A. Imatz (I) ¿Decadencia de Occidente? / Unamuno y Jayam

339 – ¿Fue el franquismo totalitario? | Cancelaciones

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Arnaud Imatz (I) ¿Decadencia de Occidente?

Arnaud Imatz, uno de los ensayistas políticos más interesantes del panorama intelectual francés, acaba de publicar, con traducción española (editorial Actas), un libro importante: Resistir a lo políticamente  correcto en la historia. Hitos para un conocimiento no contaminado por la ideología globalista.  prologado por el  pensador español Dalmacio Negro. El título recuerda algo al de Alex Rosal Despierta y combate a los bárbaros que arruinan tu vida,  comentado en su momento en este blog, muy práctico y oportuno, si bien el de Imatz ofrece un vasto examen historiográfico y una especial densidad analítica, que intentaremos reseñar en varias entradas.

Encontramos, de entrada, el problema de la decadencia de los imperios y civilizaciones, ahora de la civilización occidental, ya expuesto por Spengler, aunque fue solo la decadencia de Europa, bien certificada por la II Guerra Mundial. Muchos decenios después, de los pueblos y naciones de Europa, mirados desde el exterior como todavía ricos, pero con poca fibra vital,  podemos y debemos constatar la pérdida de su poder y su lugar en el mundo. Ya no son tan radiantes como antaño, sino desacreditados, desprestigiados, insultados, humillados, cautelosos, temerosos y tímidos. Sumidos en un terrible invierno demográfico, la imagen que dan al mundo es la de unos países desarrollados, pero gerontocráticos y en peligro. El futuro dirá si aún son capaces de despertar, regenerarse o incluso renacer, o si su hundimiento es implacable e ineluctable.

Solo que el concepto más amplio de Occidente incluye también al mundo anglo, en especial a Usa, que surgió de dicha guerra como una superpotencia tanto militar y política como más ampliamente cultural. Este triunfo de una rama de Occidente pareció consolidarse con el hundimiento de la Unión Soviética, que, como recuerda Imatz, parecía augurar un mundo nuevo de progreso sin fin sobre los principios que habían cimentado la hegemonía de Usa: libre mercado, libertades políticas y los derechos humanos, democracia liberal en suma. Esta civilización culminaría la historia humana, negando su pasado y asegurando una perfectibilidad indefinida a  la sociedad humana y sus “individuos”.

Las cosas no han rodado como parecía seguro, y hoy el Occidente agrupado en la OTAN y la UE –con desprecio hacia la parte hispana, que Imatz trata ampliamente en la segunda parte de su ensayo– ha experimentado una serie de derrotas en sus aventuras políticas y militares en un mundo islámico que se ha mostrado irreductible al ejemplo-amenaza-agresión de la OTAN. China y quizá India se presentan como otras civilizaciones  en rivalidad con la occidental; y la última o penúltima operación de la OTAN-UE, en el corazón de Europa, Ucrania, amenaza descontrolarse y ampliarse a una tercera guerra mundial,  que también podría extenderse desde otros focos como Oriente próximo o la rivalidad Usa-China. Una posibilidad, la más catastrófica de la historia humana.

Señala el autor asimismo el declive de la universidad, históricamente la columna vertebral de la cultura de Occidente: “cada vez más bajo el dominio  del neorracismo, del feminismo radical, interseccionalidad, teoría del género, comunitarismo, descolonialismo, indigenismo e islamoinquierdismo. Una universidad, en Francia, como en España y en casi todos los países occidentales, volcada contra el espíritu y la historia occidental, contra su cultura, e inspirada por algo nuevo: la negación de la realidad a todo efecto, sustituida por un  sentimentalismo histérico y antirracional.

Más aún: en Usa y en la UE, las tendencias desintegradoras se radicalizan en una evolución totalitaria y una resistencia interna fundamental, porque afecta a la propia concepción del ser humano. Imatz cita estas expresivas frases de A. Toynbee: Las decadencias no son inevitables ni irreparables, pero si el proceso de desintegración ha de continuar, encuentro en ella un patrón común en la mayoría de los casos. Las masas se separan de sus dirigentes, que intentan aferrarse a su posición utilizando la fuerza como sustituto del poder de atracción perdido. Observo las huellas de la división de la sociedad en una minoría dominante, un proletariado interno y un proletariado externo formado por los bárbaros de las fronteras(…) También descubro un cisma psicológico correspondiente en las almas de los nacidos en esta desdichada época. Las tendencias psíquicas discordantes que casi siempre existen en estado latente  en la naturaleza humana, encuentran ahora rienda suelta. Las almas más grandes se desprenden de la vida; almas aún más grandes se esfuerzan por transformar la vida en algo más elevado que la simple vida que conocemos aquí y siembran las semillas de un nuevo progreso espiritual”. 

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Azaña y el PSOE

**El liberalismo presidió o acompañó al mayor auge histórico de Inglaterra entre 1815 y 1945. En España fue al revés: acompañó al período más decadente y deprimido de su historia, entre 1815 y 1936. Fenómeno digno de estudio. En El PSOE en la historia de España

**PSOE y CNT eran comunistas: ¿por qué rivalizaban entonces tan violentamente? Una explicación es que ambos querían monopolizar la representación obrera. Más de fondo era la diferencia entre un comunismo social, marxista, y otro personal, anarquista. Conceptos finalmente antagónicos. En El PSOE en la historia de España.

**La historia del PSOE en los años 30 no se concibe sin Azaña. En este había algo de genial en su caracterización de las izquierdas: “Gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta”; “Política tabernaria, de amigachos, incompetente, de codicia y botín sin ninguna idea alta”. Etc.  Rasgos extendidos hoy a la gran mayoría de políticos. En El PSOE en la historia de España.

**Del concilio Vaticano II salió el “diálogo con los marxistas”. Significativamente casi ningún marxista se convirtió al catolicismo, pero muchos católicos se convirtieron al marxismo. Fenómeno digno de reflexión. En El PSOE en la historia de España

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O. Jayam (h): Unamuno y Jayam

Aunque tanto nuestra llegada como nuestra partida de la vida dependen de fuerzas ajenas a nuestra voluntad, razón, sentimientos y consciencia, encontramos sin embargo una diferencia crucial entre los dos sucesos: el nacimiento suscita  por lo general gran alegría y esperanza en los padres y familias, y en el propio nacido en cuanto comienza a ser consciente de su llegada a la vida, que suele celebrar cada año. En cambio el efecto de la muerte en la psique es una mezcla tristeza y terror, porque reduce a la nada, o así lo parece, cualquier sentido de la existencia, angustia de la que se intenta huir apartándola del pensamiento, o que se quiere calmar con variadas racionalizaciones e imaginaciones.

La alegría por el nacimiento se entiende por el propio impulso  o instinto hacia la conservación de la vida, instinto poseedor de tal intensidad  que, salvo casos extremos, permite sobrellevar incluso las mayores frustraciones y sufrimientos en los que no suele ser escasa la existencia. Al margen de que la llegada al mundo pueda darse ya de entrada en condiciones desdichadas, por lo común es también, de manera clara u oscura, motivo de gratitud hacia la fuerza misteriosa que la produce (Dios, en nuestra cultura), que aparece como bondadosa y favorable; hasta como un consuelo o victoria sobre la muerte.  Sin embargo ese sentimiento gratificante se trueca en horror ante la perspectiva del final inevitable y en desconcierto ante la “fuerza” que la impone. La muerte se vuelve más inquietante y terrible cuando es efecto de la violencia de unos humanos sobre otros: es a menudo el criterio para juzgar el máximo mal, tanto en el plano personal como en el social o político cuando las matanzas se vuelven indiscriminadas y masivas como en las guerras o en el uso del terror.

Este contraste brutal lo entiende Unamuno como una tragedia implícita en la vida  de cada persona, que desearía ante todo que no tuviera fin. La salida de imaginar algo inmortal en el hombre, el alma, aparta la cuestión del reino de la razón y la introduce subrepticiamente en el reino de la fe, que vuelve imposible argumentar. El anhelo de inmortalidad sería el eje trágico sobre el que gira la vida humana. Jayam, en cambio, admite sobriamente la brevedad o limitación de la vida, y no es el deseo de inmortalidad, sino el deseo de entender su sentido lo que le inquieta. Un sentido tan deseado como inaccesible. La inmortalidad no le preocupa, una vida inacabable y sin sentido podría ser la peor de las pesadillas.

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