O. Jayam (f) “Me iré sin desearlo” / La Transición revisitada
Jayam (f)”Me iré sin desearlo”
Si pasamos al tercer verso de los comentados de Jayam, “me iré sin desearlo”, resalta que la muerte, como el nacimiento, carecen de cualquier relación con nuestro deseo, voluntad, libertad o razón, pues aniquila, junto con el cuerpo, todas nuestras capacidades psíquicas o anímicas, disuelve en la nada todo el historial de la vida, sus hechos y recuerdos, placeres y penas, también progresivamente, en los muchos o pocos que guardan recuerdo del fallecido. Ver Eclesiastés. Volviendo al tema anterior, la muerte resulta la única certeza indudable de la vida, aunque al yo le sea imposible saber el cómo y cuándo de ella. Esa certeza parece mostrar al yo como algo irrelevante, sin apenas existencia real. Y sin embargo su consciencia es al mismo tiempo lo que exige y permite concebir al yo la vida como un todo necesitado de sentido más allá de la sucesión incoherente de hechos parcialmente sensatos o insensatos que componen las existencias personales.
Nuestras capacidades psíquicas no nos permiten entender ese brutal contraste entre la vida y la muerte, entre la existencia y la inexistencia. Este misterio radical siempre ha impresionado especialmente la psique humana, que se resiste a aceptarlo tal y como se presenta. De ahí la idea de un mas allá fuera del alcance de los sentidos y de la razón, inaceptable salvo por la fe; o de un más allá social, en el sentido de que queda la herencia del difunto, no solo material, sino de sus hechos más o menos importantes para la sociedad o para “la humanidad”, lo que es una simple ampliación del problema personal, pues presumiblemente la sociedad y la misma humanidad desaparecerán, morirán algún día, probablemente también sin desearlo, como dice Jayam.
La muerte no solo es la única certeza indiscutible, sino también el único fenómeno queiguala a todos los seres humanos, independientemente de su posición, su mérito o su calidad moral.
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La transición revisitada.
Hace unos días cambié con Miguel Platón El PSOE en la historia de España con el también muy reciente Testigos de la transición, del grupo de periodistas “Crónica”, que vivieron aquel tiempo, y en el que está incluido el propio Platón. El libro es interesante porque está escrito en este mismo año, es decir, con una perspectiva de casi medio siglo. Y sin embargo… Resumiré, para empezar, mis propias tesis, ya expuestas en mi libro La transición de cristal:
¿Qué fue la transición? El tránsito, en lo esencial pacífico, del franquismo a la democracia planeado y organizado por personal político franquista y sobre la legitimidad histórica del franquismo.
¿Por qué fue posible aquella transición, que muchos temían desembocara en un nuevo caos al estilo de la república? Porque la sociedad ya no tenía que ver con la de la república. Era una sociedad próspera y sobre todo reconciliada, libre de los viejos odios republicanos. Ello volvía impotentes a los partidos antifranquistas, rupturistas, que querían enlazar la democracia con el frente popular, y no pudieron impedir un cambio realizado bajo la bandera de los vencedores en la guerra.
¿Quedó algo del franquismo tras el proceso constituyente? Quedó la unidad nacional, que había estado a punto de quebrar en el frente popular; quedaba una sociedad libre de los viejos odios; quedaba una libertad personal y en parte política que se amplió a los partidos rupturistas, que no podían hacer mucho daño por lo ya señalado; quedaba una paz heredada; quedaba una prosperidad y tasas de crecimiento que no han vuelto a reproducirse; quedaban bastantes leyes, respetadas por su racionalidad; venía una monarquía decidida por el franquismo…
¿Cuándo comenzó la transición? De manera estricta, transcurrió entre la muerte de Franco y la Constitución de 1978, que creó un nuevo régimen. En sentido más amplio, puede datarse el principio en el Concilio Vaticano II que desde mediados de los años 60 volvió la actitud de la Iglesia hostil hacia un régimen que se había declarado católico y que había salvado a la propia Iglesia del exterminio. El Vaticano II dejó al régimen sin discurso propio, por tanto sin futuro a largo plazo, y determinó una progresiva descomposición del franquismo entre sus cuatro partidos o “familias”. Aun así, el régimen subsistió una década porque su oposición, débil y nunca democrática, no pudo explotar a fondo las excelente condiciones que le brindaba dicho concilio.
¿Fue la transición una gran hazaña histórica? No muy grande. En cierto modo venía rodada, por las circunstancias antedichas.
¿Qué calidad política puede atribuir a los políticos que hicieron la transición? Salvo a Torcuato Fernández Miranda, que salvaguardó la legitimidad del franquismo, los demás carecieron de talla de estadistas: simplemente se desenvolvieron en una situación social histórica extraordinariamente favorable, pese a lo cual su mediocridad les llevó a cometer fallos de fondo, quizá excusables dada la novedad del empeño, pero que en lugar de corregirse han ido agravándose hasta destruir al propio régimen democrático.
Pues bien, y salvo apuntes parciales, ninguno de los puntos anteriores entra en los análisis de los “testigos”, excepto parcialmente alguno de ellos, como el propio Platón o Ramón Pi. La base histórica, social y económica del proceso se despacha con referencias a “la dictadura” y al “dictador”, más un “europeísmo” beato y perfectamente estéril como es tradicional. El crucial referéndum del 76 apenas recibe atención más allá de alguna cita burocrática. La iglesia y el Vaticano II no existen. Lo que realmente quedó del franquismo tampoco recibe atención. El significado histórico del rupturismo apenas se percibe. Ni pasan de lo anecdótico las referencias a aquella especie de autogolpe fallido que fue el 23-f.
Los asertos generales suelen caer en lo cómico, sobre todo vistos en perspectiva: “La Transición y el más importante de sus frutos, la Constitución de 1978, ha sido la etapa más floreciente y de mayor progreso de la historia de España” (Julián Barriga) “Soy privilegiada porque he vivido la época más apasiomamte de la historia de España, con los hombres y mujeres más capaces de la política española” (Pilar Cernuda) “La generación que culminó e período más próspero de nuestra historia” (Daniel Gavela) “Parece un cuento, porque todo fue fantástico (…) Quizá nunca en la historia de España hubo una coincidencia de tantos nombres ilustres, de tanto talento, de tanto proyecto de futuro” (Fernando Ónega) “España, como gran reto, está a punto de incorporarse a Europa (..) Toda una década prodigiosa (…) El destino de España y de los españoles, después de muchos años, está escrito en el corazón de los que hicieron posible lo imposible, en la Corona, en la soberanía nacional y en la mente limpia de todos los que han sido educados en la libertad, porque no han conocido ni la dictadura ni la opresión” (Pepe Oneto) “La Transición, con mayúscula, fue el período del paso de la dictadura a la democracia después de una posguerra de 36 años, la más larga de la historia (…) Para los europeos, el franquismo era lo que quedaba por derrotar en el Viejo Continente” (Ramón Pi). “Me convertí a la Transición democrática el 23 de febrero de 1981 (…) El resplandor que me hizo caer del caballo fue, precisamente, la intentona golpista de Tejero” (Nativel Preciado) “El mejor político de la España actual (…) el mejor y el más eficaz, ha sido Juan Carlos de Borbón” (Justino Sinova). Y así muchos más
Sobre cuándo empezó la transición hay dudas, con referencias al asesinato de Carrero Blanco (con lo que la ETA habría sido la verdadera causante de la democracia) mientras que Carlos Dávila argumenta que, en realidad, “Para los periodistas lógicos –que no somos todos– la Transición no ha terminado“. En 1924: así, a una posguerra de 36 años, según Ramón Pi, le habría sucedido una transición de casi cincuenta. Sobre la monarquía, el dato de que la Constitución no hizo más que refrendar la decisión de Franco, apenas es tratada, o solo disimuladamente. Llama la atención que la frase, tan curiosa, de Suárez para explicar su dimisión apenas dé lugar a comentario, a pesar de que se entiende bien: “Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. Lo que está diciendo es que él mismo es el obstáculo a la democracia, y que dimite para que esta siga. Y tenía cierta razón. Quizá la frase fue un acto fallido.
Todo ello envuelto en ditirambos de los periodistas hacia sí mismos, algo frecuente en el gremio, y con un lenguaje a menudo rimbombante.
Quien quiera entender la Transición no sacará de tales testimonios, con alguna excepción, mucho más que tópicos manidos sobre un vacío de análisis histórico y político. Es un mal muy generalizado en España, también entre políticos e intelectuales, y que hace recordar el dictamen de Azaña sobre los republicanos de izquierda: “Gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta”.
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