Carta abierta a Felipe VI ( y II)
La amnistía, pues, corona una larga cadena de vulneraciones graves de la Constitución con un golpe que ha acabado de anularla. Es de esos hechos históricos cuyas consecuencias solo suelen apreciarse a destiempo: significa el paso a un nuevo régimen proyectado por quienes se sienten herederos del Frente Popular. El cual, en esencia, fue una alianza de partidos separatistas y sovietizantes, en particular el PSOE; alianza que hoy se reproduce y que en los años 30 destruyó a la II República, ocasionó una guerra civil y la perdió. Hoy está plenamente demostrado que se trató de una alianza contra la democracia y no en defensa de ella, como pretende una historiografía cuya falsedad se revela con evidencia en su incapacidad para sostener en un debate intelectual libre. Y que por eso se ve obligada a imponerse con leyes totalitarias de “memoria”.
La abolición de la Constitución y del régimen representado en ella está implícita sin disimulo en dichas leyes de memoria, y ya de modo espectacular en la exhumación-profanación de la tumba de Franco, un hecho simbólico y al mismo tiempo programático políticamente. Y que también afecta de modo directo a una monarquía decidida por Franco, como todo el mundo sabe aunque se trate empeñadamente de ocultar u olvidar. No entenderíamos bien dicha profanación sin prestar atención a sus autores: un personaje entroncado familiarmente con el negocio de la prostitución homosexual. Poseedor ademas de un doctorado cuya impostura él mismo ha confesado al retroceder después de haber amenazado con acciones penales a quienes pusieran en duda su legitimidad. En ninguna democracia normal habría hecho carrera política un personaje con tales virtudes, ¡pero en España ha llegado a gobernar!, prueba de una realidad política profunda. Y como ayudante principal en dicha profanación tuvo a una ministra de justicia que hacía “clan” con un juez prevaricador y con un comisario que se jactaba de obtener información política por medios “vaginales”. El simbolismo de la operación se extiende indiscutiblemente a sus autores, dignos sucesores de los golpistas Largo Caballero y Negrín, con todo su significado político, moral e histórico. Y, recordemos, la exhumación perpetrada por tales personajes no topó con resistencia de casi nadie en una democracia visiblemente perturbada.
Ocurre además que la amnistía coincide con una crisis en Europa que no se daba desde el fin de la II Guerra Mundial: una conflagración feroz en pleno centro del continente, con amenaza de volverse incontrolable y extenderse al resto; y por ello mucho más temible que las ya muy sangrientas guerras provocadas en Irak, Afganistán, Libia o Siria, con sus cientos de miles de muertos y millones de desplazados por los que nadie ha dado una explicación o una excusa. Como usted sabe, España permaneció neutral en las dos anteriores guerras mundiales, lo que fue un beneficio absoluto para España y considerable también para el resto de Europa. La razón de fondo de aquella neutralidad estribaba en que los intereses en pugna no eran los nuestros. Pero ahora, los mismos políticos que han destrozado la ley están empeñados en que España llegue a suministrar carne de cañón a unas potencias cuyo interés queda perfectamente reflejado en Gibraltar, una invasión permanente de nuestro territorio, y en la protección a Rabat, que amenaza con imitar a Londres en Ceuta y Melilla. En cambio no tenemos ningún conflicto con la potencia contraria, con la que tampoco podemos ni debernos aliarnos. Nunca la neutralidad fue tan esencial para España, cuando muchos de los gobernantes de la UE se proponen declaradamente una nueva contienda, cuyas consecuencias, de desarrollarse, serían catastróficas para todos los bandos en pugna. España puede y debe ser una excepción, si otros países empujan o se dejan empujar a la matanza.
No sé si usted estará en condiciones de presionar todavía contra unos compromisos bélicos muy claramente opuestos a cualquier ventaja o conveniencia para España, contraídos por los políticos de la amnistía y su seudooposición. En todo caso, el objetivo de esta carta es hacer consciente, a usted y a tantos otros, de que actualmente el país se halla sin Constitución mientras se gesta una muy posible guerra general a la que se pretende arrastrarnos. Porque esta es la realidad, que no hay hojarasca leguleya ni retórica de hojalata que pueda encubrirla. Y que exige de todos, esta sí, esa coherencia con “el servicio, el compromiso y el deber” que usted ha invocado en su reciente discurso.