Los tres occidentes
En lo que suele denominarse Occidente encontramos a grandes rasgos tres ámbitos culturales: el anglosajón (Anglonia), el centroeuropeo y el hispánico. El primero es también el hegemónico, desde la II Guerra Mundial y gracias a la superpotencia useña. El centroeuropeo es esencialmente el francoalemán, a pesar de las guerras entre las dos potencias, más los países del entorno, exceptuando a España. Y el ámbito hispánico tiene una entidad particular, aun si hoy un tanto desvaída. De los tres ámbitos el más homogéneo es el anglosajón, y también el mayor potencia política, militar y cultural. El centroeuropeo es muy complicado lingüística y étnicamente, con grandes divergencias y resentimientos, origen también de las últimas dos guerras mundiales, a pesar de lo cual se puede discernir en él unos rasgos culturales-ideológicos comunes que hacen del eje francoalemán el núcleo del proyecto de unión europea. El hispano, más homogéneo idiomática y culturalmente, merecería análisis particulares. En cuanto a Rusia, mantiene una posición especial un tanto indecisa. Aunque no ha pasado por los grandes movimientos formadores de Europa, desde el benedictino hasta el humanista y neoclásico, entra desde la Ilustración en la gran corriente, con sus propias características. La parte llamada erróneamente asiática (más bien turcomongola) tiene un peso cultural muy escaso. Y la expansión por Siberia, con sus consecuencias geopolíticas, da a Rusia una peculiaridad muy acentuada. No suele incluírsela en el concepto de Occidente, sobre todo después de que la guerra fría quisiera plantearse como lucha entre Occidente y la Unión Soviética. Cuya ideología marxista era, precisamente, europea.
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Albiac: Paradojas
Albiac escribe sus memorias al pasar de los setenta, cuando se ve viejo y siente la tentación de explicar su vida a los demás, y posiblemente a sí mismo, tarea esta bastante más ardua. Todas las memorias se escriben para los demás, como es lógico, y en ellas “los demás” adquieren el papel de un dios subalterno: cada uno trata de salvarse ante la opinión ajena del presente y del porvenir. También, a menudo, de dejar constancia del mundo en que ha vivido, o más propiamente de cómo ha percibido ese mundo. En todo caso, siempre supone una justificación, implícita o explícita, ante los demás, a los cuales puede expresar simultáneamente desprecio, al menos a muchos de ellos. El problema es moral: un condenado por robo o asesinato puede tratar de demostrar, convincentemente o no, que su condena ha sido falsa, aunque haya tenido que sufrirla de todos modos, una experiencia bastante trágica en el sentido aristotélico.
Así pues, quien escribe unas memorias hace juez de la propia vida a “los demás”, un concepto este muy difuso e inquietante, pues incluye las opiniones más diversas o encontradas. En cierto modo se busca en ese “los demás” comprensión o afecto, cosa que no puede hacerse a Dios, a quien no se podría ocultar ni tergiversar nada. Y nadie, a no ser un loco, podría hacerse juez de sí mismo, justificarse ante sí mismo, pues consciente o inconscientemente todos percibimos la precariedad de nuestra autonomía, consciencia y conciencia. Solemos juzgar a los demás, pero la mera idea de juzgarnos a nosotros mismos suena algo extraño y absurdo, por alguna razón: tendemos a justificarnos, siempre ante “otro u Otro”, buscando congraciarnos con él.
Albiac no trata de congraciarse con el franquismo, al que odia sin remedio, de modo que muy pronto huye de él para refugiarse en París, donde encuentra “la mayor densidad filosófica del siglo XX” (Althusser, Foucault, Barthes…), una interesante opinión muy discutible. Ahora bien, la realidad francesa, ampliable al resto de Europa occidental, no le complace finalmente más que el franquismo, pues los desgraciados sucesos en torno a su venerado maestro Althusser le inspiran esta reflexión: “En un mundo tan intolerablemente atroz como este que nos tocó vivir, la lucidez se paga a un precio muy caro” “Una realidad atroz”, insiste, también con otras palabras, en distintas páginas del libro.
Se diría una condena generalizada, pero no del todo: en Nueva York encontrará una especie de paraíso, loado hasta el empalago. Algo menos en San Francisco, donde asistió a la conmemoración del 50 aniversario del “Verano del amor” (“Summer of love, 1967″), cuando “Jim Morrison llamaba a tirar el mundo por la borda del barco de los locos, a matar al padre, a follar a la madre”. “Amo a Janis Joplin, a Jim Morrison, a tantos otros que enlosetaron con jirones de sus vidas la poética más desgarrada (la única viva en todo caso) de la segunda mitad del siglo XX”. Albiac adora el rock y las drogas, excepto la heroína, que habría matado a muchos de los mejores, no por voluntad de esa droga…
Desde luego Althusser y los teóricos marxistas en general son poco compatibles con todo aquello, pero las sorpresas no acaban ahí: “2019. Recibir el Premio Mariano de Cavia colmó todos mis sueños literarios y me permitió hacer balance de mi vida. Por una noche, junto a mis hijas y amigos, concluí que todo estaba bien. ¡Carpe diem!”. Lo escribe en pie de una foto, vestido de esmoquin delante de Felipe VI y su esposa. Un premio monárquico que durante gran parte de su existencia fue franquista, presidido por unos reyes que, en definitiva, lo deben todo a Franco… No cabe duda de que Albiac es persona notablemente paradójica. Claro que el ser humano siempre es íntimamente contradictorio…
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