Tambores de guerra, ¿Netanyahu contra Israel? / Tres en la transición

304 – Franco desafía a la ONU | Manifiesto por la neutralidad de España (ver en descripción) (youtube.com)

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Tambores de guerra

**En toda la UE y en Inglaterra están batiendo los tambores de guerra contra Rusia. “Rusia nos amenaza”. Como cuando las armas de destrucción masiva de Irak. O el incidente del golfo de Tonkín. O el acorazado Maine en La Habana.

**La OTAN y la UE han destrozado Afganistán, Irak, Siria y Libia, supuestamente para imponer la democracia a cañonazos. Estas aventuras han costado cientos de miles de muertos y millones de desplazados. Nadie ha dado explicaciones. Se supone que Usa e Inglaterra tienen derecho.

**Lo que hicieron en Siria y Libia, utilizar a políticos agentes, lo han repetido en Ucrania, usándola de ariete contra Rusia. Ahora Rusia está ganando en Ucrania, y la OTAN y la UE dicen sentirse en peligro. Todo el conflicto se habría evitado cumpliendo los acuerdos de Minsk, firmados con el propósito abierto de engañar a Moscú.

**Por lo que respecta a España, los autores de todas estas desastrosas guerra son los mismos que invaden nuestro país en Gibraltar y protegen a la “democracia” marroquí contra los intereses de España. ¡NEUTRALIDAD!

**Parece que el patriotismo es una necesidad humana. Dado que los españoles en general son muy poco patriotas de su país, se vuelven de pronto ultrapatriotas de Ucrania, o de Hamás o, algunos, de Israel.

**Israel es un enclave europeo, occidental, en un entorno hostil  que amenaza a los judíos, literalmente con el  exterminio físico. Su derecho a defenderse (también, indirectamente, a Europa), es obvio.  Y si comete errores graves, las consecuencias podrían ser terribles.

**En mi opinión, Netanyahu está cometiendo errores graves. Primero intentó un retroceso en la democracia para supeditar el poder judicial al ejecutivo, creando una división en el país. Y ahora se plantea aniquilar por completo a Hamas y a toda resistencia en Gaza. Ese objetivo es imposible salvo expulsando a los dos millones de habitantes de la zona. Los objetivos desorbitados conducen al fracaso.

** Israel nunca podrá librarse de la enemistad islámica, pero puede mantenerla a un nivel aceptable o al menos soportable. Es lo que estaba haciendo, con mejorías en  sus relaciones con Arabia Saudí, Turquía o Egipto y aislando diplomáticamente a Irán. Y  la política de Netanyahu está arruinando aquellos esfuerzos y aislando a Israel.

**Hay en la cuestión de Gaza un elemento económico: los yacimientos de gas de su litoral y el proyecto de un canal que rivalice con el de Suez,  desde el golfo de Acaba al sur de Gaza. Es inquietante que en el fondo de la guerra en Gaza existan esos objetivos.

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Por qué la II Guerra Mundial determinó  el final de toda una era histórica comenzada por España cuatro  siglos y medio antes. Este es el enfoque más general y omnicomprensivo del alcance de una contienda que no solo se dio entre potencias sino, más profundamente, entre ideologías. Un estudio debatible, si bien en un país sin debates.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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Tres en la Transición

Es llamativo, o quizá lógico dado el pobre nivel analítico de la historiografía más habitual, que en los relatos de la transición se difumine la cuestión clave, la de la continuidad histórica del país, asaltada en 1934 y 1936, y luego sostenida por el franquismo. Se trataba de construir la democracia sobre la legitimidad y herencia social y económica del franquismo, o bien de destruirlas volviendo a una situación anterior: no otra cosa significaba la alternativa de reforma o ruptura. En cambio las historias sobre la época suelen estar plagadas de anécdotas irrelevantes o de sociologismos simploides.

La política en los siguientes cinco años iba a estar dominada, más que por dos partidos, por los dirigentes de ellos: Adolfo Suárez, con el rey detrás, y Felipe González acompañado de Alfonso Guerra. Las elecciones pasaron a girar en torno a sus grandes retratos expuestos por todas partes, con frases publicitarias muy simples, y que, como se quejaría Carrillo, parecían reñirse “entre dos niños bonitos” o, en frase de Castellano, “no era una elección de misses, pero se le parecía”.

En los ámbitos del régimen, Suárez era tenido generalmente por hombre de poco fuste, pero en febrero de 1976  Torcuato lo había presentado al rey como hombre “disponible”, sin muchas ideas ni convicciones, pero fiel a la corona, dispuesto y hábil en el trato con los demás, por tanto adecuado para la tarea. Pese a ello, Torcuato no las tenía todas consigo. En marzo insinuó a Suárez que él podría sustituir a Arias, y “no dijo, ni por cortesía, “Hombre, no” (…) Me impresionó su mirada, como si en el fondo de ella estallara el sueño de una ambición (…) Como si el fondo de aquella mirada fuera turbio y hubiera en ella algo así como una desmesurada codicia de poder. Nada claro, pero sí desazonante”. El 20 de abril volvió a encontrarle “demasiado interesado en la sucesión de Arias”, y se preguntó: “¿Cuánto había de visión de futuro y de voluntad política y cuánto de levedad de principios y de codicia política? (…) No me gusta la facilidad con que acepta”. Sin embargo siguió con el plan porque “Mi influencia y poder sobre él eran indudables”. “Sobre él ejerzo una gran autoridad y eso puede ser decisivo”. En esto demostraría fallarle su acreditada sagacidad.

Suárez dijo alguna vez que daría diez años de vida por uno de poder, y mientras bastantes políticos vacilaban ante las responsabilidades derivadas de encarrilar una transición  compleja y arriesgada, él no mostraba la menor inhibición. Con la mayor naturalidad alzaba los principios del Movimiento para entorpecer a Arias, o proclamaba “Queremos democracia en todos los ámbitos de la nación: en la política, en la cultura, en la riqueza”, demostrando su vaciedad intelectual. Él mismo decía, con cierta jactancia, que había aprobado Derecho aprendiéndose de memoria “como un papagayo”, frases que no entendía. También había interiorizado cierta jerga democrática, que usaría luego en abundancia, sugiriendo que siempre había pensado así. Su exigua solidez política ya se manifestó en los tratos con la Comisión de los Nueve, formada en diciembre por representantes del PSOE, el PCE, el PNV, catalanistas, galleguista, sociademócrata y democristiano para negociar con el gobierno. Según Jordi Pujol, “Suárez nos dijo: “Yo, señores, tengo el poder. Ustedes tienen legitimidad. De lo que se trata en estos momentos es de unir poder y legitimidad”. No dijo que nosotros tuviésemos la legitimidad en exclusiva (…) pero nos dejó muy claro que (…) representábamos la legitimidad del futuro, la que venía”. Hasta entonces, la reforma venía plenamente del franquismo, a conciencia de que la oposición solo la aceptaría si se sabía débil, pero Suárez  fortalecía a la oposición otorgándole una inexistente legitimidad democrática de la que, en cambio, él se privaba al venir tan directamente del Movimiento; desventaja que intentaría disimular con mayores concesiones y que sabrían explotar a fondo los socialistas y los separatistas, demócratas de toda la vida.

Con la victoria que supuso el referéndum, Suárez parece haberse creído un gran talento político. Había seguido el guion de Torcuato, pero desde entonces se atribuyó todas las medallas: él había sopesado diversas opciones para decidirse por un “tercer camino”, el correcto. Dejaba así a Torcuato el único mérito de haber allanado el camino que “me condujo a mí a la Presidencia”. Una vez cumplida aquella hazaña, Torcuato, todavía presidente de las Cortes, quedaba aparcado y veía con amargura cómo su “discípulo” prescindía de él, apenas le informaba y tomaba medidas que cada vez le disgustaban más. Su sobresaliente perspicacia había fallado con “el hombre disponible”, que iría transfiriendo buena parte de su disponibilidad a la oposición.

La persona de confianza de Suárez pasó a ser Carmen Díaz de Rivera, relacionada con el rey, mujer atractiva y de vida interesante, antifranquista, de un izquierdismo frívolo y emocional (ecosocialista) que procedente del partido de Tierno, terminaría en el PSOE. Y admiradora de Carrillo, el cual cobraba una aureola sorprendente, incluso en círculos de derecha, y la mantendría hasta su óbito en 2012, a pesar de sus fracasos políticos.

Ante las primeras elecciones, Suárez formó una coalición, UCD (Unión de Centro Democrático), que pasaría pronto a convertirse en partido e iba a demostrar poca consistencia interna. En lo fundamental constaba de una base y aparato procedente del Movimiento (el “sector azul”) más varios democristianos procedentes del grupo llamado Tácito y del pequeño partido de Areilza, cuyo jefe quedó defenestrado, más algún socialdemócrata. Sin embargo, ante la inanidad política de los “azules”, quienes marcaban la línea eran principalmente los democristianos, y ello tendría consecuencias realmente históricas. Durante la república el sector más aproximadamente democristiano, la CEDA, había mantenido siempre una posición incondicional con respecto a la unidad de España, pero cuarenta años después ocurría que también los separatistas vascos y catalanes se declaraban democristianos, formando una curiosa alianza en la que la unidad nacional perdía nitidez. No es que la UCD fuera contraria a dicha unidad, sino que no le parecía demasiado importante, ya que daba el peso principal a la “entrada en Europa”. Y ello habría de notarse en los estatutos de autonomía previstos.

Suárez tenía el respaldo, no oficial pero evidentemente oficioso, de Juan Carlos, y entre los dos existía una afinidad de carácter y también de inconsistencia intelectual, a la que ya hemos aludido. Por un tiempo se llevarían muy bien.

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Por lo que respecta a Felipe González, tenía con Suárez y el rey notables coincidencias de actitud y de carácter: los tres más listos que inteligentes, con un fondo cultural limitado, pragmáticos a un nivel poco elevado y sin la menor duda íntima sobre su capacidad para escalar los puestos más altos del país. Al igual que Suárez, González sabía mantener con la misma campechanía posiciones opuestas, adornándolas con palabras de buen sonido. De familia desahogada económicamente y de vida anterior un tanto anodina y previsible (lo más notable había sido una temporada en la Universidad Católica de Lovaina), vagamente ligada a la Iglesia, terminó decantándose por una tertulia sevillana de amigos socialistas (“El clan de la tortilla”). González iba a tener un futuro casi mágico, imposible de prever, primero desbancando al PSOE histórico, más tarde a Suárez y su UCD, y finalmente como director de la política nacional. Partiendo de casi la nada, ya antes de morir Franco le llovían las ayudas de todas direcciones: donativos y dádivas de variado origen, atención privilegiada y favorable en los medios, un franquismo comprensivo (y con la policía infiltrada en su partido en el que algunos dirigentes habían sido confidentes policiales), etc.

Su talante político quedó bastante bien descrito en el mencionado Congreso del 5 de diciembre. Después de las grandes declaraciones “de clase”, “marxistas” contra “cualquier acomodación o reforma capitalista”, etc., que recordaban a Largo Caballero, pasó a hablar de la política práctica. Como su ruptura ya había naufragado, siguió mencionándola, pero calificándola de “negociada”, e invirtiendo los hechos, en tradición bien asentada, afirmó que el gobierno no había tenido más remedio que “reconocer algunos de los postulados defendidos por la oposición democrática”, por lo que le reconocía generosamente cierta “credibilidad”. Y admitió: “Las fronteras que delimitan los conceptos de ruptura democrática y de reforma democrática han quedado desdibujados”…, obviamente, después de haber fracasado el 1 de mayo y la huelga general de días antes del 12 de noviembre, y en vísperas de un referéndum que estaba ya seguro de no poder boicotear. De Largo Caballero había saltado a Prieto en cuestión de horas y sin ningún problema. Pero no debe creerse que solo una de sus posiciones era verdadera: las dos lo eran, Largo en el plano general, estratégico, Prieto en la táctica por una temporada.

Durante bastantes años, Alfonso Guerra se convertiría en casi el alter ego de González. Menos simpático, a menudo arisco y provocador, entronca más bien con la figura tradicional del pícaro semiculto e insolente, cultivador de una moralina simple, diestro en la artimaña y la apariencia. La lista de sus “faenas”, a veces cómicas, es larga y algunas han salido en la prensa: cortar el micrófono o dejar encerrado en el ascensor a uno u otro opositores dentro del partido, engañar a los proveedores alemanes con pintadas en un garaje; hacer circular rumores injuriosos, como contra Pablo Castellano, a quien tildaba en Suresnes de “judío y sionista” y de “socialdemócrata vendido a los alemanes” (¡!). Debió de ser él también quien ideó el empleo de fondos recibidos de la sindical internacional CIOSL para simular cuotas de afiliados inexistentes, y cosas por el estilo. El PSOE renovado comenzaba así su andadura tras el largo bache de cuarenta años.

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Una vez eliminado Torcuato, la transición quedaba en manos de aquellos tres personajes, el rey, Suárez y González. Los tres tenían mucho en común, como venimos diciendo: jóvenes, simpáticos, deportistas –algo menos González–, desinhibidos, ambiciosos, incultos –también algo menos González–, livianos, ignorantes de la historia de su país, empezando por la anterior al franquismo, y de la de Europa, que su mentalidad convertía en un fetiche… Podían responder al retrato del “señorito satisfecho” pintado por Ortega en La rebelión de las masas. Eran los tres productos típicos del franquismo tardío, el posterior al Vaticano II, cuando el discurso del régimen, adecuado a los difíciles años 40 y 50, se había ido tornando en retórica de sonido anacrónico, sin ser sustituido más que por ideas dispersas subsumibles en aquel “europeísmo” fetichista  tan vacío como siempre. Con ellos, la transición iba a perder –en gran parte–, el contenido de continuidad histórica que habían intentado darle primero Fraga y después Torcuato. Pero fue la herencia del franquismo lo que impidió que todo saliera mal.

 

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Manifiesto / “Nuestro hombre en la CIA” y la oposición zascandil

Propuesta de manifiesto por la neutralidad de España

Por si otras personas quieren acogerlo, difundirlo y plantearlo políticamente:

1. La guerra de Ucrania entre la OTAN y Rusia, la carrera armamentista y los llamamientos a preparar una nueva guerra general en Europa por parte de varios gobiernos de la UE,   pone crudamente ala luz la verdadera posición internacional de España y su ausencia de política acorde con sus intereses.

2.Desde la caída de la URSS, España no tiene ningún conflicto con Rusia, y sin embargo los gobiernos españoles, sean del PSOE o del PP, están buscando esos conflictos por cuenta de la OTAN.

3. Pero si España no tiene conflictos con Rusia los tiene, y muy serios, con los países hegemónicos de la OTAN, es decir, Usa e Inglaterra, los cuales invaden nuestro territorio en Gibraltar, defienden implícitamente la entrega de Ceuta y Melilla a Marruecos (como  pasó con el Sáhara español), que es la única potencia que nos amenaza directamente.

4.- El argumento a menudo empleado de ser Rusia  un país no democrático carece de validez cuando la potencia que aspira a ocupar Ceuta y Melilla imitando a Inglaterra en Gibraltar, es una tiranía islámica. Y los problemas de la democracia en Rusia solo pueden resolverlos los rusos, sin que los gobiernos actuales de España, de fuerte tendencia totalitaria, puedan darle precisamente lecciones.

5. Obviamente, nuestros intereses no coinciden con los de las potencias mencionadas. Pero los gobiernos españoles mantienen en el país, una vez desaparecida la URSS, grandes bases militares que en caso de guerra general nos harían blanco de ataques por defender intereses ajenos.

6. Estando en la OTAN, nuestro ejército no es propiamente español, sino que defiende intereses ajenos, bajo mando ajeno y en idioma ajeno, quedando reducido a una especie de tropas cipayas.

7. El argumento de que Rusia aspira a invadir la Europa central carece de cualquier base en propósitos expresados por el gobierno ruso y en la obvia realidad de que, si fuera así, la OTAN y la UE disponen de presupuestos militares gigantescamente superiores a los rusos, hasta quince veces y susceptibles de ampliación. Rusia puede ganar una guerra en Ucrania, pero de ningún modo una guerra más general, que podría hacerse nuclear.

8. Tampoco hay ninguna razón para que España se involucre en la defensa de Ucrania por cuenta de la OTAN.  Sean cuales sean las razones de unos y otros, no nos incumben como tantos otros problemas semejantes en el mundo. Queda el hecho de que el gobierno de Ucrania pudo haber elegido la paz aceptando la neutralidad del país, y estuvo muy cerca un acuerdo para cesar las hostilidades, que fue impedido por Inglaterra y Usa.

9. Por estas razones, la única política exterior  que garantiza la independencia de España y evita en lo posible ser víctimas de eventuales guerras por interés ajeno, es la neutralidad. Esta ha sido la gran política exterior de España en las anteriores dos guerra mundiales, y  a la que es imprescindible volver una vez desaparecida la amenaza soviética. Porque nos va en ello la paz, la seguridad y la soberanía.

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 Adiós a un tiempo: Recuerdos de un tiempo tan ido como misteriosamente presente.

Adiós a un tiempo

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Nuestro hombre en la CIA y la oposición zascandil

En Nuestro hombre en la CIA, Iván Vélez expone los entresijos de la reunión que el diario Arriba llamó “el contubernio de Munich”, en 1962. Poco antes habían estallado huelgas importantes en Asturias, que se habían contagiado a León, Vigo, Bilbao y otros puntos del país. No eran comparables por su masividad con tantas otras huelgas en Francia, Inglaterra o Italia, pero al estar prohibidas adquirieron otro carácter. Muchos creyeron que el régimen estaba próximo al derrumbe, cosa que por otra parte venían diciendo sus opositores año tras año desde 1944. Los comunistas se apropiaron de la dirección de un movimiento en gran parte espontáneo, y hubo en los grupos de oposición no comunistas la preocupación de que el PCE se llevase el gato al agua en el derrumbe esperado y deseado.

La reunión de Munich, sufragada por la CIA, trataba de preparar una oposición tan antifranquista como anticomunista, arrebatando al PCE el fruto de su larga y sacrificada lucha. Esto iba a ser imposible, porque el franquismo  continuaría 14 o 15 años más,  y porque los personajes reunidos en Munich, socialdemócratas, democristianos, separatistas,  monárquicos y otros, gestionados por Salvador de Madariaga, que fungía de hecho como agente del Foreign Office, carecían de arraigo en España. Constituían una oposición tolerada, que pintaba al franquismo con los colores más negros, pero prefería prosperar en aquella terrorífica dictadura, incluso en sus organismos oficiales. Por eso se la puede denominar “oposición zascandil”, por contraste con la comunista, que por lo menos arrostraba persecución y riesgos.

    Se ha dicho, y Vélez lo sugiere, que en aquella reunión se diseñó el futuro político después de Franco, pero no lo creo. Ni siquiera pudo ser un remedo del Pacto de San Sebastián, sino que se limitó a obstruir la entrada den España en el Mercado Común, pensando que así debilitaba seriamente la economía del país y la política del régimen. En realidad, políticamente fue un traspiés innecesario y sin mayores consecuencias, y económicamente España siguió creciendo al ritmo más alto de su historia. Y la transición, harto más tarde, siguió otros rumbos, derivados, creo,  mucho más del Vaticano II que de nada parecido a Munich.  

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Por qué los “tres grandes” no pudieron invadir España (aunque el maquis tuvo mucho de invasión) y por qué fracasaron en el intento de hambrear al país:    303 – Franco vence a los tres grandes en España | Necesidad de una política exterior – YouTube

 

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Lenin, cálculos y planes/ Los datos y su análisis / Marxismo: el criterio de la práctica

Por qué los “tres grandes” no pudieron invadir España (aunque el maquis tuvo mucho de invasión) y por qué fracasaron en el intento de hambrear al país:    303 – Franco vence a los tres grandes en España | Necesidad de una política exterior – YouTube

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Lenin, cálculos y planes

**Un siglo de la muerte de Lenin. O cómo el intento de liberar al ser humano de sus males los multiplicó. El intento de volver al paraíso “hará brotar sangre hasta de las rocas”, o algo así dijo Donoso Cortés.

**La esencia del marxismo es la lucha de clases, que con el desarrollo técnico del capitalismo permitiría, derrocándolo, acceder al ideal paradisíaco.

**El fondo del ideal utópico, y en general ideológico, es la vuelta al paraíso mediante la  abolición de la moral. Presuntamente la razón y la ciencia harían la moral innecesaria aboliendo los efectos de la fruta del bien y el mal. Rara vez se percibe el alcance del mito

**La agenda 2030 es la penúltima estafa utópica que intenta ensayarse desde Lenin 

**¿Salvar al planeta o salvar al ser humano de quienes dicen salvar al planeta? 

**La historia demuestra una y otra vez la insuficiencia de los planes y cálculos más elaborados. La I Guerra Mundial debía haber terminado con todas las guerra. Tras la II Guerra mundial, la ONU aseguraría un mundo de paz y negociación. El derrumbe de la URSS acabará con la dramática historia humana reduciendo al ser humano a su supuesta esencia de homo oeconomicus. La absoluta potencia militar y técnica de Usa y su OTAN aseguraría el aplastamiento casi automático de cualquier resistencia bélica. Un ejemplo: los supertecnificados ejércitos de la OTAN salieron derrotados en un país tan atrasado como Afganistán.

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Los datos y su análisis

Un amigo bienintencionado me comenta que mis libros han causado bastante impacto, pero que en definitiva no descubren nada que no  hubieran dicho antes otros historiadores de derecha o franquistas. Le contesto que está muy equivocado. He descubierto algunos hechos concretos, como el intento golpista de Azaña en el verano de 1934, y otros hechos, pero es no tiene especial importancia. Y por supuesto, me he apoyado en datos aportados por otros historiadores.

  Pero lo nuevo, mis aportaciones principales no son de detalles sino de análisis y enfoque. Por ejemplo, la historiografía de derecha sigue hablando de bando republicano como si el Frente Popular continuase la II República. Este es un fallo fundamental, porque distorsiona toda la historia y de hecho deposita la legitimidad democrática en los partidos que la destruyeron. La historiografía de derecha no ha entendido que las elecciones de 1936 fueron fraudulentas, y lo habrían sido aunque el recuento de votos hubiera sido correcto. No ha entendido las causas del clima de odios radicales de aquellas elecciones ni tampoco su relación con la insurrección de 1934. No ha entendido la política de Azaña porque no ha prestado atención al discurso en que Azaña expuso su estrategia general, en 1930: lo ha tomado por una anécdota, si es que lo ha mencionado. No ha entendido tampoco la trascendencia ni la causa de las posturas de Alcalá-Zamora, que quien trajo la república y el mayor causante de su ruina.

   Todas estas cosas o casi todas, aparecen en la historiografía de derecha, pero solo en plan descriptivo y apenas analítico. Esa es la razón por la que la historiografía de izquierda lleva las de ganar: porque aunque pueda ser desmentida en mil detalles, mantiene a su favor la cuestión de la legitimidad. Al final resultaría que sí, todos cometieron errores y crímenes, pero quienes tenían legitimidad porque defendían la libertad, la democracia y las  supuestas conquistas del pueblo, eran las izquierdas y los separatistas. La historiografía de derecha, aunque mucho más veraz en los detalles, fracasa ahí: los árboles no le dejan ver el bosque.

Otro ejemplo, no de la historiografía de derecha, sino de la española en general. En mis últimos dos libros, Hegemonía española y  La II Guerra Mundial,  expongo el concepto de Edad Europea, su principio y su final. Esto da a los descubrimientos y conquistas españolas desde finales del siglo XV  una perspectiva mucho más amplia, que permite abordar con más precisión los procesos y sucesos históricos entre esas dos fechas, el cruce del Atlántico y la destrucción del papel hegemónico europeo.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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Marxismo: el criterio de la práctica

Franco entendía el marxismo o comunismo como el enemigo principal, concepto y sentimiento perfectamente recíprocos en España: lo había vencido en la guerra civil, luego en la posguerra, y lo había reducido a la impotencia durante décadas. Aun así, en los últimos diez años de su vida, el marxismo volvía a levantar cabeza de la mano del PCE, en la universidad y medios intelectuales y artísticos, y en menor medida en la acción sindical de Comisiones Obreras. Además, el terrorismo separatista-marxista de la ETA cobró importancia desde 1968, seguido pocos años más tarde de otro terrorismo puramente comunista (FRAP y GRAPO). En cuanto al separatismo, volvía igualmente a tener cierta incidencia política auxiliado, como los anteriores, por sectores eclesiásticos. Y cobraba fuerza, en la práctica legalidad, la que hemos llamado oposición zascandil

El auge comunista no afectaba solo a España, se extendía por todo occidente, por las universidades y los movimientos huelguísticos, pacifistas o pro Vietnam, habían alcanzado un apogeo en el “mayo francés” del 68, y persistían de muchos modos. Y el último año de Franco vio también la derrota final de la superpotencia useña en Vietnam, y avances comunistas en Etiopía, en las grandes ex colonias portuguesas de Angola y Mozambique, con influjo en países árabes, etc. Y surgían grupos terroristas de esa ideología en Europa, Usa y Latinoamérica. No menos indicativo, en el corazón mismo de los países occidentales, en sus universidades se expandía el marxismo o variantes de él: si en los centros que preparaban a las élites que debían mantener el sistema llamado capitalista, los jóvenes se rebelaban contra él, ese sistema tendría poco futuro. En breve, el comunismo parecía estar ganando la guerra fría; y seguramente pesó esa impresión en la búsqueda de “diálogos con los marxistas” en el Vaticano II.

Nadie podía sospechar en 1975 que a los sistemas comunistas de Europa les quedasen solo quince años de vida. Pues por debajo de sus éxitos en medio mundo, algo los estaba corroyendo. Marx había señalado que existen problema teóricos irresolubles por la misma teoría, pero que resuelve el criterio de la práctica. Y la práctica bien visible en Europa consistía en la barrera de vallas, alambradas electrificadas y puestos de ametralladoras, cuya manifestación más ostensible era el “muro de Berlín”, que dividía por la mitad el continente europeo. Lo significativo de aquella barrera o “telón de acero”, es que no se había alzado contra una invasión desde el oeste, sino precisamente para impedir que la población del este huyera hacia “la explotación capitalista”. Ni siquiera a los líderes e intelectuales marxistas occidentales les atraía vivir en los paraísos socialistas. Por ello, los marxistas occidentales debían hacer piruetas intelectuales mezclando sus ideas con las freudianas u otras, buscando otros “sujetos revolucionarios” aparte de los obreros, etc. El PCE, junto con los comunistas italianos y franceses, diseñaron un “eurocomunismo” aceptando la democracia burguesa o aspectos de ella, al menos por un período largo. Y, por supuesto, también el PSOE se vería influido.

 

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De lo que nadie habla / Guerra y moral / Por qué la Iglesia no derrumbó al franquismo

302 – Franco, Churchill y Roosevelt | Declaración histórica de Abascal (enlace en descripción) (youtube.com)

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De lo que nadie habla

**¿Tiene sentido defender la soberanía y los intereses nacionales en un mundo “globalizado” en que los intereses y culturas  se interpenetran  por encima de las fronteras?  Tiene el mayor sentido, pues esos intereses “globales” destruyen “lo que constituye al ser humano”,  como venía a decir Tocqueville

**Hay dos puntos fundamentales sin abordar los cuales todas las políticas concretas no pasarán de parches a un creciente deterioro golpista: a) la vindicación del franquismo como origen de la transición, la democracia, la monarquía y la permanencia de España como nación. b) La necesidad de una política exterior independiente, que solo puede asentarse en la neutralidad,  en un mundo cada vez más peligroso y dividido. La mayor prueba de la decadencia intelectual y moral que sufre España es que ninguno de esos puntos es siquiera considerado por políticos, periodistas o intelectuales.

**Zelenski pudo haber elegido la paz y eligió la guerra, una decisión criminal.  Lo hizo, además, bajo las promesas de Usa e Inglaterra y sus satélites de la OTAN; confiar en las cuales revela ciertamente una inteligencia precaria. Por esas promesas está aniquilando a la juventud ucraniana.

**Un último coletazo de la guerra civil (esperemos) y del marxismo-leninismo clásico: De un tiempo y de un país

De Un Tiempo Y De Un Pais - 1

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Guerra y moral

Mi amigo Miguel Platón contestó a mi objeción sobre su concepto de la guerra como “una tragedia innecesaria”:

En cuanto a la posibilidad de que no se hubiera llegado a la guerra, mi punto de visto no es economicista, sino moral. Se basa en que la mayoría de los españoles no quería una guerra civil. En diciembre de 1935, antes de la intervención funesta de Alcalá Zamora, la sociedad no estaba radicalizada. Fue una minoría extremista, fundamentalmente de izquierda, la que en los meses del Frente Popular protagonizó el discurso del odio y las acciones que destruyeron el Estado de Derecho, así como el recurso a la violencia que condujo al asesinato de Calvo Sotelo. La frustración de las expectativas económicas deterioró la paz social y con ello contribuyó a la radicalización. La izquierda revolucionaria basó su propaganda en que el marco legal republicano no sólo no garantizaba, sino que era un obstáculo para la mejora de los trabajadores. Y de esa forma pasó lo que pasó.

   Esto es cierto en líneas generales, pero creo que la prédica del odio, fundamentalmente por el PSOE y la Esquerra, data de mucho antes y alcanzó su clímax con la campaña por las supuestas atrocidades de la represión de Asturias en 1934. Aquella campaña envenenó el clima político y en gran medida el social. Creo que ningún historiador le ha dado la enorme importancia que tuvo. Y que se ha repetido insistentemente en el posfranquismo  sobre la represión de posguerra, con graves efectos políticos, legitimadores del ataque a la unidad nacional y a la democracia hasta llegar al golpismo presente. Precisamente tu libro sobre la represión de posguerra e una contribución muy importante contra ese envenenamiento de las conciencias.

Y casi nadie quiere una guerra civil (o una guerra en general), pues esta trae consigo sufrimientos y angustias  que nadie desea soportar. Sin embargo la guerra no es una cuestión  personal, sino social, y aquella se hizo inevitable cuando al golpe de octubre del 34, fallido,  le sucedió el exitoso de unas elecciones fraudulentas, las cuales destruyeron la legalidad republicana, que en principio permitía que las rivalidades políticas no llegaran al choque. Y, al margen de los odios implicados, la guerra tuvo un fuerte contenido político, ideológico y moral que debe destacarse siempre, pues de otro modo tendríamos que ver la guerra como un hecho absurdo: la destrucción de la legalidad republicana traía consigo la amenaza grave de sovietización y de disgregación nacional, pues no otra cosa entrañaba el Frente Popular. Ante aquella situación, solo quedaba someterse o rebelarse.  La decisión moral de rebelarse estaba plenamente justificada, en mi opinión.

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La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

Por qué la iglesia no acabó con el franquismo

El régimen no se proclamó de ninguno de aquellos cuatro partidos, sino católico, confesional y seguidor de la doctrina social de la Iglesia. El catolicismo era un factor unitario entre sus cuatro “familias”, los nacionales habían salvado a la Iglesia, literalmente, del exterminio, y el Vaticano fue el principal apoyo exterior del franquismo en los años 40, cuando parecía que el mundo entero deseaba aplastarlo.

Sin embargo, la definición católica iba a convertirse en el mayor problema para el régimen desde mediados de los años 60. Por una parte, el catolicismo no es una doctrina política y por otra su sede orientadora, el Vaticano, tiene sus propios intereses políticos. Entre 1962 y 1965 se desarrolló en Roma el Concilio Vaticano II, tratando de aggiornarse para responder al alejamiento de la religión perceptible en las sociedades europeas y useña y manifestaciones de descontento y desconcierto dentro de la misma Iglesia. A veces se ha interpretado ese concilio como el más importante para la Iglesia después del de Trento, comparación interesante para España: en Trento, la iglesia hispana fue decisiva en el Vaticano II su influencia fue insignificante. En todo caso, los efectos del concilio sobre el franquismo fueron mucho más amplios y profundos que las maniobras de generales juanistas al terminar la guerra mundial: fueron realmente deletéreos, privaron de futuro al régimen. La negativa de la confesionalidad se adornó con el “diálogo con los marxistas” y una sorda aversión marcada por el apoyo de gran parte de la Iglesia a comuistas, separatistas e incluso al terrorismo de la ETA.

Aquel cambio de política eclesial pudo haber precipitado un derrumbe político incontrolable, y quizá lo más significativo fue que pese a tal debacle ideológica y política, el régimen permaneciera durante diez años más. Su resistencia podría explicarse por la combinación de los éxitos económicos continuados con una especie de inercia o más bien solidez histórica: no debe olvidarse que la razón de ser del régimen había sido la grave amenaza de disgregación nacional y de transformación cultural de una sociedad de raíz cristiana y tradicionalmente monárquica a otra de tipo soviético.

Un tercer elemento explicativo es, a mi juicio, el prestigio personal de Franco, que inspiraba una especie de respeto supersticioso incluso a sus enemigos. En una entrevista célebre con una admirada Oriana Fallaci, en octubre de 1975, cuando ya Franco agonizaba, Santiago Carrillo afirmaba: “La condena a muerte de Franco, la firmaría”, y seguramente con gusto. Pero no iba a ser así, por lo que también debió aclarar: “Ver morir a Franco en su cama es una injusticia histórica”. Puesto que Carrillo representaba la única oposición real, organizada y sacrificada al franquismo desde los años 40, su testimonio representa también al de la oposición un tanto zascandil de “los de Munich”. La realidad es que ni Carrillo ni ningún socialista o separatista habían tenido la menor esperanza de imponer sus ideas mientras Franco viviera, y todos especulaban sobre lo que viniera después.

Las retóricas antifranquistas, a menudo muy chabacanas, no han cesado en el último medio siglo, pero no dejan de reconocer involutariamente la excepcionalidad del personaje. Como militar fue uno de los más distinguidos del siglo en cualquier país, si se mide el mérito por los éxitos en el campo de batalla y la enorme inferioridad material de la que partió. Y como político logró encauzar productivamente a personajes un tanto díscolos de diversas “familias”, muchos de los cuales podrían recordar a los dicterios de Azaña contra los republicanos. Y el balance histórico de su obra no admite comparación con los anteriores o posteriores, aunque no lograra institucionalizar plenamente el régimen y se viera privado de base por la Iglesia a la que había salvado. Aun así, después de muerto Franco han continuado durante decenios la unidad nacional, la nueva monarquía y cierto ambiente social católico, bien que cada vez más socavados y amenazados.

 

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Vientos de guerra en Europa / Arrepentimientos / El águila

Vientos de guerra en Europa

Apenas llama la atención de los (romos)  analistas españoles el clima belicista que se está extendiendo por Europa occidental, y menos aún sus consecuencias para España.  Nuestro país tiene una posición única en Europa, y no me refiero a la posición geoestratégica, que también, sino al hecho de estar satelizada a unas potencias con intereses políticos y estratégicos contrarios a ella, de lo que son prueba concluyente  Gibraltar, Ceuta y Melilla, y Marruecos.  Algo que sucede desde el Calvo Sotelo sucesor de Suárez, el del aeropuerto.

El pretexto bélico para el que se está preparando a la opinión pública es que Rusia proyecta invadir Europa central, después de Ucrania. Esto es sumamente improbable, porque el conjunto de los presupuestos militares de la UE supera con mucho a los de Rusia, y pueden ampliarse mucho más, no digamos si les sumamos los de Usa. Rusia puede ganar en Ucrania, pero no en una guerra general, que no le puede interesar de ningún modo. Sin embargo, la citada propaganda de la OTAN  se añade a continuas provocaciones desde diversos países.

¿Qué interés pueden tener la OTAN y la UE en una contienda con Rusia? Es un interés negativo: han utilizado a Ucrania, se han comprometido con ella, han impedido los acuerdos  de paz  con la seguridad de que agotarían al ejército ruso y destrozarían su economía mediante sanciones. Nada de eso les ha resultado, y lo más grave es que el fracaso pondría muy en cuestión a la OTAN y a la propia UE, con peligro de disgregarlas. Una guerra más amplia podría ser la típica solución de la huida hacia adelante.

No sabemos si esa contienda va a producirse o no, pero vemos claramente cómo se está preparando. Y ante esa preparación, una España democrática e independiente tendría que optar por la neutralidad. No tenemos conflictos con Rusia, pero sí, y muy profundos, con nuestros “aliados”. Aliados, más bien amos, de unos gobiernos españoles contentos de su papel de lacayos y resueltos a satelizar el país y cipayizar su ejército.

   Por lo tanto es hora de poner sobre la mesa la cuestión de la neutralidad. Llevo años insistiendo en ello, vanamente. Pero ante los vientos bélicos que se están levantando, la cuestión no admite demora.Algunos dicen que la neutralidad es muy difícil. Seguro. Mucho más difícil fue en la II Guerra Mundial.

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Adiós a un tiempo

Arrepentimientos

He escrito tres libros autobiográficos: De un tiempo y de un país, Viajes por la Vía de la Plata  y Adiós a un tiempo. No componen una autobiografía ni unas memorias de conjunto, pero tienen ese carácter, parcialmente autobiográfico, que en parte también, reflejan una época que a veces parece perdida en el tiempo. Una “crítica”: “Empieza usted sus recuerdos en Adiós a un tiempo, con uno muy nostálgico sobre un terrorista amigo suyo, y no veo en él ningún rastro de arrepentimiento” (J.L.M.).   No lo ve usted porque no lo hay. Las cosas fueron como fueron, eso no lo puede cambiar ningún arrepentimiento, y menos aún la exhibición de tal. Lo único exigible es la fidelidad a la memoria, por si de ahí puede extraerse alguna lección. Tampoco verá ese arrepentimiento en De un tiempo y de un país, pero sí un relato y descripción, junto con un análisis. Eso tiene más valor,

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La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

El águila

La posibilidad de volver a España triunfalmente fue cobrando sustancia, hasta convertirse en práctica seguridad, conforme las potencias fascistas se acercaban a su hecatombe.

Contra todo pronóstico, el franquismo iba a permanecer neutral durante la guerra exterior, neutralidad que objetiva aunque no deliberadamente, favoreció de modo especial a Inglaterra y Usa en momentos críticos, por lo que ambas ofrecieron seguridades y garantías a Franco; pero desde 1943, pasados los años difíciles, se tornaron hostiles e injerentes en los asuntos hispanos. A principios de 1944 parecía estar a punto la invasión anglouseña por España, ante los penosos avances por Italia, y el pretendiente Don Juan había sido advertido por su amigo Lord Mountbaten que pronto sería expulsado Franco y él podría reinar. La invasión no se intentó, al parecer porque, por una de tantas paradojas de la historia, Stalin exigió que la apertura de un nuevo frente se hiciera por Francia. Pero las intimidaciones no cesaron, y en febrero de 1945, al borde ya del derrumbe alemán, Stalin, Churchill y Roosevelt se reunieron en Yalta para organizar una posguerra mundial en la que la España nacional no tendría cabida, debiendo ser por lo tanto aniquilada.

Dada la fuerza aplastante de los “Tres Grandes”, el destino del franquismo quedaba sentenciado, y muy pocos creían en su supervivencia. El PSOE y todos los grupos exiliados se sentían de enhorabuena, dando por hecha su próxima vuelta triunfal a España, y en el propio régimen se abrían grietas por el lado monárquico, en el que muchos especulaban con sustituir a Franco por el pretendiente Don Juan, hacia quien los ingleses mostraban preferencia. La monarquía española tenía fuertes lazos con la inglesa, y Don Juan se había formado precisamente en la armada de Inglaterra, que venía a ser la de Gibraltar. Junto con la Falange, los carlistas y los católicos, los monárquicos constituían uno de los cuatro sectores, partidos o familias franquistas, seguramente el menos popular pero también el más dudoso ante una crisis tan grave, debido a su implantación en las clases altas, en parte de la intelectualidad y, lo que la volvía más peligrosa, en el generalato.

Muchos monárquicos, empezando por Don Juan, pensaban o querían pensar que la guerra civil se había librado por la vuelta de la monarquía, en lo que, desde luego, no coincidía la mayoría del régimen, empezando por Franco. Ya en enero de 1944, cuando se esbozaba la invasión del país, el Caudillo había advertido a Don Juan de que el alzamiento de 1936 no había sido promonárquico, sino patriótico: la monarquía había cedido el poder a la república y “por lo tanto, ni el régimen derrocó a la monarquía ni se sentía obligado a su restablecimiento”, y mucho menos por presiones de otras potencias. Dos años antes le había prevenido: “Siento tener que deciros que el sentimiento monárquico, que os quieren hacer ver que existe en nuestro pueblo, es falso”. Una nueva república quedaba descartada, ante la pasada experiencia, y la monarquía tendría que volver, pero por sus pasos y no de modo inmediato, por mucho que conviniera a Londres o a Washington. Puede decirse que con esta posición y la reciente neutralidad, Franco afirmaba contra viento y marea,  por primera vez en dos siglos, una política exterior española independiente.

Don Juan, sugestionado por las promesas inglesas y tutelado por  la OSS useña, antecedente de la CIA, presionaba a algunos generales para deponer a Franco pues, como le explicaba a Kindelán el 10 de febrero de 1945, “Los intereses del Imperio Británico y de los Estados Unidos (…) (exigían) que desapareciera el régimen fascista que Franco creó a imagen y semejanza de los regímenes italiano y alemán” (…) Ese dictador, ese régimen, querámoslo o no, está inexorablemente abocado —de cegarse en su voluntad de persistir a todo trance– a ser derribado entre convulsiones gravísimas en beneficio de los elementos de desorden”. Obviamente, Franco no creía que España debiera subordinarse a aquellos intereses, ni que estos fueran a imponerse ineluctablemente

Para entonces se estaba diseñando una operación fraguada por el OSS, dirigido por Allen Dulles, y aceptada por Don Juan y su entorno: se introducirían en el país grupos guerrilleros, con cuyo pretexto se declararía al régimen un peligro para la estabilidad europea, entrarían las tropas useñas e instalarían a Don Juan, con quien colaborarían, al menos inicialmente, los socialistas, ya muy olvidados de cualquier veleidad prosoviética, y se convocarían elecciones. Tendría algo de vuelta a la Restauración. El plan, que a muchas personas les sonaría a alta traición, lo expone el fervoroso juanista L. M. Ansón, en su biografía del pretendiente.

¿Quiénes serían aquellos guerrilleros? Se ha pensado que los comunistas del maquis, pero más probablemente los que entrenaba el OSS con exiliados en el norte de África, o grupos carlistas con los que había trabajado anteriormente el ex embajador inglés Hoare. En todo caso, la policía franquista desarticuló fácilmente a unos y otros, con lo que la operación tenía poco futuro.

Y dentro de la operación,  en marzo ya se lanzó Don Juan de cabeza contra Franco, emitiendo el célebre Manifiesto de Lausana. Libre, según decía, “de vendas ni mordazas”,  declaraba al régimen español “contrario al carácter y a la tradición de nuestro pueblo” y próximo a hundirse “por ser fundamentalmente incompatible con las circunstancias que la guerra presente está creando en el mundo”. Si el franquismo se obstinaba en resistir, arriesgaría una nueva guerra civil. La república no valía porque “no tardaría en desplazarse hacia uno de los extremos”. En cambio la monarquía tradicional sería “instrumento de paz y concordia y reconciliación”, y “solo ella puede obtener respeto en el exterior”. Por tales razones “me resuelvo (…) a requerir al general Franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España”, advirtiendo a los franquistas de que, si no cambiaban, llevarían a España a “una irreparable catástrofe”.

Por su parte, Franco, y con él una gran masa de españoles, creían que quien devolvería a España a la catástrofe sería Don Juan con su monarquía “tradicional”, expresión por la que podían entenderse cosas muy distintas; y no pensaban admitir un régimen bajo la tutela anglosajona, máxime cuando ni habían participado en la guerra ni le debían nada, más bien al contrario,  mientras que el resto de Europa occidental sí debían su liberación del nazismo al ejército useño e indirectamente al soviético.

La posibilidad de una invasión pura y dura fue abandonándose, como se percibiría vagamente en la posterior conferencia de Potsdam, entre julio y agosto del mismo 1945, en la que a Churchill, reciente perdedor en las elecciones, le sucedía Clement Attlee; y a Roosevelt, fallecido meses antes, Harry Truman. Attlee era mucho más antifranquista que Churchill, pero Truman era más antisoviético que Roosevelt, por lo que la hostilidad a España se hizo más vacilante. Franco había expresado inequívocamente su voluntad de resistir a cualquier agresión, y una invasión provocaría un maremagnum incontrolable o una nueva guerra civil, fácilmente contagiable al resto de una Europa en ruinas. Además, los comunistas eran los únicos que mantenían una organización armada en el interior, con el peligro de que se impusieran. Por lo tanto, bajo declaraciones de incompatibilidad y condena, la amenaza mayor iba perdiendo fuerza. Ni los exiliados ni Don Juan–no todos los monárquicos le apoyaban– percibieron aquellos sutiles cambios, y seguían convencidos de una próxima vuelta victoriosa tras los tanques y bajo los bombarderos useños, o la simple amenaza de ellos. El factor principal en el cambio de panorama fue, sin duda, la voluntad expresa de Franco de resistir a cualquier agresión. Ya le había dado resultado con Hitler, y reproducía su decisión de julio del 36, al rebelarse y vencer a pesar de las pésimas condiciones materiales en que empezaba.

Así como Prieto y otros muchos habían creído inexorable la derrota de los sublevados en 1936, Don Juan y muchos más creían inexorable el derrocamiento de Franco. Este consideró el manifiesto de Lausana equivocado y que alejaba a su autor de la corona, pero decidió mantener los lazos con él, con vistas a educar a su hijo en España y en los principios del Movimiento. El documento le pareció disculpable por la presión internacional, y “patrióticamente explicable”.  Quizá su juicio habría variado si hubiera conocido los planes elaborados por Dulles.

Ante las brillantes perspectivas que se abrían, los partidos exiliados no lograron unirse, más bien al contrario, pues cada uno quería aprovecharlas en su beneficio. Quien mejor percibió la situación fue Prieto, quien propuso una nueva estrategia de apoyo a la restauración monárquica, mediante acuerdos con Don Juan. Una vez más, comprobamos las abundantes paradojas en la historia.

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