La vida y el destino
Así pues, La Ilíada empieza por constatar que el destino humano no está en manos de los hombres, algo que cualquier observación comprueba. Sin embargo, los héroes actúan, luchan, se debaten entre opciones, ideas e impulsos contradictorios, obran de acuerdo con rasgos personales que tampoco son del todo suyos, pues “un dios se los ha dado”; dudan, se angustian ante el porvenir, temen la muerte y lloran por los suyos, aunque sepan que la muerte es inevitable. En los mitos combaten con monstruos externos, proyección de los monstruos del interior humano, la parte oscura de su naturaleza, los deseos y los miedos que escapan parcialmente a su consciencia, así la cólera que domina a Aquiles, si bien en este caso no se recurre a una representación exterior. Y tratan de orientarse por las leyes o indicaciones de los dioses, pero estas nunca están del todo claras. Este contraste y combate entre la vida y el destino es el tema de la gran literatura, de Homero, de Shakespeare, Cervantes, Tolstói, etc. . Que lo exponen de forma punzante y emocional, sin poder darle solución.
El esfuerzo de la vida puede tratarse de manera simple y consoladora, así predomina en la literatura, como el triunfo final del bien y el castigo del mal. Lo que también se presta a la burla o el humor, como explica en Oscar Wilde una escritora: “En mi novela los buenos salen bien y los malos terminan mal, que es lo que significa la ficción”.
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Marx (XV) Una lúgubre historia
Como dije, la influencia y atracción del marxismo no se debe a su análisis económico, realmente contradictorio, mal conocido y menos aun analizado por la inmensa mayoría de sus seguidores, sino a su concepción de las clases sociales y la lucha entre ellas como explicación de la historia y de la propia condición humana y sus diferencias sociales, determinadas por la insuficiencia productiva.
Aunque está la promesa de un cercano paraíso, la visión de la historia no podía resultar más lúgubre y desmoralizante: cientos de generaciones de multitudes de seres explotados y engañados, de miseria y superstición que solo encontrarían alivio en la muerte. Ni siquiera para la minoría explotadora, parasitaria y sumida en el autoengaño podría ser la vida muy envidiable.
Hace veinte años publiqué en Libertad Digital este artículo, que viene al caso, aunque sea algo digresivo, “Una loa a la muerte” :
No sólo Millán Astray dio, según parece, un viva a la muerte. También la alaba, por ejemplo, Tarrida del Mármol, destacado ácrata implicado en el terrorismo de finales del siglo XIX y principios del XX. Tarrida encontró a la muerte un valor, por así decir, revolucionario: “Comprendemos que ínterin no venga la igualdad social durante la vida, la dulce amiga lleva ya resuelto el problema sociológico (…) igualando bajo su rudo golpe a nobles y a plebeyos, a parias y a magnates”.
Y encontraba otra buena razón de alabanza: “Cuando al cabo de un día pesaroso, el cuerpo fatigado descansa en brazos de Morfeo, es aquel sueño una delicia tal que al despertar y entrar de nuevo en posesión de nuestras penas, sentimos hondo pesar porque aquel feliz estado de reposo no se ha prolongado. ¡Loado sea el sueño! ¿Y la religión, que pretende eternizar el yo, quiere que se la llame consuelo? (…) La muerte es el sueño para no despertar. ¡Loada sea la muerte!”
Un tercer argumento: la muerte no sólo da fin a nuestros sufrimientos, sino que “preside las transformaciones incesantes de la materia, hace desaparecer los seres vetustos para dar origen a los nuevos, ella es el instrumento de la selección natural, fuente de todo progreso, ella es la dulce amiga que nos hace desaparecer del rudo combate cuando ya ansiamos (…) un reposo relativo”.
Pero en cuanto a consuelo, el de la igualación del magnate y del paria es nulo. Al revés, lleva a un summum insoportable la desesperanza del segundo. Finados sus días irreversiblemente, el paria habrá sufrido su vida miserable sin alternativa posible, mientras que el magnate habrá gozado de la suya, desde el enfoque materialista de Tarrida. El desconsuelo para el paria es absoluto, pero al magnate, ¡que le quiten lo bailao! La desesperación bien podría convertir al paria en instrumento de muerte: ¿pierde algo con suicidarse o con segar otras muchas vidas mediante una bomba?
Cabe objetar que, aunque Tarrida esté harto de su yo, a otros, incluso “parias”, la destrucción del yo les angustia. Y que, aunque él desee el descanso eterno, la mayoría de la gente prefiere soportar todo el tiempo posible la dosis habitual de pesares y cansancio. Bien, pero ¿merece respeto una gente guiada por la irracionalidad y el instinto, incapaz de compartir ideas elementales como las que la razón dicta a Tarrida? ¿Merece mucho desvelo la vida de tales cobardes animalescos?
La loa de Tarrida descansa, en definitiva, sobre el carácter de la muerte como instrumento de progreso. Pero con ello se hunde por otra vía en las, para él, tinieblas de la religión y el misticismo. ¿Qué puede importarle a su yo, destinado a total desintegración, el progreso de posteriores generaciones? ¿Debería él aumentar sus pesares luchando y sacrificándose por ellas? ¿Puede haber un incentivo en la esperanza de ser recordado como un héroe? Vanidad ridícula, que no puede compensar ni en un átomo la vida de trabajos y miserias realmente pasada. Además, incluso ese consuelo vanidoso exige una fe: la de que la posteridad le vea como un héroe y no como un loco, un imbécil o un malvado.
La muerte, por otra parte, no sólo iguala al rico y al pobre: aun más desesperante resulta que iguale al bueno y al malo, por ejemplo al buen anarquista y al malvado burgués. El ácrata se justifica en la lucha por la justicia, o lo que él toma por tal, pero desde su materialismo, esa justicia se desvanece, y su opción moral queda en nada. El único sentido de la acción anarquista, al final, consiste en una reacción resentida y desesperada por el hecho de no ser él magnate en vez de paria, de no poder dedicar su tiempo a disfrutar de los únicos bienes y la única vida posibles.
La muerte se mantiene ante nosotros como una esfinge tan indiferente a las loas como a las maldiciones, unas y otras por igual insignificantes. Pero la actitud adoptada hacia ella tiene efectos prácticos, al parecer. Por ejemplo, de encomiarla al modo como lo hace Tarrida, a convertirse en instrumento de ella contra sí mismo o contra otros, sólo hay un paso muy fácil.
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Elecciones: el fondo del problema
Para la mayoría de los analistas, las cuestiones políticas de fondo carecían de importancia. Lo que importaba eran las encuestas. Casi todas decían que ganaría “la derecha” con un PP engrandecido y un VOX mermado. Y ahora resulta que podría seguir mandando el Doctor y sus bandas de delincuentes. Desde un punto de vista político, bien podría aceptar el pacto que le proponía Pujoliño, aceptar a este como el más votado, pues entre los dos no hay ninguna diferencia de fondo; pero en política los personalismos cuentan mucho. ¡Hasta podría haber que repetir las elecciones!
Tampoco es cuestión ahora de examinar los errores de unos y otros. Por encima o por debajo de tales o cuales fallos tácticos, esta la idiotización de una gran masa de la población, que ha podido constatar la superioridad moral e intelectual de los representantes de VOX y ha preferido guiarse por los lemas vacíos de los otros. Esa idiotización tiene una raíz, más allá de las groseras manipulaciones de la TripleM: la traición a la verdad histórica, a la continuidad de la nación y a la democracia, traición resumida en el antifranquismo, en especial el del PP. Recomiendo la relectura de la entrada de este blog del 18 de julio. https://www.piomoa.es/?p=20446 .Mientras no se aborde en serio y a fondo, políticamente, ese problema, esa raíz seguirá generando plantas venenosas. Todo tiene su momento en política, y ese momento ha legado.
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