Cuatro expansionismos en la época de hegemonía española (I)
La época de dos siglos tratada en Hegemonía española y comienzo de la Era Europea es la que, prolongada en el siglo XVIII, se conoce habitualmente con el nombre un tanto absurdo de Edad Moderna, y que en Nueva historia de España he caracterizada como Edad de Expansión o Expansiva de Europa. Ahora bien, lo que encontramos en esos dos siglos es el choque violento entre cuatro expansionismos muy distintos entre sí: el español (secundariamente el portugués), el francés, el otomano y el protestante. Cada uno con muy acusadas características propias, que he procurado aclarar en lo esencial.
De los cuatro, el otomano continúa o retoma las invasiones que desde el este y el sur, en la llamada Alta Edad Media (Edad de supervivencia, de las invasiones o de los monasterios, en mi terminología propuesta) estuvieron cerca de aniquilar en embrión lo que hoy llamamos civilización europea. El islam registró una primera expansión realmente explosiva, que en muy poco tiempo destruyó grandes imperios e impuso su nueva cultura sobre otras muchas, en especial la cristiana extendida hasta entonces por Oriente Próximo, norte de África y España, aunque en el caso español se produciría una reconquista. El Imperio otomano recuperó bastante de aquel impulso propio del islam, amenazando muy seriamente a Europa por los Balcanes y el Mediterráneo hasta ser parcialmente rechazado, sobre todo por el esfuerzo hispano.
En Nueva historia de España, expuse mi punto de vista de que cuando las culturas se convierten en civilizaciones (estado, urbanización, alfabetización de algún tipo, diversificación económica…) tienden a expandirse y convertirse en imperios por el doble efecto de un impulso interno y una presión externa: desde fuera les presionan otras culturas e imperios hostiles, e internamente el impulso de poder llega a hacerse extremo. Como poetizaba el sultán otomano Selim I, “Si en una alfombra pueden acomodarse dos sufíes, el mundo entero no es lo bastante grande para dos reyes”.
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El estadista, el estafador y los cómplices de este
**La extrema degradación de la democracia por el PSOE se manifiesta inmejorablemente en el hecho de que un pequeño estafador, politiquillo de tres al cuarto, haya podido profanar la tumba del estadista y militar más importante que ha producido España en al menos dos siglos. Con la silente complicidad de la Iglesia, a la que salvó del exterminio; de la monarquía, que él reinstauró; del PP, que procede directamente de su régimen; y de unos jueces ajenos a Montesquieu y repartidos entre los dos partidos y los separatistas.
**Que el doctor y su banda actúan directamente contra la Constitución es algo manifiesto y repetidamente denunciado. Falta que, ante el delito, los jueces cumplan con su deber. A menos que, en el fondo, no quede ninguno que estime su independencia. En cuyo caso habrá que pensar en otros remedios, empezando por la movilización popular.
**Las fechorías del doctor no hacen más que proseguir las de Zapatero. Zapatero pudo actuar como lo hizo, llenándose además de autoridad moral, gracias a que Aznar se permitió condenar a Franco. Y el doctor puede obrar como lo hace porque Rajoy le allanó el terreno. Y porque Feijóo es, en el fondo y no tan al fondo, uno de los suyos.
**La diferencia entre el PP y el PSOE, es que este tiene un concepto de la historia, aunque sea pura farsa, y un gran proyecto, aunque recobre el que llevó a la guerra civil. En cambio el PP es un partido perfectamente vacuo de conciencia histórica e intelectualmente nulo más allá de que “la economía lo es todo” y que la democracia consiste en el reparto del poder y los fondos públicos entre los partidos, así estos aspiren a disgregar a España. De ahí la “superioridad moral” de la izquierda
**El proyecto de fondo del PSOE fue, junto con la acción disgregadora de los separatismos, la causa de la destrucción del régimen liberal de la Restauración, de la destrucción de la república, de la guerra civil e, intencionalmente, de la entrada de España en la II Guerra Mundial. Y, desde la transición, del socavamiento complementario de la unidad nacional y de la democracia. Y cuando nos encontramos además ante la perspectiva de una nueva gran guerra europea, la pregunta es: ¿habrá todavía en España energía moral y claridad política suficientes para detener e invertir estas derivas suicidas?
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Novela, sociología y destino
Más de una vez me han preguntado qué relación podía haber, para considerarlas partes de una trilogía, entre dos novelas tan distintas en todo como Gritos y golpes, y Perros verdes. La razón es que narran historias personales con un trasfondo social relacionado, la primera el de una guerra larga, y la segunda, de la paz engendrada por aquella guerra. Podría no haber expuesto lazo personal ninguno entre los dos relatos y aun así seguirían contando como partes de una trilogía (todo será que logre terminar la tercera parte). Sin embargo Perros Verdes contiene un doble enlace personal, ceñido a una sola escena, la del comedor del SEU, entre Diego, hijo del protagonista de la novela anterior, y el policía, que no aparece como tal y que acaba de ver al padre del anterior, caminando meditabundo, sin atreverse a abordarlo. Para disgusto de su padre, Diego es un liderillo comunista en la universidad. El policía no se presenta como tal, aunque al principio de la narración escucha disimuladamente la conversación de los cuatro jóvenes mientras desayunan en una tasca, y solo al final de la novela actúa en su verdadero oficio. Es un antiguo comunista de la guerra, que pese a ello ha sufrido el GULAG, como tantos, y que en la novela anterior apenas sale, suponiéndosele fusilado en Rusia. Ni Diego ni el policía saben quién es el otro, aunque entre los dos saltan chispas y sospechas.
Diego apenas sabe nada de las aventuras juveniles de su padre, porque este parece haber querido olvidarlas. El caso no era demasiado raro entonces, cuando a unos padres fachas les salían hijos rojos. Y esa contradicción marca también la evolución del trasfondo histórico. Pero la novela dista mucho de ser sociológica. En ningún caso los personajes son meros reflejos del ambiente, tienen su propio recorrido, en el que sus decisiones y responsabilidades son autónomas, condicionadas más por el destino, si queremos llamarlo así, que por presiones sociales. Esto me ha parecido decisivo, porque la literatura “social” es por sí empobrecedora, y aunque cada cual vive en una época y la sociedad influye sobre todos, de esa influencia en principio homogeneizadora resultan los más diversos caracteres y trayectorias vitales. La segunda parte de Gritos y golpes la titulé, citando al coro de Antígona, “el mayor misterio”, que es el del hombre para el hombre mismo. Enfocándolo así se evita la literatura meramente convencional.
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