296 – Las muertes de Mussolini, Hitler y Franco | El proyecto golpista – Bing video
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Koestler y Baroja (I)
Últimamente he repasado algunas páginas de las memorias de Pío Baroja y de Arthur Koestler, que me sugieren intentar algún comentario. Koestler tuvo una vida muy variada y agitada, con muy fuertes intereses intelectuales que le llevaron a desengañarse sucesivamente del sionismo y del comunismo, siempre con un espíritu inquieto, tratando de entender la vida. Podía haber escrito simplemente un relato de sus episodios, sus épocas malas, hasta pasar mucha hambre, y épocas boyantes (escribió una de las novelas más influyentes del siglo XX), lo que daría una vida llena de emoción y triunfante tras muchos avatares. Sin embargo se prometió escribir unas “confesiones” capaces de competir o dejar atrás en sinceridad a las de Rousseau, San Agustín u otras célebres. Así, junto al relato exterior de aventuras y desventuras, ofrece el interior de su gran inseguridad personal, sus neurosis, como se decía, su intento de entenderse a sí mismo, su sensación de estar al margen de los demás y de hacer el ridículo en sus intentos de integrarse, su intensa sensación de culpa, su “arte para envenenar mis placeres recordándome constantemente su carácter efímero”, etc. Con todo lo cual ofrece además un panorama muy agudo de la turbulenta época que le tocó vivir. Acaso sean las memorias de mayor interés del siglo XX.
Hubo para él, no obstante, un buen tiempo que añoraría, el de la fraternidad estudiantil o Burschenschaft sionista en la universidad de Viena. Las Burschenschaften eran asociaciones estudiantiles de tres tipos: pangermanistas, liberales y sionistas, que se dedicaban a las juergas y a los duelos a sable. También alguna católica que no practicaba los duelos y por eso no era tomada en serio, y “clubs” socialistas que despertaban mayor desprecio aún. Las pangermanistas eran racistas mucho antes de Hitler y solo admitían a “arios de pura cepa”. Las liberales, al contrario, admitían a checos, húngaros o judíos “y demás miembros de razas inferiores”. La primera fraternidad judía la había fundado Theodor Herzl “para demostrar que los judíos podían equipararse al resto del mundo en lo que se refería a duelos, borracheras, vociferaciones y cantos”.
La primera de estas sociedades sionistas se entrenó tan a fondo en esgrima que logró vencer a los “arios”. Estos decidieron entonces que los judíos no tenían honor, y por tanto “debía negárseles la satisfacción por las armas”. Por tanto, ante una provocación seguía la pregunta: “Herr Kollege, ¿es usted ario?”, a la que los sionistas debían responder con un palo o un puñetazo. Aquellas fraternidades, incluida la sionista, tenían sus ritos peculiares. “Después del duelo, el Kneipe era la institución más notable”, que describe así “La mesa estaba dividida en la Zona Principal para los alumnos de años superiores, y la Secundaria para los novicios. A la cabeza de la Principal se sentaba el Praeses, y al extremo opuesto el Mayor de los novicios o Contrarium (…) A la voz de mando, nos sentamos en el orden prescrito (…) El programa se dividía en tres partes, la oficial, la no oficial y la “pocilga” (…) El Praeses se puso en pie, golpeó tres veces la mesa con la espada y declaró abierto el Kneipe.
” Todo era estrictamente ceremonioso. Las órdenes para iniciar los cantos y ofrecer los brindis eran pronunciadas en latín. El orden de los cantos era inmutablemente como sigue: Gaudeamus igitur, en latín; Hatikvah, el himno sionista, en hebreo; O Alte Burschen Herrlichkeit, en alemán; Ergo bibamus, en latín; Vivat Academia, en latín; el himno de la fraternidad, en alemán, sobre una melodía hebrea. Todos los cantos eran entonado de pie, en posición de firmes. Todos los brindis (al Praesidium, al Contrarium y a varios ex alumnos, muertos o vivos) eran ofrecido en posición de firme, haciendo sonar los talones. El movimiento de alzar la copa llena y depositarla vacía exigía la precisión de un regimiento de Guardias (…) Cuando ya terminaba la parte oficial, dos de los novicios pidieron permiso en latín Per Contrarium ad Praesidium para ir al baño a vomitar (…) Durante la parte no oficial uno podía hablar libremente con los vecinos o pedir premiso per Contrarium ad Praesidim para pronunciar un discurso o ir a vomitar. Había cantos solistas y corales, sin levantarse de la silla; a estas alturas hasta los más avezados veteranos habrían mantenido difícilmente la posición de firmes (…)
“El número principal de esta parte consistía en el “cuento del vino”, un discurso humorístico sobre cualquier cosa, tachonado de alusiones a acontecimientos públicos y privados, pronunciado por uno de los mayores. De acuerdo con las reglas, el cuento debía avanzar “en ciclos”, pasando de un tema a otro mediante la aliteración, la asonancia y la libre asociación de ideas. Templado mi juicio por el vino, este discurso me pareció el más ingenioso que había oído nunca. (…) Me encontraba a la vez estimulado y agitado por el ambiente desconocido y extraño, los exóticos ritos, y sobre todo por la novedosa experiencia de verme aceptado en el seno de una comunidad fraternal y amistosa. Siempre había vivido muy solo (…) Ante esa larga mesa del salón de fiestas, rodeado de simpatía, risas y canciones, con el agradable calor de un litro o dos de vino, me parecía emerger de un túnel oscuro hacia una luz nueva y deslumbrante. Por primera vez experimenté esa emoción que es la más fuerte de todas las emociones sociales: la sensación de camaradería, de pertenecer al ambiente”. Cálida sensación que perdería al abandonar los estudios para ira Palestina a experimentar en carne propia el sionismo, del que empezó a oír hablar en aquella fraternidad.
Pío Baroja también parece haberse sentido muy poco “en el ambiente”, según se describe, sospecho que no muy sinceramente: “Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta al hombro, al amanecer, cuando los gallos lanzan al aire su cacareo estridente (…) He seguido mi ruta al azar, unas veces asustado ante peligros quiméricos,, otras sereno ante realidades peligrosas (…) Para entretener mi soledad, he ido cantando, silbando, tarareando canciones alegres o tristes, según el humor y el reflejo del ambiente en mi espíritu (…) Queriendo ser escuchado (…) Alguna ventana se abrirá –pensaba–y aparecerá un rostro simpático y jovial. No se abría ninguna ventana (…) y al insistir iban brotando aquí y allá caras torvas, miradas hostiles, gente en guardia que apretaba el garrote entre las manos huesudas. Quizá les he ofendido –discurría yo-- Esa gente no quiere nada conmigo. Y seguía mi marcha al azar (…). Durante mucho tiempo esta soledad, el graznido de las lechuzas, el aullido de los lobos, me llenaban de angustia e inquietud”.
Pero aparte de esa sensación de ajenidad y el común oficio literario, difícilmente pueden encontrarse dos biografías más distintas que las de Baroja y Koestler,
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Dos generaciones y la kakistocracia
(en este blog, 26 de junio de 2012)
Algunos agudos lectores de Sonaron gritos y golpes a la puerta han incidido en el contraste que ofrece con otras muchas obras que tratan de aquella época, de las que la novela más paradigmática y en muchos sentido fundadora sería La Colmena. Y, efectivamente, viendo las cosas en perspectiva así ocurre, aunque no fuera un designio consciente por mi parte. Las dos parecen novelas históricas en el sentido de que retratan ambientes y situaciones de época, y cabría preguntarse cuál de ellas resulta más veraz, sin entrar en méritos literarios. Creo que La Colmena, a pesar de su éxito como descripción presuntamente histórica, tiene muy poco que ver con la realidad, o, para ser más exacto, su realidad podría extrapolarse, con las correcciones correspondientes, a cualquier época: sus personajes sin mucho espíritu ni inteligencia, son perfectamente universales, y ya tiene mérito haber escrito una obra literaria notable con tales mimbres, aun cultivando el cutrismo.
En varias entrevistas me han preguntado por qué elegí aquella época, de la que, gracias a Cela y a muchos otros, ha quedado una imagen triste, pobretona y aburrida. Pero la realidad fue muy distinta. La etapa desde el comienzo de la Guerra Civil hasta el año 49, que marca la derrota completa del maquis, es sin duda la más dramática y la más épica del siglo XX español. Baste recordar los desafíos a los que hubo de enfrentarse, en condiciones muy precarias, aquella generación: los movimientos revolucionarios y separatistas, el peligro de ser arrastrados a la vorágine de la guerra mundial, el boicot inglés, la posibilidad de invasión por los vencedores de Alemania, el maquis, intento de reanudar la guerra civil, y un delictivo aislamiento internacional que buscaba agravar al máximo el hambre y la miseria. En todo el siglo XX, incluso desde la Guerra de Independencia, ninguna generación de españoles había debido afrontar desafíos tan extremos y peligrosos.
Pues bien: aquella generación, lo mejor de ella, no solo hizo frente a tan difíciles amenazas, sino que salió vencedora de todas ellas. Este es un hecho histórico de la mayor magnitud, porque los desarrollos posteriores, básicamente la paz más larga y productiva que haya tenido España en dos siglos, se debió al esfuerzo y al valor de aquellas personas, que he intentado reflejar en los personajes de mi novela, para lo que he debido alejarme del costumbrismo y del cutrismo tan en boga, sobre todo al tratar aquel tiempo.
Mucho debemos, pues, a aquella generación, a la que hemos pagado desde hace muchos años con una mezcla de odio y desprecio: el odio y desprecio de los inferiores a los superiores. Echemos un vistazo a la generación actual, que en su inversión de valores y servilismo cultural ha pretendido hacer del embuste, la cobardía, la frivolidad sin ingenio y la corrupción una especie de virtudes, y que pretende mofarse de quienes en tan gran medida la superaron. Es la kakistocracia, el poder de los peores.
Pero ya entonces aparecían esos personajes: Cela mismo es un buen modelo: de ofrecerse como chivato de la policía pasó a intentar congraciarse con los que creía que iban a vencer en España al terminar la guerra mundial. En Sonaron gritos… he querido retratar también aquellos ambientes oscuros en que todos los gatos eran pardos, y que después de tantos años parecen haberse vuelto dominantes. Aunque quizá no tanto como creen.