De lo que nadie habla / Guerra y moral / Por qué la Iglesia no derrumbó al franquismo

302 – Franco, Churchill y Roosevelt | Declaración histórica de Abascal (enlace en descripción) (youtube.com)

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De lo que nadie habla

**¿Tiene sentido defender la soberanía y los intereses nacionales en un mundo “globalizado” en que los intereses y culturas  se interpenetran  por encima de las fronteras?  Tiene el mayor sentido, pues esos intereses “globales” destruyen “lo que constituye al ser humano”,  como venía a decir Tocqueville

**Hay dos puntos fundamentales sin abordar los cuales todas las políticas concretas no pasarán de parches a un creciente deterioro golpista: a) la vindicación del franquismo como origen de la transición, la democracia, la monarquía y la permanencia de España como nación. b) La necesidad de una política exterior independiente, que solo puede asentarse en la neutralidad,  en un mundo cada vez más peligroso y dividido. La mayor prueba de la decadencia intelectual y moral que sufre España es que ninguno de esos puntos es siquiera considerado por políticos, periodistas o intelectuales.

**Zelenski pudo haber elegido la paz y eligió la guerra, una decisión criminal.  Lo hizo, además, bajo las promesas de Usa e Inglaterra y sus satélites de la OTAN; confiar en las cuales revela ciertamente una inteligencia precaria. Por esas promesas está aniquilando a la juventud ucraniana.

**Un último coletazo de la guerra civil (esperemos) y del marxismo-leninismo clásico: De un tiempo y de un país

De Un Tiempo Y De Un Pais - 1

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Guerra y moral

Mi amigo Miguel Platón contestó a mi objeción sobre su concepto de la guerra como “una tragedia innecesaria”:

En cuanto a la posibilidad de que no se hubiera llegado a la guerra, mi punto de visto no es economicista, sino moral. Se basa en que la mayoría de los españoles no quería una guerra civil. En diciembre de 1935, antes de la intervención funesta de Alcalá Zamora, la sociedad no estaba radicalizada. Fue una minoría extremista, fundamentalmente de izquierda, la que en los meses del Frente Popular protagonizó el discurso del odio y las acciones que destruyeron el Estado de Derecho, así como el recurso a la violencia que condujo al asesinato de Calvo Sotelo. La frustración de las expectativas económicas deterioró la paz social y con ello contribuyó a la radicalización. La izquierda revolucionaria basó su propaganda en que el marco legal republicano no sólo no garantizaba, sino que era un obstáculo para la mejora de los trabajadores. Y de esa forma pasó lo que pasó.

   Esto es cierto en líneas generales, pero creo que la prédica del odio, fundamentalmente por el PSOE y la Esquerra, data de mucho antes y alcanzó su clímax con la campaña por las supuestas atrocidades de la represión de Asturias en 1934. Aquella campaña envenenó el clima político y en gran medida el social. Creo que ningún historiador le ha dado la enorme importancia que tuvo. Y que se ha repetido insistentemente en el posfranquismo  sobre la represión de posguerra, con graves efectos políticos, legitimadores del ataque a la unidad nacional y a la democracia hasta llegar al golpismo presente. Precisamente tu libro sobre la represión de posguerra e una contribución muy importante contra ese envenenamiento de las conciencias.

Y casi nadie quiere una guerra civil (o una guerra en general), pues esta trae consigo sufrimientos y angustias  que nadie desea soportar. Sin embargo la guerra no es una cuestión  personal, sino social, y aquella se hizo inevitable cuando al golpe de octubre del 34, fallido,  le sucedió el exitoso de unas elecciones fraudulentas, las cuales destruyeron la legalidad republicana, que en principio permitía que las rivalidades políticas no llegaran al choque. Y, al margen de los odios implicados, la guerra tuvo un fuerte contenido político, ideológico y moral que debe destacarse siempre, pues de otro modo tendríamos que ver la guerra como un hecho absurdo: la destrucción de la legalidad republicana traía consigo la amenaza grave de sovietización y de disgregación nacional, pues no otra cosa entrañaba el Frente Popular. Ante aquella situación, solo quedaba someterse o rebelarse.  La decisión moral de rebelarse estaba plenamente justificada, en mi opinión.

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La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

Por qué la iglesia no acabó con el franquismo

El régimen no se proclamó de ninguno de aquellos cuatro partidos, sino católico, confesional y seguidor de la doctrina social de la Iglesia. El catolicismo era un factor unitario entre sus cuatro “familias”, los nacionales habían salvado a la Iglesia, literalmente, del exterminio, y el Vaticano fue el principal apoyo exterior del franquismo en los años 40, cuando parecía que el mundo entero deseaba aplastarlo.

Sin embargo, la definición católica iba a convertirse en el mayor problema para el régimen desde mediados de los años 60. Por una parte, el catolicismo no es una doctrina política y por otra su sede orientadora, el Vaticano, tiene sus propios intereses políticos. Entre 1962 y 1965 se desarrolló en Roma el Concilio Vaticano II, tratando de aggiornarse para responder al alejamiento de la religión perceptible en las sociedades europeas y useña y manifestaciones de descontento y desconcierto dentro de la misma Iglesia. A veces se ha interpretado ese concilio como el más importante para la Iglesia después del de Trento, comparación interesante para España: en Trento, la iglesia hispana fue decisiva en el Vaticano II su influencia fue insignificante. En todo caso, los efectos del concilio sobre el franquismo fueron mucho más amplios y profundos que las maniobras de generales juanistas al terminar la guerra mundial: fueron realmente deletéreos, privaron de futuro al régimen. La negativa de la confesionalidad se adornó con el “diálogo con los marxistas” y una sorda aversión marcada por el apoyo de gran parte de la Iglesia a comuistas, separatistas e incluso al terrorismo de la ETA.

Aquel cambio de política eclesial pudo haber precipitado un derrumbe político incontrolable, y quizá lo más significativo fue que pese a tal debacle ideológica y política, el régimen permaneciera durante diez años más. Su resistencia podría explicarse por la combinación de los éxitos económicos continuados con una especie de inercia o más bien solidez histórica: no debe olvidarse que la razón de ser del régimen había sido la grave amenaza de disgregación nacional y de transformación cultural de una sociedad de raíz cristiana y tradicionalmente monárquica a otra de tipo soviético.

Un tercer elemento explicativo es, a mi juicio, el prestigio personal de Franco, que inspiraba una especie de respeto supersticioso incluso a sus enemigos. En una entrevista célebre con una admirada Oriana Fallaci, en octubre de 1975, cuando ya Franco agonizaba, Santiago Carrillo afirmaba: “La condena a muerte de Franco, la firmaría”, y seguramente con gusto. Pero no iba a ser así, por lo que también debió aclarar: “Ver morir a Franco en su cama es una injusticia histórica”. Puesto que Carrillo representaba la única oposición real, organizada y sacrificada al franquismo desde los años 40, su testimonio representa también al de la oposición un tanto zascandil de “los de Munich”. La realidad es que ni Carrillo ni ningún socialista o separatista habían tenido la menor esperanza de imponer sus ideas mientras Franco viviera, y todos especulaban sobre lo que viniera después.

Las retóricas antifranquistas, a menudo muy chabacanas, no han cesado en el último medio siglo, pero no dejan de reconocer involutariamente la excepcionalidad del personaje. Como militar fue uno de los más distinguidos del siglo en cualquier país, si se mide el mérito por los éxitos en el campo de batalla y la enorme inferioridad material de la que partió. Y como político logró encauzar productivamente a personajes un tanto díscolos de diversas “familias”, muchos de los cuales podrían recordar a los dicterios de Azaña contra los republicanos. Y el balance histórico de su obra no admite comparación con los anteriores o posteriores, aunque no lograra institucionalizar plenamente el régimen y se viera privado de base por la Iglesia a la que había salvado. Aun así, después de muerto Franco han continuado durante decenios la unidad nacional, la nueva monarquía y cierto ambiente social católico, bien que cada vez más socavados y amenazados.

 

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Vientos de guerra en Europa / Arrepentimientos / El águila

Vientos de guerra en Europa

Apenas llama la atención de los (romos)  analistas españoles el clima belicista que se está extendiendo por Europa occidental, y menos aún sus consecuencias para España.  Nuestro país tiene una posición única en Europa, y no me refiero a la posición geoestratégica, que también, sino al hecho de estar satelizada a unas potencias con intereses políticos y estratégicos contrarios a ella, de lo que son prueba concluyente  Gibraltar, Ceuta y Melilla, y Marruecos.  Algo que sucede desde el Calvo Sotelo sucesor de Suárez, el del aeropuerto.

El pretexto bélico para el que se está preparando a la opinión pública es que Rusia proyecta invadir Europa central, después de Ucrania. Esto es sumamente improbable, porque el conjunto de los presupuestos militares de la UE supera con mucho a los de Rusia, y pueden ampliarse mucho más, no digamos si les sumamos los de Usa. Rusia puede ganar en Ucrania, pero no en una guerra general, que no le puede interesar de ningún modo. Sin embargo, la citada propaganda de la OTAN  se añade a continuas provocaciones desde diversos países.

¿Qué interés pueden tener la OTAN y la UE en una contienda con Rusia? Es un interés negativo: han utilizado a Ucrania, se han comprometido con ella, han impedido los acuerdos  de paz  con la seguridad de que agotarían al ejército ruso y destrozarían su economía mediante sanciones. Nada de eso les ha resultado, y lo más grave es que el fracaso pondría muy en cuestión a la OTAN y a la propia UE, con peligro de disgregarlas. Una guerra más amplia podría ser la típica solución de la huida hacia adelante.

No sabemos si esa contienda va a producirse o no, pero vemos claramente cómo se está preparando. Y ante esa preparación, una España democrática e independiente tendría que optar por la neutralidad. No tenemos conflictos con Rusia, pero sí, y muy profundos, con nuestros “aliados”. Aliados, más bien amos, de unos gobiernos españoles contentos de su papel de lacayos y resueltos a satelizar el país y cipayizar su ejército.

   Por lo tanto es hora de poner sobre la mesa la cuestión de la neutralidad. Llevo años insistiendo en ello, vanamente. Pero ante los vientos bélicos que se están levantando, la cuestión no admite demora.Algunos dicen que la neutralidad es muy difícil. Seguro. Mucho más difícil fue en la II Guerra Mundial.

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Adiós a un tiempo

Arrepentimientos

He escrito tres libros autobiográficos: De un tiempo y de un país, Viajes por la Vía de la Plata  y Adiós a un tiempo. No componen una autobiografía ni unas memorias de conjunto, pero tienen ese carácter, parcialmente autobiográfico, que en parte también, reflejan una época que a veces parece perdida en el tiempo. Una “crítica”: “Empieza usted sus recuerdos en Adiós a un tiempo, con uno muy nostálgico sobre un terrorista amigo suyo, y no veo en él ningún rastro de arrepentimiento” (J.L.M.).   No lo ve usted porque no lo hay. Las cosas fueron como fueron, eso no lo puede cambiar ningún arrepentimiento, y menos aún la exhibición de tal. Lo único exigible es la fidelidad a la memoria, por si de ahí puede extraerse alguna lección. Tampoco verá ese arrepentimiento en De un tiempo y de un país, pero sí un relato y descripción, junto con un análisis. Eso tiene más valor,

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La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

El águila

La posibilidad de volver a España triunfalmente fue cobrando sustancia, hasta convertirse en práctica seguridad, conforme las potencias fascistas se acercaban a su hecatombe.

Contra todo pronóstico, el franquismo iba a permanecer neutral durante la guerra exterior, neutralidad que objetiva aunque no deliberadamente, favoreció de modo especial a Inglaterra y Usa en momentos críticos, por lo que ambas ofrecieron seguridades y garantías a Franco; pero desde 1943, pasados los años difíciles, se tornaron hostiles e injerentes en los asuntos hispanos. A principios de 1944 parecía estar a punto la invasión anglouseña por España, ante los penosos avances por Italia, y el pretendiente Don Juan había sido advertido por su amigo Lord Mountbaten que pronto sería expulsado Franco y él podría reinar. La invasión no se intentó, al parecer porque, por una de tantas paradojas de la historia, Stalin exigió que la apertura de un nuevo frente se hiciera por Francia. Pero las intimidaciones no cesaron, y en febrero de 1945, al borde ya del derrumbe alemán, Stalin, Churchill y Roosevelt se reunieron en Yalta para organizar una posguerra mundial en la que la España nacional no tendría cabida, debiendo ser por lo tanto aniquilada.

Dada la fuerza aplastante de los “Tres Grandes”, el destino del franquismo quedaba sentenciado, y muy pocos creían en su supervivencia. El PSOE y todos los grupos exiliados se sentían de enhorabuena, dando por hecha su próxima vuelta triunfal a España, y en el propio régimen se abrían grietas por el lado monárquico, en el que muchos especulaban con sustituir a Franco por el pretendiente Don Juan, hacia quien los ingleses mostraban preferencia. La monarquía española tenía fuertes lazos con la inglesa, y Don Juan se había formado precisamente en la armada de Inglaterra, que venía a ser la de Gibraltar. Junto con la Falange, los carlistas y los católicos, los monárquicos constituían uno de los cuatro sectores, partidos o familias franquistas, seguramente el menos popular pero también el más dudoso ante una crisis tan grave, debido a su implantación en las clases altas, en parte de la intelectualidad y, lo que la volvía más peligrosa, en el generalato.

Muchos monárquicos, empezando por Don Juan, pensaban o querían pensar que la guerra civil se había librado por la vuelta de la monarquía, en lo que, desde luego, no coincidía la mayoría del régimen, empezando por Franco. Ya en enero de 1944, cuando se esbozaba la invasión del país, el Caudillo había advertido a Don Juan de que el alzamiento de 1936 no había sido promonárquico, sino patriótico: la monarquía había cedido el poder a la república y “por lo tanto, ni el régimen derrocó a la monarquía ni se sentía obligado a su restablecimiento”, y mucho menos por presiones de otras potencias. Dos años antes le había prevenido: “Siento tener que deciros que el sentimiento monárquico, que os quieren hacer ver que existe en nuestro pueblo, es falso”. Una nueva república quedaba descartada, ante la pasada experiencia, y la monarquía tendría que volver, pero por sus pasos y no de modo inmediato, por mucho que conviniera a Londres o a Washington. Puede decirse que con esta posición y la reciente neutralidad, Franco afirmaba contra viento y marea,  por primera vez en dos siglos, una política exterior española independiente.

Don Juan, sugestionado por las promesas inglesas y tutelado por  la OSS useña, antecedente de la CIA, presionaba a algunos generales para deponer a Franco pues, como le explicaba a Kindelán el 10 de febrero de 1945, “Los intereses del Imperio Británico y de los Estados Unidos (…) (exigían) que desapareciera el régimen fascista que Franco creó a imagen y semejanza de los regímenes italiano y alemán” (…) Ese dictador, ese régimen, querámoslo o no, está inexorablemente abocado —de cegarse en su voluntad de persistir a todo trance– a ser derribado entre convulsiones gravísimas en beneficio de los elementos de desorden”. Obviamente, Franco no creía que España debiera subordinarse a aquellos intereses, ni que estos fueran a imponerse ineluctablemente

Para entonces se estaba diseñando una operación fraguada por el OSS, dirigido por Allen Dulles, y aceptada por Don Juan y su entorno: se introducirían en el país grupos guerrilleros, con cuyo pretexto se declararía al régimen un peligro para la estabilidad europea, entrarían las tropas useñas e instalarían a Don Juan, con quien colaborarían, al menos inicialmente, los socialistas, ya muy olvidados de cualquier veleidad prosoviética, y se convocarían elecciones. Tendría algo de vuelta a la Restauración. El plan, que a muchas personas les sonaría a alta traición, lo expone el fervoroso juanista L. M. Ansón, en su biografía del pretendiente.

¿Quiénes serían aquellos guerrilleros? Se ha pensado que los comunistas del maquis, pero más probablemente los que entrenaba el OSS con exiliados en el norte de África, o grupos carlistas con los que había trabajado anteriormente el ex embajador inglés Hoare. En todo caso, la policía franquista desarticuló fácilmente a unos y otros, con lo que la operación tenía poco futuro.

Y dentro de la operación,  en marzo ya se lanzó Don Juan de cabeza contra Franco, emitiendo el célebre Manifiesto de Lausana. Libre, según decía, “de vendas ni mordazas”,  declaraba al régimen español “contrario al carácter y a la tradición de nuestro pueblo” y próximo a hundirse “por ser fundamentalmente incompatible con las circunstancias que la guerra presente está creando en el mundo”. Si el franquismo se obstinaba en resistir, arriesgaría una nueva guerra civil. La república no valía porque “no tardaría en desplazarse hacia uno de los extremos”. En cambio la monarquía tradicional sería “instrumento de paz y concordia y reconciliación”, y “solo ella puede obtener respeto en el exterior”. Por tales razones “me resuelvo (…) a requerir al general Franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España”, advirtiendo a los franquistas de que, si no cambiaban, llevarían a España a “una irreparable catástrofe”.

Por su parte, Franco, y con él una gran masa de españoles, creían que quien devolvería a España a la catástrofe sería Don Juan con su monarquía “tradicional”, expresión por la que podían entenderse cosas muy distintas; y no pensaban admitir un régimen bajo la tutela anglosajona, máxime cuando ni habían participado en la guerra ni le debían nada, más bien al contrario,  mientras que el resto de Europa occidental sí debían su liberación del nazismo al ejército useño e indirectamente al soviético.

La posibilidad de una invasión pura y dura fue abandonándose, como se percibiría vagamente en la posterior conferencia de Potsdam, entre julio y agosto del mismo 1945, en la que a Churchill, reciente perdedor en las elecciones, le sucedía Clement Attlee; y a Roosevelt, fallecido meses antes, Harry Truman. Attlee era mucho más antifranquista que Churchill, pero Truman era más antisoviético que Roosevelt, por lo que la hostilidad a España se hizo más vacilante. Franco había expresado inequívocamente su voluntad de resistir a cualquier agresión, y una invasión provocaría un maremagnum incontrolable o una nueva guerra civil, fácilmente contagiable al resto de una Europa en ruinas. Además, los comunistas eran los únicos que mantenían una organización armada en el interior, con el peligro de que se impusieran. Por lo tanto, bajo declaraciones de incompatibilidad y condena, la amenaza mayor iba perdiendo fuerza. Ni los exiliados ni Don Juan–no todos los monárquicos le apoyaban– percibieron aquellos sutiles cambios, y seguían convencidos de una próxima vuelta victoriosa tras los tanques y bajo los bombarderos useños, o la simple amenaza de ellos. El factor principal en el cambio de panorama fue, sin duda, la voluntad expresa de Franco de resistir a cualquier agresión. Ya le había dado resultado con Hitler, y reproducía su decisión de julio del 36, al rebelarse y vencer a pesar de las pésimas condiciones materiales en que empezaba.

Así como Prieto y otros muchos habían creído inexorable la derrota de los sublevados en 1936, Don Juan y muchos más creían inexorable el derrocamiento de Franco. Este consideró el manifiesto de Lausana equivocado y que alejaba a su autor de la corona, pero decidió mantener los lazos con él, con vistas a educar a su hijo en España y en los principios del Movimiento. El documento le pareció disculpable por la presión internacional, y “patrióticamente explicable”.  Quizá su juicio habría variado si hubiera conocido los planes elaborados por Dulles.

Ante las brillantes perspectivas que se abrían, los partidos exiliados no lograron unirse, más bien al contrario, pues cada uno quería aprovecharlas en su beneficio. Quien mejor percibió la situación fue Prieto, quien propuso una nueva estrategia de apoyo a la restauración monárquica, mediante acuerdos con Don Juan. Una vez más, comprobamos las abundantes paradojas en la historia.

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Rusia, Europa, Ucrania / Reflexiones / El águila y las urracas / Declaración histórica

Rusia, Europa y Ucrania.

Por razones oscuras, los gobiernos finlandés y sueco han abandonado una neutralidad que tanto les había beneficiado. Y se han vuelto en extremo belicosos contra Rusia, asegurando que si esta gana en Ucrania, atacará a “Europa”.

La verdad es que Rusia puede ganar y está ganando  en Ucrania, pero no puede soñar con vencer al resto de Europa o de la OTAN. Basta comparar los presupuestos militares y la potencia económica de cada cual para percibirlo. ¿Cuál es el problema real? Que la OTAN y la UE vienen usando a Ucrania para debilitar y dividir a Rusia, que lo han hecho hasta el punto de imponer el rechazo de acuerdos de paz a los que  el mismo Zelenski había estado dispuesto en principio.

Por lo tanto, la derrota de Ucrania afectará también profundamente a la UE y la OTAN.  Y ahí radica el enorme peligro, pues tal fracaso amenazaría a las dos con descomponerse, más gravemente que la derrota en Afganistán, algo que querrán impedir a toda costa. Los llamamientos, en Suecia, Finlandia y Alemania especialmente, a prepararse para una guerra directamente con Rusia, son hoy la mayor amenaza para la paz en Europa. Y no solo en Europa.

Con sus políticas, la OTAN y la UE  han conseguido alejar a Rusia de Europa y empujarla hacia China. Y empujarse ellas mismas y a Europa hacia un abismo. Si algo importa de manera decisiva a España, es alejarse de esas dinámicas.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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Reflexiones sobre la historia.

*La historia es el intento de encontrar sentido a la experiencia humana ampliándola del plano personal al social. Un intento nunca logrado, y sin embargo imperativo

*Ortega y otros filósofos sostienen que el hombre no tiene naturaleza, sino historia. Yo creo que tiene las dos cosas, aunque sea muy difícil concordarlas. Heráclito tenía razón, Parménides también

*¿Es la historia “un relato de ruido y furia contado por un idiota y que no significa nada?” En la historia hay mucho ruido y furia, y muchos relatores idiotas; pero afirmar que no significa nada suena pretencioso. Decir que no conseguimos entender su significado es más razonable.

*Tanto en el plano personal como en el social buscamos el sentido de la vida en la ética. Sin embargo la ética no se sostiene por sí misma, exige un fundamento superior, que podemos llamar metafísico. Ese fundamento se escapa a nuestra razón.

*Las ideologías pretenden que antes de ellas la historia había sido un enorme error o, en el mejor de los casos, una preparación penosa y torpe para llegar a ellas.

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El águila y las urracas

“Comparar a Franco con los políticos de la Transición es como comprar a un águila con unas urracas”, afirma un comensal. “Un poco excesivo llamar a Franco un águila, ¿no?  Un militar mediocre y un político con suerte, como mucho”, le rebate otro. “Yo no llamaría mediocre a quien venció a los comunistas y los separatistas, venció indirectamente a Stalin, desafió a los vencedores de la guerra mundial y les venció su aislamiento”. “Bueno, las urracas  eran franquistas, procedían de aquel régimen, en él se habían formado. Parece que el águila no consiguió hacer escuela”. “El tema aburre. Pasemos a la inflación”.

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Según terminaba la SGM, el mundo parecía volcarse contra Franco, cuyo destino estaría decidido. Sin embargo la España de Franco resistió: 301 – El mundo contra Franco | El discurso del Rey (youtube.com)

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Una declaración histórica

Ante el golpismo. VOX, única formación política que se opone al golpe PSOE-separatista, con el que, como siempre, colabora el PP. Pobreza de las preguntas, el periodismo no da más de sí. Ante la manipulación y boicot de los medios, la  declaración de Abascal  debe llegar a millones de personas.  Y puede hacerlo si todos la difundimos:  Rueda de prensa con Santiago Abascal tras el Comité de Acción Política (8 ene 2024) (youtube.com)

 

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Ideologías y angustia esencial / Miguel Platón, Seidman y dos objeciones.

Según terminaba la SGM, el mundo parecía volcarse contra Franco, cuyo destino estaría decidido. Sin embargo la España de Franco resistió: 301 – El mundo contra Franco | El discurso del Rey (youtube.com)

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Ideologías y angustia esencial

Me pregunta un conocido si mi concepto de ideología, con el que analizo la evolución de Europa y la SGM, tiene relación con el que usa Fernández de la Mora en El crepúsculo de las ideologías.

Ante todo, empleo a disgusto esa palabra, tal como metodología o tecnología,  con las que se quiere significar método o técnica y no tratado o estudio de los métodos o las técnicas. La ideología pudo significar originariamente “tratado de las ideas”, pero se refiere  inadecuadamente a las ideas mismas, o propiamente a construcciones de ideas o ideoconstructos. En Marx, la ideología es una construcción ideal falsa,  cuya función sería justificar la dominación explotadora de una clase sobre otras, siendo la religión la ideología por naturaleza. Al parecer, dicha dominación no exige solo la disposición y el uso de la fuerza (el estado, en las sociedades civilizadas), sino además una especie de ficticia legitimación ideal, metafísica,  no se entiende bien por qué. 

Fernández de la Mora llama ideologías a “filosofías políticas simplificadas y vulgarizadas”,  por así decir, filosofías degradadas, cargadas de sentimentalidad o patetismo y que utilizan la razón de forma espuria. Esta definición valdría si a esas ideologías se les pudiera oponer una filosofía “no vulgar”, “auténticamente apoyada en la razón”. Pero basta echar una ojeada a la historia de las filosofías para comprobar que no existe tal cosa, por más que Fernández de la Mora dé a Aristóteles la primacía. La alternativa que propone Fernández de la Mora lleva en la práctica a una racionalidad técnico-desarrollista supuestamente científica, rigurosamente ajena al sentimiento, por lo tanto al arte, el cual se reduciría a un adorno o entretenimiento. Y aunque se declara católico, lo hace un tanto al estilo  protestante, como relación exclusivamente personal con Dios.

Mi concepto de las ideologías o ideoconstructos es el de unas concepciones del mundo y del hombre que prescinden del elemento metafísico presente en las religiones para apoyarse exclusivamente en la razón. Vienen a ser una aplicación extrema de la “navaja de Occam”. De acuerdo con la presunción de Fernández de la Mora, esa aplicación daría lugar a una ética y racionalidad general  universalista a la que el hombre no podría escapar. Sin embargo ha ocurrido históricamente algo muy distinto: la razón se ha desdoblado en ideologías o ideoconstructos opuestos entre sí.

Prescindiendo de la causa de tal fenómeno, comprobamos que nace históricamente de la ardua tensión entre razón y fe en el cristianismo, perceptible en tres bandazos: predominio moderado de la razón en el humanismo- reacción antirracionalista en el protestantismo–nueva reacción antifideísta  o ultrarracionalista en la Ilustración. La Ilustración ha generado a su vez las “ideologías” cuya lucha pone fin a la Era Europea en la II Guerra Mundial, que he explicado  como tal conflicto y no solo como conflicto entre potencias.

Las ideologías, en este sentido, como las filosofías o las religiones, proceden del imperativo psíquico humano de calmar una angustia esencial perceptible al menos  en tres aspectos: la fuerza de la vida o más ampliamente de la existencia, inconmensurable para el hombre y que incluye la muerte, no solo personal sino, previsiblemente, de la especie y más allá del cosmos; el sentido de la vida, que escapa, en lo esencial, a nuestras capacidades; y  multiplicidad pesadillescamente incoherente o caótica de las manifestaciones de la vida y del mundo, que la psique se ve forzada ordenar y jerarquizar, en un trabajo sin fin. Las ideologías calman mejor o peor esa angustia, de ahí la adhesión y a menudo el fanatismo  que suscitan. Pero precisamente porque la razón solo es capaz de establecer órdenes parciales en ese cúmulo, se producen las ideologías y los choques entre ellas.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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M. Platón, Seidman y dos objeciones

El libro de Miguel Platón La represión de la posguerra  deja claras ante todo dos cosas: la sistemática falsificación de la izquierda sobre dicha represión,  tanto sobre el número de casos, exagerado grotescamente, como sobre la legitimidad de los procedimientos, que según las versiones izquierdista habría afectado a simples “republicanos” condenados “por sus ideas” (democráticas, por supuesto). Una falsificación tan exagerada y sistemática en este punto condensa la falsedad general de la versión izquierdista sobre el Frente Popular, la guerra y el franquismo. No extrañará, lógicamente, que intenten blindarla contra el debate libre, intelectual y democrático, mediante leyes abiertamente totalitarias.

   Acaba de salir en Revista de libros,  una recensión del de Platón por el estudioso useño, M. Seidman, a quien he dedicado hace años algunos artículos de crítica, uno de los cuales incluí en mi reciente Galería de charlatanes. Me parece que Seidman sigue sin entender algunas cosas elementales, que inevitablemente perturban  su comprensión  del relato Así, escribe: “Los nacionalistas pervirtieron el significado de «lealtad», «rebelión» y «legalidad» al decretar a posteriori que la República   era ilegítima”. Por nacionalistas se refiere a los nacionales, que justamente rechazaban el nacionalismo. Y por República se refiere al Frente Popular, que la destruyó. Así, para Seidman era legítimo un régimen compuesto por los partidos que asaltaron sangrientamente la república en octubre de 1934 y que la remataron desde febrero de 1936 mediante el fraude electoral y la imposición de un régimen de terror. Bueno, pues ya sabemos lo que es legítimo para Seidman.

   Dice también Seidman: “Tal vez lo más significativo es que se ignoró la igualdad de justicia, ya que los crímenes nacionalistas, que superaban considerablemente a los republicanos, quedaron impunes”. ¿De dónde saca que los crímenes “nacionalistas” superaron a los contrarios? De ninguna fuente seria, simplemente repite la propaganda, de la que precisamente debería haber quedado advertido por el libro de Platón. Por otra parte, después de una guerra suelen ser los vencedores los que juzgan. No sabemos que después de la SGM fueran juzgados los aviadores useños o ingleses  que masacraron desde el aire a cientos de miles de civiles, ni quienes los mandaban.  No sé si, en nombre de la igualdad de justicia, aspirará Seidman a que se corrija esa anomalía. 

   Siempre he insistido en que los libros de historia, a poco que manejen una amplia información, tienen siempre errores de detalle; pero que los errores verdaderamente serios son los de enfoque, como los mencionados, pues contaminan el resto de la historia.

Dicho esto, me gustaría hacer dos objeciones, menores pero no insignificantes,  al libro de Platón. Titula uno de sus apartados “Una matanza de pobres”.  Esto nos retrotrae a la calumnia de Maritain, según la cual era tan malo matar a los curas por ser curas como a los pobres por ser pobres, cosa que según él practicaban los nacionales.  Ya sé que el autor no pretende tal cosa, pero el epígrafe suscita la confusión y se presta a la labor de los confusionistas. Las ejecuciones no fueron “matanzas” ni murió nadie por ser pobre, sino por delitos de sangre a veces de un sadismo atroz. Muchos que no eran pobres y cometieron los mismos delitos pudieron escapar  al exilio, y los que quedaron, totalmente desamparados por sus jefes fueron  efectivamente pobres en su mayoría, fanatizado por  otros que ni eran pobres ni analfabetos.  Y esto, y no la pobreza, es el fondo del problema.

   Otra objeción que me parece de cierto interés se refiere a la idea de que la guerra habría sido “Una tragedia innecesaria” debido a que el país venía prosperando desde principios de siglo, su renta per cápita duplicaba la de Portugal (que sin embargo no sufrió guerra civil), y había cierto florecimiento cultural.  Esta visión economicista creo que no permite entender gran cosa. ¿En qué sentido “La historia pudo y debió haber sido otra”? Antes de que algo importante suceda, las posibilidades son muchas, pero una vez sucedido queda como un hecho necesario, que no permite vuelta atrás y tiene consecuencias futuras.  Y es a partir de ahí, y no de buenos deseos ucrónicos, desde donde se debe enfocar  la historia.

   La realidad es que el país sufrió con el Desastre del 98 una crisis moral de largos efectos, que llevaron al hundimiento de la Restauración por unos movimientos no especialmente económicos: marxistas, anarquistas, separatistas y regeneracionistas; subversivos y no asimilables; que la dictadura de Primo de Rivera, causada por dicho hundimiento, fue precisamente la época económicamente más próspera, pese a lo cual fracasó políticamente; que los movimientos subversivos que acabaron con la Restauración acabaron también con la República, haciendo inevitable, bien la guerra misma, bien la aniquilación de las fuerzas llamadas en general de derecha. Creo que este es un análisis más ceñido a la evolución histórica real.

 

 

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Conocerse a sí mismo / Por una república de chiflados

Conocerse a sí mismo

En la entrevista que me hizo Luis del Pino sobre Adiós a un tiempo dije, un poco en broma e imitando a Amorós en su reseña de las memorias de Albiac, que tenía una mala opinión de mí mismo, por lo que me han preguntado varias personas si realmente era sincero.  Como historiador o escritor en general, tengo una opinión de mí muy positiva, tal vez demasiado, pero como persona no tanto. Suscribo la frase, creo que de  Hamlet, “Si nos trataran a todos como merecemos, quién se libraría de una tanda de palos”, o algo así. Una idea consoladora, al extenderse tanto las culpas. Claro que muchos tienen una mala suerte inmerecida, y otros la tienen inmerecidamente buena, como yo mismo en varios aspectos: las mujeres con las que he convivido han sido humanamente mucho mejores que yo, una suerte para mí y no tanto para ellas. La política puede  embrutecer mucho.

    Pero hablar de uno mismo es siempre complicado, pues, como decía Pío Baroja, el consejo de Delfos “Conócete a ti mismo”, es inaplicable, salvo si acaso muy parcialmente. Releo algunos episodios de Adiós a un  tiempo y no puedo evitar sentirme un tanto extraño al personaje allí dibujado, a pesar de ser veraces los relatos, dentro de lo que la memoria permite. La personalidad llega a cambiar hasta hacerse irreconocible para los demás y para uno mismo. No es que este sea mi caso, pero un poco, sí.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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   Por una república de chiflados

Como indicamos al principio, la cuestión de la república es realmente crucial en la España y el PSOE del siglo XX, con efectos hasta nuestros días. Así, en abril de 2006, setenta y cinco años después de proclamarse la II República, un manifiesto en la prensa Con orgullo, con modestia, con gratitud”, reivindicaba “los valores del republicanismo español que siguen vigentes como símbolo de un país mejor”. Aquel régimen habría sido Una oportunidad, y los españoles la aprovecharon”, ocasión de uncolosal impulso modernizador y democratizador que acometieron las instituciones republicanas -siempre con la desleal oposición de quienes creían, y siguen creyendo, que este país es de su exclusiva propiedad”.Pese a la brevedad de su vida, la II República desarrolló en múltiples campos de la vida pública una labor ingente, que asombró al mundo y situó a nuestro país en la vanguardia social y cultural. Entre sus logros, bastaría citar la reforma agraria, el sufragio femenino, los avances en materia legislativa de toda índole, la separación efectiva de poderes, las constantes y modernísimas iniciativas destinadas a difundir la cultura hasta en las comarcas más remotas, el decidido impulso de la investigación científica o el florecimiento ejemplar no sólo de la educación, sino también de la asistencia sanitaria pública, para demostrar que aquel bello propósito generó bellísimas realidades, que habrían sido capaces de cambiar la vida de un pueblo condenado a la pobreza, la sumisión y la ignorancia por los mismos poderes -los grandes propietarios, la facción más reaccionaria del Ejército y la jerarquía de la Iglesia Católica- que se apresuraron a mutilarlo de toda esperanza.

Es difícil reunir tantas sandeces retóricas en tan poco espacio. Pero, añaden, a pesar de tanta maravilla, “todavía se nos sigue intentando convencer de que la II República fue un bello propósito condenado al fracaso desde antes de nacer por sus propios errores y carencias. Los firmantes de este manifiesto rechazamos radicalmente esta interpretación, que sólo pretende absolver al general Franco de la responsabilidad del golpe de estado que interrumpió la legalidad constitucional y democrática de una república sostenida por la voluntad mayoritaria del pueblo español, con las trágicas consecuencias que todos conocemos. Y exigimos que las instituciones de la actual democracia española rompan de manera definitiva los lazos que la siguen uniendo -desde los callejeros de los municipios hasta los contenidos de los libros de texto- , hecho que estiman intolerable, y muy peligroso para la salud moral y política de nuestro país.

 En otras palabras, la “salud moral y política” del país necesitaba la imposición desde el poder, entonces socialista, de una particular versión del pasado, perseguir versiones distintas por “intolerables y muy peligrosas”, y hasta borrar los recuerdos de los cuarenta años del franquismo. ¡En nombre de la libertad y la democracia, naturalmente! El manifiesto fue el prólogo a la llamada Ley de memoria histórica, del año siguiente, y de la posterior llamada “democrática” para mayor sarcasmo, y que trataremos más adelante. La fecha importa, porque hasta entonces no necesitaba el PSOE desenmascarar su carácter liberticida, pues había ganado la batalla cultural y moral por goleada, al darle la razón el PP con su condena al 18 de julio,  en 2002. Pero por esos años tuvo un éxito inesperado mi trilogía robre la república y la guerra, y sobre todo Los mitos de la guerra civil, que  amenazaban arruinar la superchería. Fue preciso poner en marcha la política del silenciamiento y la amenaza “legal”.

Aparte del carácter liberticida del manifiesto y su efecto “legal”, la historia que intentan oficializar se reduce a un cuento de hadas realmente pueril, que además confunde la república con el frente popular que la aniquiló. Y para entenderlo no es preciso consultar versiones contrarias (al menos tan lícitamente expresables en democracia como la del manifiesto): bastan los diarios de Azaña para entender hasta qué punto se trata de una grotesca patraña envuelta en la tradicional retórica grandilocuente y hueca,  aliñada con poses de indignación moral. Todo “bellísimo”, según los firmantes.

Pero si el manifiesto no dice nada real sobre la república, sí dice, y mucho, sobre sus firmantes. No se trata de sindicalistas más o menos hinchados de verborrea, sino de unos 400 artistas, profesores, escritores, magistrados, periodistas, directores y actores de cine, varios militares, sindicalistas, comunistas y separatistas; la mayoría claro está, socialistas o próximos al PSOE. Entre ellos, unos 20 se presentaban como historiadores, y a varios de ellos (Aróstegui, Casanova, Fontana, Juliá, Gibson, Viñas y algún otro) los he analizado en el estudio de crítica historiográfica Galería de charlatanes.

Supongo que la mayoría de los firmantes, excepto los más jóvenes, había sufrido las “trágicas consecuencias” del franquismo. Y tuvo que ser trágico para ellos prosperar como lo hicieron en aquel régimen feroz, a menudo como funcionarios del mismo. Algunos eran reconocidos comunistas como Castilla del Pino, o muy próximos a él como Caballero Bonald, otros marxistas también conocidos, como varios de los historiadores, sin que ello les impidiera escribir, hacer carrera, a veces muy halagada con reconocimientos y premios y algún contratiempo menor bajo las vesanias insufribles ordenadas por Franco. Fernando Fernán Gómez trabajó como actor desde los terroríficos años 40 hasta el final del régimen, con éxito que debió resultarle dolorosísimo sufrir. Luis Sampedro, en la guerra, se pasó cuando pudo al ejército de Franco, rememorando más tarde su horror ante las crueldades del mismo, lo que no le impidió estudiar con premio extraordinario en la primera facultad de Económicas del país, ordenada por el tirano, ser catedrático en 1955, y hacer una gran carrera como profesor, ensayista económico y novelista, y moverse libremente por universidades useñas o inglesas. Como tantos otros.

No son casos raros: todos o casi todos los que padecieron los horrores del franquismo hicieron carrera en él, viajaron libremente dentro y fuera del país, leyeron libremente o escribieron libros marxistas o inspirados en el marxismo, que desde mediados de los años 60 cundía en los medios intelectuales. Lo hacían, cabe suponer, odiando al mismo tiempo el terror y la miseria del régimen, porque deseaban para España una repetición de las delicias republicanas que tanto “asombraron al mundo”. Como vamos comprobando, la farsa es una seña de identidad permanente e incansable del republicanismo español ya desde los años 30. Uno tiene que recordar los dicterios de Azaña contra sus compañeros políticos: loquinarios, botarates, ineptos, imbéciles, ninguna idea alta, etc., etc. No han cambiado.

Adiós a un tiempo

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