337 – Política y corrupción en el franquismo | Los golfos son gente ética – YouTube
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Tres claves para un nuevo régimen
Los regímenes caen a veces violentamente, y otras cambian a otro nuevo sin mucho trauma. La I República pasó a la Restauración monárquica sin mayores conflictos, la Restauración desembocó a la II República también con escaso derramamiento inicial de sangre. No ocurrió lo mismo con el paso del Antiguo Régimen al liberalismo, que exigió guerras civiles; o de la II República al Frente Popular, mezcla de insurrección y de fraude electoral; o del frente popular al franquismo, que causó una guerra civil. Como no podía haber sido de otro modo, el régimen de la transición nació del franquismo. Y la Constitución consiguiente del 78, mantenía lo fundamental de su legado: unidad nacional, paz interna, libertad personal ampliada en libertades políticas, y monarquía… Todo bajo los colores de la bandera con que se había vencido al frente popular.
El paso a una democracia no convulsa, posible en la nueva sociedad creada en y por el franquismo, se decidió por vasta mayoría en referéndum de diciembre de 1976, partiendo de la legitimidad histórica del régimen anterior. Aquella democracia funcionó mal que bien, aun si con defectos serios de origen que, en parte inevitables, podían haberse corregido, pero se fueron agravando. La fecha histórica que cambió el rumbo del régimen, fue el 20 de noviembre de 2002, cuando el Partido Popular condenó el franquismo del que procedía la democracia y el mismo PP, uniéndose al discurso histórico-político del PSOE y los separatistas, los vencidos en la guerra civil. La condena generó una involución política, creciente deterioro y corrupción de las instituciones y leyes totalitarias como las de memoria, de género o de odio, hasta culminar en el golpismo separatista abierto y su amnistía, que de hecho ha dado la puntilla al régimen de la Constitución de 1978, nunca respetada por otra parte.
Es preciso recordar esta evolución política porque su hilo y lógica suelen perderse en la algarabía de las maniobras de partidos y mil detalles de las peleas por el poder. Liquidado el régimen del 78 por una amnistía que consagra al golpismo, la situación del país se ha vuelto inestable, con deriva bolivariana cada vez más acentuada, lo que hace necesario cortar la deriva y marchar a nuevo régimen y nueva Constitución. Creo indispensables al respecto tres claves o recuperaciones de fondo: 1) Recuperación de la unidad nacional, hoy socavada hasta el punto de amenazar la disgregación del país, como ocurrió en la fase final de la república. 2. Recuperación de la democracia, ya dañada desde el primer gobierno del PSOE y en plena involución hacia un régimen de tipo comunistoide o bolivariano. 3. Recuperación de la neutralidad de España lograda en las dos últimas guerras mundiales; punto este de máxima urgencia cuando el ambiente mundial se enrarece presagiando nuevas contiendas de alcance imprevisible. Aunque aparte de esta circunstancias, la neutralidad de España debería ser, por muchos motivos, un principio básico de política exterior, como en Suiza.
El referéndum de 1976 estableció la continuidad histórica entre el franquismo y la democracia. Los tres puntos clave señalados establecerían la continuidad con el citado referéndum, corrigiendo los defectos de origen en la Constitución de 1978, agravados hasta liquidar al propio régimen. Hoy, los sucesos de Valencia revelan un auge espontáneo de la indignación y la rebeldía popular contra una tiranía que está destruyendo la libertad, amenaza seriamente la unidad nacional y está dispuesta a embarcar al país en una guerra exterior al servicio de intereses ajenos. Se repite así, en condiciones distintas, la dinámica del frente popular en 1934-1936.
Se trata de evitar en lo posible un cambio traumático. Pero esa rebeldía aunque necesaria, llevaría a la pura revuelta fracasada o al caos si no va orientada por un gran proyecto político como el aquí propuesto, cuya esencia es la continuidad histórica de España. Hoy existe una alternativa al caos y la tiranía, VOX, que defiende las dos primeras claves mencionadas, aunque con vacila, espero que transitoriamente, en la tercera. Los puntos citados, explicados, desarrollados y aplicados según las circunstancias, marcarían la verdadera alternativa susceptible de convencer a una mayoría de la población y superar la profunda crisis actual sin llegar a una nueva guerra civil, improbable pero no imprevisible.
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Portada trágica
En la portada de De un tiempo y de un país figuran seis fotos. Las tres de arriba son de tres miembros del PCE(r)-GRAPO muertos en plena juventud por la policía. De los tres de abajo, los dos primeros han sufrido o siguen sufriendo largas penas de cárcel. El tercero, yo mismo, se libró de uno u otro destino por haber sido expulsado, en 1977, no porque yo pensara entonces de modo diferente a ellos, sino por otros motivos que detallo en el libro.
Nosotros luchábamos con armas contra un régimen pintado con los más negros colores por una amplia, aun si débil, oposición, desde el PCE hasta el PSOE y los zascandiles que prosperaban en el propio régimen, parasitándolo. Por esa razón, para todos ellos los miembros del GRAPO deberían ser héroes, ya que se atrevían a luchar contra un supuesto monstruo al que ellos atacaban solo de palabra o con intriguillas. Pero, paradójicamente, aquellos feroces antifranquistas que, salvo los del PCE, nunca habían arriesgado nada contra la “insoportable tiranía”, más o menos “fascista”, denigraban a los grapos con la misma furia que el propio “fascismo”. En la historia del PSOE que he publicado recientemente, creo haber mostrado hasta qué punto la política y la farsa vienen mezcladas en la historia del siglo XX y lo que va del XXI. El propio Largo Caballero llegó a retratar las sempiternas intrigas republicanas como “dignas de un espectáculo de revista” o vodevil. Y de no ser por sus cruentos efectos podrían sugerir guiones para comedias realmente hilarantes.
Pero ahora la contemplación de esa portada me causa una sensación dolorosa: por el tiempo transcurrido, por las víctimas, por el destino de aquellos camaradas con quienes tanto me esforcé y aventuré en un empeño destructivo; y más aún por la causa anhelada, simbolizada en la célebre estatua moscovita del obrero y la koljosiana, algo difuminada en el fondo de la portada. Mucho tiempo me llevó entender que si aquellos ideales redentores derivaban una y otra vez en sociedades carcelarias no era por errores justificables por la novedad histórica de un magno proyecto, sino por la lógica misma implícita en él. Cierto que todos los regímenes políticos tienen sus víctimas, pero en el comunismo la víctima es necesariamente la sociedad entera.
Si nuestros violentos métodos eran malos, mucho peor el bello espejismo que los justificaba y que ha atraído a tantos millones de personas en el mundo y a una multitud de intelectuales supuestamente lúcidos. La portada me trae a la conciencia la trágica incapacidad humana, tan vívidamente expuesta por Omar Jayam, para entender el sentido de la vida.
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