Blog I: Recuerdos (16) Melancolía por la juventud ida: http://www.gaceta.es/pio-moa/recuerdos-sueltos-16-melancolia-juventud-ida-18082015-0754
En 2006 decía “nacionalismos”, pero la palabra adecuada es separatismos. Y no tenía en cuenta lo bastante la influencia de un racismo estrafalario tanto en el separatismo vasco como en el catalán. Desde la derrota nazi procuran ocultar aquella manía, pero les resurge constantemente, como en su insistencia en los “hechos diferenciales”, o últimamente en la “genética”, que dice Junqueras. En realidad, sin ese racismo subayacente, los separatismos perderían toda su fuerza.
Otro punto a destacar es el surgimiento, a principios del siglo XX, del “regeneracionismo”, muy favorable a los separatismos por la común denigración del pasado español. En 2004 publiqué el primer estudio en profundidad de los separatismos vasco y catalán en estrecha relación con la evolución política de España. El libro se vendió muy bien, pero no dio lugar a debate alguno, y ello, unido al hecho de ser el primero en su género (y creo que sigue sin haber otro) pese a abordar cuestiones tan cruciales, indica el marasmo cultural y político de la España actual.
Separatismos: circunstancias y líderes
LD, 23 de Junio de 2006 – 11:46:20 – Pío Moa – 141 comentarios
Los separatismos vasco y catalán fueron incubándose bajo la Restauración, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando todavía nacionalismo y liberalismo parecían marchar unidos, salvo en Alemania. Sin embargo, en España tardaron mucho los regionalismos románticos en convertirse en separatismos, no ocurriendo ello hasta la última década del siglo, tardíamente con respecto a otros separatismos europeos, y con un tinte antiliberal.
Tanto en la población vasca como en la catalana había tenido mucha aceptación el carlismo. Sin embargo fueron sus regiones las más beneficiadas por el triunfo liberal, pues en ellas –en Barcelona y Bilbao– surgieron las minorías emprendedoras que mejor aprovecharon la estabilidad y el mercado nacional abierto por la Restauración. Por tanto cabía esperar que sus burguesías y la gente común hubieran reforzado sus sentimientos unitarios, y simpatizado con el liberalismo. En parte así ocurrió, desde luego, pero la prosperidad incluyó un fenómeno más alarmante: atrajo a Bilbao y a Barcelona a decenas de miles de trabajadores de otras regiones, mano de obra en su mayoría analfabeta, poco religiosa, a menudo desarraigada, explotada y proclive a actitudes revolucionarias. Ello despertaba en las crecientes clases medias autóctonas una sensación de peligro y desorden, mezclada, a menudo, con la añoranza por un idealizado ayer de tranquilidad y armonía.
El descontento con algunos efectos del liberalismo anclaba también en la tradición carlista, una de cuyas reivindicaciones había sido los fueros regionales o provinciales, leyes particulares de origen medieval que, entre otras cosas, fragmentaban el mercado único. Los fueros de Cataluña habían sido abolidos en 1716, tras la guerra de Sucesión, por haber apoyado la oligarquía y muchos catalanes a la dinastía austriaca, en lugar de a la triunfante borbónica; y los vascos en 1876, después de la última guerra carlista.
Por otra parte el dinamismo de Bilbao y Barcelona provocaba roces con una administración madrileña plagada de viejas rutinas semirrurales y oligárquicas, deploradas por las pujantes capas industriales y comerciales. Se extendió la idea en medios populares y menos populares de que “catalanes y vascos” eran los únicos que trabajaban, viviendo las demás a su costa. Por supuesto, la situación podía presentarse también al revés: Cataluña y Vasconia no sólo se beneficiaban del mercado nacional (más el colonial), sino que prácticamente lo tenían cautivo merced a unos aranceles muy altos, impuestos por Madrid para proteger, precisamente, sus industrias, las industrias españolas, en definitiva. Y quienes trabajaban allí eran, en gran parte, gentes de otras regiones.
Los separatismos iban a crecer, pues, en ese ambiente, explotando el orgullo por la prosperidad económica, el descontento con la pesada administración central, la inseguridad introducida por la inmigración, el miedo a los brotes revolucionarios, la aversión tradicional al liberalismo, y la nostalgia por un pasado ideal concretado en los fueros, en cuya abolición veían o querían ver el fin de la “libertad” catalana y vasca.
Sentimientos un tanto contradictorios, porque el progreso material se asentaba, precisamente, en la mano de obra barata llegada del resto del país y en la eliminación de los fueros, que, al ampliar los mercados, había dado alas a la industria textil catalana y la metalúrgica vizcaína. Volver a los fueros habría traído la ruina económica, por lo que su invocación funcionaba más bien como una querencia sentimental del pasado, justificadora del disgusto con las dificultades del presente. Y los defectos de la administración central podían verse como productos irremediables de una institución a destruir, o como males transitorios, superables mediante reformas.
Peculiaridad importante de estos separatismos fue la impronta clerical en su gestación. El nacionalismo catalán tuvo una raíz fundamental en medios de la Iglesia, aunque al principio no pasara en ellos de regionalismo. En Vascongadas se trató más bien de un acogimiento eclesiástico de las doctrinas, de matiz teocrático, elaboradas por Sabino Arana. En ambas regiones diversos seminarios, monasterios y parroquias llegaron a convertirse en focos de separatismo. Y mucho más tarde, por los años 60 del siglo XX, bajo el régimen de Franco, el clero iba a desempeñar de nuevo un papel crucial en el resurgimiento de los separatismos, aunque en un contexto muy diferente y por causas también diferentes.
Choca a primera vista el nacionalismo clerical, pues España había desempeñado durante siglos el papel de adalid del catolicismo en Europa y en medio mundo. ¿Cómo, de pronto, unos católicos fervientes desvalorizaban esa tradición y pugnaban por romper la vieja unidad hispana? Una explicación reside en las quiebras sociales y políticas del siglo XIX y en el triunfo final del liberalismo. Esta ideología había llegado con la invasión napoleónica, inspirándose en la revolución francesa y con un componente antirreligioso y violento muy pronunciado, alzando contra ella un frontal rechazo en los ambientes más católicos, que por reacción se anclaron en una ortodoxia anquilosada. Al triunfar el liberalismo, diversos clérigos pensaron salvar lo salvable en sus propias regiones, donde tan fuerte había sido la influencia carlista. No insinúo una continuidad entre carlismo y separatismo. Por el contrario, el carlismo había defendido firmemente la unidad española, aun si la concebía al modo descentralizado del antiguo régimen; por lo tanto el nacionalismo suponía una ruptura con él. La relación es más bien indirecta y producto del ambiente. Las repetidas derrotas carlistas dejaban a finales del siglo poca esperanza de volver al antiguo régimen, y el nacionalismo clerical, considerando a Cataluña y Vasconia regiones privilegiadamente católicas, quería salvarlas de la general degradación. Hasta cierto punto los separatismos vasco y catalán nacieron como reacción regional contra el liberalismo triunfante en el conjunto del país.
Esta explicación resulta, no obstante, insuficiente, por cuanto la Restauración había creado un sistema moderado, ajeno a las antiguas exaltaciones, pronunciamientos militares y ataques a la religión, haciendo posible una convivencia espinosa, pero aceptable, entre la Iglesia y el estado. Pero fue precisamente entonces cuando tomaron cuerpo los movimientos anarquistas y marxistas, confirmando en apariencia la vieja crítica al liberalismo como puerta abierta a esas ideologías, que irrumpían prometiendo textualmente la sangrienta abolición de la religión, la propiedad privada y la familia.
El paso del regionalismo al nacionalismo entrañaba otro cambio radical. Como en todos los países, había existido siempre una rivalidad entre las regiones. El “contrario”, en Cataluña y, en menor medida en el País Vasco, había sido Castilla. Sin embargo la decadencia castellana en el siglo XIX era manifiesta, y su hegemonía en la política y la cultura se había desvanecido de mucho tiempo atrás. Los nacionalistas vascos y catalanes mostraban animadversión hacia Castilla, cuya historia y hegemonía pasadas zaherían y menospreciaban, pero considerarla una “nación opresora” sonaba por lo menos exagerado. Aunque la unidad española bajo los Reyes Católicos había mantenido una considerable diferenciación entre los reinos, especialmente el de Castilla y el del Aragón, esa diferencia se había ido diluyendo desde el siglo XVIII, como también la antigua preeminencia demográfica y económica castellana. Aun así, los separatismos vasco y catalán exacerbaron las quejas y diferencias, y dieron el paso de la tensión con Castilla a la oposición a España.
De todas formas, durante el último decenio del siglo XIX, ambos separatismos atraían a muy poca gente. Quedaban en cosa de algunos intelectuales y clérigos y, sobre todo en Cataluña, se confundía con el mero regionalismo cultural. Pero a finales de esa década, en 1898, ocurrió uno de los sucesos psicológica y políticamente más determinantes de la historia contemporánea española: la derrota frente a Usa, y la pérdida de las últimas colonias. Como se ha resaltado a menudo, el “desastre” no lo fue en el terreno económico –resultó incluso beneficioso desde ese punto de vista– pero sí en el orden moral: quebró la confianza y la seguridad de España en mayor grado todavía que las de Francia por su derrota frente a Alemania en 1870. Inundó el país una marea de autodesprecio y fueron puestas en cuestión la historia y la cultura españolas, y el valor mismo de su unidad. Ese momento psicológico marca el auge y consolidación de los separatismos catalán y vasco.
Siendo así, cabe preguntarse por qué cobró impulso el separatismo en esas dos regiones, y no en otras tan diferenciadas como Valencia, Baleares, Navarra, Galicia o Andalucía. Algunos encuentran la causa en la industrialización, la “burguesía”. Quizá, pero ambos separatismos tuvieron mucho de reacción a la industrialización, o más bien a uno de sus efectos principales: la llegada de una masa de inmigrantes. Y ambos enraizaron más bien en capas medias y campesinas que en el medio empresarial, sobre todo en el caso vasco. Además el progreso industrial fue previo al separatismo y no debió nada a éste, del cual sólo podía esperar peligros, al implicar una fuerte restricción del mercado para las empresas regionales.
A mi juicio, no basta con la existencia de condiciones generales u “objetivas” más o menos favorables para que una idea política cuaje. Hace falta un liderazgo lo bastante hábil y empeñado para explotar esas condiciones y superar los obstáculos. Y la presencia de líderes inspirados, enérgicos y tenaces no es algo previsible o automático en unas circunstancias económicas, sociales o culturales dadas. Es un producto azaroso de mil circunstancias, muchas de ellas estrictamente personales e impronosticables. Ese liderazgo no surgió en la mayoría de las regiones, pero sí en Vasconia con Sabino Arana, y en Cataluña con Prat de la Riba y Cambó. Los dos primeros elaboraron sendas teorizaciones sobre sus respectivas regiones, así como, más o menos explícitamente, sobre España. Y, no menos importante, combinaban con su dedicación teórica una completa devoción a la causa y la verdad que creyeron descubrir. El cambio real de regionalismo a nacionalismo se produce ya a finales del siglo XIX, y muy ligado a la obra de Arana y de Prat de la Riba, y por ello le daré en este ensayo mayor relieve que a disquisiciones eruditas sobre los antecedentes, inspiraciones o variantes de sus doctrinas.
No porque tales disquisiciones y estudios sean vanos, ni mucho menos. Al contrario, a menudo –aunque no siempre– clarifican las cosas, pero por no ser indispensables al objeto de este libro, me extenderé poco sobre ellas. Así, apenas trataré temas como la actual polémica dentro del nacionalismo catalán sobre la importancia relativa de Almirall y de Prat, o las implicaciones demo-orgánicas de las Bases de Manresa, o las raíces del mesianismo vasquista “limpiador de la tierra” desde Larramendi, estudiadas por M. Azurmendi, etc. Dicho en otros términos, parto del supuesto, a mi juicio evidente, de que fueron las ideas y fuertes personalidades de Arana y Prat, enfrentadas a un medio poco propicio, las fundadoras e impulsoras de ambos separatismos; y de que atendiendo a ellas podemos entender suficientemente –no exhaustivamente, claro, si eso fuera posible– los rasgos de cada uno y muchas claves de su desarrollo y repercusiones a lo largo del siglo XX.
Los dos personajes fueron prácticamente coetáneos, con diferencia de cinco años. Los dos murieron prematuramente, Arana con 38 años, en 1903, y Prat con 46, en 1917. Había entre ellos otras muchas semejanzas. Si, desde el punto de vista intelectual, nadie podría considerarlos brillantes, suplían esa deficiencia con el instinto, por así llamarlo, de los fundadores; con la convicción sin fisuras en sus ideas, cuya verdad redentora para sus pueblos tenían por irrefutable; y con una tenacidad extraordinaria, nacida de esa convicción. Ambos poseían dotes de organización y propaganda muy notables, y, considerando la unidad española perjudicial para vascos y catalanes, retrotraían a tiempos pasados, a veces un tanto brumosos, el ideal de plenitud nacional, para cuya recuperación habría sonado la hora. Eran, además, muy católicos.
No es claro que “Madrid” sea de origen árabe. Existe Lamadrid en Cantabria, por ejemplo, donde los árabes prácticamente no estuvieron. Y no existen otros “Madrid” en el mundo árabe
A los useños les pasa lo que a los españoles o los de cualquier otro país: que de fuera del suyo saben muy poco. Y los españoles saben muy poco también de su propio país. Los useños están bastante justificados, porque casi todos los elementos culturales actuales salen o han salido de allí: desde los atuendos “vaqueros” a los ordenadores e internet, el cine más visto, los movimientos sociales, las ideas, la música popular, etc. etc. Y yo no digo que Disney nos hunda. Nos hunde el espíritu de lacayo y la nulidad cultural que es hoy España
El nombre de “madrid” deriva del latín. Se usa en muchos lugares de España que viene a significar como “matriz” o algo así como “abundancia de aguas”. Lo de los a´rabes sólo es una adaptación, lo que llaman los puristas: “matátesis”
metátesis.
(Del lat. metathĕsis, y este del gr. μετάθεσις, transposición).
1. f. Gram. Cambio de lugar de algún sonido en un vocablo; p. ej., en perlado porprelado. Era figura de dicción, según la preceptiva tradicional.
La tierra donde se asienta la ciudad es muy rica en aguas, y aunque su río Manzanares no es un gran río, los subsuelos de la ciudad están recorridos por bastantes arroyos y afluentes que han quedado encajonados bajo el pavimento.
Paseo de la Castellana, Arroyo Leganitos, Caños del Peral… son ejemplos de ello.
Por ese motivo cuando llegaron los árabes encontraron un lugar que era conocido como “Matrice”, nombre ya anterior a los visigodos, que significaba “madre de las aguas”. Los árabes añaden el sufijo “¡t” (lugar) a la palabra “mayra” (matriz), dando lugar a la palabra Mayrit o Magerit. Los cristianos continúan con esta denominación que acaba deviniendo en Madrid o Madriz.
http://www.erroreshistoricos.com/curiosidades-historicas/origen/699-origen-del-nombre-de-la-ciudad-de-madrid-espana.html
Pongo este enlace por lo directo y escueto pero en otras páginas de Internet de diccionarios etimológicos cuentan lo mismo.
Excelente aportación Hegemon…
Sería interesante analizar el asunto, no menor a mi juicio, de la gente que adopta ideologías, del tipo nacionalista o de otro, por mero interés en su medro personal o bien por adaptarse a la corriente circundante. Creo que hay bastante de eso.
Un saludo
¡Hombre, al respecto no tiene más que ver la película de Fernando Vizcaíno Casas, LAS AUTONOSUYAS, que está muy bien…!
Sobre el texto que colgó doiraje ayer. En mi humilde opinión, la misericordia de Dios no tiene límite ni condiciones. Si eso lo llama usted “buenismo”, pues lo llamaremos “buenismo”. Dios es el padre que le organiza un festín al hijo golfo, para escándalo del hijo que cumple la ley a rajatabla.
Efectivamente Dios es infinitamente bueno, pero hay quien confunde esa cuestión, con que pueden «hacer de su capa un sayo» que al final serán perdonados sus pecados. O sea, en cortas cuentas. Somos salvos por la «Gracia» de Cristo Jesús (¡bendito sea su nombre!) y no por las obras. En realidad no puede haber «Gracia» sin obras, y eso es un concepto más ajustado al catolicismo. Personalmente estoy seguro (100×100) que no podremos estar en presencia del Maestro (desde ningún punto de vista), si nuestras obras no ganaron ese derecho y ese honor…
Para estar con Cristo, tenemos que adquirir el carácter de Cristo. Por eso hay que conocerlo…
Dios no puede considerar salvo, a quien no tiene el carácter del Maestro, porque así lo ha querido Él. Evidentemente es omnipotente, pero así como, permitió que su Hijo fuese clavado en la Cruz, y pasará todo un calvario para salvar a la humanidad… NO PERMITIRÁ
QUE UN PECADOR, TRASPASE LAS PUERTAS DEL CIELO. Pueden estar seguros de ello…
Y eso no tiene nada que ver con el Amor que siente por nosotros. También amaba a su Hijo, y dejó que lo abofeteasen, escupiesen, calumniasen, y finalmente triturasen. De tal forma, que para mí, es insoportable presenciar la Pasión de mi Maestro…
Claro que son unos racistas …
Hace unos años, me acuerdo que coincidieron las elecciones vascas con las elecciones italianas, y salió el consejero de interior, creo que Atucha en ese momento, felicitándose porque ellos habían terminado el recuento antes que Italia, y dijo algo así “hasta en eso somos superiores”… vaya usted a saber el cacao racista que tiene ese señor en la cabeza …
Los políticos hablan de reforma constitucional y consiguen generar desconfianza cuando se debería estar generando alarma social. Pego aquí una reflexión interesante de Benegas:
Pese a todo, sean ambiciosas o pacatas, amplias o limitadas, las reformas constitucionales no resolverán por sí solas los problemas, ni siquiera la elaboración de arriba abajo de una nueva Constitución garantiza tal cosa. Ocurre que muchas de las reglas que rigen nuestras vidas no están escritas, sino que forman parte de usos y costumbres surgidos al albur de las expectativas sobre el comportamiento de los demás. Y estas reglas informales se superponen subrepticiamente a las leyes. El estatismo, la corrupción y el clientelismo que padecemos tienen su origen precisamente en estas reglas, que han encontrado en la ambigüedad constitucional el medio para propagarse y consolidarse. Luego, ha bastado añadir un maremagnum de leyes para que el atropello más aberrante pueda presentarse a conveniencia como escrupulosamente legal. De ahí, y volviendo de nuevo al principio, la importancia de que la Carta Magna sea extremadamente clara y concreta. Solo reemplazando los equívocos preceptos por otros inequívocos, el actual círculo vicioso puede transformarse en virtuoso, es decir, en un sistema institucional que incentive reglas informales, usos y costumbres que, en vez de debilitar las leyes, las fortalezcan. Recuerde, la corrupción no es fruto de la herencia genética, sino consecuencia de un sistema institucional donde los incentivos no son los correctos.
http://vozpopuli.com/blogs/6237-javier-benegas-la-constitucion-que-espana-necesita
Hoy: Parroquia San Antonio de Padua, Carrer de Sant Jacint, 20 (46008) València, Valencia, ESPAÑA
http://sanantoniodepaduavalencia.blogspot.com.es/
Saludos.
Lecturas de hoy, 18 de agosto de 2015, martes de la 20ª semana del Tiempo Ordinario
Primera lectura
Lectura del libro de los Jueces (6,11-24a):
En aquellos días, el ángel del Señor vino y se sentó bajo la encina de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas.
El ángel del Señor se le apareció y le dijo: «El Señor está contigo, valiente.»
Gedeón respondió: «Perdón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres: “De Egipto nos sacó el Señor.” La verdad es que ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas.»
El Señor se volvió a él y le dijo: «Vete, y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío.»
Gedeón replicó: «Perdón, ¿cómo puedo yo librar a Israel? Precisamente mi familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre.»
El Señor contestó: «Yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre.»
Gedeón insistió: «Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien habla conmigo. No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda y te la presente.»
El Señor dijo: «Aquí me quedaré hasta que vuelvas.» Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo ofreció bajo la encina.
El ángel del Señor le dijo: «Coge la carne y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo.» Así lo hizo.
Entonces el ángel del Señor alargó la punta del cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor desapareció.
Cuando Gedeón vio que se trataba del ángel del Señor, exclamó: «¡Ay, Dios mío, que he visto al ángel del Señor cara a cara!»
Pero el Señor le dijo: «¡Paz, no temas, no morirás!»
Entonces Gedeón levantó allí un altar al Señor y le puso el nombre de «Señor de la Paz.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 84,9.11-12.13-14
R/. El Señor anuncia la paz a su pueblo
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón.» R/.
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. <R/.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,23-30):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.»
Entonces le dijo Pedro: «Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»
Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.»
Palabra del Señor
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/hoy
[Con el permiso de D. Pío paso a repetir el comentario de ayer sobre la misericordia y la verdad. Será la única vez que lo haga, pues estoy convencido que aquellos que suelen leerme, ya lo conocen. Y también por no abusar de la gentileza del titular de este espacio]
Quisiera proponer aquí una breve reflexión sin más pretensiones que me lleva rondando desde hace tiempo y que necesito poner orden en ella por medio de la escritura, como suelo hacer cuando me veo en estas situaciones. Como siempre abusaré de la amabilidad de D. Pío, que debe de estar de mí hasta las narices. Confiando en que lo que vaya a exponer no sea un sarta de tonterías, me atrevo a abusar de su gentileza nuevamente.
Y es que quisiera hablar un poco, sin otra pretensión que compartir en voz alta algunas preocupaciones, como católico laico de a pie, sin formación teológica, pero con cierta experiencia en atender sufrimientos ajenos y propios, de la misericordia divina en relación con el gran reto o encrucijada en el que se halla la Iglesia para difundir la verdad del mensaje evangélico en el tiempo presente, a hombres que no es que no reconozcan la verdad de Dios, sino que ni siquiera la pueden ya entender. En resolver este enigma consiste ni más ni menos aquello que llamara San Juan Pablo II la Nueva Evangelización. No deja de ser curioso que me sienta más libre de hablar sobre estos temas en espacios no propiamente religiosos, compuestos en general por laicos poco creyentes, aunque respetuosos, abiertos al enigma de la fe. Entre los católicos y en los foros en torno a los cuales se reúnen, abundan quienes ya se consideran salvados aquí abajo, o elegidos, o vaya uno a saber qué, pero que desde las certezas inconmovibles de quienes conocen no sólo lo que Dios dijo sino lo que quiso decir, no toleran siquiera una sana discusión en la que lo que se debate no es la verdad, sino cómo seguirla más fielmente y, unido a ello, cómo darla a conocer mejor. Me encuentro más cómodo entre los que buscan que entre aquellos que creen que ya han encontrado.
El nuevo papado de Francisco lleva haciendo un énfasis especial en la misericordia de Dios como forma preeminente de su amor por la criatura, en especial por el ser humano, hecho a su imagen y semejanza. Al menos desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha hecho hincapié en su dimensión de madre y maestra, de redención y perdón, de acogida y consuelo. Aunque es una realidad que la Iglesia ha ejercido desde su mismo nacimiento hace dos mil años, lo cierto es que un malentendido moralismo y unas peores pastorales durante generaciones hicieron distorsionar la imagen de la misma en el sentido de parecer una institución rígida, superexigente, alienante e incluso deshumanizadora. Este proceso de “dulcificación” o aggiornamento ha traído cosas buenas y otras, no pocas, que no lo son tanto. No es cuestión de tratar aquí las múltiples consecuencias de aquel concilio ecuménico; sólo me referiré en lo que afecta a cómo se entiende la misericordia en función de la verdad completa del mensaje evangélico de salvación.
Desde una perspectiva profundamente errónea de misericordia, ésta es considerada como una expresión del amor incondicional de Dios por el hombre. Es decir, la misericordia no exige, sólo invita, acompaña, propone, acoge y perdona siempre. El ser de Dios, que como señala Juan, es amor, supone que la verdad del mensaje evangélico no trata más que de una profunda empatía divina que consuela al hombre de sus limitaciones y su naturaleza pecadora. El pecado y el mal que conlleva, nunca supone en último término la condenación del pecador, salvo en los casos más graves en los que incurra una voluntad consciente y libre de ofender y rechazar a Dios. Esta perspectiva “buenista” que parece (y digo parece, pues el papa Francisco cultiva una ambigüedad calculada que no deja de resultar sumamente confusa y perturbadora) especialmente promovida en los últimos años desde las más altas esferas de la iglesia vaticana, entra en colisión con la actitud más clásica y hoy más minoritaria, pues presenta peor imagen, que entiende que la misericordia es una dimensión más de la verdad de la palabra de Dios, verdad que, no por misericordiosa, deja de ser exigente y, por tanto, condicionada a la actitud, al pensamiento y a la acción del cristiano en cada circunstancia.
Esta última visión es, en oposición a aquella concepción buenista de la misericordia, mucho más cercana a la verdad del mensaje divino a los hombres. Más cercana siempre que no cometa el error, muy común en tiempos pasados, de poner la misericordia completamente al servicio del cumplimiento de mandatos éticos. Esta tentación espiritual (pues de eso se trata, de una tentación como tantas otras), que supone hacer del seguimiento de Cristo un mero moralismo, está aún más en las antípodas de la verdad que el buenismo que denunciamos al principio. Una verdad sin caridad es tan no verdadera, como una caridad sin verdad; sólo que aquella destruye de forma más evidente al espíritu que se somete a semejante error. Verdad y caridad son las caras de una misma moneda: es imposible disociarlas sin destruir tanto a la una como a la otra. Es más: el Amor es Verdad, y la Verdad es Amor.
La clave, pues, residiría en encontrar el difícil equilibrio entre exigencia y comprensión, entre acogimiento y límite, entre ley y amor. En la verdad, insisto, tales dimensiones forman una unidad: la unidad que es Cristo en su amor por los hombres. Pero nosotros, comenzando por los que nos decimos cristianos, no vivimos en la verdad, sino aspirando a ella, intentando acercarnos a ella, obedecerla, asumirla, hacerla nuestra en nuestro corazones. Es mirando a Cristo donde sólo podemos hallar la respuesta. Y es una respuesta que, como muy oportunamente recordara Benedicto XVI, se debe encontrar en cada tiempo, debe ser buscada por cada generación, pues la Buena Noticia no es una realidad estática, sino que sus contenidos adquieren nuevas dimensiones con el paso del tiempo, sin variar jamás la esencia del mismo. Y esta es la tarea pendiente que demanda la espiritualidad contemporánea de una Iglesia que quiera acoger a los hombres de su tiempo con amor, con verdad.
Por desgracia, los pastores de nuestra Iglesia católica están por lo general muy lejos de entender al hombre contemporáneo. Conocen de su enorme desolación interior, de su anomia espiritual, de sus pecados, errores y de su esencial orfandad, pero ante tal paisaje de devastación casi ilimitada sólo aciertan a proponer al hombre un Cristo “buenista” o un Cristo de espada flamígera. Y ni uno ni otro es el verdadero Cristo. Es muy dificil expresar este equilibrio que busco plasmar en este comentario. Benedicto XVI, desde su exquisita sensibilidad espiritual, supo reflejarlo de un modo certero. Aunque la cita es larga merece copiarla entera:
“Ahora bien, la generosidad impetuosa de Pedro no lo libra de los peligros vinculados a la debilidad humana. Por lo demás, es lo que también nosotros podemos reconocer basándonos en nuestra vida. Pedro siguió a Jesús con entusiasmo, superó la prueba de la fe, abandonándose a él. Sin embargo, llega el momento en que también él cede al miedo y cae: traiciona al Maestro (cf. Mc 14, 66-72). La escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y de fidelidad que hay que renovar todos los días. Pedro, que había prometido fidelidad absoluta, experimenta la amargura y la humillación de haber negado a Cristo; el jactancioso aprende, a costa suya, la humildad. También Pedro tiene que aprender que es débil y necesita perdón. Cuando finalmente se le cae la máscara y entiende la verdad de su corazón débil de pecador creyente, estalla en un llanto de arrepentimiento liberador. Tras este llanto ya está preparado para su misión.
En una mañana de primavera, Jesús resucitado le confiará esta misión. El encuentro tendrá lugar a la orilla del lago de Tiberíades. El evangelista san Juan nos narra el diálogo que mantuvieron Jesús y Pedro en aquella circunstancia. Se puede constatar un juego de verbos muy significativo. En griego, el verbo filéo expresa el amor de amistad, tierno pero no total, mientras que el verbo “agapáo” significa el amor sin reservas, total e incondicional.
La primera vez, Jesús pregunta a Pedro: “Simón…, ¿me amas” (agapâs-me) con este amor total e incondicional? (cf. Jn 21, 15). Antes de la experiencia de la traición, el Apóstol ciertamente habría dicho: “Te amo (agapô-se) incondicionalmente”. Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad, dice con humildad: “Señor, te quiero (filô-se)”, es decir, “te amo con mi pobre amor humano”. Cristo insiste: “Simón, ¿me amas con este amor total que yo quiero?”. Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: “Kyrie, filô-se”, “Señor, te quiero como sé querer”. La tercera vez, Jesús sólo dice a Simón: “Fileîs-me?”, “¿me quieres?”. Simón comprende que a Jesús le basta su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo se entristece porque el Señor se lo ha tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero (filô-se)”.
Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptara a Jesús.
Precisamente esta adaptación divina da esperanza al discípulo que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí nace la confianza, que lo hace capaz de seguirlo hasta el final: “Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”” (Jn 21, 19).
Desde aquel día, Pedro “siguió” al Maestro con la conciencia clara de su propia fragilidad; pero esta conciencia no lo desalentó, pues sabía que podía contar con la presencia del Resucitado a su lado. Del ingenuo entusiasmo de la adhesión inicial, pasando por la experiencia dolorosa de la negación y el llanto de la conversión, Pedro llegó a fiarse de ese Jesús que se adaptó a su pobre capacidad de amor. Y así también a nosotros nos muestra el camino, a pesar de toda nuestra debilidad. Sabemos que Jesús se adapta a nuestra debilidad. Nosotros lo seguimos con nuestra pobre capacidad de amor y sabemos que Jesús es bueno y nos acepta. Pedro tuvo que recorrer un largo camino hasta convertirse en testigo fiable, en “piedra” de la Iglesia, por estar constantemente abierto a la acción del Espíritu de Jesús.”
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2006/documents/hf_ben-xvi_aud_20060524.html
En este pasaje nos dice Benedicto XVI que la exigencia siempre amorosa de Dios debe residir en una previa condición de reconocimiento humilde de nuestra naturaleza imperfecta y pecadora, también cuando queremos acercarnos a Él para seguirle. Ese seguimiento presidido por esa dolorosa certidumbre de nuestra impotencia nos abre las puertas al acogimiento infinito e incondicional de Dios. Él nos seguirá exigiendo cosas imposibles, como amar al que nos odia o cumplir de pensamiento, palabra y obra sus diez mandamientos en toda circunstancia, pero no será una exigencia que nos abrume, que esté por encima de nuestras posibilidades y debilidades, que nos deje más infelices que el propio pecado: será una verdad de amor. Y un alma así anonadada, abajada de todo orgullo, es el terreno propicio para que la semilla de la gracia de Dios germine en nuestro estiércol. Sólo así llegará la gracia con su incondicionalidad infinitamente amorosa. Y seguiremos pecando, sí, pero ya comenzamos siendo otro, el hombre nuevo, en nuestro íntimo y expreso reconocimiento de que le necesitamos.
Nada de todo esto es nuevo, ni muchísimo menos, en la vida y la historia de la Iglesia, del mensaje evangélico y de su predicación, pero hemos de subrayar esta actitud, pues el perdón que no comprende (¡cuán pocos buenos confesores existen por desgracia!), apenas consuela. Y lo que no consuela ni acompaña no hace crecer espiritualmente, y abandona las almas a las tendencias del pecado, sean éstas cuales sean en cada uno. Dios es quien perdona en el sacramento, pero es un sacerdote quien escucha, quien hace de oídos de Dios. …Y si Dios no nos oye en el confesionario… Quizá otro día sería bueno hablar del papel del sacerdote como intermediación de Dios a los hombres en los sacramentos. Dios hace en ellos, pero se apoya en sus ministros para actuar. Y esto no es baladí. Ser intermediario no le hace al sacerdote ser, por decirlo así, transparente, sin efecto ninguno. Pero dejémoslo aquí, que ya he hablado bastante de lo que no estoy preparado, como para meterme en otros jardines que apenas he hollado.
Muchas gracias, D. Pío, por su enorme gentileza al permitir que escriba sobre estas cosas en su espacio.
Saludos cordiales a todos.
Creo que estos son los centroeuropeos con los que comparte ADN Oriol Junqueras alias el suizo.
http://www.elmundo.es/ciencia/2015/08/17/55d21b1eca4741816b8b4593.html
La obsesión antiespañola de los bolivarianos les lleva a decir cosas bien pintorescas. Vamos que todo suena ya muy caribeño. Lo esencial para estos sociópatas es diluir la primacía de la ley a cambio de las ocurrencias del líder, ocurrencias que se hacen ley.
Errejón cree que “la solución” para el separatismo es “la seducción”
– Seguir leyendo: http://www.libertaddigital.com
Es que no había paz ni en el Neolítico.
Los investigadores no tienen ni idea sobre el origen de una matanza de siete mil individuos en el Neolítico pero deslizan con toda desfachatez que tal vez la culpa pudo ser de algún cambio climático.
¿De verdad el hombre contemporáneo es más inteligente que el del Paleolítico?
Serían los nacionales, Catlo…
Keiser Report en español: LA LEY DEL MÁS FUERTE (E798)
En este nuevo episodio especial de soluciones de verano, Max y Stacy desde Chicago, comentan las extorsiones por parte de la policía de las comunidades más pobres en todo Estados Unidos y el resultante aumento de los enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los ciudadanos más vulnerables. En la segunda parte, Max continúa su conversación con Mike Shedlock, de globaleconomicanalysis.blogspot.com, sobre la situación de la deuda basura de Chicago.
https://www.youtube.com/watch?v=ATc-x3SuhqI
1612: en Lancashire (Inglaterra), tres mujeres son llevadas a un tribunal acusadas de brujería (las brujas de Samlesbury)
https://es.wikipedia.org/wiki/Brujas_de_Samlesbury
Nuevo hilo