRALIDAD!!!
**No puede decirse que en España no haya patriotas: hay millones patriotas de Inglaterra, también de Usa, bastantes de Francia, muchísimos de Ucrania, algunos de Rusia, una burrada de Marruecos que prohíben hablar de la Reconquista. También hay unos pocos patriotas de España.
**¿Cómo es que tenemos una oligarquía política tan infame? Mi hipótesis es que tenemos también una universidad infame. De ella salen esos políticos
**Dice Félix de Azúa, después de haberlo pensado a conciencia, que lo que distingue a los españoles es la chulería, el mangoneo y el chovinismo local. Sospecho que se refiere al Doctor y los suyos, pero dado que Azúa es español, habrá que considerarlo chulo, mangante y chovinista. Pues está bien, hombre, pero tampoco hay por qué exhibirlo tanto. Tiene, no obstante, algo a su favor: dijo que (Inmacul)Ada Colau, la de la alcaldía, “debería estar sirviendo pescado”, y se recogieron las firmas de más de cien mil gilipollas exigiendo que lo echasen de la RAE. Vaya lo uno por lo otro.
**¡Qué poca memoria política tiene la gente! Así como en la república la seña de identidad más distintiva del PSOE fue la violencia guerracivilista, desde el franquismo ha sido la corrupción. Y muchos ven como novedad lo que está saliendo estos días.
**Aznar condenó el franquismo. Al hacerlo, condenaba la transición, la democracia y la monarquía. Pero el necio no se percataba. Luego Zapatero siguió.
**Me pregunta una amiga cuál es mi charlatán “favorito” en la galería de ellos que he publicado. Posiblemente Viñas, ya diré por qué. El más desagradable, por hipócrita, Corral.
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“Horror y tristeza”.
Repasando Adiós a un tiempo, cosa que casi nunca hago con mis escritos, constato la cantidad de personas que, por así decir, han pasado por mi vida o yo he pasado por la de ellas, dejando a veces huella, a veces solo el soplo de un sentimiento vago. Y que, al quedar sus nombres escritos, adquieren una especie de inmortalidad de la que difícilmente tendrán noticia. Así el hombre que quizá vio al diablo, la mujer que de comunista pasó a teóloga, el cocinero de la prisión de Caranza, del que solo conocí sus platos, el compañero de mi primer viaje a dedo por el norte de Portugal, aventura algo complicada, los dos buscadores de tesoros templarios, el revolucionario romántico muerto por la policía, el revolucionario burócrata, el peruano increíblemente desenvuelto, el compañero con quien estudiaba trozos de La Ilíada en un viejo café de Vigo, el golfo en Benidorm que se dedicaba a ligar con las y los turistas, un antiguo comunista salido de la URSS, quizá El Campesino… Todos ellos serán ya viejos como yo o más, o habrán muerto. No he vuelto a saber nada de ellos, y de su vida solo es posible conocer, salvo otros posibles documentos, ese contacto pasajero y posiblemente falseado por mi memoria.
Baroja escribe en sus recuerdos: “Al pensar en muchos de aquellos tipos que pasaron al lado de uno con sus sueños, con sus preocupaciones, con sus extravagancias, la mayoría tontos y alocados, pero algunos, pocos, inteligentes y nobles, siente uno en el fondo del alma un sentimiento confuso de horror y de tristeza“. Horror y tristeza, supongo, por la vulgaridad del destino de unos y el posible mérito de otros, todos terminados igualmente, como dice el Eclesiastés. Comprendo muy bien el sentimiento de Baroja, que no es, sin embargo, el que he tratado de expresar en el libro. Más bien es un sentimiento de desconcierto ante la existencia, ante la imposibilidad de abarcarla con la débil razón humana. Uno puede desesperarse o declararse entusiasta y amante de la vida, actitudes ambas igualmente gratuitas. He procurado describir los sucesos con la mayor objetividad que he podido y sin nostalgia, aun si no he podido evitar cierta melancolía.
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Pesadilla del fin de la historia
Por aquellos años, entre 1989 y 1991, se produjo un hecho de la mayor transcendencia histórica: el rápido derrumbe de la Unión Soviética, de su “socialismo real” y su doctrina marxista-leninista. Su caída no se debió, más que indirectamente, a la agresión de las potencias burguesas, sino que provino de una creciente evidencia del estancamiento del sistema soviético y de sus contradicciones entre los ideales propuestos y la realidad. Sin duda es indicativo que una doctrina que interpretaba por la economía la historia, en definitiva el destino humano, se viniera abajo precisamente por su fracaso económico. Y desde luego nunca había construido una sociedad igualitaria, por lo demás incompatible con la propia naturaleza humana, sino una polarización extrema entre una población más o menos igualada en una vida difícil, y una nomenklatura poseedora de todo, hasta, en su intención, de la mente de las personas mediante una propaganda abrumadora y sin contraste. No se había disuelto al poder, se había concentrado al máximo. En la guerra civil, España no había estado muy lejos de llegar a una situación pareja, que habría repercutido sobre el resto del continente.
El inesperado y casi increíble fenómeno abría una nueva época en la historia, que había de repercutir lógicamente sobre España. Durante 72 años, la evolución del mundo había sido condicionada de un lado por la URSS y las revoluciones comunistas, y del contrario por las potencias burguesas o capitalistas o liberales. Después de la II Guerra Mundial, a la pasajera alianza de ambos bandos contra el nazismo le sucedió una “guerra fría” de alcance planetario, entre la URSS y Usa, capitaneando cada una a un bloque aunque otros países prefirieran desalinearse de ambas y el bloque comunista sufriera graves grietas. Ahora quedaba solo una superpotencia con un gigantesco poderío económico, técnico y militar, sin posible comparación con cualquier otro, mientras Rusia iba a hundirse durante una década en una situación interna desastrosa mientras grandes parte de su imperio se independizaban de Moscú, alentadas por la OTAN.
Un politólogo useño Francis Fukuyama, analizó el nuevo panorama mundial en El fin de la historia y el último hombre. Disuelta la URSS, la democracia liberal representada por Usa quedaría como la única opción viable para el resto de la humanidad. La historia, vista como una tumultuosa lucha entre potencias e ideologías, tocaría a su fin en breve. La economía y la ciencia tomarían el lugar de las ideologías, un poco al modo como lo había previsto Fernández de la Mora, dejando un paisaje humano poco alentador: “Los hombres satisfarán sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas. El fin de la historia será un tiempo muy triste. La lucha por el reconocimiento, la voluntad de arriesgar la vida de uno por un fin puramente abstracto, la lucha ideológica mundial que pone de manifiesto bravura, coraje, imaginación e idealismo serán reemplazados por cálculos económicos, la eterna solución de problemas técnicos, las preocupaciones acerca del medio ambiente y la satisfacción de demandas refinadas de los consumidores. En el período post-histórico no habrá arte ni filosofía, simplemente la perpetua vigilancia del museo de la historia humana”.
En realidad, este era el gran objetivo de todas las ideologías: un mundo pacífico y sin clases, al menos clases rígidas, conseguido infantilizando y limitando las aspiraciones o preocupaciones humanas al campo del consumo y el entretenimiento; un mundo sin moral, ya que habría desaparecido el mal, al menos en sus manifestaciones más crudas o dañinas. Las propias libertades perderían en gran parte su sentido, pues nadie en su sano juicio optaría por peder las ventajas ofrecidas por el sistema u optaría por desafiarlo. Las libertades, expresiones de la moral, se irían diluyendo conforme la ciencia biológica fuera desvelando la verdadera naturaleza humana, permitiendo por ello cambiarla técnicamente. Todo lo cual sugiere las previsiones de Tocqueville sobre el despotismo democrático.
Usa quedaba única superpotencia, cuya prosperidad ejercería potente atracción imitativa sobre el resto del mundo, y con capacidad militar sobrada para meter en cintura a quienes pretendiese desafiarla. Y así pareció ocurrir: en diversos países se suscitaron movimientos como las “primaveras árabes”, contra dictaduras, pero no dieron los frutos esperados, sino incluso los contrarios, como en Egipto. El poder militar de Usa y sus aliados se reveló aplastante en Irak y Afganistán, pero su rápida victoria solo originó guerras prolongadas y costosas, debiendo los vencedores retirarse después de ingentes gastos y de ocasionar guerras civiles con decenas de miles de muertos y millones de desplazados. La estrategia indirecta de fomentar y financiar guerras civiles en Libia o Siria, dio resultados aún peores. Esa estrategias cobraría un peligro mucho mayor a aplicarse en Ucrania. Y en la propia Usa, las nuevas políticas generarían tensiones internas que algunos analistas valoran como próximas a la guerra civil.
Por lo que respecta a España, la primera consecuencia podría haber sido el abandono de la OTAN, pues esta se habría vuelto innecesaria al haber desaparecido el contrario Pacto de Varsovia, cuyo expansionismo justificaba la alianza occidental. Sin embargo, la OTAN no solo continuó, sino que prosiguió una orientación expansiva a otros escenarios del mundo, y rodeando de bases militares a una Rusia casi inerme y caótica, que había dejado de ser comunista y encontraba duros obstáculos para reconvertirse a una economía de tipo occidental. Por consiguiente, el PSOE mantuvo a España en una alianza que había cambiado inadvertidamente de objetivos. Actitud coherente con la renuncia de España a una política exterior independiente, ya con la UCD. No obstante, las consecuencias mayores se verían posteriormente, con los gobiernos de Aznar.