Momentos cruciales / De X / O, Jayam: La muerte

Momentos cruciales

Destruido el régimen del 78  por la amnistía al golpismo, el gobierno emprendió una marcha hacia un régimen a la bolivariana, tratando de anular la libertad de expresión y los restos de independencia judicial, con la complicidad del PP. La situación ha cambiado de pronto por las denuncias de corrupción que están llevando al PSOE a una posición insostenible: sus jefes pueden acabar en prisión, y por eso mismo están replicando con la radicalización de sus proyectos y demagogias. La corrupción es el menor de los delitos cometidos por el actual gobierno, pero puede hacer que este caiga, como cayó Al Capone por el delito menor de no pagar impuestos.

Nos hallamos, pues, ante un cambio de régimen, y ya no puede volverse a la Constitución del 78,  sistemáticamente vulnerada desde apenas promulgada. Y ese cambio puede resultar caótico si no presenta un proyecto alternativo al del gobierno actual. Propongo que ese proyecto debe basarse en tres principios: unidad nacional contra el golpismo y el separatismo; democracia contra la oligarquía PPSOE;  y neutralidad contra la gibraltarización de España.

Recuérdese: el régimen del 78, en lo que tenía de democrático, empezó a disolverse con el ataque de Felipe González y Guerra a la independencia judicial, pero fue Aznar quien emprendió una involución a fondo al condenar el franquismo. Después, los ataques consiguientes  a las libertades,  y las leyes totalitarias de Zapatero, Rajoy y Sánchez,  han terminado por derrumbarlo en golpes sucesivos.

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De tuíter, ahora X

**Inglaterra dice que luchará contra Rusia si invade algún país europeo. Ya está luchando contra Rusia por medio del títere Zelenski. Y en invasiones, Londres tiene larga experiencia reciente: Irak, etc. Y en España, Gibraltar.

**Al abrir la verja de Gibraltar, PSOE y PP no solo convirtieron la invasión inglesa en un emporio de negocios opacos y contrabando, sino que iniciaron un proceso de pérdida de independencia del país. Un proceso de “gibraltarización” de toda España.

**La peor fechoría del tipejo Saunas fue la profanación de la tumba del mayor estadista español en al menos dos siglos. Ahí se comprobó la miseria moral y cobardía de peperos, obispos, jueces del supremo, altos mandos militares… En ese momento, el régimen del 78 entró en barrena.

**No hay nada casual ni extraño en el hecho de que quienes más odian la memoria y el legado de Franco sean los políticos más corruptos, los historiadores más falsarios, los artistas más banales y los periodistas más rastreros.

**Sin duda fue un inmenso beneficio para España, y también para una Europa suicida, la abstención española en las dos anteriores guerras mundiales. España inició a finales del siglo XV la Era Europea, y no participó en su final. Hoy se plantea un problema similar.

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339 – ¿Fue el franquismo totalitario? | Cancelaciones – YouTube

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Omar Jayam. La muerte

El tercer verso de los comentados, “me iré sin desearlo”, resalta cómo la muerte –igual que el nacimiento–, carece de cualquier relación con nuestro deseo, voluntad, libertad o razón, pues aniquila, junto con el cuerpo, nuestras capacidades psíquicas o anímicas y disuelve en la nada todo el historial de la vida, sus hechos y recuerdos, placeres y penas, sin que sirva de consuelo el recuerdo parcial y progresivamente disuelto o la fama entre otras personas, muchas o pocas, destinadas al mismo fin. La muerte resulta la única certeza indudable de la vida, aunque a la persona, al yo, le sea imposible saber el cómo y cuándo de ella, salvo en el último extremo. Esa certeza parece mostrar al yo como algo irrelevante, como una nube pasajera sin consistencia, sin apenas existencia real. Y sin embargo la consciencia de la muerte le permite y le impulsa a concebir su vida como un todo necesitado de sentido más allá de la sucesión incoherente de los hechos y sucesos parcialmente sensatos o insensatos que componen las existencias personales.

Nuestras capacidades psíquicas no nos permiten comprender tan radical contraste entre la vida y la muerte, entre la existencia y la inexistencia. Lo percibimos como sentimiento de un misterio desconcertante y aterrador que la psique se resiste a aceptar tal cual se presenta. No solo el aspecto macabro de la descomposición del cuerpo, sino el de la disolución de lo que nos parecía hermoso en la vida, como en el poema de Leopardi a Silvia. Sentimiento del que nace la idea/deseo de consuelo en un más allá fuera del alcance de los sentidos y de la razón, inaceptable salvo por la fe; o de un más allá social, la herencia del difunto, no tanto material, como espiritual o moral para otros, para una sociedad amplia o para “la humanidad”, como proponen las ideologías. Siendo este último consuelo solo una ampliación de la angustia personal, pues presumiblemente la sociedad y la misma humanidad desaparecerán algún día, probablemente también sin desearlo.

La muerte no solo es la única certeza indiscutible, también el único dato que iguala a todos los seres humanos, independientemente de su posición, su mérito o su calidad moral, anulando lo que hemos apreciado o despreciado en vida. Reflexión a su vez desconcertante que ha acompañado seguramente al género humano desde su aparición en la tierra. Las citas podrían llenar un libro. Por poner algunas, encontramos la desesperación en La Celestina, en el llanto de Pleberio ante el suicidio de su hija Melibea, confrontando los esfuerzos que exige la vida, y sus esperanzas, con su doloroso final: “¡Oh mundo, mundo! (…) Yo pensaba en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por algún orden. Ahora, visto el pro y la contra de tus bienandanzas, me pareces un laberinto de errores, un desierto espantable (…) Prometes ,mucho, nada cumples. Giacomo Leopardi exclama algo parecido a la muerte de su amada Silvia: Oh, natura, natura, ¿por que no cumples luego lo que ayer prometiste? ¿Por qué engañas tanto a tus hijos? Para Leopardi, la dignidad humana consistiría en convivir con ese destino, cosa que también Jayam recomienda: Con ánimo valiente, acepta el dolor sin la esperanza de un remedio inexistente. No obstante, no dejan de ser palabras. La desesperación alcanza un grado máximo en las célebres frases de Macbeth ante la muerte de su esposa, probablemente por suicidio: el hombre es como un actor que se agita ridícula y brevemente en el escenario de la existencia, para luego perderse en el olvido;  la vida es Un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada“. Jayam concuerda, salvo por el ruido y la furia, pues su vida parece haber transcurrido con cierta placidez, ajena a la ambición y convulsiones del poder.

Compárese, no obstante con el espíritu caballeresco de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique: la vida es dura, impone trabajos, sacrificios y peligros, y termina igual para todos, pero quien sabe “andar esa jornada sin errar” tendrá su recompensa en la fama y satisfacciones de este mundo y ante todo en la otra vida supuesta. Aun con esa fe, el tránsito es temible y doloroso, “Después de puesta la vida /tantas veces por su ley /al tablero (…) vino la Muerte a llamar /a su puerta / diciendo “Buen caballero/ dejad el mundo engañoso/ y su halago/vuestro corazón de acero/ muestre su esfuerzo famoso/ en este trago. Para afrontar el “trago” con serenidad es preciso un “corazón de acero”.

Consideremos, en fin, la Biblia, en particular el Eclesiastés: “Todos tienen la misma suerte: el justo y el injusto, el bueno y el malo, el puro y el impuro (…) Esto es lo malo de todo lo que se hace bajo el sol: que sea una misma la suerte para todos (…) Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada y ya no reciben salario, porque su recuerdo está en el olvido. Sus amores, sus odios, sus envidias, todo ha perecido”. La igualdad destructiva se extiende más aún: “La suerte de los hombres y la suerte de las bestias es la misma; la muerte del uno es como la del otro; (…) y la superioridad del hombre sobre la bestia es nula, porque todo es vanidad. Ambos van al mismo lugar; ambos vienen del polvo y ambos vuelven al polvo ¿Quién sabe si el aliento del hombre sube arriba y el de las bestias desciende bajo tierra?“. La fe, ante tal panorama, se vuelve realmente voluntariosa.

Por otra parte, también comparte el Eclesiastés el escepticismo de Jayam sobre la posibilidad de entender el sentido de la vida: “Me dediqué a conocer la sabiduría y la ciencia, la locura y la necedad, y comprendí que eso también es perseguir al viento. Porque cuanta más sabiduría, más pesadumbre, y cuanta más ciencia, más dolor”. Y siendo así las cosas, ¿para qué preocuparse por la muerte, sabiéndola inevitable por voluntad de fuerzas ajenas a cuanto podamos concebir? Pero escribe Unamuno en El sentimiento trágico de la vida: “Decía Spinoza que el hombre libre en nada piensa menos que en la muerte. Pero ese hombre libre es un hombre muerto libre del resorte de la vida (…) Como Pascal, no comprendo al que asegura no dársele un ardite de este asunto (…) Es para mí, como para Pascal, “un monstruo“. Pues sin duda la consciencia de la muerte pesa inevitablemente sobre la autoconsciencia del hombre y de su existencia, como una angustia que intenta calmar de mil maneras, apelando a la libertad, a una justicia ultraterrena, a un llanto quizá liberador, desafiándola o apartándolo del pensamiento o de otros modos, ninguno de los cuales cambia el hecho ni define su sentido, y con él el de la vida.

Unamuno encuentra la sustancia de la angustia esencial en el ansia de inmortalidad de los yoes o personas, necesariamente frustrada por la muerte y la consciencia de ella. Esa ansia sería el núcleo trágico de la vida humana. Nótese la diferencia con Jayam: este admite sobriamente la brevedad o limitación de la existencia, y es a su sentido o sinsentido a lo que alude, y no una inmortalidad quizá deseable, aunque ambas cosas, sentido e inmortalidad, resulten inaccesibles. Una vida sin sentido, al menos se acaba,  y una inmortalidad sin sentido sería la peor de las soluciones. Claro que cabe especular con otra forma de inmortalidad, no precisamente consoladora: Renacerás en la hierba que todos hollan o en la flor que el sol marchita, anota Jayam.

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