Democracia doctoral
Veo esto: ¿gilipollas esta pléyade de próceres y lumbreras? Cómo puede consentirse semejante bulo? ¿Dónde va a parar el país? Es precisa una nueva democracia. Una democracia doctoral.
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Novela y memorias
Una novela puede definirse como un intento de encontrar sentido a la vida recurriendo, no al análisis o la razón, sino al sentimiento. Viene a ser un relato de sucesos vitales de unos personajes; sucesos y personajes ficticios, pero que poseen una realidad propia: su capacidad de influir en los sentimientos de los lectores, incluso de las sociedades.
¿Y qué relación hay entre novelas y autobiografías o memorias? En cierto modo vienen a ser lo mismo: el autor trata de encontrar sentido o justificación a su propia vida, y su aspiración a componer un relato veraz nunca se cumple del todo, pues aparte de las trampas de la memoria, casi siempre hay algo de ficción, si bien esto resulta una ganga o una tara en la obra, mientras que no tiene por qué serlo en la novela, cuya lógica interna es distinta.
Supongo que todo el mundo cree que su vida tiene un sentido y merece ser conocida de otros, la escriba o la cuente verbalmente, en conjunto o en retazos. Incluso los que dicen no creer tal cosa demuestran lo contrario. Woody Allen titula sus memorias A propósito de nada..., no obstante lo cual dedica a esa “nada” unos cientos de páginas y el esfuerzo correspondiente. Dado que el autor de una memorias se siente íntimamente concernido por lo que narra, es obvia la posibilidad de aplicar a ellas la ficción, convertirla en una seudonovela y en unas seudomemorias. Esto lo he percibido en las memorias de varios de los políticos de la república, por lo que solo el contraste entre unas y otras nos permite atisbar mejor la realidad.
En Adiós a un tiempo he hecho un esfuerzo por situarme fuera de mí, contando sucesos como si hubieran pasado a otro, sin afanes justificativos ni embellecedores. Algunos me lo han reprochado, no sé por qué. Son sucesos variopintos referentes a la niñez, como “Terrores de infancia” o “Precoces aventuras estrafalarias”; de adolescencia como “De cobardía y amor”, o “El café Derby de Vigo”; de viajes como “El mesón del Lobo”, “El tesoro de los Templarios” o “La sirenita de Copenhague”; de las primeras armas de la OMLE, como en “Calle de los irlandeses”; de amigos muertos, como “Flan con nata” o “Adiós a un amigo”. Algunos son perfectamente triviales como “¡No pum, pum,pum!”, o “Ya meten ruido, eh”… Probablemente cada lector sacará sus propias conclusiones, pero repasando los sucesos no sé cómo valorarlos. No se qué sentido puedan tener aparte de la constatación de que así fueron, dentro de lo que la memoria me permite.
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Este blog tiene un alcance meramente testimonial, debido a que la mayoría de sus lectores interesados hacen muy poco esfuerzos por difundirlo. Dado el muro de silencio y las grandes manipulaciones de los grandes medios, y en la situación crítica que vive el país, la indiferencia o la pasividad se convierten en colaboración con el mal. Todos tenemos una responsabilidad.
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Gran estrategia e ideología
Como he expuesto en el libro sobre la II Guerra Mundial, en el análisis de los movimientos históricos, especialmente de las guerras, es preciso tener en cuenta la gran estrategia o diseño general, la estrategia y las tácticas. La gran estrategia está definida por la ideología, en función de la cual se aplica la estrategia político militar, menos rígida, mientras que las tácticas deben variar según las circunstancias. A estas grandes estrategias de unos y otros contendientes, a menudo desatendidas o confundidas, dediqué una parte especial de la obra, que permite entender mejor, a mi juicio, las muchas revueltas del conflicto.
Es frecuente que la ideología (en otros tiempos la religión), reciban poca atención en las obras de historia. Pues parece que en la práctica sean los intereses más tangibles de estado o de partido, políticos y económicos, plasmados en la estrategia sin más, los que realmente gobiernen las acciones en conflicto (debe entenderse, asimismo, que más que intereses objetivos, lo que se juega es lo que los protagonistas “creen” ser sus intereses, en lo que suelen errar). Sin embargo la ideología es el factor principal, aunque poco tangible: se parece a la estrella polar, inalcanzable pero que permite orientar, es decir, dar sentido, a los movimientos sobre la tierra o el mar; los cuales casi nunca pueden realizarse de forma rectilínea, como no se puede alcanzar en línea recta la cumbre de un monte escarpado, sino que es preciso dar rodeos que pueden implicar retrocesos o cambios de dirección; o como, en el mar las tormentas u otros accidentes podían desviar de la ruta planeada.
¿Cuál sería la gran estrategia de España en su época de hegemonía? Creo que venía determinado por la defensa de la Europa cristiana, y dentro de ella de la católica, y por la expansión de esta por el mundo. La estrategia concreta se cifró en cómo contrarrestar el empuje otomano y la colaboración de otras potencias cristianas con él, y cómo frenar o vencer el empuje de las potencias protestantes. Suele entenderse que las otras potencias europeas eran más “modernas” por prescindir en mayor medida del impulso religioso y centrarse en los intereses de estado. Pero estos intereses estaban igualmente presentes en la estrategia de España, y la religión lo estaba también en sus enemigos, fueran los del islam turco o de los países protestantes. Que esta orientación fuera olvidada ante las urgencias meramente estratégicas o tácticas, es un fenómeno común, que oscurece como un cielo nuboso a la, digamos, estrella polar.
La gran estrategia española se percibe bien en relación con Francia, su mayor enemiga estratégica dentro de Europa. Una vez en marcha la revolución protestante, el objetivo fundamental para Madrid era impedir que su poderoso vecino cayera en el protestantismo, pues ello multiplicaría su hostilidad contra España y podría acabar con el catolicismo en el resto de Europa. El objetivo se logró, aunque no por ello desapareciera aquella hostilidad, que llevó a la decadencia de España en el siglo XVIII, profundizada decisivamente desde comienzos del XIX, con la invasión napoleónica.
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La visión que tenemos de la posguerra en España viene marcada por la propaganda de los vencidos y por una literatura y cine acordes. Pero una historiografía bien documentada cuenta una historia diferente: 316 – Literatura y realidad en la posguerra | El doctor y Al Capone (youtube.com)
Multiforme marxismo
Durante un siglo desde su fundación en 1879, el marxismo fue la ideología del PSOE. En rigor lo fue durante 58 años hasta 1939, pues durante el franquismo dejó de tener efectos prácticos hasta ser recuperado como política rupturista en la transición, entre 1976 y 1979. Pero ¿qué ha pasado en los 45 años posteriores, cuando al parecer renunció tanto al marxismo como a la ruptura? Como hemos visto, el ideal de ruptura no desapareció, sino que, con altibajos, ha sido una línea o inspiración que ha ido haciéndose más aguda y amenazante en las últimas dos décadas. La ruptura significa adjudicar la legitimidad de la democracia al frente popular, por lo tanto, en lo que se refiere al PSOE, a su historial marxista, del que sus dirigentes se ufanan sin rebozo. Muy recientemente hemos podido ver a la dirección del partido cantando La Internacional, himno marxista por excelencia, con el puño en alto, recordando al frente popular y gritando las consignas de la guerra civil. En otras palabras, el marxismo ha seguido ejerciendo su papel de guía más o menos próximo o lejano, si bien con algunos rasgos distintos de la época anterior. Y eso requiere una explicación.
El marxismo ha sido la ideología más influyente del siglo XX, en rivalidad con la demoliberal, con una expansión explosiva en los treinta años siguientes a la Revolución rusa, en los que llegó a imponerse sobre un tercio de la humanidad. Solo le es comparable, sin llegar a tanto, la expansión islámica en los siglos VII-VIII. Su energía expansiva se revela también en su influencia intelectual y universitaria y a menudo política en las mismas potencias demoliberales. Por ello debemos aceptar que algo de verdadero debe haber en esa doctrina (aparte de la verdad histórica de su fuerza expansiva), pues de ser completamente absurda no habría podido movilizar a grandes masas y convencer a mentes de ningún modo simples o estúpidas. Y difícilmente habría conservado su acción durante siete décadas, y continuado hasta hoy parcialmente o con otros ropajes.
Por otra parte, el resultado de la implantación de regímenes marxistas, es decir, comunistas, ha sido, sin excepción la desarticulación económica con hambrunas que han causado muchos millones de muertos, desde la URSS a China o Etiopía, o la huida de otros milones, como en Cuba. Este fenómeno podría juzgarse, un tanto cínicamente, como el coste inevitable, pero a la larga fructífero, del cambio de una economía de explotación del hombre por el hombre, a otra igualitaria, científica y por lo tanto mucho más beneficiosa para la mayoría. Esto tampoco ha ocurrido en ningún caso: aunque pasados los años peores mejorasen algo la producción y la distribución, las preferencias, gustos y las mismas necesidades básicas de la inmensa mayoría de las gentes siempre estuvieron cubiertas con mucha menos eficiencia que en los sistemas llamados capitalistas. Lo cual fue una de las causas del colapso de la URSS; o de que China debiese adoptar una economía capitalista, bien que bajo el poder de un partido comunista: una de tantas paradojas de la historia.
Por lo que re refiere a España, hemos visto también cómo las medidas del PSOE, del PCE y no digamos de la CNT, empeoraron la subsistencia de las masas a las que decían defender, en la república y a extremos desastrosos tras las elecciones de 1936. Y en plena guerra civil provocaron la mayor hambre de todo el siglo, sufrida en España en la zona roja, que no derivaba de la guerra misma, sino de las medidas revolucionarias adoptadas. Pues en la zona nacional, con muchos menos medios financieros, no sucedió nada semejante.
De mayor transcendencia que la mera economía ha sido la inversión de la tendencia, secular en las sociedades occidentales, a combatir la tiranía limitando el poder del gobierno sobre las personas. En los regímenes comunistas, ese poder no encuentra límite, haciendo del estado un coto cerrado de una oligarquía autotitulada “partido o vanguardia del proletariado”; y expandiendo el estado sobre la sociedad hasta sofocar toda libertad e iniciativa privadas. Aquella oligarquía no solo se adueñaba de los recursos económicos del país proletarizando a la población entera, sino que aspiraba a dominar el pensamiento de las personas, imponiéndoles una doctrina presuntamente científica y por tanto forzosa e inescapable, y castigando toda resistencia con asesinatos en masa y deportaciones. A eso llamamos totalitarismo, mucho más completo que en los fascismos, en los cuales el estado se expandía con ciertos límites, manteniendo la propiedad privada y algún pluralismo, aun con un partido único (que no existió en la España de Franco). El GULAG, las gigantescas y mortíferas persecuciones en China o en Camboya, o el muro de Berlín, que con otras formas cortaba a Europa en dos, o los millones de cubano huidos del poder marxista, o las chekas en España, testimonian esta realidad mucho mejor que cualquier razonamiento o sofisma.
Así pues, la gran promesa de emancipar a la sociedad y las personas de la explotación y de la falsedad anticientífica, promesa que ha movido y atraído a millones de personas, y que ha justificado guerras civiles, hambrunas y matanzas masivas, ha desembocado en la práctica en regímenes en los que la libertad, la autonomía y la propia conciencia personal quedaban asfixiadas, y ni siquiera lograban desarrollar la riqueza de sus súbditos. Aunque también fue común en esos regímenes un desarrollo militar extraordinario, pese a proclamarse pacíficos por excelencia.
La capacidad de atracción del marxismo y su elemento de verdad descansaba en su concepto orientador clave: “la explotación económica del hombre por el hombre”, de las grandes mayorías por pequeñas minorías. Sin duda la explotación existe en las relaciones sociales e incluso en las interhumanas más primarias, derivada de la naturaleza moral del ser humano, de la esfera del bien y el mal en que se mueve, según describe el mito del Génesis. La genialidad, si así quiere llamársela, de Marx y Engels, fue hacer de dicho concepto la llave que abriría la comprensión de la condición humana, de la evolución histórica, y de su necesaria superación en una sociedad igualitaria, a partir del nivel o estadio productivo capitalista y previa “dictadura proletaria” que barrería los residuos de un pasado declarado infame, la religión, el arte, el pensamiento y las costumbres de los explotadores y a los explotadores mismos.
Y esa promesa no nacería el puro deseo o indignación moral subjetivos, como en las utopías, sino de una concepción científica de la condición humana, que en lo sucesivo marcaría su conducta, harto irracional en el pasado. La misma moral quedaría abolida por una ciencia de la conducta humana, a la que nadie podría escapar, precisamente por ser científica: sería la vuelta al paraíso, perdido por haber comido del árbol del bien y el mal. En otras palabras, la verdad parcial de la explotación económica, susceptible de movilizar fuerzas sociales contra ella, se convertía en una falsedad esencial al convertirla en clave explicativa de la naturaleza y destino humanos. Con lo que las fuerzas contra la explotación se volvían fuerzas contra la propia condición humana, imposible de reducir a lazos económicos. Como quieren también algunas manifestaciones del liberalismo.
Visto de otro modo, para el marxismo la historia humana quedaba así conceptuada, con notable arrogancia, como una una terrible pesadilla que por fin estaba próxima a terminar si el proletariado y los comunistas cumplían su misión histórica, por otra parte impuesta por la propia evolución económica. Alcanzaría así la humanidad una vida más plena, una sociedad feliz por lo igualitaria y pletórica de riquezas y posibilidades. Sería el fin de la historia, también propiciada, con no menor arrogancia, por el demoliberalismo al caer la URSS, según razonaba de modo interesante y bien articulado Fukuyama, para quien el fin de la desgraciada historia humana habría llegado, no por el proletariado, como pensaba Marx, sino por el lado del capitalismo más desarrollado.
Otra fuerza movilizadora del marxismo consistía en su propuesta épica de derrocar a un enemigo sin rostro humano. La nueva sociedad exigiría el combate contra los explotadores, combate en que el espíritu humano se manifestaría de modo más estimulante, menos mecánico de lo que sugerían sus pretensiones científicas.
En la historia del marxismo todo son paradojas y contradicciones. Ya dentro de él estallaron desde muy pronto feroces querellas y polémicas interpretativas, impropias de una ciencia. Luego, las revoluciones marxistas se han venido imponiendo en países poco industrializados, de capitalismo escaso, y no en los que exigía la doctrina. A principios de los años 60 se produjo una profunda escisión en el movimiento comunista internacional, hasta entonces de apariencia monolítica, entre y la URSS a propósito de los crímenes de Stalin. Posteriormente, China abandonó el maoísmo para adoptar una economía capitalista, bien que bajo el partido único comunista (en lo cual se parecía, paradójicamente, al nazismo). En 1989 cayó el muro de Berlín y dos años después la URSS. En cuanto a España, el marxismo fue abandonado a medias por el PSOE en 1979, sin el menor análisis de lo que había significado para el partido y para el país. ¿Significó esta suma de experiencias la quiebra universal de esa doctrina?
En realidad no del todo, pues la teoría demostró una rara versatilidad para explicar lo que su lógica haría inexplicable, sin abandonar el núcleo de sus creencias. La primera revolución en Rusia y no en Alemania, se explicaba por ser Rusia “el eslabón más débil de la cadena imperialista”; el hecho de que los obreros buscaran soluciones sindicales y no revolucionarias se explicaba porque necesitaban la guía de una “vanguardia” ilustrada en marxismo. La mejoría salarial en los países burgueses se explicaba por una sobreexplotación de las colonias, y más tarde del “tercer mundo”. La ruptura del movimiento comunista internacional se explicaba porque la URSS había caído en el “revisionismo”, como antaño la socialdemocracia alemana; o porque China se empeñaba en un infantil dogmatismo izquierdista, como había enseñado Lenin. La expansió omnímoda del estado en lugar de su progresiva desaparición se explicaba por la resistencia de los restos burgueses. Etc. Cuando, en los años 60, el escaso espíritu subversivo de los obreros contrastaba con el más radical de gran parte del estudiantado, se empezó a ver en los estudiantes un nuevo “sujeto revolucionario”, y a buscar una combinación de marxismo y freudismo.
Sobre la misma base de la explotación era posible justificar una nueva versión de guerra social: ahora los explotados y oprimidos no eran ante todo los trabajadores manuales o los asalariados (proletarios) en conjunto, sino los países pobres por los países ricos, y mucho más allá, la mitad femenina de la humanidad oprimida por la mitad masculina. Al culpable capitalismo se le añade el patriarcado, culpable no solo de la opresión de la mujer, sino de la misma diversidad entre varones y mujeres, con sus consecuencias desigualadoras y reroductivas, y que debe ser sustituida por una mezcla de igualdad y diversidad sexual con un número indeterminado de “géneros”. Y dado que el capitalismo se ha desarrollado sobre todo en países de raza blanca, supuestamente explotando a los de otras razas, la culpabilidad se extendería a los varones blancos en general. La doctrina de la explotación ha ido incluso más allá: el explotado sería el propio planeta al que la especie humana enfermaba como un verdadero cáncer al multiplicarse explosivamente, y al que degradaba con su técnica cambiando catastróficamente al clima. Por lo que se refiere al objeto de este libro, el PSOE ha adoptado todos los ultrafeminismos y ultraecologismos, que refuerzan sus impulsos totalitarios tradicionales, sin renunciar a los cánticos de La Internacional, puños arriba.
Evidentemente hay muchos problemas reales en todo ello, pero lo que le da el toque marxista es la idea de la lucha o guerra civil, una vez se diseña el enemigo-culpable, burguesía-patriarcado-varón blanco-especie humana. Solo que ahora el enemigo a batir es tan vasto y difuso que el ideal de la prometida sociedad paradisíaca pierde nitidez, si alguna vez la tuvo, y da lugar a nuevas utopías, siempre totalitarias; la penúltima por ahora la llamada “agenda 2030”. Y la épica para conquistarlas se trueca en histeria, en rabia impotente y autodestructiva..
Esta evolución se da especialmente en el ámbito cultural llamado Occidente, y sin duda es una manifestación profunda de decadencia, después de que la II Guerra Mundial cerrase un gran ciclo histórico de hegemonía europea, sin que sea posible captar todavía con claridad nuevos derroteros.
Valgan estas breves notas como aproximación a un tema ciertamente complicado.