Carta abierta a Felipe VI (I)
Con motivo del décimo aniversario de su reinado usted usted ha dicho que “A la Constitución y a sus valores me he ceñido siempre”. Valores que se suponen democráticos. Y ha subrayado “la importancia de ser coherente con los compromisos asumidos (…) asumiendo incluso el coste personal que ello pueda conllevar”. Siendo así, tiene usted un grande, un enorme problema, pues ha de tratar con un gobierno y unos partidos para quienes la Constitución y sus valores significan muy poco, si es que algo.
Por resumir mucho, usted sabe que el Partido Socialista, a poco de llegar al poder y secundado enseguida por el partido de derecha, atacó directamente la independencia del poder judicial, clave en una democracia, para ponerlo al servicio de las componendas entre los principales partidos. Y, por saltar sobre muchas transgresiones menores, otro gobierno socialista, seguido por el PP, impuso la llamada “ley de memoria histórica”, una norma ley tiránica contra todos los valores democráticos invocados en la Constitución y mencionados en sus artículos concretos. Esa ley brutal y despótica pudo imponerse precisamente por la previa adulteración o corrupción de la independencia judicial. Y ha empeorado, si cabe, por la llamada para mayor sarcasmo “ley de memoria democrática”, cocinada más recientemente bajo el reinado de usted, y que pende como una espada de Damocles sobre las libertades más elementales en una democracia.
Pero la embestida contra la democracia ha golpeado a la misma base de esta, expuesta así: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Este aserto es imprescindible, pues sin el principio de unidad nacional, anterior a la Constitución y por encima de ella, ni la democracia ni ningún otro sistema de gobierno podrían generar otra cosa que un peligro permanente de disgregación y guerra civil, del que la historia nos ha advertido seriamente. Pero usted sabe muy bien que ni los partidos separatistas ni el socialista aceptan ese fundamento. Todos ellos niegan la nación española, reduciéndola a un “estado” impuesto sobre varias “naciones” con derecho a “autodeterminarse” en una confederación o a separarse unas de otras. En rigor, tendrían que separarse, pues toda su propaganda desde la enseñanza a los medios de masas, y las políticas correspondientes, llevan decenios socavando tenazmente los lazos unitarios forjados por la historia y la cultura, y denigrando y execrando la propia idea de España. Políticas amparadas también por los gobiernos del PP, lo que revela que su identificación con la idea nacional es solo formulística o de oportunidad.
Como también sabe usted, esa propaganda y políticas concretas han dejado en residual, en varias regiones, la proclamada unidad de la nación, hasta desembocar finalmente en indisimulado golpismo: el que usted contuvo en octubre de 2017 con un simple discurso, prueba de la poca sustancia de los separatismos bajo sus osadías protegidas por los gobiernos de uno u otro partido… Si bien el gobierno, entonces del PP, se ocupó en aguar y disolver el efecto de su discurso. El golpismo, aprovechado también en otras regiones, se ha convertido en la clave de la actual situación histórica, que tiende a destruir la unidad nacional de siglos y, claro está, la Constitución y los valores democráticos asentados en ella. Y la desvirtuación del discurso de usted por el PP ha derivado al triunfo de la subversión en toda regla, manifiesto en la amnistía promovida por el PSOE.
Las amnistías, en efecto, marcan tradicionalmente el paso de un régimen a otro, y la actual certifica –al menos lo intenta– la defunción del régimen constitucional que, aun entre muy numerosas y graves vulneraciones, ha pervivido a trancas y barrancas hasta ahora. Dándose el caso, además, de que los supuestos amnistiados no solo no han renunciado en ningún momento a sus designios, sino que se jactan abiertamente de haber impuesto la amnistía al estado y como paso a la secesión completa. Es la apoteosis del delito. Además, una gran bofetada al discurso con que usted paró el golpe en 2017, y a usted mismo como representante de la unidad nacional proclamada en la Constitución. ¡Y sin embargo, usted ha firmado ese golpe a la democracia y a la propia España! ¿Cómo puede entenderse?
Quizá ha pensado usted que en cualquier caso se salva la monarquía. Pero la liquidación de la monarquía viene incluida en el programa de destrucción de la democracia y la unidad nacional proclamadas en la Constitución. En el programa de un golpismo criminal contra la convivencia en paz y en libertad en España. Y viene a la mente, de manera inevitable, el recuerdo del suicidio de la monarquía en 1931, y sus consecuencias hasta derivar en guerra civil.