Es curioso cómo dos pequeños pueblos, el judío y el griego, han influido en la historia europea y, a través de ella, de la humanidad, mientras que de otros muchos pueblos mucho más numerosos y poderosos queda solo el recuerdo. También llaman la atención las profundas diferencias entre ellos, bien manifiestas a través de sus literaturas. La Biblia, el escrito que ha conformado la cultura judía, y en parte la europea, contiene textos muy diversos, morales y poéticos, pero es básicamente un relato mítico-histórico del propio pueblo judío a través de siglos. Los judíos serían directamente el “pueblo elegido” por el Dios único, no se sabe bien para qué, al parecer para darle en propiedad una tierra bastante exigua y poco fértil, a cuyos habitantes tenían la obligación de exterminar; pero en todo caso las desdichas de ese pueblo predominan ampliamente, según el relato, sobre los beneficios de haber sido elegido. La causa de tanta desdicha es, precisamente, la infidelidad o desobediencia a los mandatos divinos. Yavé ordena su voluntad directamente a los grandes patriarcas y dirigentes del pueblo, pero, por una u otra razón, estos, y el propio pueblo hacen a menudo “lo que es desagradable a Yavé”, y sufren la pena infligida por una divinidad “celosa”, que castiga los pecados contra él en varias generaciones. El concepto de pecado y su punición es central en todo el libro.
En la historia del pueblo judío, según la Biblia, predominan con mucho los castigos (derrotas, deportaciones, guerras civiles…) sobre los momentos de felicidad “a la sombra de su parra y de su higuera”. Aunque el tema solo puede ser simplificado burdamente en un artículo, añadamos que en la Biblia, libro por demás misterioso, no hay mención clara de un más allá, de una resurrección, tema crucial del cristianismo, sino cierta ambigüedad: las penas por el pecado se cumplen más bien en la tierra. Dice el autor del Eclesiastés: Sobre la conducta de los humanos reflexioné así: Dios los prueba y les demuestra que son como las bestias. Porque el hombre y la bestia tienen el mismo destino: muere el uno como la otra; y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaje el hombre a la bestia , pues todo es vanidad (…) Todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo. (…) Hay un destino común para todos, para el justo y para el malvado, el puro y el manchado, el que hace sacrificios y el que no los hace, lo mismo el bueno que el pecador (…) Eso es lo peor de cuanto pasa bajo el sol: que haya un destino común para todos (…) Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada” Etc. Después de la muerte viene el Seol, que no es ni el cielo ni el infierno. Parece que por contagio de los griegos, parte de los judíos (los fariseos) creyeron en un más allá en que se haría la justicia ausente en el más acá, pero otros, los saduceos, lo rechazaban. Una historia tan poco feliz exige la idea de un Mesías, personaje político-religioso (religión y política van íntimamente unidas en el judaísmo, como en casi todas, o incluso todas las culturas, aunque de distintos modos) que redimirá a los judíos de su destino pecador, se supone que sobre la tierra.
Se ha dicho a menudo que La Ilíada y La Odisea venían a ser la Biblia de los griegos, y en cierto modo es así: tratan ambas de unos antecesores heroicos y ejemplares que cumplen un destino que está por encima de ellos y al que no pueden escapar, aunque con cierta capacidad de elegir (por ejemplo Aquiles). La noción de culpa es menos intensa que en los judíos, y la del destino es más fuerte. Concepción muy distinta de la del judío, siempre sometido a una voluntad divina que se muestra en mandatos precisos y en normas de conducta un tanto obsesivas, pero cuyo sentido general se le escapa: el hombre no es capaz de discernir la obra de Dios (Eclesiastés). La noción del destino, personificado en las Moiras o la Moira es más abstracta que la de los dioses, y estos también están sometidos a él. Ni los dioses ni las moiras son tampoco creadores del mundo, como la divinidad judía, sino productos de fuerzas más primordiales y oscuras. Los héroes se desenvuelven en las condiciones que les han tocado, acosados por unos dioses y favorecidos por otros, y el valor de su vida radica precisamente en su capacidad para afrontar el destino frente a todos los peligros y adversidades. Pero ese valor finalmente no significaría mucho, al ser un don de los dioses. El más allá griego es un concepto mucho más claro que en los judíos, pero sigue siendo lúgubre, incluso para los héroes más destacados. Hay una diferencia muy grande de concepción entre el ideal del héroe entre los griegos y el del justo entre los judíos. Pero los dos ofrecen serios problemas de comprensión intelectual.
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*No olviden que la estrategia fundamental del PP hoy es anular a VOX, para recuperar votos. Como hasta hace poco fomentaban a Podemos con la misma intención. El golpe de estado permanente, por lo demás, lo comenzó Rajoy.
*El Doctor es partícipe de un golpe de estado igual que Rajoy. ¿Dijo algo Casado cuando Rajoy hacía como que aplicaba el 155 para admitir a Torra y sin cerrar el grifo de la propaganda golpista? No dijo nada. Pero ahora teme a VOX y hace demagogia.
*Tengo la convicción de que el PP es irrecuperable, y que Casado solo pretende asfixiar a VOX arrebatándole los votos de un movimiento popular de patriotismo con el que no contaban.
*Es como cuando el PP montó manifestaciones contra el expolio del archivo de Salamanca, y en cuanto volvió al poder continuó con el expolio. Es VOX, no el PP, la alternativa a la podredumbre actual. O manifestaciones contra Zapatero para luego seguir su política punto por punto.
*Pablo Casado felicita oficiosamente a Almudena Grandes, la admiradora de los milicianos sudoroso que violaban monjas, y aficionada a fusilar, al menos en la intención, y quemar libros. En cambio la profanación de la tumba de Franco le trae al fresco.
*De la pornografía a la “historia”. Almudena Grandes, la extasiada con los milicianos sudorosos violadores de monjas, los fusilamientos y la quema de libros. La “cultura” de “El País”, el periódico prostibulario.
*En cosas como la felicitación de Casado a una tiorra tan siniestra como Almudena Grandes se nota lo que hay realmente bajo su demagogia de ocasión, que nada le cuesta ahora.
*En general, la cultura española atraviesa por un verdadero páramo, lleno de vegetación baja y sin nada o casi nada descollante. Los premios se los reparten entre golfos politizados.
*las mujeres en el ejército dan grima. Que los feministas, LGTBI, etc. hayan impuesto esa aberración incluso a los conservadores, indica mucho de cómo estamos. Como el aborto masivo como “derecho de la mujer”. Es parecido
*¿Por qué digo que la mujer en el ejército y como abortista es una aberración? Porque en los dos casos se trata de matar, y la continuidad de la vida humana es función sobre todo de la mujer
*”Tiorra” es como llamaba Unamuno a las fulanas sucias y desgreñadas que vociferaban y animaban a la violencia en los mítines y manifestaciones de izquierda. Hoy no son desgreñadas, emplean mucho tiempo y dinero en arreglarse, pero su espíritu es el mismo
*Lo malo de las infames tiorras feministas es que con todo descaro se dicen representantes “de la mujer”.
**A veces pienso que el aborto podría estar justificado para las feministas. Porque ser hijo de tales madres tiene que ser una pesadilla.
*Yo no me opongo a que una mujer entre en el ejército o donde le dé la gana. Tampoco me opongo a que los LGTBI suelten sus burradas. Digo que dan grima, y no admito que intenten imponerse y perseguir a los discrepantes.
*No hay lugar más peligroso para la vida humana que el vientre de las feministas.
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Sobre el Premio Nacional de Narrativa: http://www.outono.net/elentir/2018/10/23/se-mofo-de-una-mujer-violada-por-los-rojos-y-le-conceden-el-premio-nacional-de-narrativa/
http://elblogdekufisto.blogspot.com/2018/10/esperando-una-llamada.html?m=1
El pueblo judío era el elegido por Dios porque de él debía nacer Jesucristo, el Salvador del pecado y de la muerte.
La revelación es progresiva y culmina en Jesucristo. La creencia en la vida eterna se abre paso poco a poco entre los judíos hasta que es plenamente confirmada por Cristo.
“El pueblo judío era el elegido por Dios porque de él debía nacer Jesucristo, el Salvador del pecado y de la muerte” Eso es lo que dicen los cristianos, pero a los judíos nunca se les pasó por la cabeza. Y desde luego Yavé jamás les dijo que los escogía para que naciera allí Jesús. esa idea es totalmente ajena a los judíos y a la Biblia. Cuando hablamos del espíritu judío debemos hablar del espíritu judío, no de la interpretación cristiana, que en realidad es una ruptura radical con el judaísmo.
Repaso monumental de Jiménez Losantos al PSOE sobre la “apología del franquismo”
Federico Jiménez Losantos realiza un repaso histórico a propósito de la propuesta de la reforma del Código Penal para que la apología del franquismo sea delito.
https://www.youtube.com/watch?v=9lfOCNF6fgE
Viendo el partido?
Miguel Ángel.
En el blog tengo por costumbre no hablar mal de los usuarios del blog. Sólo algún elogio y alguna crítica constructiva. Pero por supuesto, nada personal.
“Demócratas impecables” para mí, en este contexto son los tibios, los apocados, los equidistantes y los falsamente neutrales.
El espacio mediático que va desde El Mundo a Ok Diario, pasando por ABC, La Razón y a veces LD. El antifranquismo light, como el de Rivera o Casado, cosas así. Esos son los “demócratas impecables”.
Casado se considera demócrata impecable, perfecto. Entiéndase como tal perfección humana, o sea: la perfección de los que por ser humanos, no son perfectos.
Considera al Frente Popular, como demócratas defectuosos, imperfectos, pero demócratas a fin de cuentas.
Ésta es la psicología de Pablo Casado, de Aznar y de Rajoy. “Integrar al socialismo en la democracia, de forma que los socialistas se perfeccionen democráticamente y con elllos, la democracia.”
Eso jamás será posible, pero ellos nunca lo sabrán. Por eso el PP no tiene arreglo.
Hombre Don Pío, los judíos si esperaban y esperan a un mesías, a un ungido y lo profetizaban incluso, evidentemente Jesús no les gusto, pero eso es otra cosa.
Don Pio. La elección del pueblo judío empieza en Abraham. Se dice que Dios ha elegido a Abram para que «por su descendencia sean benditas las Naciones de la Tierra». El concepto de Mesías es clave, pues ese Mesías es el culmen de toda ma Historia. Se puede decir que Dios eligió al pueblo judio para que de él naciera elen Mesías. En Isaías o los Salmos se habla de un Mesías que hará que todas las Naciones adoren al único Dios en Jerusalén.
Los relatos bíblicos muestran la realidad humana:la inclinacion del hombre hacia el mal es más poderosa que al bien. Los hombres, por mucho que sean beneficiados por Dios, son infiels a Él por sistema. Y cuanto mejor los trata Dios, más desagradecidos son. Cuando los judios sufren desgracias (Destierro de Bqbiloniq, sujeción a los extranjeros hasta la llegada de un Juez, estancia el Egipto) ellos son fieles a Dios. Cuando Dios les dq cosas buenas (prosperidad del reinsdo de Salomón, perdices en la Tumba de Gula, espera en el Sinai tras la Alianza, muerte de un Juez con el pais en paz, etc) los judios abrazan la idolatria. Los judios dejan la idolatria de forma general definitiva tras el destierro de Babilonia, es decir, cjandi pierden la independencia nacional. Mientras fueron un Estado independiente, cometieron todo tipo de idolatrias. Las riquezas de Salomón y sus numerosas esposas fueron la causa de su idolatría. De hecho, la Ley judia ya lo preveia, y el Deuteronomio prohibía ql Rey tener excesivos carros de caballos o excesivas esposas. No me extraña que Samuel no quisiese darles un Rey:cuando eran una federacion de tribus eran debiles temporalmente, pero eran fieles a Dios mientras gobernaban los Jueces. Los Reyes jamás fueron muy combativos cobtra laa idolatría, salvo 4. Saúl es muy criticado, pero es uno de los Reyes de Israel aue mantuvo a raya la idolatria. Fue de los mejores Reyes, aunque no fuera bueno, los habia mucho peores.
Sobre la causa de ser elegidos, se explica muy bien en Dt 7, 6-8:
Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor Dios tuho. Tu Señor Dios te ha escogido para quela sea, sun pueblo peculiar suyo, entre los pueblos tods que hay sobre la tierra. No porque excedierais em numero a las demás Naciones se unió el Señor a vosotros y os escogió, piesto que, al contrario, sois en menor número que todos los otros pueblos. Sino porque el Señor os amó, y ha cumplido el juramento que dizo a, vuestros padres. Por eso, con mao fuerte os sacó y redimió de la casa de la esclavitud, del poder de Faraón, Rey de Egipto.
es largo, el que quiera que lo lea, el que no, se lo salte.
EL DESTINO DEL PUEBLO HEBREO
El pueblo hebreo desempeñó un papel absolutamente incomparable en el nacimiento de la conciencia de la historia, en el sentimiento apasionado del destino histórico; quien ha introducido en la existencia humana el principio de lo «histórico» ha sido precisamente este pueblo. A este respecto, nuestra intención es examinar detenidamente su destino histórico y el significado de éste en la historia universal, pues es uno de los factores que continúan actuando hasta hoy y poseen una misión específica.
Los hebreos ocupan un lugar central en la historia. El pueblo hebreo es el pueblo en el que lo «histórico» se manifiesta con más fuerza; en su destino histórico se advierte la inescrutabilidad de los designios divinos. El destino de este pueblo no puede explicarse desde una perspectiva materialista y, en general, desde un punto de vista histórico-positivista, pues en él aparece con toda claridad lo «metafísico» y desaparece la barrera entre lo metafísico y lo «histórico», barrera que, como hemos dicho anteriormente, dificulta la comprensión del sentido interior de la historia.
En mi juventud, cuando me atraía la concepción materialista de la historia e intentaba verificarla en los destinos de los diversos pueblos, el destino del pueblo hebreo constituía para mí el mayor obstáculo, pues se resistía a toda tentativa de explicación materialista. Hay que decir que, considerado desde la perspectiva de las teorías positivista y materialista, este pueblo hace tiempo que debería haber dejado de existir. Su existencia es un fenómeno extraño, misterioso, que indica hasta qué punto su destino se halla ligado a especiales designios proféticos. Se intenta explicar los destinos de los pueblos desde una perspectiva materialista, remitiéndose a procesos de adaptación, pero esto no funciona cuando se aplica al destino del pueblo hebreo. La supervivencia a lo largo de la historia, la indestructibilidad, la existencia ininterrumpida de este pueblo (uno de los más antiguos de la humanidad) en condiciones absolutamente excepcionales, el papel fatal que desempeña en la historia, son cosas que indican la existencia de principios místicos singulares en la base de su destino histórico. Su historia no es sólo un fenómeno, sino también un noúmeno, en el sentido que explicamos más arriba, al hablar de la contraposición entre ambas cosas.
Hemos dicho ya que en lo «histórico» no sólo se manifiestan los fenómenos exteriores, sino que también puede revelarse el noúmeno, la esencia misma del ser. Aquí radica la singularidad del destino del pueblo hebreo y el carácter misterioso del mismo, tanto en la época precristiana como en la cristiana. La crítica científica tradicional de la historia bíblica no puede en modo alguno poner en cuestión el papel histórico-universal del pueblo hebreo, y el carácter misterioso de su destino permanece intacto; esta crítica no puede sembrar la más mínima duda sobre la comunión absolutamente incomparable de este pueblo con lo «histórico» y la tensión única que éste ha introducido en la historia. En el destino histórico del pueblo hebreo encontramos un dramatismo particularmente agudo, que echamos de menos en el espíritu ario, un tanto insípido.
El espíritu de Grecia y de la India es ciertamente notable, quizá hasta supera al del pueblo hebreo; sin embargo, el carácter ahistórico de las culturas griega e hindú está fuera de toda duda; de ahí su falta de destino, de dramatismo, de tensión «histórica». Esto es bien claro en el caso de la cultura hindú, cuyo fundamento religioso y supuesto último radica en una cultura muy antigua, sustancialmente ahistórica, que se ha detenido en la profundidad de sus contemplaciones espirituales interiores y no ha entrado en la acción inmediata y dramática de la historia universal. Lo mismo puede decirse (aunque en otro sentido) de Grecia. En Grecia, el espíritu ario se manifestó a través de sublimes contemplaciones artísticas y filosóficas que no han sido superadas por ninguna otra cultura, pero nos ofrece un cosmos estático, cerrado, en el cual no existe realmente la acción histórica. Grecia ha contribuido en escasa medida a la construcción de lo «histórico». ¿Por qué? Porque lo «histórico» tiene un fundamento religioso y su supuesto radica en una forma cualquiera de conciencia religiosa.
En la naturaleza religiosa del pueblo y del espíritu hebreo existe un principio que había de determinar la tensión de su historia y de su destino. Sobre todo, si confrontamos la religión hebrea con las demás religiones precristianas, con las religiones paganas, podemos decir (como se ha señalado más de una vez) que ella es una revelación de Dios a través del destino del pueblo, mientras que, en las religiones paganas, Dios se revelaba en la naturaleza.
Esta diferencia en el fundamento religioso define la historicidad del pueblo hebreo. La religión hebrea está penetrada por la idea mesiánica, que constituye su centro. Israel esperaba el día del juicio, de la salida del amargo destino presente, el paso a una nueva época del mundo que había de aportar la solución de todo. La idea mesiánica determina el dramatismo de la historia de este pueblo. Este mirar hacia el Mesías futuro, esta espera apasionada, engendra la bipolaridad de la conciencia religiosa de este pueblo, que constituye el núcleo central de su destino histórico y del de la humanidad. Esta bipolaridad de la conciencia mesiánica está vuelta hacia el movimiento histórico y hacia la culminación del mismo.
El espíritu hebreo, que representa un tipo de espíritu diferente de todos los demás, conserva en los siglos XIX y XX unas características específicas que lo hacen semejante al espíritu del antiguo Israel. Hoy, al igual que en los más diferentes momentos de su existencia, podemos reconocer en este pueblo idéntico destino. El espíritu hebreo de los siglos XIX y XX es un fiel reflejo del antiguo; posee una forma diferente, deforme y corrompida de mesianismo, espera a otro Mesías después de haber rechazado al verdadero, continúa vuelto hacia el futuro y exige con la misma insistencia y terquedad la presencia sobre la tierra de la verdad y de la justicia omnirredentoras, y, en su nombre, el pueblo hebreo está dispuesto a declarar la guerra a todas las tradiciones históricas y a los más sagrados valores de la tradición. El pueblo hebreo es, por su misma naturaleza, un pueblo histórico, activo, resuelto, alejado de las cimas de la contemplación alcanzadas por los hombres espirituales de los pueblos arios más elevados.
Marx, que era un hebreo muy típico, intentó resolver en la última hora de la historia el problema de la Biblia: «Comerás el pan con el sudor de tu frente». La exigencia hebrea de una bienaventuranza terrena encontró una nueva expresión (que surgió también en un ambiente completamente nuevo) a través del socialismo de Marx. La teoría de Marx, considerada superficialmente, corta los vínculos con las tradiciones religiosas del hebraísmo y se rebela contra todo valor sagrado, pero transfiere a una clase determinada (el proletariado) la idea mesiánica del pueblo hebreo como pueblo elegido. Si, en otro tiempo, Israel era el pueblo elegido, ahora el nuevo Israel es la clase trabajadora; ésta es el pueblo elegido por Dios y llamado a liberar y a salvar al mundo. Todas las características del pueblo elegido, todos los rasgos mesiánicos, vienen transferidas ahora a esta clase, todo el dramatismo, la pasión y la intolerancia que antes existieron en el pueblo de Israel pasan ahora al proletariado.
El pueblo hebreo fue siempre el pueblo de Dios, el pueblo del destino histórico trágico… Antes de ser reconocido como el Dios único, Creador y Señor del universo, el Dios del pueblo hebreo fue el Dios de todo el pueblo. Fue justamente esta conexión entre la idea monoteísta del Dios único y el destino nacional del pueblo elegido por Dios la que otorgó su singularidad y su carácter específico al destino religioso del pueblo hebreo. Aquí encontramos otro aspecto de la conciencia religiosa de los hebreos, aspecto que la distingue de la de los arios y determina la historia singular de aquel pueblo. La conciencia religiosa de los hebreos era trascendente; presuponía una distancia enorme entre Dios y el hombre, la cual hacía imposible contemplar a Dios cara a cara sin perecer. El semita se sentía abrumado ante la majestad infinita de Dios y este carácter lejano y terrible de Dios, esta conciencia de un Dios trascendente, situado fuera y por encima del hombre, contribuyó en gran medida a crear el dramatismo típico de la historia de este pueblo. Esto provoca una tensión, una relación dramática entre el hombre, el pueblo y el Dios trascendente, un encuentro del pueblo con Dios a través de la historia. En cambio, la conciencia religiosa de los arios, que alcanzó su máxima pureza en la conciencia de los hindúes y en la antigua religión hindú, es una conciencia inmanente, un sentir a Dios presente en la profundidad última del hombre, una conciencia no especialmente favorable a la apercepción del movimiento histórico. Este hecho dio lugar a una forma de contemplación y de profundización en sí mismo que se contrapone a una vida religiosa que crea por sí misma el movimiento histórico exterior.
Los fundamentos de la conciencia religiosa del pueblo hebreo fueron de tal naturaleza que favorecieron el movimiento histórico; por ejemplo, uno de tales fundamentos es la idea concreta de Dios como persona que tiene una relación singular y personal con el hombre. Este es el fundamento de la historia del pueblo. La historicidad de semejante relación entre el hombre y Dios, entre el pueblo y Dios, brota del dramatismo externo de la situación. La apercepción primaria de la vida entre los hebreos se manifiesta como un sueño apasionado de justicia que ha de cumplirse en el destino terreno del pueblo. A nuestro entender, esta segunda propiedad específica del pueblo hebreo exigía una realización de la justicia en este destino terreno, quería redimir el futuro y, de esta forma, predeterminó la enorme complejidad de este destino. Los griegos, que son un pueblo típicamente ario, no tuvieron jamás este sueño de justicia, pues tal cosa es absolutamente extraña al espíritu helénico, y, si lo tuvieron, fue para ellos algo marginal. Todo va estrechamente ligado a la cuestión de la relación con el individuo y al modo de entender la inmortalidad del alma. Los griegos elaboraron sobre todo la idea de la inmortalidad del alma, especialmente en el orfismo, en Platón, en la mística. Grecia elaboró el concepto del alma, mientras que este concepto fue extraño al pueblo hebreo, para el cual el centro de gravedad estaba no tanto en el destino individual del hombre cuanto en el destino del pueblo.
Si consideramos la conciencia religiosa de los hebreos, nos sorprende el hecho de que, en ellos, la idea de la inmortalidad del alma está ausente casi hasta el advenimiento del cristianismo. Ellos llegaron muy tarde a la idea de la inmortalidad personal. En su concepción de las relaciones entre Dios y el hombre, sólo Dios aparece como inmortal. A los ojos de la conciencia religiosa hebrea, la consideración del hombre como inmortal exageraba el valor de éste; por eso, sólo se admitía la inmortalidad del pueblo. Renán, escritor brillante, pero no profundo, de una religiosidad superficial, pero no exento de introspección psicológica, en su Historia del pueblo hebreo (quizá su obra más interesante), describe brillantemente las características del pueblo hebreo, si bien no comprende suficientemente el destino religioso del mismo y llega a hacer afirmaciones exageradas. En un pasaje de esta obra, dice, por ejemplo, lo siguiente (que, en nuestra opinión, es muy acertado): «El antiguo semita rechaza como quiméricas todas las formas bajo las cuales se representan los otros pueblos la vida de ultratumba. Sólo Dios es eterno, el hombre sólo vive algunos años, pues un hombre inmortal sería como Dios. El hombre sólo puede prolongar su efímera existencia a través de sus hijos».
A nuestro entender (y ésta es, para nosotros, la clave que explica el destino histórico del hebraísmo), en la conciencia hebrea han entrado en conflicto la sed de realizar la justicia y la verdad terrenas, el bien terrenal, por una parte, y la inmortalidad individual, por otra. En la conciencia mesiánica del pueblo hebreo estaba ya el germen de la bipolaridad que fue también la fuente de su destino fatal; en efecto, existía, por un lado, una verdadera espera del Mesías, del Hijo de Dios, que debía manifestarse en el pueblo hebreo, mientras que, por otro lado, estaba presente asimismo la espera de un falso Mesías contrapuesto a Cristo. Esta duplicidad de la conciencia mesiánica fue la causa de que el pueblo hebreo no reconociese al Mesías, a excepción de una porción elegida al interior del pueblo, que vino representada por los apóstoles y el exiguo número de los primeros cristianos. El pueblo no reconoció en Cristo al Mesías, sino que lo rechazó y crucificó. Este es el hecho central de la historia universal, que puso en marcha la historia y que es el origen de ésta, y que hace del hebraísmo una especie de eje de la historia universal.
En el hebraísmo se plantea el problema que después ha de resolverse a lo largo de la historia cristiana. En efecto, en este esfuerzo apasionado de los hebreos por realizar la justicia y el bien sobre la tierra, no sólo está presente un principio verdadero y justificado desde el punto de vista religioso, sino también un principio antidivino, la negativa a aceptar la predeterminación del destino por parte de Dios, la resistencia a Dios y al orden divino en el mundo, una opinión puramente humana, que sostiene que, al destino de los hombres y de los pueblos, tal como viene delineado en la historia y en la vida del mundo de acuerdo con la voluntad de Dios y a un plan que resulta inaferrable e incomprensible para la razón humana, puede contraponerse una concepción humana de la justicia y de la verdad que han de ser realizadas sobre la tierra, sobre la superficie del planeta, al cual se transfiere el centro de gravedad de toda vida, pues, según todas las apariencias, no existe ni existirá otra vida diferente, eterna, inmortal.
Aquí nos encontramos con la negación de la inmortalidad del hombre, de aquella vida infinita en la que se realiza el sentido de todo destino humano. Este destino, lleno de aflicciones y de sufrimientos incomprensibles e injustificables dentro del limitado ámbito de la vida temporal, de la vida comprendida entre el nacimiento y la muerte, encuentra su culminación y su sentido en otra vida; este sentido trasciende la lógica de la justicia por la que se guía la insignificante razón y conciencia moral de la humanidad. En el pueblo hebreo no sólo existió una verdadera exigencia y espera del final mesiánico de la historia universal, de la victoria sobre la injusticia, sino también una falsa pretensión que constituía un desafío a la divina Providencia y chocaba fundamentalmente con la idea misma de la vida inmortal, pues, de acuerdo con tal pretensión, todo debería encontrar sentido y solución en esta vida terrena y mortal. Según esta concepción, la justicia debía ser realizada ya en este mundo y a toda costa. «El pensador hebreo, al igual que el nihilista actual, creía que si la justicia fuese impensable en el mundo, éste no tendría ningún sentido» (Renán).
El libro de Job es uno de los libros más impresionantes de la Biblia. La dialéctica moral interior que se revela en la Biblia parte de la tesis de que el hombre justo ha de tener una vida feliz sobre la tierra y, por eso, los sufrimientos inmerecidos, que le tocaron en suerte al justo Job, provocaron en él una profunda crisis ético-religiosa. El tema del destino de Job viene planteado independientemente de la existencia o no de una inmortalidad y de una vida infinita en donde estos sufrimientos encuentran sentido. En el destino terreno de Job han de realizarse definitivamente la justicia y la verdad, pues, de lo contrario, no pueden hacerlo en ningún otro lugar. No se piensa en un premio o en un castigo que tienen lugar en otra vida, en un supuesto religioso que sirva de base al libro. En el plano terreno se desarrolla la dialéctica de uno de los temas más importantes y fundamentales del espíritu humano, a saber, el de que los justos pueden sufrir en la tierra, mientras que los hombres pecadores y perversos pueden ser felices y triunfar: un tema eterno que aparece constantemente en las mayores creaciones del espíritu humano. En la conciencia del pueblo hebreo, este tema venía limitado por la debilidad e impotencia de la conciencia religiosa para plantear el destino del hombre desde la perspectiva de la vida eterna. De esta limitación nace asimismo toda la tensión febril del pueblo hebreo a lo largo de su vida terrestre, y la razón de esto es justamente que el destino del hombre y del pueblo no son entendidos desde la perspectiva de la vida eterna, sino únicamente desde el punto de vista de la vida histórica terrena.
En esta vida histórica terrena, los hebreos pusieron un grandioso activismo, introdujeron en ella el sentido religioso, en tanto que los pueblos arios plantearon más bien el problema del destino individual. Para el hombre ario era difícil comprender el destino histórico de la vida terrena; la conciencia aria se sentía inclinada hacia la contemplación de la vida eterna, mientras que el destino histórico de la humanidad le parecía algo vacío en comparación con los mundos espirituales a los que daba acceso la contemplación. En su apogeo y en el estadio supremo de su vida espiritual, el mundo griego no tuvo una conciencia religiosa del significado del destino histórico terreno. Por ejemplo, en Platón, la máxima figura del espíritu griego, está totalmente ausente la conciencia del significado religioso y metafísico de este destino; su conciencia estaba vuelta hacia los arquetipos del ser y hacia el mundo de las ideas, y en ellas reconocía la realidad inmóvil primaria; ahora bien, no fue capaz de retornar al mundo empírico y semoviente para dar un sentido interior al proceso histórico. Aquí aparecen claramente los límites de la conciencia religiosa del mundo helénico.
La contradicción entre la inmortalidad histórica del pueblo y la inmortalidad individual es una característica del destino del pueblo hebreo. Ni siquiera en los profetas que anunciaron la revelación cristiana está presente la idea de inmortalidad. En la religión hebrea no existe una mitología, ni un misterio, ni una metafísica, en el sentido estricto de la palabra. El filósofo hebreo-alemán Cohen afirma que su religión es una religión profética vuelta esencialmente hacia el mundo futuro, mientras que, en su opinión, toda religión mitológica está vuelta hacia el pasado y ligada a él. El mito es un relato siempre ligado al pasado. Este profetismo de la conciencia religiosa hebrea, que sitúa a la religión hebrea por encima de todas las demás, explicaría la ausencia en ella de elementos mitológicos. Según Cohen, este profetismo otorga a la religión hebrea un matiz predominantemente ético.
En su interpretación del judaísmo, Cohen aplica la filosofía kantiana, olvidando que en el judaísmo existe un mito, el mito escatológico, que no está vuelto hacia el pasado, sino hacia el futuro. Este es característico de la conciencia hebrea y constituye la base mística del pueblo hebreo, cuya existencia histórica está ligada a él. Para nosotros, el vocablo «mito» designa un valor real, que no se contrapone a lo que se ha dado en llamar «la realidad». Esta propiedad de la conciencia hebrea, que es una particularidad específica de su destino histórico, hace que el socialismo, en cuanto principio histórico universal, tenga raíces judías. El socialismo no es un fenómeno típico de nuestro tiempo, pero es en nuestro tiempo cuando adquiere una fuerza especial y un extraordinario influjo sobre el curso mismo de la historia. El socialismo es uno de los principios históricos universales, pero éstos hunden sus raíces en la profundidad de los tiempos y, como todos los principios primordiales, están continuamente en acción y entran en conflicto con los principios opuestos. En nuestra opinión, el socialismo tiene un origen religioso-judío, origen que está ligado al mito escatológico o del pueblo hebreo y a la profunda dicotomía de su conciencia, trágica no sólo para el hebraísmo, sino también para la historia de la humanidad.
Es justamente esta dicotomía de la conciencia histórica hebrea la que engendra el milenarismo religioso, que está vuelto hacia el futuro y vive en la espera apasionada de que se realice el reino milenario de Dios sobre la tierra, de que venga el día del juicio, en el que el mal será definitivamente vencido por el bien y cesarán las injusticias y los sufrimientos que padece la humanidad. Esta espera milenarista es la fuente primordial del socialismo de matiz religioso. Esto está ligado también al hecho de que el pueblo hebreo es, por su misma naturaleza espiritual, colectivista, en tanto que los pueblos arios son individualistas. Este vínculo del espíritu hebreo con el pueblo, esta imposibilidad de entender el destino individual al margen de la existencia del pueblo, esta transferencia del centro de gravedad a la vida histórica popular suprapersonal hizo colectivista al pueblo hebreo, mientras que, por el contrario, en la cultura y en el espíritu arios se descubre por primera vez y se pone de relieve el principio individual. El espíritu hebreo era ajeno a la idea de libertad y al sentimiento de la culpa individual. En el hebraísmo, la idea de la libertad no se desarrolla a nivel individual, sino a nivel del pueblo; se trata de una libertad que era construida colectivamente; asimismo, la culpa tampoco era algo individual, sino colectivo, es decir, podría definirse como el sentimiento del pueblo de ser culpable ante Dios. Esta exigencia religiosa y socialista de que la justicia triunfe a toda costa sobre la tierra, esta espera de una verdad y justicia singulares en el destino colectivo del pueblo, se convirtió en el principio espiritual que motivó toda la tragedia del rechazo de Cristo por el pueblo hebreo.
Renán, con su característica parcialidad en este campo, nos ofrece una aguda descripción de la diferencia entre los tipos ario y semita: «El ario —escribe — admite desde el principio que los dioses son injustos y no abriga este ardiente deseo de alcanzar los bienes terrenos. No toma en serio los consuelos que le ofrece la vida, atraído como está por su quimérica vida de ultratumba (sólo una quimera semejante puede impulsar a realizar grandes acciones), el ario edifica su casa para la eternidad, el semita, en cambio, quiere que el bien venga mientras está vivo, no quiere esperar. Una gloria o un bien que no se sienten, para él no existen. El semita cree demasiado en Dios, el ario cree demasiado en la eternidad del hombre. El concepto de Dios es semita, el de la inmortalidad del alma es ario».
Esta caracterización es muy unilateral y, en esta forma extrema, no corresponde a la enorme complejidad de la realidad histórica, pero contiene parte de verdad y explica la tensión excepcional de esta espera mesiánica del advenimiento del bienaventurado reino de Dios sobre la tierra por parte de los hebreos. Hay algo aquí que, en cierto modo, predetermina la duplicidad del mesianismo hebreo. Veamos a este respecto un pasaje bastante significativo del profeta Isaías. Si lo meditamos, nos sorprende el hecho de que, por una parte, puede dar origen a la espera de un reino terreno, mientras que, por la otra, puede motivar la espera de un banquete mesiánico: «Entonces habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará. La vaca pacerá con la osa, y las crías de ambas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El lactante jugará junto a la hura del áspid, y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco. No habrá ya más daño ni destrucción en todo mi monte santo, porque estará llena la tierra del conocimiento del Señor, como llenan las aguas el mar» (11, 6-9).
Una espera tan anhelante del día de la bienaventuranza, de la verdad y del reino de Dios, jamás ha existido en parte alguna: tan sólo en la conciencia profética mesiánica. Al mismo tiempo, esta conciencia mesiánica podía tener también su contrapartida: en el pueblo hebreo, podía transformarse en la espera de un Mesías (bajo la forma de un rey terreno) que hubiera realizado el reino de Israel, el reino nacional de Israel sobre la tierra, en el que se habría consumado la bienaventuranza definitiva. En la apocalíptica de los antiguos hebreos existe siempre la posibilidad de entender de este modo la espera mesiánica. Dice Renán: «El verdadero israelita es un hombre atormentado por la insatisfacción, poseído siempre por una inextinguible sed de futuro». Esta sed inextinguible es la sed del advenimiento del reino de Dios sobre la tierra. «A diferencia del cristiano, el hebreo no es capaz de someterse a la Providencia. Para el cristiano, la pobreza y la humillación son virtudes, para el hebreo son lacras que hay que combatir. Los abusos y las violencias que el cristiano soporta con docilidad, indignan al hebreo». Esto traza una línea divisoria entre la conciencia hebrea y la cristiana, la cual resulta inaceptable e incomprensible para aquellos hebreos que no han superado su hebraísmo.
Aquí se funda el carácter revolucionario de la conciencia religiosa del hebraísmo. El hebreo se hace fácilmente revolucionario y socialista, los hebreos defienden el falso mito de que, en la base de la historia, está la explotación del hombre por el hombre. Con esto no nos referimos al sentido concreto que tiene tal expresión en nuestro tiempo; aludimos a una característica tipológica, a un desafío al destino y a las pruebas y sufrimientos que forman parte de él, a una exigencia insistente, tensa, apasionada de que la verdad y la beatitud sean realizadas ya en este destino terreno. Para los hebreos, esta idea del reino terrenal no era laica, secular, sino religiosa, teocrática. A esto va ligado el hecho de que los hebreos tenían un sentido relativamente débil del estado en el sentido laico del término, del estado secular.
Aquí nos encontramos con una contradicción. Mientras que ningún otro pueblo deseó con tanto apasionamiento el advenimiento de su reino nacional terreno, al pueblo hebreo le faltó precisamente a lo largo de su historia una posibilidad elemental que tuvieron todos los demás pueblos: la de tener un estado propio. El deseo apasionado de tener un estado propio condujo, en definitiva, al resultado opuesto: a diferencia de los demás pueblos, su deseo se vio defraudado. Se trata de una de las paradojas ligadas al destino del mesianismo hebreo. La vida espiritual de este pueblo debía llevar a la aparición de Cristo y a su crucifixión. Cristo no colmó las esperanzas del pueblo, no se convirtió en un rey terrenal ni creó el reino de Israel. Este hecho trajo consigo una contradicción radical: el pueblo hebreo, que rechazó al Crucificado, terminó por experimentar él mismo la crucifixión a través de su propio destino.
Es esta la contradicción fundamental de su destino religioso. Este sueño apasionado del pueblo hebreo, es decir, el de poseer un reino terreno nacional, anticipa el sueño de la época más reciente de realizar un reino social terreno, no ya del pueblo hebreo, sino de toda la humanidad, el sueño socialista del paraíso terrestre, realizado no a través del Mesías, sino de la clase mesiánica, que es el proletariado. Esta pasión por el destino histórico terreno, característica del espíritu hebreo, contradice las expectativas de una vida inmortal, porque la realización de la suprema verdad de Dios no viene transferida a la vida superior e inmortal. El que cree en la inmortalidad ha de cultivar una relación objetiva con el plano de la vida terrena y ver que en él es imposible superar definitivamente el principio irracional oscuro, y que en él son inevitables el sufrimiento, el mal y la imperfección.
En el pueblo hebreo, que antes del advenimiento del cristianismo se había elevado a las más altas cimas religiosas, el sentido de la inmortalidad fue mucho más débil que entre los persas y los egipcios. El gran pueblo ario del Oriente que fueron los persas poseía los gérmenes de una auténtica fe en la inmortalidad y en la resurrección, y los egipcios tenían una sed apasionada de resurrección, de la resurrección corporal del difunto, sed sobre la que está basada toda la historia egipcia. Las pirámides fueron un gran monumento del espíritu humano que refuta la concepción materialista de la historia, la comprensión materialista de la vida. «Las grandes pirámides son el testimonio más antiguo y convincente que poseemos sobre el nacimiento propiamente dicho de la sociedad organizada» (Brasteid). En su destino histórico ulterior, el pueblo hebreo debía arribar asimismo a la fe en la inmortalidad y en la resurrección a través del camino recorrido ya por otros pueblos antes del comienzo de la era cristiana. El pueblo hebreo fue un pueblo monoteísta que poseía una convicción impresionante de la realidad de Dios. Esta realidad y concretez de Dios, que conmueve el alma, se apodera de tal manera del pueblo hebreo que desplaza cualquier otro sentimiento idea o concepción.
Por el contrario, en el destino histórico ulterior resultó indispensable dar un significado a la idea de inmortalidad, pues una serie de pruebas y de experiencias nuevas lo colocaron ante este problema. Entonces, en el mundo hebreo surge la duda sobre la justicia del destino terreno, al igual que había aparecido en el mundo helénico y, en general, en el mundo antiguo, que creía en la victoria inmediata del bien, de la justicia y del justo aquí en la tierra. Ahora bien, llegó un momento en que dejaron de creer en esto, pues comenzaron a advertir que, aquí en la tierra, la justicia, el bien y el justo no reciben la debida recompensa. El justo sufre y es crucificado; comenzamos a ver esto en el libro de Job, en los Proverbios de Salomón, en el orfismo, en Platón, y ello trae como consecuencia la búsqueda de un mundo diferente, la tentativa de dar sentido al destino individual en otro plano. En el mundo hebreo antiguo, al igual que en el helénico, surge de diferentes formas el gran problema religioso de la crucifixión del hombre justo de la que se deriva un bien sublime.
En el mundo cultural griego encontramos planteado este problema en el destino de Sócrates, y de aquí brota el impulso espiritual que hizo posible la filosofía de Platón. La muerte de Sócrates obligó a Platón a volver la espalda a un mundo en el que había sido posible condenar injustamente a muerte a un hombre tan justo y a buscar un mundo diferente, el mundo de la belleza y del bien, en el que sería imposible una muerte semejante. Este motivo se repite por doquier en el mundo antiguo, ya sea pagano o hebreo. A través de esta experiencia espiritual extraordinaria y exacerbada, los hombres comienzan a volverse hacia un mundo superior, para intentar encontrar sentido en él al destino de la humanidad. En el mundo precristiano, éste es el momento en que tiene lugar el paso de una conciencia religiosa nacionalista a una conciencia individual y nace, por consiguiente, el individualismo religioso. Este último sustituye por doquier al estadio precedente del objetivismo, orientado hacia la vida terrena del pueblo y de la nación. De aquí deriva la conversión hacia la profundidad individual del destino del hombre, que intenta explicarse a partir de un ámbito situado más allá de los confines de la vida terrena y nacional. Al período objetivista sucede el individualista, un período de transición, en el que nace el cristianismo. La verdad cristiana se revela al hombre en aquel período de su vida espiritual en el que la vieja religiosidad nacional comienza a vacilar y a resquebrajarse, en el que el espíritu humano empieza a interesarse apasionadamente por el destino individual, cuyo sentido no había sido encontrado ni por el Antiguo Testamento ni por el paganismo.
En el destino del pueblo hebreo, este tránsito de la religiosidad objetivo-popular a la religiosidad subjetivo-individual va ligado a un desarrollo y a una vacilación de la conciencia mesiánica. Esta última comienza a dividirse interiormente y da lugar, por una parte, a una conciencia mesiánica nacionalista, ligada exclusivamente al destino terreno, y, por otra, a una conciencia mesiánica universal, que esperaba una manifestación divina que llevase la Buena Nueva por todo el universo y no sólo al pueblo hebreo y, a través de este carácter universal, la anunciase también a cada hombre concreto. En la vieja religiosidad nacional tiene lugar un proceso de división y de desintegración y la conciencia emprende el camino del individualismo que, a la vez, está ligado a un universalismo mayor. La idea mesiánica lleva la Buena Nueva no sólo a toda la humanidad, sino también a cada destino humano individual. Este planteamiento permitía superar la tragedia del destino y preparaba el advenimiento del cristianismo. Era precisamente en el pueblo hebreo, dotado de un sentido tan agudo de la historia y vuelto hacia el futuro, en donde había de nacer Cristo, en donde había de tener lugar el acontecimiento central de la historia universal, la revelación de este mundo y del otro, un acontecimiento a la vez inmanente y trascendente.
Aquí ocurre la más grande tragedia humana, a través de la cual el destino del pueblo hebreo queda ligado al de toda la historia cristiana. El papel del hebraísmo consiste en haber vivido, como ningún otro pueblo de la historia, la espera mesiánica. Sólo al pueblo hebreo le fue dado esperar de un modo directo e inmediato la aparición del Mesías en el mundo, mientras que todos los demás pueblos del mundo pagano tuvieron solamente oscuros presentimientos y no una conversión directa de su conciencia hacia el Mesías que había de venir. Pues bien, este pueblo a quien le había sido dada la conciencia mesiánica y en el que debía nacer el Mesías, no superó la prueba de la bipolaridad de su conciencia y de su espera, no comprendió al Crucificado. La esencia de la tragedia entre el hebraísmo y el cristianismo radica en el hecho de que el Mesías debía aparecer en el seno del pueblo hebreo y, sin embargo, este pueblo no podía aceptar a un Mesías crucificado.
El pueblo hebreo esperaba al Mesías y profetizó que había de venir, pero no lo aceptó, pues le resultaba imposible aceptar a un Mesías que se manifestaba bajo la forma de siervo, cuando él esperaba la aparición del Mesías como rey, el cual debía restaurar el reino terrenal de Israel. Esta espera febril del pueblo hebreo fue el arquetipo de su socialismo religioso característico. El pueblo hebreo no pudo aceptar el misterio de la crucifixión, no pudo aceptar a Cristo, porque Cristo apareció bajo la forma de una justicia y de una verdad mansas y no triunfantes en la vida terrena. A través de su vida y de su muerte, Cristo rechazó las falsas esperanzas del pueblo hebreo en un reino terrestre y bienaventurado. De esta forma, el cristianismo sólo reconoció al pueblo hebreo como pueblo de Dios en la medida en que preparó la venida de Cristo; ahora bien, en el momento en que rechazó a Cristo, dejó de serlo. Después de la venida de Cristo, ningún mesianismo (en el sentido hebreo del vocablo) es ya posible; después de Cristo, esperar al Mesías significa esperar a un falso Mesías, contrapuesto a Cristo.
El mesianismo nacionalista es siempre, de un modo u otro, un retorno al judaísmo, y esto puede aplicarse también al mesianismo clasista. El mesianismo socialista tiene raíces judías y, en el mundo cristiano, significa la espera del falso Cristo, la espera del Anticristo. En el cristianismo, el pueblo elegido es la Iglesia. Esta bipolaridad del mesianismo hebreo, vuelto, por un lado, hacia el Mesías-Cristo y ligado, por otro, el Anticristo, a una realización revolucionaria de la justicia sobre la tierra, hace que todo rechazo de Cristo a lo largo de la historia se base en los mismos motivos y razones que impulsaron al falso mesianismo hebreo a repudiar a Cristo y a crucificarlo: la negación de la libertad del espíritu en nombre de una realización forzada del reino de Dios sobre la tierra. Cristo fue rechazado porque murió en la cruz, en lugar de recurrir al poder supremo para aniquilar el mal y el sufrimiento e iniciar una historia colocada bajo el signo de la justicia y la bienaventuranza.
Esto crea una paradoja y una contradicción trágicas, a las que hace alusión Léon Bloy, maravilloso escritor francés muerto recientemente y, por desgracia, poco conocido. Bloy formuló la tragedia fundamental del pueblo hebreo del modo siguiente: «Los hebreos sólo se convertirán cuando Cristo descienda de la cruz, y Cristo sólo puede descender de la cruz cuando los hebreos se conviertan» (Le salut par les Juifs). Estas palabras geniales ponen al descubierto no sólo la tragedia del pueblo judío, sino también la del mundo cristiano y plantean una objeción fundamental al cristianismo.
Esta objeción dice que el cristianismo no se ha realizado en el mundo, ha fracasado, como se dice a veces, que la justicia no se ha impuesto sobre la tierra y que los sufrimientos del mundo continúan; hace cerca de dos mil años que vino el Cristo, el Salvador y Redentor del mundo, y, sin embargo, el mal, el sufrimiento, los horrores y los padecimientos continúan. Es una objeción típica del falso mesianismo judío y se basa en la idea de que la venida del Mesías Hijo de Dios debería haber realizado sobre la tierra el bien y haber vencido definitivamente al mal, debería haber hecho cesar todo sufrimiento, todo tormento, toda tiniebla, y aportado la bienaventuranza. Rechazar a Cristo es una característica de los judíos, propia también de la raza aria. Esto nos lleva a la paradoja fundamental de toda la historia hebrea y cristiana: sin los hebreos no hubiese sido posible el cristianismo y la historia cristiana, sin el judaísmo que rechazó el misterio del Gólgota no hubiera existido el Gólgota. La historia cristiana vive en un estado de beligerancia interior con el espíritu hebreo. Y, para el espíritu cristiano, la relación con los judíos constituye una prueba interior, pues, tanto la sumisión y la debilidad, que entregan a los cristianos en poder del espíritu hebreo, como el antisemitismo, que se transforma en violencia, son una capitulación ante esta prueba.
El antisemitismo no comprende la enorme trascendencia religiosa de la cuestión judía, el antisemitismo racista está contaminado por el falso espíritu judío contra el que se rebela. El odio a los judíos es un sentimiento anticristiano, y los cristianos han de comportarse cristianamente con aquéllos. En el ámbito de la historia cristiana tiene lugar la interacción continua de los principios judíos y helénicos, que son la fuente principal de nuestra cultura. A nuestro entender, en el interior de la Iglesia cristiana se desarrolla un conflicto entre ambos principios. El espíritu cristiano lleva en sí el injerto semítico, sin el cual sería imposible el destino histórico del cristianismo. El viejo problema planteado por la historia judía, el problema del mesianismo orientado hacia dos metas distintas y, por consiguiente, dividido, se manifiesta como el auténtico problema de la historia universal, en torno al cual se desarrolla esta historia cuyo centro es Cristo. Con Cristo da comienzo una nueva era universal. He aquí por qué la cuestión judía es insoluble en el ámbito de la historia. El sionismo es la corriente más noble en el interior del hebraísmo, pero es impotente para resolver la cuestión judía.
El problema judío planteado por la Biblia continúa agitando los ánimos durante los siglos XIX y XX. La fijación materialista en este mundo, presente en el capitalismo de Rothschild y en el socialismo de Marx es de procedencia hebrea (aunque no esté necesariamente ligada a los judíos), y en torno a ella hierven las pasiones y la lucha sangrienta. Pero el judaísmo enemigo del cristianismo puede manifestarse también en los no judíos, de la misma manera que quienes tienen sangre judía pueden estar libres de él. Ningún antisemitismo vulgar puede justificarse a partir de una comprensión religiosa del destino del judaísmo. La solución definitiva de la cuestión judía sólo es posible en el plano escatológico; ella llevará también consigo el desenlace de la historia universal, cuyo último acto será la lucha de Cristo contra el Anticristo. Si el hebraísmo no llega a una autodefinición religiosa, será imposible llevar a su culminación la historia universal.
Berdaieff
D. Pío, Yahvé dijo a su pueblo por medio de los profetas que de él iba a surgir el Mesías. El Mesías sólo podía nacer del pueblo elegido: Miqueas 5:1 “Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial”.
El judaísmo es una cultura de sacerdotes, la griega de guerreros.
Se me ha borrado un bonito texto. Bueno, mo ichi do.
Leíamos con mi hijo este año tanto los clásicos griegos como la Biblia. No queda claro que Yavé sea un dios único. Parece una adaptación personal de un mesopotámico exiliado, lo cual es Abrahám. Esas visiones y esos sueños formaron un pueblo atemorizado por los rabinos y los “estudiosos”, por los Cohen,los Levi (las dos tribus de sacerdotes) y el que tenga dignidad pareja . Su mesías no puede ser alguien que no sea eso, que no sea pura tradición, ya que no sería uno de los suyos. Lo que trae el Mesías es un mundo maravilloso en el que los sacerdotes del templo (reconstruido) están surtidos 24 horas al día y la gente ni mueve un dedo el Sábado porque les obedecen. Pueden reconocer a éste como el Mesías, porque es algo bueno para ellos:
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Menachem_Mendel_Schneerson
Pero no a alguien que niega su mundo, su fanfarria, su ritual, para formar uno nuevo. Ese no puede ser el Mesías. El objetivo del judaísmo no es la compasión ni la caridad ni el amor ni la otra vida, sino obedecer las normas dadas por Yavé que aparecen en su libro
Luego está esa obsesión por el terruño prometido, que no es ni muy bueno. Sí que es una forma rara de encajar en el mundo. Y si te lo presentan en los inicios de la historia, no les elegirías como caballo ganador. Parece que habrían de morir arruinados por sus sacerdotes en una sola sequía . Pero no.
Los magníficos griegos cerraron los oráculos para siempre, y los judíos siguen ahí.
La judía, añado al primer párrafo, es una cultura de sacerdotes que además es guerrera, antiguamente y también modernamente.
anda menorqui haz el esfuerzo de leer el texto que he puesto, me lo agradeceras.
Muy interesante el texto, Deelea. Le objeto el pretencioso y profético final, pero describe aspectos importantes de la cultura judía, que realmente es curiosa.
Hay algo que creo que debe decirse: las personas vivimos en variadas visiones del mundo. Los judíos no son cristianos que niegan a Cristo. Son gente distinta, que tienen otra manera, la suya. Luego, los no religiosos, no creo que Marx muestre aspectos judíos. Se diría que esa burguesía despreciable se pueden equiparar precisamente con los judíos, como hacen los antisemitas. Tampoco lo creo. Simplemente veo una mezcla de envidia, codicia y tontuna.
Leílo, leílo. Lo más interesante me parece la relación entre el milenarismo y la conciencia judía. Es verdad, esperan un evento futuro.
Pero no se puede llegar a dar nunca, realmente, pues esto habría de suceder por intervención de Eloím, y si no no vale, por eso muchos ortodoxos ni siquiera aceptan el Estado de Israel
Es un milenarismo que nunca llega. En cambio en la cultura cristiana éste llega una y otra vez, llevándoselo todo por delante, diga Dios algo (en la biblia o más bien en sus interpretaciones), o no diga nada. Forzándolo. Ambas parecen maneras de reparar estas injusticias fundamentales de la existencia, que son tantas y a veces duelen como un mordisco de león.
Mañana te digo menorqui, que tu a estas horas veo que estás en orto y yo ya en ocaso.
Te dejo el resto del libro para que lo disfrutes cuando tengas ocasión.
https://web.archive.org/web/20130619180737/http://www.laeditorialvirtual.com.ar:80/Pages/Berdiaev_Nicolas/SentidoHistoria_01.html
El confiar en la llegada del mesías que haga justicia, creo, es ante todo una prueba de fe. Y desde luego tal Mesías ha de serlo claramente. A Jesús le vieron pocos, a Moisés le vio todo el pueblo hebreo, todos veían la nube, el fuego, las tablas, o al menos eso creen, los que creen. Si crees, sabes que algo pasará, que tu dios se hará manifiesto, pues para ti lo está a cada segundo.
4c, Jesús fue visto por todo el que quiso. Era conocido en Plaestina y realizaba innumeravles milagros en medio del pueblo. Curaba michos enfermos, multiplicó los panes y los peces, resucitó muertos, etc.
Jesús no llevó rayos a la tierra, sino que curaba y ayudaba al que lo necesitaba.
Tiorras en tiempos de Unamuno, era por ejemplo la pasionaria. ¿No?
Y en tiempos actuales, ¿quiénes serían? Lo digo porque el abanico es muy amplio. (Sobre todo en Ibiza). Desde las negras superpotentes, hasta las patéticas femen podémicas asaltacapillas, que parecen más de Unamuno.
Que se parecen más a las citadas por Unamuno, perdón.
Son muchos los que se dejan impresionar por el dramtismo que los judíos imprimen a todas sus cosas. Ciertamente es el pueblo elegido por Dios. Elegido para salvar a la humanidad, pues representa lo mas terco, malvado y necio de ésta. Algo así como el vagón de cola de la humanidad. Salvando al pueblo judío, el resto ya no es problema. Es por eso que el Mesías nace en este pueblo. Jesús mismo dice la frase “no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. El pueblo judío representa la antítesis de la humanidad, de la que se declara enemigo lleno de odio. La humanidad y la civilización son creación del pueblo tartesso, que inventa la escritura, las leyes, la historia, los metales, la navegación de larga distancia. Todo ello sigue en plena vigencia hoy. El pueblo judío intenta la usurpación de todo eso, la corrupción de la civilización en provecho propio, con lo que no hace sino demostrar su carácter de ajeno a la misma. Incluso el símbolo judío por excelencia, la menorah proviene de dar un corte horizontal y prender fuego al símbolo de los tartessos, tres círculos concéntricos y una linea vertical desde el centro de los círculos hasta el suelo. Este símbolo representa las ciudades tartesicas con tres murallas y el camino hacia el centro. Es un símbolo de la civilización. La menorah es el simbolo de la violación y quema de la misma sobre la que crecer.
Naturalmente que el pueblo judío tiene un sentid de la historia, de estar peleado con la misma mas bien. Y naturalmente que tienen una idea del juicio final. Son conscientes de los infinitos pecados que acumulan, los cuales son uno de los obstaculos principales para el verdadero avance de la humanidad, tanto en sentido material como espiritual.
Tiene sus detalles pero me parece de interés:
http://www.juristasunam.com/lx-mayorix-exhaustx/25781
Ese podría ser yo:
https://twitter.com/nino_triqui/status/1055114305459441664?s=21
El del teléfono…
En la Universidad (UNED) si mencionan a Moa:
En concreto fue en la presentación de una de las asignaturas de Historia. Lo escuche de una videoconferencia de una clase grabada. El profesor en cuestión hablaba de que “en Historia los datos son los datos y lo que hace un historiador es analizarlos e interpretarlos” Continuó: “Hay muchas interpretaciones entre los historiadores como por ejemplo en las víctimas” No mencionó ninguna pero por el contexto se entendió que eran ”de la Guerra Civil”; “ahora dicen unas cifras, antes otras” “Bien, pero los hechos y los datos son los que son” finalizó. Bueno, son los que son depende, no es lo mismo ”1 millón” que 300.000 o 250.000 y repartidos a partes iguales, cómo se produjeron o como se dijo que se produjeron a como fueron de verdad. Más que nada para que no haya interpretaciones de “holocaustos” como la de Preston. Pero siguiendo con la charla: “Por ejemplo, sobre unos datos, Casanova interpreta una cosa y Pio Moa una muy distinta, si se puede considerar a Pio Moa como historiador”…..¡¡toma ya!!….Bien, precisamente el profesor se contradice o no sabe muy bien cómo explicarse. Si los datos son los datos y los hechos son los hechos, pocas interpretaciones puede haber. Y otra es la derivación ideológica o la búsqueda de la verdad por medio de una explicación objetiva, razonada o coherente de lo que pasó. No se qué opinan de esto.
Opino que da igual que se pueda considerar o no a Pío Moa como historiador.
Ni sé ni me importa si ha ganado o no una cátedra universitaria por oposición o como se haga ahora. Lo que me importa es la calidad de su obra, lo documentado de sus libros.
Por cierto: la UNED fue fundada en tiempos de Franco.
Esa no era la cuestión. Cuando una persona analiza los datos y los hechos tanto primarios, como secundarios y hasta terciarios como lo ha hecho Moa ofreciendo una interpretación tan clarividente, objetiva, y contundente por lo coherente, ya es un Historiador, tenga cátedra o no, les guste o no a los académicos. Más que nada porque el mencionado profesor dijo que cuando uno acaba Historia, independientemente de si sabe mucho o poco, lo importante es interpretar los hechos y los datos, es decir, explicar y entender la historia.
Eso de que los judíos son cristianos que niegan a Cristo, es un poco absurdo. Más que nada porque el propio Jesús era judío, creía en la ley judía y se consideraba judío.
No me has entendido Hegemon. Lo que vengo a decir es que “historiador” para algunos que reparten títulos de demócrata, de fascista o de lo que sea, no deja de ser más que otra etiqueta, como tantas otras.
Es que si algunos personajes pintorescos se llaman “doctores” o “historiadores”, que le borren de esa etiqueta no es un insulto, sino incluso un halago.
Que Moa no sea catedrático casi es garantía de calidad por lo independiente. Hoy solo medran en la universidad los “amigos de”, los enchufados y los estómagos agradecidos, lo intelectualmente inane. La universidad convertida en corrala de vecinis y más aún, en zahúrda.
Pues eso digo yo…
Odiseus:
No se puede generalizar, pero casi. Hay muchos catedráticos con mucho mérito que se alejan de las “interpretaciones” ideológicas y se ajustan a una objetiva o coherente.
Odiseus, este comentario tuyo de 25 octubre, 2018 a las 8:13 es ridiculo, antisemita y anticristiano.
Lo de que Tartessos creó la civilizacion es una gilipollez suprema. La civilizacion con escritura y todo la creó Mesopotamia.
La menorah fue instituida por el propio Dios en el Sinai como lampara para el Templo. Considerarla un simbolo d eodio a, la civilizCion roza la herejía.
Salomón comerciaba amigavlemente con Tartessos (Tarsis en la Biblia), pjes de allí le llegaban barcos cada tres años.
Los judios no bloquean la civilización. Ha habido judíos inteligentes.
No son el pueblo más necio y malvado. Los judíos conocían bastante más que las tribus africanas. El sacrificio humano no lo. Rearon los judíos, y en el XV los judíos no mataban a nadid mientras los aztecas sacrificaban a miles a sus idolos.
Nuevo hilo
Los judíos no se declsran enemigos de la Humanidad. Tus acusaciones recuerdan a las que hacian los romanos paganos a los primeros cristianos (Tácito acusaba a los. CrIstianos de «odio a la Humanidad»).
Los libelos de sangre recuerdan a los aueque los romanos hacían a los cristianos (Tertuliano recrimina en carta a un Emñerador que se propague la calumnia de que los cristianos en la congregación nocturna degollaban los niños y se bebían la sangre: que ataban unos-perros á los candeleros para que, forcejando por comer el pan bañado en sangre, los derribasen, y en las tinieblas se mezclasen con sus hermanas y madres, y otros delitos
Esta es la respuesta de VOX, a mi conformidad si el partido decidía algún tipo de acuerdo con el PP o C’s…
Mucho me temo que no sea conveniente que nos presentemos en coalición con PP-C’s, allí dónde la ley electoral nos sea más desfavorable. Como norma la dirección de VOX y la mayoría de los afiliados de nuestro partido, desconfiamos de los partidos arriba mencionados.
Coaligarnos con ellos sonaría a derrotismo y a miedo a los enemigos de nuestra patria. Y si algo nos sobra en VOX son las cualidades del valor, la paciencia y la entrega una causa.
En ese sentido, preferimos luchar sin muletas para conseguir nuestros representantes al congreso en solitario que vendernos por miedo.
Naturalmente, acepto esa directiva…