Dicho en pocas palabras: ¿Tiene futuro la Hispanidad? 318 – El problema de la Hispanidad | Síndrome Losantos (youtube.com)
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De un tiempo y de un país (IV) Vértigo de la vida
En Adiós a un tiempo incluyo, aparte de un viaje a pie por Las Hurdes y trozos sueltos del Viaje por la vía de la Plata, algunos capítulos de De un tiempo y de un país, uno de ellos el encuentro extraordinariamente casual, con las cuatro personas llegadas a Madrid con el objetivo de reconstruir el auténtico partido comunista, degenerado por el “revisionismo” burgués, según la doctrina defendida por Mao y Enver Hoxha contra los soviéticos desde que Jruschof denunció crímenes en Stalin. Procedían de un grupo llamado OMLE (organización de marxistas leninista españoles) que se había formado en París con jóvenes al calor del “mayo francés” del 68, y en Estrasburgo con algunos viejos militantes exiliados muy críticos con Carrillo. Su trabajo en Madrid iba a ser penoso y desalentador.
No era el único grupo “marxista-leninista” español que se había formado en Francia, dando lugar a una picaresca típica de los exilios, que aludíen el libro. Yo entonces estaba en el PCE revisionista procurando agitar la Escuela Oficial de Periodismo. Al principio me burlaba de las pretensiones de aquellos personajes, pero, ayudado por algunas lecturas de Lenin, me percaté de que Carrilo no era más que una imitación pobre del “renegado Kautski”, y terminé uniéndome al grupillo. Todo esto de las peleas doctrinales y la agitación me suena hoy, cincuenta y pico años después, extraño y poco sugestivo. Lo interesante ahora, me parece constatar la enorme improbabilidad de que fuera a topar con aquel grupúsculo perdido en una ciudad de tres millones de habitantes. Todo pasó porque yo buscaba habitación en piso compartido, porque dos de los llegados de Francia (una pareja, ella francesa) querían compartir su pequeño piso en la calle Cartagena, para ahorrar gastos, y porque me informó de ello un compañero de la escuela de periodismo, Fernando Bellón, que conocía indirectamente a la pareja por un amigo “progresista” dedicado al teatro.
Aquel azar pudo haberme costado la vida a los pocos años, como a otros embarcados en la misma nave: otro azar. Uno puede preguntarse: “¿quién soy yo?”… Cuando uno se asoma a estos abismos, siente vértigo.
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Reconquista (IV) El desenlace más probable
Otro problema que he querido exponer en La Reconquista y España lo presenta la fuerte tensión entre los impulsos integradores y los disgregadores del proceso. Me parece evidente que sin el precedente de la nación creada por Leovigildo y Recaredo, la Reconquista no habría sido posible, y también que el resultado final más probable, con mucho, habría sido la balcanización de la península en cuatro reinos cristianos hostiles entre sí, incluso en cinco, con uno musulmán al sur. De hecho, a tal situación había abocado el larguísimo proceso anterior. Y con él se encontraron los Reyes Católicos, que, contra mil obstáculos, rehicieron, en fin, el reino de hispanogodo, excluyéndose por poco Portugal. En ese logro histórico coincidieron dos hechos: la persistencia, pese a todos los contratiempos, del ideal integrador heredado del reino de Toledo, más el genio político, imposible de prever, de Fernando e Isabel.
No podemos saber cómo habría sido en concreto la historia posterior, pero sin duda habría sido muy diferente de haber continuado la península dividida, con gran parte de sus energías gastadas en querellas internas, seguramente aprovechadas por potencias exteriores, en especial por Francia e Inglaterra, además del Imperio otomano. ¿Habría sido posible entonces el descubrimiento de América y del mundo? Quizá los portugueses, que llegaron al Japón, habrían encontrado América por Alaska. Quizá Castilla habría cruzado antes o después el Atlántico, pues tenía ya una tradición naval de primer orden, bien visible en su contienda con Inglaterra en la Guerra de los cien años. Pero ninguno de aquellos reinos habría influido en el resto de Europa, ni mucho menos alcanzado la hegemonía en ella: mucho más probable habría sido que la poderosa Francia hubiera explotado la división española para enfrentar a sus reinos entre sí y satelizar a uno u otro.
La contienda con Francia, herencia de Aragón, en especial de su parte catalana, fue victoriosa al asumirla Castilla, anteriormente aliada de Francia. Y no fue en Granada, sino en Navarra, apartándola del protectorado francés, donde culminó la Reconquista en su crucial aspecto político. Estas cuestiones suelen quedar un tanto nebulosas en la mayoría de las historias, perdidas a veces entre mil detalles, aun si importantes.
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Rusia y Europa (II) Cuestión de despotismos
De acuerdo con lo anterior podríamos entender a Rusia como un doble parapeto: de Europa frente a las ancestrales invasiones asiáticas, y también frente a las propias tiranías imperiales europeas encarnadas especialmente por Napoleón y por Hitler. Más que país euroasiático se diría país contra Asia y contra Europa. Pero lo segundo es sin duda exagerado, ya que la propia Rusia ha sido tradicionalmente una tiranía imperialista, incluso más acentuada que las centroeuropeas.
En general, Europa, o el resto de Europa, ha visto a Rusia como un país enorme, semibárbaro y despótico, amenazante por sus grandes recursos y poder militar. Este temor es especialmente agudo en los países europeos fronterizos con Rusia, que se sienten pequeños y casi inermes al lado de un coloso del que sospechan intenciones expansivas a su costa. Situación agravada tras la desintegración de los imperios centrales en la I Guerra Mundial. A su vez, los rusos han sentido tradicionalmente a la Europa occidental a la vez como una fascinación, un sistema a imitar, y como una amenaza, de la que han partido las grandes agresiones napoleónica, de la guerra de Crimea y las dos mundiales del siglo XX.
Pero es cierto que la tendencia despótica en Rusia y su diferencia con las de Europa occidental vienen de muy pronto. La opción de la Rus de Kíef por el cristianismo ortodoxo tenía por consecuencia la unidad del poder religioso y el político, con predominio del segundo, típico del Imperio bizantino. En el cristianismo católico o latino, en cambio, ambos poderes estaban mucho más claramente separados y en fuerte tensión, que llegaba a las armas. De esa tensión, difícil de armonizar, nacieron probablemente las libertades políticas y las Cortes o parlamentos que limitaban el poder de los reyes. Esta es una tradición que en España se encuentra ya en San Isidoro y en los concilios de Toledo, y se desarrollará durante la Reconquista y más adelante en la Escuela de Salamanca.
En el cristianismo, el poder viene de Dios, pero obsérvese la conclusión tan contraria de ese principio en Iván IV El Terrible y Francisco Suárez, casi coetáneos: para Iván su poder, por venir de Dios, debía ser absoluto sobre hombres y tierras, como le explicaba a la reina Isabel de Inglaterra, mientras que para Suárez, el poder llegaba de Dios al rey a través de la conformidad del pueblo. Una doctrina, la del jesuita español, fuertemente desaprobada también en Inglaterra y Francia. Como la cuestión es compleja, baste aquí señalar algunos puntos: el protestantismo daba preeminencia al poder político (cuius regio eius religio), generando iglesias nacionales; la tendencia al poder absoluto, hasta cierto punto similar a la concepción de Iván IV se implantó en Francia a finales del siglo XVII extendiéndose a gran parte de Europa, también a España; la servidumbre, mientras existió en Europa occidental suponía ciertos derechos de los siervos, mientras que en Rusia llegaba a una práctica esclavitud. Estas diferencias iban a acentuarse con la Revolución rusa.